DOYLE Y FROST, CON USNA AL VOLANTE, TOMARON EL SUV, Y Usna usó el encanto para hacerse pasar por mí. Me sorprendió que tuviera carnet de conducir, pero por lo visto, años antes de que yo naciera, había dejado el mundo de las hadas para explorar el país. Cuando le pregunté el por qué, me respondió…
– Los gatos son curiosos.
Y supe, con sólo mirar su rostro, que ésa era toda la respuesta que iba a conseguir.
Usna no era lo bastante bueno con el encanto como para caminar entre la multitud. Un golpe, y la ilusión se rompería, por eso no venía conmigo. Habría demasiada gente allí donde íbamos. Pero esperábamos al menos que una ilusión más elemental despistara a la prensa dirigiéndoles hacia las puertas exteriores, y dejándonos a los demás marchar tranquilos.
Pero su compañera, Cathbodua, sí era lo bastante buena para venir con nosotros. Hubo un momento, cuando ella estaba en medio de la sala de estar con su capa de plumas de cuervo y con su pelo largo hasta los hombros mezclándose con las plumas, que hizo que ella, al igual que Doyle, pareciera tan oscura que no sabíamos dónde acababa la oscuridad y dónde empezaba ella para que nuestros ojos pudieran identificarla. Su piel casi parecía flotar contra toda esa oscuridad.
Entonces, las plumas se alisaron y desaparecieron, y ella llevaba el largo impermeable negro que casi siempre llevaba puesto. Cathbodua sólo tenía que matizar el color de su piel de una palidez sobrenatural hasta darle un tono más humano. La mayoría de las mujeres habían sido tan poco fotografiadas conmigo que no tenían que cambiar nada salvo sus ojos, el pelo, y un poco la ropa. Saraid cambió su pelo dorado a un dorado castaño y su piel a un bronceado besado por el sol. Sus ojos, normalmente azules con estrellas blancas, ahora eran simplemente azules. Era todavía hermosa, pero podría pasar por humana. Incluso el hecho de medir un metro ochenta y tener un cuerpo de naturaleza esbelta, no la haría destacar aquí en Los Ángeles como lo hubiera hecho en el Medio Oeste. Aquí había miles de altísimas y espléndidas mujeres que habían intentado ser actrices y que al final habían tenido que conformarse con un trabajo eventual.
Galen cambió el color de sus cortos rizos a un marrón indescriptible, y el de sus ojos para que hicieran juego con el pelo. Se había oscurecido la piel por lo que parecía estar realmente bronceado, y había hecho sutiles cambios en su cara y cuerpo de modo que le hicieran parecer más ordinario. Uno vería a un chico mono y sonriente como los que solía haber en la playa. Rhys creó una ilusión para el ojo que le faltaba, y ahora lucía los dos de un bonito azul, un tono no demasiado llamativo. Él simplemente se recogió su pelo largo hasta la cintura, retorciéndolo y metiéndoselo bajo el sombrero de fieltro. Había dejado la gabardina en la casa de la playa, e iba con la chaqueta del traje que se había puesto la última vez que fue a trabajar, conjuntándola con unos tejanos y una camiseta. Los vaqueros eran suyos, pero la camiseta la había tenido que pedir prestada. Le quedaba bien de los hombros, pero le sobraba bastante en la cintura llevándola remetida en los elegantes tejanos desteñidos. Se calzó sus botas y ya estaba listo.
Salí del dormitorio con el pelo de un color caoba, casi castaño. También me lo había recogido en una trenza francesa. El traje chaqueta era de un intenso color marrón como el chocolate, la falda un poco corta para los negocios, pero yo era lo suficientemente baja para que me quedara bien. Había tomado prestada una pistolera y el arma de Rhys, y la llevaba puesta a mi espalda por lo que iba armada. A él le quedaban una pistola, una espada, y una daga. Yo llevaba mi propio cuchillo colocado en una funda de muslo bajo la falda. El cuchillo, de hecho, no era sólo para defenderme; era también para llevar algo de hierro frío en contacto con mi piel desnuda. El acero y el hierro eran una ayuda contra la magia feérica, pero aún funcionaban mejor si estaban en contacto con la piel. Había muchos duendes, incluso sidhes, que no serían capaces de crear un encanto llevando algo de metal frío que tocara su piel. Mi ascendencia humana y brownie me había ayudado a conservar la magia sin importar cuánto metal y cuánta tecnología me rodeara. El cuchillo no era nada comparado con la ciudad en sí misma. El estar junto al océano les facilitaba algo las cosas, pero seguían siendo muchos los duendes menores que no podían realizar demasiada magia en medio de una ciudad moderna.
