PATTERSON NO ESTABA EN SU CASA, NI EN EL TRABAJO, NI en ningún otro sitio donde la policía le buscó. Simplemente había hecho las maletas y había desaparecido. Pero era más fácil encontrar en Los Ángeles a un hombre humano que a una semiduende del tamaño de una Barbie. Pusieron sus fotografías en las noticias como personas de interés [33] que podrían tener información sobre los asesinatos. Tenían miedo de lo que la comunidad duende les podría hacer si las noticias sacaban a relucir que ellos eran nuestros presuntos asesinos. Yo tenía sentimientos encontrados sobre ahorrar a los contribuyentes el coste de un juicio que acabaría siendo apelado.
Esta noche soñé con la última escena del crimen. Pero era Royal el que estaba suspendido de lo alto del arco, su cuerpo colgando inerme y muerto, luego abrió los ojos, pero estaban nublados, como los ojos de los muertos. Desperté gritando su nombre, empapada en un sudor enfermizo.
Rhys y Galen habían intentado consolarme para ver si podía volver a conciliar el sueño, pero no podía volver a dormir hasta que despertaran a Royal y me lo trajeran. Tenía que verle vivo antes de poder volver a dormirme.
Me desperté entre Rhys y Galen, con Royal enroscado sobre la almohada, al lado de mi cabeza. Se parecía… bueno, de alguna forma parecía estar a medio camino entre ser el objeto de un sueño infantil o una fantasía muy adulta.
Él despertó con una sonrisa perezosa y me dijo…
– Buenos días, Princesa.
– Siento haberte despertado anoche.
– Que te importe lo suficiente para llegar a preocuparte no es algo malo.
– Es demasiado temprano para hablar -masculló Galen desde su almohada, acurrucándose luego en la cama para poder así esconder sus ojos contra mi hombro.
Rhys se dio la vuelta, dejando caer un brazo a medias sobre mi cintura y a medias sobre Galen. Podía notar que estaba despierto, pero si quería fingir lo contrario, allá él.
Royal y yo bajamos la voz, y él se movió por la almohada para así poder acurrucarse contra un costado de mi cara y susurrar en mi oído.
– Los otros semiduendes están celosos -dijo.
– ¿Del sexo? -Susurré.
Él acarició con su mano la curva de mi oreja de la misma forma que un amante de mayor tamaño podría acariciar un hombro.
– Por eso, aunque ser capaz de crecer en tamaño es un raro don entre nosotros. Nadie en esta casa puede hacerlo excepto yo. Ellos se preguntan si el pasar una noche contigo les proporcionaría el mismo poder.
– ¿Qué piensas tú? -le pregunté.
– No sé si quiero compartirte con ellos, y además soy como todos los nuevos amantes, celoso y enamorado. Incluso nos han llegado a abordar semiduendes que no son de los nuestros. Quieren saber si es verdad que he obtenido tal poder.
Rhys alzó la cabeza, adiós al fingimiento.
– ¿Qué les dijiste?
Royal se sentó al lado de mi cara, rodeándose las rodillas con los brazos.
– Que era verdad, pero ellos no me creyeron hasta que se lo mostré.
– Entonces puedes hacerlo a voluntad -comentó Rhys.
Él asintió feliz.
– ¿Qué pensarías que ocurriría si nos acercáramos al Fael y cambiaras delante de todos?
– Que a Merry le darían la lata todos y cada uno de los semiduendes que quisieran ser más grandes.
Miré a Rhys, y Galen levantó la cabeza.
– No, Rhys, no -exclamó Galen.
– Han pasado dos días y la policía todavía no tiene ninguna pista de su paradero -dijo Rhys.
– No vas a poner a Merry de cebo para esos monstruos.
– Creo que eso debería decidirlo Merry -aclaró Rhys.
Galen giró su enojado rostro para mirarme.
– No lo hagas.
– Creo que Bittersweet no sería capaz de resistirse -dije.
– Eso es exactamente lo que me da miedo -dijo él.
– Tendríamos que hablarlo con la Detective Tate -dijo Rhys.
Galen se apoyó sobre los codos y nos miró.
– Despertaste gritando, Merry. Eso sólo después de ver a sus víctimas. ¿Realmente quieres ponerte como cebo ofreciéndote como una víctima potencial para ellos?
La verdad sea dicha, no, pero en voz alta dije…
– Sé que no quiero tener que ir a otra escena del crimen, especialmente si tenemos la posibilidad de desenmascararlos.
– No -sentenció Galen.
– Hablaremos de esto con Lucy -le dije.
