CAPÍTULO 28

GALEN CHOCÓ CONTRA LA ESQUINA DE LA PARED, JUSTO AL lado de la ventana. La pared se agrietó con el impacto de su cuerpo, desmoronándose encima de él como en uno de esos dibujos animados donde los personajes pasan a través de la pared. No quedó dibujado en la pared un contorno perfecto de su cuerpo, aunque mientras caía, pude ver la señal dónde la había golpeado con el brazo y luego rebotado intentando absorber el impacto.

Galen estaba en el suelo, sacudiendo la cabeza e intentando levantarse mientras Barinthus caminaba a grandes pasos en su dirección. Intenté adelantarme, pero Sholto me detuvo. Doyle se movió más rápido de lo que podría haberlo hecho yo para interponerse en su camino. Frost fue hacia Galen.

– Sal de mi camino, Oscuridad -dijo Barinthus, y una ola chocó contra el cristal, derramándose a través de la ventana. Estábamos demasiado arriba como para que el mar nos alcanzara sin ayuda.

– ¿Privarás a la princesa de uno de sus guardias? -preguntó Doyle. Él intentaba parecer tranquilo, pero podía ver su cuerpo tenso, un pie clavado en el suelo preparándose para repeler un golpe, o alguna otra acción física.

– Él me insultó -dijo Barinthus.

– Quizás, pero también es el mejor de todos nosotros utilizando el encanto. Sólo Meredith y Sholto pueden compararse con él para camuflarse, y hoy necesitamos su magia.

Barinthus estaba de pie en medio de la habitación mirando con fijeza a Doyle. Inspiró profundamente, dejando luego salir el aire de forma brusca. Sus hombros se relajaron visiblemente, mientras se sacudía con la fuerza suficiente para hacer que su pelo se agitara como si estuviera hecho de plumas, aunque yo no sabía de ningún pájaro que pudiera mostrar tantos matices de azul en ellas.

Él me miró desde el otro lado del cuarto con la mano de Sholto todavía sujetándome el brazo.

– Lo siento, Meredith. Eso fue infantil. Tú le necesitas hoy -dijo, volviendo a tomar aire profundamente y expulsándolo luego de forma que resonó con fuerza en el espeso silencio del cuarto.

En ese momento, él miró más allá de la figura todavía alerta de Doyle. Frost ayudaba a Galen a ponerse de pie, aunque éste parecía todavía un poco inestable, como si sin la mano de Frost hubiera sido incapaz de levantarse.

– ¡Pixie! -le gritó Barinthus, y el océano golpeó contra las ventanas más alto y más fuerte esta vez.

El padre de Galen había sido un pixie que había dejado embarazada a la dama de honor de la reina. Galen se puso tenso, el verde de sus ojos cambió desde su habitual verde intenso a un verde más pálido y rodeado de blanco. Que sus ojos se pusieran más claros no era una buena señal. Quería decir que estaba verdaderamente furioso. En muy pocas ocasiones había visto sus ojos así.

Se sacudió de encima la mano de Frost, y el otro hombre le dejó ir, aunque su cara mostraba claramente que no estaba seguro de que fuera una buena idea.

– Soy tan sidhe como tú, Barinthus -dijo Galen.

– No intentes usar otra vez tus artimañas de pixie conmigo, Hombre Verde, o la próxima vez no me quedaré en las ventanas.

Me di cuenta en ese momento de que Rhys había tenido razón. Barinthus comenzaba a tomar el papel de rey, porque sólo un rey habría sido tan insolente con el padre de mi hijo. No podía dejar pasar este desafío. No podía.

– No fue lo que hay de pixie en él lo que casi le permitió hechizar al gran Mannan Mac Lir -le dije.

La mano de Sholto me apretó el brazo, como si intentara decirme que no estaba seguro de que ésta fuera una buena idea. Probablemente no lo era, pero sabía que tenía que decir algo. Si no lo hacía, le estaría, de hecho, cediendo mi “corona” a Barinthus.

Barinthus volvió esos ojos enojados hacia mí.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Significa que Galen ha obtenido una poderosa magia gracias a ser uno de mis amantes, y uno de mis reyes. Nunca habría estado tan cerca de ofuscar la mente de Barinthus antes.

Barinthus hizo una pequeña inclinación de cabeza, asintiendo.

– Él ha crecido en poder. Todos lo han hecho.

– Todos mis amantes -dije.

