CAPÍTULO 16

FUE HAFWYN QUIEN AVANZÓ, CON LOS BRAZOS extendidos…

– Déjame ayudarte, Caswyn.

Él negó con la cabeza una y otra vez, su pelo era una salvaje exuberancia que le tapaba la cara, de modo que sus desorbitados y aterrados ojos quedaban enmarcados por mechones de cabello. Parecía salvaje, feroz, y un poco loco.

La sanadora hizo el gesto de agacharse para llegar a tocarle, pero él volvió a gritar, y Galen, apareciendo de repente a su lado, la tomó de la muñeca, diciéndole…

– Antes de tocarle, asegúrate de que te ha visto a ti y no a ella.

– Él nunca me haría daño -le contestó ella.

– Puede que no se dé cuenta de que eres tú -aclaró Galen.

Comencé a incorporarme de mi posición arrodillada, y la mano de Rhys me ayudó a levantarme. Doyle y Frost estaban allí contemplando a Caswyn y sus caras mostraban pena.

Me moví para acercarme a ellos, todavía cogida de la mano de Rhys. Pero él retrocedió, y dijo mientras me miraba…

– Mis poderes atraen a la muerte, Merry. No ayudarán aquí.

Miré a Doyle y Frost, e incluso a Barinthus quien estaba todavía apoyado contra las puertas correderas de cristal. Pude ver a Amatheon y a Adair en la terraza. Apartaron la mirada cuando les miré a los ojos, como si estuvieran felices de poder dedicarse a asar los filetes en la parrilla de la terraza, y no estar dentro intentando arreglar algo. Quizás eligieron lo fácil, pero la idea era… que si eras un miembro de la familia real, uno auténtico, no podías encargarte sólo de las cosas fáciles. A veces tenías que hacer aquello que era lo más duro, si eso era lo que tu gente necesitaba. Caswyn necesitaba algo ahora mismo, y yo era todo lo que teníamos.

Recé…

– Diosa, ayúdame a ayudarle. Dame el poder que necesito para curarle. -Y olí a rosas, que era el olor que solía percibir cuando la Diosa contestaba a mis rezos, o cuando trataba de conseguir mi atención.

Galen dijo…

– ¿Alguien más huele a flores?

– No -contestó Hafwyn.

– ¿Huele alguien más a flores o a plantas? -preguntó Rhys.

Se oyó un coro bajo y profundo de “noes” desde todas las partes del cuarto. Me acerqué a Galen y a Hafwyn que estaban todavía frente a Caswyn. El olor a rosas se hizo más fuerte mientras me acercaba a ellos. Ésa era una de las formas en que yo sabía que la Diosa se manifestaba. Dentro del mundo feérico o en un sueño podía llegar a verla, pero en el día a día, a menudo era mediante el perfume u otros signos menos dramáticos que se manifestaba.

Hafwyn se alejó de Galen y Caswyn. Sus ojos azules estaban muy abiertos cuando me dijo…

– Sólo puedo curar el cuerpo, no la mente.

Asentí, y fui hasta Galen. Él me miró, diciendo…

– No soy un sanador.

– Yo tampoco -le dije. Alargué la mano hacia la suya, nerviosa. En el momento que su mano tomó la mía, el olor a rosas se intensificó, como si me encontrara junto a un espeso parterre de rosas salvajes en el calor del verano.

– Flores otra vez -dijo él-, más fuerte que antes.

– Sí -dije.

– ¿Cómo le ayudamos? -preguntó.

Y esa era la cuestión. ¿Cómo le ayudábamos aún con el olor a flores rodeándonos y la misma presencia de la Diosa en el aire? ¿Cómo curábamos a Caswyn fuera del mundo de las hadas?

El olor a rosas era tan intenso como si estuviera tomando una bebida de agua de rosas, asentándose como un caramelo dulce y refrescante en mi lengua.

– Vino de mayo -dijo Galen. -Puedo saborear el vino de mayo.

– Agua de rosas -musité.

Comencé a arrodillarme, y Galen se arrodilló conmigo.

– Diosa, deja que Caswyn nos vea. Déjale saber que somos sus amigos.

La mano de Galen se hizo más cálida en la mía, no demasiado caliente, más bien como si hubiera estado al sol y la piel retuviera ese calor. Sonreía dándole la bienvenida, con una sonrisa bondadosa en su cara, y Caswyn le miraba. Sus ojos estaban muy abiertos, pero comenzaban a perder el pánico tan absoluto de antes.

Dijo…

– Galen.

– Sí, Wyn, soy yo.

Él miró frenéticamente alrededor del cuarto, y por fin me miró fijamente.

– Princesa, ¿a dónde se fue ella?

– ¿Dónde se fue quién? -le pregunté, aunque estaba bastante segura de a quién se refería con ese “ella”.

Caswyn sacudió la cabeza, haciendo que su cabello se deslizase sobre su cara otra vez.

– No me atrevo a decir su nombre después del anochecer. Me volverá a encontrar.

– Ella no está en Los Ángeles.

– Los Ángeles… -dijo, casi como una pregunta.

Galen contestó…

– Wyn, ¿sabes dónde estás?

Caswyn se lamió los labios, sus ojos reflejando miedo otra vez, pero ahora era una clase diferente de miedo. No era el miedo que produce un shock post-traumático, era el miedo de no saber dónde te encuentras, y el no saber por qué no lo sabes.

Sus ojos estaban dilatados y parecían asustados cuando susurró…

– No, no lo sé.

Nos tendió las manos, y nosotros se las cogimos a la vez con las nuestras. ¿Fue un accidente o un designio que le tocáramos los dos a la vez, y que los dos tocáramos la piel desnuda de sus antebrazos, donde las mangas enrolladas la habían dejado expuesta? Sin importar la causa, en el momento que tocamos su piel, la magia surgió a nuestro alrededor. No era el tipo de magia abrumadora que podría haber aflorado dentro del mundo feérico, ya que tal vez no era eso lo que Caswyn necesitaba. Quizás lo que necesitaba para sanar era algo gentil y delicado, algo como el toque de la primavera, o el primer calor del verano cuando las rosas llenan los prados.

Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras nos miraba, y fundiéndonos en un abrazo, le sostuvimos mientras lloraba. Le sostuvimos y el olor de las flores estaba en todas partes.

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