Eso me hizo pensar en Bittersweet y si Lucy la habría encontrado. Aparté el pensamiento y me miré en el espejo una vez más para asegurarme de que ni el arma ni el cuchillo se veían bajo el traje. La falda era ligera, pero con vuelo, moviéndose a mi alrededor cuando andaba. Tenía muchas faldas que eran tan rectas que hasta una pequeña arma se perfilaría bajo la tela.
Me encaminé hacia la gran sala. Galen se encontró conmigo, sonriendo.
– Olvidé que también haces que tus ojos sean castaños.
– Los ojos verdes son poco corrientes. La gente los recuerda.
Me sonrió abiertamente, y se movió para tomarme en sus brazos. Le dejé, bastante segura de lo que iba a decir.
– Deberíamos comprobar si el encanto es efectivo y ver si algo de distracción consigue hacernos perder la concentración.
Nos besamos, y fue un beso agradable y delicioso. Él se apartó y le miré, alzando la cara hacia ese par de ojos castaño oscuro en un rostro mucho más bronceado de lo que podría llegar a conseguir sin ayuda de la magia.
Le sonreí.
Fue Rhys quien dijo…
– Venid vosotros dos, ya sabemos que nuestro encanto se mantiene firme. Amatheon y Adair han informado. La prensa se ha tragado el cebo con Doyle y Frost, por lo que podemos ir a hacer nuestro trabajo. -Le seguimos hasta la puerta, dejando las manos quietas mientras salíamos. Confiaba en que los otros guardias habrían conseguido que la mayor parte de los periodistas se marcharan, pero si nos pillaban pegados el uno al otro como amantes, no habría encanto que les impidiera fotografiarnos, y no todo el encanto se mantiene firme ante las cámaras. No sabíamos el por qué, pero incluso con nuestro mejor disfraz, a veces una fotografía revelaba la verdad cuando la simple vista no lo hacía.
Sholto iba delante de todos nosotros.
– Las puertas están preparadas.
– Entonces aparecerás solo -dijo Galen.
– Sí.
– ¿Cómo puedes estar tan seguro de que no habrá nadie en el portal cuando te aparezcas?
– Puedo sentir el vacío -dijo él.
– Bromeas.
– Yo no sabía que podías crear portales -le dije.
– Es un poder que me ha sido devuelto cuando fuimos coronados.
– No se lo digas a Barinthus -comentó Galen.
– No lo haré -fue muy solemne cuando lo dijo. -Exploraré el área y veré si los reporteros parecen ser conscientes de que estás en camino; informados, creo que dicen ellos.
– Así es -dije con una sonrisa.
– Si han sido informados, llamaré -Él había hecho que su pelo pareciera rubio y corto, y sus ojos dorados parecían tan castaños como los míos o los de Galen. Incluso había conseguido que su cara se viera menos hermosa para no llamar tanto la atención.
Rhys conducía el que ya era su coche. Dejamos que Saraid fuera delante con él, y los demás nos acomodamos en la parte de atrás. Realmente podíamos ver el destello distante de las luces de la policía cuando Rhys estacionó en un pequeño aparcamiento. Julian o Jordan Hart estaba apoyado contra uno de los coches de la empresa. No fue hasta que se giró, y me dirigió esa sonrisa suya, que supe que era Julian y no su hermano gemelo. Los dos tenían un corto y espeso pelo castaño, cortado casi al cero en las sienes y algo más largo por arriba donde se veían algunos mechones de punta. Jordan no tenía esa sonrisa tan despreocupada y temeraria. Tenía una buena sonrisa. Los dos. Habían hecho bastante dinero como modelos, comenzando primero con su propia agencia de detectives, para luego comprar acciones de la Agencia de Detectives Grey. Eran hombres de metro ochenta, bronceados y bien parecidos, pero Julian era menos serio, más de la broma. Y sin embargo, era el hermano bromista el que había encontrado una relación monógama y feliz que duraba ya más de cinco años. El hermano serio, Jordan era un auténtico mujeriego, cosa que jamás había sido Julian ni en sus días de soltero. Para ser más precisos, las preferencias de Julian se dirigían hacia los hombres.
Él llevaba puestas unas gafas de montura pequeña con el cristal de color amarillo, haciendo juego con la ropa marrón y café claro. Se me acercó riendo.
– Deberías de haberme llamado, cariño. Habría escogido otro color y así no iríamos a juego.
Sonreí y le ofrecí la mejilla para que me besara, beso que conseguí y devolví. Todavía sonreía, aunque sus ojos ocultos detrás de sus gafas horteras estaban muy serios.