Él asintió con la cabeza, sin palabras.

– El motivo por el que realmente estás enojado es porque no te he llevado a mi cama al menos una vez, y no porque quieras tener relaciones sexuales conmigo, sino porque quieres saber si eso te devolvería todo lo que has perdido.

Él no me miraba, y su pelo se movía a su alrededor con esa sensación de movimiento submarino.

– Esperé hasta que volvieras aquí, Meredith. Quería que me vieras poner a Galen en su lugar. -Él me miró entonces, pero no hubo nada que pudiese entender en su rostro. El que yo conocía como el mejor amigo de mi padre y una de las visitas más frecuentes en la casa donde habíamos vivido en el mundo humano no era el hombre que ahora estaba frente a mí. Era como si las pocas semanas que había pasado aquí, cerca del mar, le hubiesen cambiado. ¿Hacía ya gala de esa arrogancia y vanidad cuando llegó por primera vez a la Corte Oscura? ¿O ya en ese momento había empezado a perder algo de sus poderes?

– ¿Por qué querías que viera eso? -Pregunté.

– Quería que supieras que tengo el control suficiente como para no lanzarle por la ventana, donde podría usar el mar para ahogarle. Quería que vieras que elegí ser piadoso con él.

– ¿Con qué propósito? -Pregunté. Sholto me atrajo contra su cuerpo para envolverme en sus brazos casi distraídamente. No estaba segura de si estaba tratando de protegerme o simplemente de confortarme, o tal vez incluso de consolarse a sí mismo, aunque el contacto físico era más tranquilizador para las hadas menores que para los sidhe. O tal vez me estaba advirtiendo. La pregunta era, ¿de qué me estaba advirtiendo?

– No me ahogaría -dijo Galen.

Todos le miramos.

Él lo repitió.

– Soy sidhe. Nada del mundo natural puede matarme. Me podrías lanzar de un empujón hacia el mar de abajo pero no me podrías ahogar, y tampoco me harías explotar con los cambios de presión. Tu océano no puede matarme, Barinthus.

– Pero mi océano puede hacerte anhelar la muerte, Hombre Verde. Atrapado para siempre en las profundidades más negras, el agua casi sólida a tu alrededor, tan seguro como en cualquier prisión, y más atormentadora. Los sidhe no pueden ahogarse, pero aún así duele tener agua anegando tus pulmones. Tu cuerpo todavía desearía con ardor tomar aire e intentaría respirar bajo el agua. La presión de las profundidades no puede aplastar tu cuerpo, pero aún así abate. Sufrirías un gran dolor eternamente, nunca muriendo, nunca envejeciendo, siempre atormentado.

– Barinthus… -dije, y esa única palabra contenía todo el asombro que me embargaba. Ahora sí que me aferré a Sholto, porque necesitaba consuelo. Era un destino verdaderamente peor que la muerte con el que él estaba amenazando a Galen, a mi Galen.

Barinthus me miró, y cualquier cosa que vio en mi rostro no le complació.

– ¿No ves, Meredith, que soy más poderoso que muchos de tus hombres?

– ¿Estás haciendo esto en un intento retorcido de obligarme a respetarte? -Pregunté.

– Sólo piensa en lo poderoso que podría ser a tu lado si estuviera en posesión de todos mis poderes.

– Podrías destruir esta casa y a todos los que hay en ella. Ya lo dijiste en la otra habitación -dije.

– Nunca te haría daño -dijo.

Negué con la cabeza, y me aparté de Sholto. Él me retuvo por un momento, luego dejó que me fuera por mis propios medios. Lo que ahora tenía que hacer, tenía que hacerlo sola.

– A mí nunca me lastimarías, pero si le hicieras esa cosa terrible a Galen, despojándome de él como marido y padre, eso me heriría, Barinthus. ¿Te das cuenta de eso?

Su cara volvió a convertirse en esa hermosa máscara ilegible.

– No lo comprendes, ¿verdad? -Pregunté, y el primer escalofrío de verdadero miedo corrió por mi columna vertebral.

– Podríamos convertir tu corte en una fuerza digna de ser temida, Meredith.

– ¿Por qué necesitaríamos que fuera temida?

– Las personas sólo siguen a otras por amor o miedo, Meredith.

– No te pongas maquiavélico conmigo, Barinthus.

– No sé lo que quieres decir con eso.

Negué con la cabeza.