Él se arrodilló en la cama, e incluso estando desnudo y absolutamente atractivo, estaba tan enfadado que no me pareció sexy.
– ¿Es que aquí no cuenta mi voto en absoluto?
– ¿Qué tipo de gobernante sería si me mantuviera al margen y dejara que más duendes murieran?
– Dejaste la maldita corona por amor; bien, no hagas esto por la misma razón. Te amo, te amamos, y este humano tiene alguno de los aparatos más poderosos de los que algunos de los más viejos de entre nosotros han visto en siglos. No sabemos de lo qué es capaz, Merry. No hagas eso. No te pongas en peligro a ti misma y a nuestros bebés.
– Puede que la policía no permita que actúe como señuelo. Ya les preocupa que pueda salir lastimada por los medios de comunicación…
– Y aunque la policía lo prohíba, pasarás de todo e irás al Fael para exhibir a Royal, ¿no es cierto?
No dije nada. Rhys me miraba a mí, no a Galen. Royal sólo estaba allí sentado como si esperase a ver lo que decidirían los sidhe, como todos los de su clase habían hecho durante siglos.
Galen salió de la cama y recogió su ropa del suelo donde ellos la habían dejado caer anoche. Nunca le había visto tan disgustado.
– ¿Cómo puedes hacer esto? ¿Cómo puedes arriesgarlo todo de esta manera?
– ¿Realmente quieres ver otro asesinato? -le pregunté.
– No, pero sobreviviría. A lo que no estoy seguro de sobrevivir es a ver tu cuerpo en un depósito de cadáveres.
– Vete -le dije.
– ¿Qué?
– Que te vayas.
– No puedes asustarla así antes de una batalla -dijo Rhys.
– ¿Qué demonios significa eso? -preguntó Galen.
– Significa que está asustada y no quiere hacerlo, pero que lo hará por la misma razón que nosotros cogemos un arma y corremos hacia la batalla, y no nos alejamos de ella.
– Pero somos sus guardaespaldas. Se supone que nosotros corremos hacia su problema. Ella es a quién se supone que nosotros debemos mantener a salvo. ¿No es parte de nuestro trabajo impedirle que corra esos riesgos?
Rhys se sentó, tirando de la sábana sobre su regazo y parte de mi cuerpo.
– A veces, pero antaño montábamos a caballo hacia la batalla al lado de nuestros líderes. Ellos iban al frente, no en la retaguardia. El único fracaso para la guardia era no morir al lado de su rey, o que muriera antes de que lo hiciéramos nosotros.
– No quiero que Merry muera de ninguna manera.
– Ni yo tampoco, y arriesgaré mi vida para que eso no llegue a pasar.
– Es una locura. No puedes hacerlo, Merry, no puedes.
Sacudí la cabeza.
– Espero no tener que hacerlo, pero tu ataque de histeria no hace que me sienta mejor.
– Bien, porque no deberías sentirte mejor por ello. No deberías hacerlo en absoluto.
– Sólo vete, Galen, por favor, vete -le pedí.
Se fue, todavía con su ropa hecha un revoltijo en sus brazos, desnudo y mostrando su hermosa espalda salió por la puerta, cerrándola de golpe detrás de él.
– Estoy asustada -dije.
– Me sentiría preocupado si no lo estuvieras -indicó Rhys.
– Eso no es muy consolador -musité.
– Ser un líder no es siempre cómodo, Merry. Tú sabes eso mejor que cualquier líder de los que hemos tenido desde que aterrizamos en este país.
Royal, de repente, se hizo lo bastante grande para sostenerme. Me envolvió entre sus brazos, sus alas chasquearon detrás de él en un abanico de rojos y negros, como hacen las polillas cuando quieren espantar a un depredador.
– Dime que no debo mostrar mi nuevo poder y lo esconderé.
– No, Royal, queremos que ellos lo sepan.
Él presionó su cara contra la mía y miró a Rhys.
– ¿Realmente es tan peligroso?
– Podría serlo -contestó él.
– Mi voto sumado al del caballero verde no os hará cambiar de opinión, ¿o podría?
– No -sentencié.
– Entonces haré lo que tú quieras, mi princesa, pero debes prometerme que nada te pasará.
Sacudí la cabeza, mis manos se alzaron por su espalda hacia las delicadas, rígidas y extrañas alas.
– Soy un miembro de la familia real hada. No puedo hacer una promesa que sé que no puedo llegar a cumplir.
– Debemos hablar con Doyle y los demás -comentó Rhys. -Quizás tengan un plan un poco más seguro.
Estuve de acuerdo. Royal también, pero al final nadie tuvo un plan mejor.