– Soy yo quien no sabe lo que quieres decir con las acciones que has llevado a cabo durante la última hora, pero sí sé… que si alguna vez dañas a cualquiera de entre mi gente condenándolo a algo parecido a tan terrible destino, te expulsaré. Si alguien de mi pueblo desaparece, y no le podemos encontrar, asumiré que has hecho aquello que amenazaste con hacer, y si eso ocurre, si le haces eso a cualquiera de ellos, tendrás que liberarles, y aún así…

– ¿Y aún así, qué? -preguntó él.

– Muerte, Barinthus. Tendrías que morir o nunca estaríamos a salvo, especialmente aquí, en la costa del mar del Oeste. Eres demasiado poderoso.

– De modo que Doyle sigue siendo la Oscuridad de la Reina, enviado a matar según sus órdenes como el perro bien entrenado que es.

– No, Barinthus, lo haré yo misma.

– Tú no puedes enfrentarte a mí y ganar, Meredith -dijo él, pero su voz fue más suave ahora.

– Tengo las manos de carne y sangre en todo su poder, Barinthus. Ni siquiera mi padre esgrimió la mano de carne en todo su poder, y Cel no tenía la mano de sangre por entero, pero yo tengo ambas. Así es como maté a Cel.

– Tú no me harías tal cosa, Meredith.

– Y hasta hace unos momentos habría dicho que tú, Barinthus, nunca habrías amenazado a las personas que amo. Estaba equivocada sobre ti; no cometas el mismo error.

Nos miramos fijamente a través del cuarto, y el mundo simplemente se redujo a nosotros dos. Le aguanté la mirada, y le dejé ver en mi rostro que quería decir exactamente lo que había dicho, cada una de esas palabras.

Él, finalmente, asintió con la cabeza.

– Veo mi muerte en tus ojos, Meredith.

– Siento tu muerte en mi corazón -contesté. Era una forma de decirle que mi corazón estaría encantado de matarle, o al menos, que no se entristecería.

– ¿No tengo permitido desafiar a aquéllos que me insultan? ¿Tú, igual que Andais, me convertirías en una clase diferente de eunuco?

– Puedes proteger tu honor, pero ningún duelo será a muerte, o de cualquier otro tipo que pueda dejarme a un hombre inútil.

– Eso me deja muy poco margen para proteger mi honor, Meredith.

– Tal vez, pero no es tu honor el que me preocupa, sino el mío.

– ¿Qué quiere decir eso? Yo no he hecho nada para menospreciar tu honor, sólo el de ese pequeño mocoso pixie.

– Primero, nunca le vuelvas a llamar así. En segundo lugar, yo soy la casa real aquí. Yo soy el líder aquí. He sido coronada por el mundo de las hadas y la Diosa para gobernar. No tú, yo. -Mi voz era baja y controlada. No quería que se rompiera por culpa de las emociones. Necesitaba todo mi control en este momento-. Atacando al padre de mi hijo, a mi consorte, en mi presencia, has dejado claro que no me respetas como gobernante. Tú no me honras como tu reina.

– Si te hubieras ceñido la corona cuando te fue ofrecida, habría honrado a aquélla que la Diosa escogió.

– Ella me permitió elegir, Barinthus, y tengo fe en que ella no lo habría permitido si la elección que me ofrecía hubiera sido una mala.

– La Diosa siempre nos ha dejado escoger nuestra propia ruina, Meredith. Sin duda sabes eso.

– Si salvando a Frost escogí mi ruina, entonces fue mi elección, y tú o acatarás esa elección o puedes salir de mi vista y mantenerte fuera de ella.

– ¿Me exiliarías?

– Te devolvería a Andais. He oído que está inmersa en una poderosa sed de sangre desde que dejamos el mundo de las hadas. Se consuela por la muerte de su único hijo vengándose en la carne y sangre de su pueblo.

– ¿Tú sabías lo que les está haciendo? -preguntó él, conmocionado.

– Todavía tenemos nuestras fuentes en la corte -dijo Doyle.

– ¿Entonces cómo podéis quedaros aquí, Oscuridad, sin llevarnos a todos a la plena recuperación de nuestros poderes para que podamos detener la matanza de nuestro pueblo?

– Ella no ha matado a nadie -dijo Doyle.

– Es peor que la muerte lo que ella les hace -dijo Barinthus.

– Todos son libres de unirse a nosotros aquí -dije.

– Si tú haces que recobremos todos nuestros poderes, en ese momento podríamos regresar y liberarlos de sus mazmorras.

– Si rescatáramos a las víctimas de su tortura tendríamos que matarla -dije.

– Cuando partiste la última vez, me liberaste a mí y a todos los demás de su Corredor de la Muerte.

– En realidad, yo no lo hice -dije-. Fue obra de Galen. Su magia os liberó a todos.

– Dices eso para hacerme cambiar de opinión respecto a él.

– Lo digo porque es cierto -dije.

Él miró a Galen, quien lo miraba a él. Frost estaba justo a su lado, su cara convertida en la arrogante máscara que se ponía cuando no quería que alguien leyera sus pensamientos. Doyle dejó de interponerse entre Barinthus y Galen, pero no fue muy lejos. Ivi, Brii, y Saraid estaban todos en fila, algo separados unos de otros, preparados por si tenían que sacar sus armas. Recordé las palabras de Barinthus acerca de que yo había dejado un vacío de poder y de que las guardias en la casa de la playa se habían vuelto hacia él buscando su liderazgo porque ya las había descuidado, ya que no les parecía que yo confiara en ellas. Por un momento me pregunté dónde estaría su lealtad, si conmigo o con Barinthus.

– ¿Tu magia llenó el Corredor de la Muerte de plantas y flores? -le preguntó Barinthus.

Galen simplemente asintió con la cabeza.

– Entonces te debo mi libertad.

Galen asintió con la cabeza otra vez. No era alguien que habitualmente guardara silencio. El hecho de que no hablara era una mala señal. Quería decir que no confiaba en lo que iba a decir.

Rhys entró desde el corredor opuesto. Nos echó una mirada y dijo…

– Ya sé lo que provocó el ruido que escuché. Fue Jeremy. Él nos necesita en la escena del crimen pronto si es que vamos a ir. ¿Iremos?

– Nos vamos -contesté. Aparté la vista de Barinthus para mirar a Saraid-. Me han informado de que tu encanto es lo bastante bueno como para esconderte a simple vista.

Ella pareció alarmarse, luego asintió con la cabeza y se inclinó en una reverencia.

– Lo es.

– Entonces tú, Galen, Rhys y Sholto, venís conmigo. Necesitamos parecer humanos para que la prensa no interfiera otra vez. -Mi voz sonó muy segura de sí misma. Notaba mi estómago todavía encogido, pero no lo demostraba, y eso era lo que significaba estar al frente. Mantienes tu pánico para ti mismo.

Fui hacia Hafwyn y Dogmaela que todavía estaban en el sofá. Dogmaela había dejado de llorar, pero estaba pálida y todavía conmocionada. Me senté a su lado, pero me cuidé de no tocarla. Aparentemente, ya había tenido suficiente contacto físico para todo el día.

– Me informaron de que tu encanto también serviría para el trabajo, pero prefiero que te quedes aquí para recuperarte.

– Por favor, déjame venir. Quiero serte útil.

Le sonreí.

– No sé con qué tipo de escena del crimen nos encontraremos, Dogmaela. Podría ser una que te recordara vívidamente algo que te hubiera hecho Cel. Por hoy, te quedas aquí, pero en el futuro tú y Saraid entrareis a formar parte de la rotación de mi guardia.

Sus ojos azules se abrieron aún más, y su rostro aún surcado por todas esas lágrimas secas pareció agradecido. Saraid llegó junto a nosotras y cayó sobre una rodilla, inclinando la cabeza.

– No te fallaremos, Princesa -me dijo.

– No necesitas inclinarte en una reverencia así -dije.

Saraid levantó la cabeza lo suficiente para poder mirarme con esos ojos azules con estrellas blancas.

– ¿Cómo te gusta que nos inclinemos para rendirte pleitesía? Sólo tienes que indicárnoslo y así lo haremos.

– En público no hagáis nada de eso, ¿vale?

Rhys rodeó a Barinthus, cuidándose de no darle la espalda al hacerlo. Barinthus pareció no darse cuenta, pero yo me di cuenta, él notó el gesto.

– Si te arrodillas ante ella en público, todo el encanto del mundo no esconderá el hecho de que ella es la princesa y vosotras sois sus guardias.

Saraid asintió con la cabeza, y entonces preguntó…

– ¿Puedo levantarme, Su Alteza?

Suspiré, diciendo…

– Sí, por favor.

Dogmaela cayó sobre una rodilla frente de mí mientras la otra mujer se levantaba.

– Lo siento, Princesa, no te rendí homenaje.

– Por favor, para esto -dije.

Ella miró hacia arriba, claramente confusa. Me puse en pie y le ofrecí la mano. Ella la tomó, frunciendo el ceño.

– ¿Has visto que los demás hombres se arrodillen frente a mí?

Las mujeres intercambiaron miradas.

– La reina no insistía demasiado, pero nuestro príncipe sí lo hacía -dijo Saraid-. Simplemente dinos qué saludo prefieres y así lo haremos.

– Un simple hola estará bien.

– No -intervino Barinthus-, no lo estará.

Me giré, mirándole de forma poco amistosa.

– Esto no es de tu incumbencia, Barinthus.

– Si no te respetan, no podrás controlarlos -dijo.

– ¡Y una mierda! -exclamé.

Él pareció realmente conmocionado, como si fuera un término que nunca hubiera pensado escuchar de mí.

– Meredith…

– No, ya te he soportado bastante por hoy. Toda la reverencia y la pompa del mundo no consiguieron que ninguno de ellos respetara a Cel o a Andais. Les hizo temerles, y eso no es respeto, es miedo.

– Tú me amenazaste con las manos de carne y sangre. Tú quieres que yo te tema.

– Preferiría que me respetaras, pero creo que siempre me verás como la hija de Essus, y por mucho que te preocupes por mí, no puedes verme como gobernante.

– Eso no es cierto -dijo él.

– El hecho es que abdiqué a la corona para salvar la vida de Frost, y eso te ha hecho dudar de mí.

Él se giró, así que no pude verle la cara, lo cual fue respuesta suficiente.

– Fue la elección de un romántico, no de una reina.

– ¿Y yo soy un romántico y no un rey? -preguntó Doyle, acercándose un poco al otro hombre.

Él nos miró a los dos y luego dijo…

– Que tú, Oscuridad, hicieses tal elección, fue más inesperado. Pensé que la ayudarías a convertirse en la reina que necesitamos. En lugar de eso, ha sido ella quien te ha convertido en algo más blando.

– ¿Me estás llamando débil? -preguntó Doyle, y no me gustó nada el tono de su voz.

– ¡Ya basta! -grité. No tenía la intención de gritar, excepto que así fue como me salió.

Todos me miraron.

– Durante toda mi vida he visto cómo nuestras cortes se regían por el miedo. Yo os digo que nosotros gobernaremos aquí con justicia y amor, pero si hay alguno entre mis sidhe que no acepten el amor o la justicia de mí, entonces también hay otras opciones. -Avancé hacia Barinthus. Era difícil parecer dura cuando tenía que estirar tanto el cuello para encontrar sus ojos, pero durante toda mi vida había sido diminuta comparándome con ellos, así que me las ingenié.

– Dices querer que yo sea reina. Dices que quieres que actúe con severidad. Y quieres que Doyle actúe igual. Quieres que nosotros gobernemos de la forma en que los sidhe necesitan ser gobernados, ¿cierto?

Él vaciló, y luego asintió con la cabeza.

– Pues agradece a la Diosa y al Consorte que no soy esa clase de gobernante, porque si lo fuera te mataría mientras estás ahí de pie, tan arrogante, tan lleno de tu poder después de sólo un mes de estar cerca del mar. Te tendría que matar ahora, antes de que ganes más poder, y eso es exactamente lo que mi tía y mi primo hubieran hecho.

– Andais enviaría a su Oscuridad para matarme.

– Ya te dije que soy demasiado la hija de mi padre para hacer eso.

– Intentarías matarme tú misma -dijo él.

– Sí -dije.

– Y la única forma de defenderte -dijo Rhys-, sería matando tanto a la hija de Essus como a sus nietos. Creo que antes de hacer eso, dejarías que te matara ella a ti.

Barinthus se volvió hacia Rhys.

– Mantente apartado de esto, Cromm Cruach, ¿U olvidaste que sé tu nombre de pila, un nombre mucho más antiguo?

Rhys se rió, sobresaltándole.

– Oh, no, Mannan Mac Lir, tú no puedes jugar al juego de los nombres verdaderos conmigo. Mi nombre ya no es ése, y ha pasado mucho tiempo desde que tuve un nombre verdadero.

– Ya es suficiente -dije, mi voz más conciliadora esta vez-. Nos vamos, y quiero que tú, Barinthus, te quedes en la casa principal esta noche.

– Estaré encantado de cenar con mi princesa.

– Prepara algo de equipaje. Te vas a quedar en la casa principal durante algún tiempo.

– Preferiría estar cerca del mar -contestó él.

– No me importa lo que tú prefieras. Estoy diciendo que te mudarás a la casa principal con todos nosotros.

Casi pareció que le dolía.

– Ha pasado tanto tiempo desde que viví cerca del mar, Meredith.

– Lo sé. Te he visto nadar en el agua más feliz de lo que nunca te había visto, y te habría dejado permanecer junto a tu elemento, pero hoy has probado que se te sube a la cabeza como si fuera algún rico licor. La cercanía de las olas y la arena te ha emborrachado, por eso te digo que irás a la casa principal, a ver si eso te espabila.

La cólera llameó en sus ojos, y su pelo hizo otra vez ese extraño movimiento submarino en el aire.

– ¿Y si me niego a mudarme a la casa principal?

– ¿Estás diciendo que desobedecerás una orden directa de tu gobernante?

– Pregunto qué harás si me niego -dijo.

– Te desterraré de esta costa. Te devolveré a la Corte de la Oscuridad y puedes averiguar de primera mano cómo sacrifica Andais la sangre de todas las hadas en su intento de controlar la magia que está rehaciendo su reino. Ella pensó que si yo me iba, la magia se detendría y ella podría controlarla otra vez, pero la Diosa misma se está moviendo. El mundo de las hadas está vivo otra vez, y creo que a ti y a todos los antiguos se les ha olvidado lo que eso significa.

– No he olvidado nada -dijo.

– Estás mintiendo -contesté.

– Nunca te mentiría -dijo él.

– Entonces te mientes a ti mismo -dije. Recurrí a los demás-. Vámonos, todos. Tenemos una escena del crimen que visitar.

Empecé a avanzar hacia la puerta y la mayor parte de la gente que había en la habitación me siguió. Hablé hacia atrás por encima del hombro…

– Quiero que estés en la casa principal esta noche a tiempo para cenar, Barinthus, o mejor que estés en un avión de regreso a St. Louis.

– Ella me torturará para siempre si regreso -dijo.

Me detuve en el umbral y el grupo de guardias que me seguía tuvo que separarse para que yo le pudiera ver.

– ¿Y no es eso exactamente con lo que amenazaste a Galen hace sólo unos minutos?

Él me miró, sólo me miró.

– Te sigue moviendo el corazón y no la cabeza, Meredith.

– Ya sabes lo que dicen. Nunca te interpongas entre una mujer y lo que ama. Pues bien, no amenaces lo que amo, porque moveré las mismas Summerlands para proteger lo que es mío. -Las Summerlands eran una de nuestras palabras para el Cielo.

– Estaré allí para la cena -dijo, inclinándose en una reverencia-. Mi Reina.

– Lo espero con impaciencia -le dije, y eso era exactamente lo que no quería decir. Lo último que quería tener en la casa principal era a un ex dios ególatra y enojado, pero a veces las decisiones nada tienen que ver con lo que quieres, sino con lo que necesitas. Ahora mismo, necesitábamos llegar a una escena del crimen e intentar ganarnos el sueldo que nos ayudaba a mantener a la multitud en que nos habíamos convertido. Ojalá mi título hubiera llegado con más dinero, más casas, y menos problemas, pero todavía no había conocido a ninguna princesa de las hadas que no estuviera metida en problemas de algún tipo. Los cuentos de hadas son ciertos en un aspecto. Antes de que llegues al final de la historia, tienes que pasar por duras elecciones y malas experiencias. En cierto modo mi historia había tenido su final feliz, pero a diferencia de los cuentos de hadas, en la vida real no hay un final, feliz o no feliz. Tu historia, como tu vida, continúa. Durante un momento puedes tener la idea de que tienes tu vida bajo un relativo control, y entonces, al momento siguiente, te das cuenta de que todo ese control fue simplemente una ilusión.

Le recé a la Diosa para que Barinthus no me obligara a matarle. Lastimaría mi corazón el tener que hacerlo, pero mientras salíamos al brillante sol de California y yo me ponía las gafas de sol, notaba algo duro y frío dentro de mí. Era la certeza de que si él me seguía presionando de esa manera, yo haría exactamente lo que había amenazado hacer. Tal vez era más la sobrina de mi tía de lo que me hubiera gustado pensar que era.

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