– No has estado aún en la escena del crimen, ¿o sí? -pregunté.
– No -dijo él, su voz sonaba tan seria como sus ojos, pero si alguien le miraba, vería a alguien que sonreía, de expresión agradable. -Pero Jordan sí ha estado.
Ahora entendí por qué sus ojos parecían sombríos. Cada uno de los gemelos podía ver lo que el otro estaba viendo si éste lo permitía. De pequeños no podían controlarlo, pero habían asistido después del colegio a programas de control psíquico junto con otros niños superdotados y ahora sólo compartían lo que deseaban que el otro viera. Lo que el hermano de Julian le había mostrado era lo suficientemente malo para apagar el brillo de su mirada.
Miró hacia los hombres que iban conmigo, y la sonrisa volvió a reflejarse en sus ojos. Había otros magos humanos que habrían tenido que preguntar para estar seguros de quién se escondía detrás del encanto, pero Julian era realmente de los buenos, igual que su hermano. Así que fue hacia donde estaba Galen, besándole en la mejilla como había hecho conmigo e intercambió un apretón de manos con Rhys. El hecho de saber a quién besar y a quién estrechar la mano sólo nos dijo que los disfraces realmente no le engañaban. No estaba bien, ya que algunos policías ahora eran magos, aunque la mayoría no se especializaba en “ver” aquello que era real.
Julian vaciló ante las mujeres, lo que veía no le bastaba para decidir a quién besar. Era algo más místico que eso. No conocía a las guardias femeninas en absoluto, por lo que optó por estrechar sus manos. La verdad es que era más cuidadoso con las mujeres que con los hombres.
Por supuesto, Julian no había estado muy contento conmigo cuando más de la mitad de la agencia de detectives Kane y Hart había sido eliminada por una muy grande y maléfica bestia mágica llamada “El Innombrable”. Nosotros, mis hombres y yo, habíamos conseguido al final acabar con ella, pero Kane y Hart habían perdido a cuatro de sus empleados en la lucha, por lo que la Agencia de Detectives Grey era ahora la Agencia de Detectives Grey y Hart. Ambas agencias habían estado compitiendo por el mismo sector de mercado, por lo que tenía sentido que unieran sus fuerzas, y además, tal vez Julian y Jordan Hart se habían dado cuenta de que combinar su magia humana, con la nuestra, que no lo era, sería algo que beneficiaría al resto de sus empleados.
Adam Kane, novio desde hacía tiempo de Julian, había perdido a su hermano más joven, Ethan, en la lucha. Creo que Adam habría estado de acuerdo con cualquier cosa durante aquellas primeras semanas. Incluso ahora, Adam seguía haciendo principalmente trabajo de oficina, viendo a clientes, y casi ningún trabajo de campo. No estaba segura de si era porque todavía estaba apenado o porque Julian no podía soportar la idea de ponerle en peligro. Finalmente, si había que acabar hablando con él, sería Jeremy quien se encargaría de hacerlo, porque en la oficina él era el jefe. Era realmente bueno en eso y menos mal que yo no era el jefe de cada maldito lugar.
– En realidad es más rápido caminar desde aquí -dijo Julian. Sus manos fueron a los bolsillos de la chaqueta y comenzaron a sacar una cajetilla de cigarrillos, luego vaciló. -¿Te molesta si fumo mientras andamos?
– No sabía que fumaras -le dije.
Me dirigió una brillante sonrisa, un centelleo de dientes blancos y perfectos que había conseguido trabajando como modelo y que ahora le venían de perlas cuando trabajaba para las celebridades locales.
– Lo dejé hace años, pero últimamente he sentido la necesidad de volver a empezar. -Algo pasó por su cara mientras hablaba, algún pensamiento o emoción, y no era de los buenos.
– ¿Tan tremenda es la escena de crimen? -preguntó Galen, prueba suficiente de que él también había notado su expresión.
Julian miró hacia arriba casi distraídamente, como si realmente no viera el aquí y el ahora. Yo había visto antes esa mirada en sus ojos, cuando él estaba viendo lo que veía su hermano.
– Es bastante mala, pero no tan mala como para que desee volver a fumar.
Intentaba decidir si preguntarle cómo de malo tenía que ser para que deseara fumar, cuando él encendió un cigarrillo y comenzó a cruzar la calle a largas zancadas. Caminaba como lo hacía habitualmente, como si la acera fuera una pasarela y todo el mundo le estuviera mirando. A veces lo hacían. Rhys caminaba delante de nosotros, con Saraid a su lado. Galen y Cathbodua tomaron la retaguardia, es decir, detrás de Julian y de mí. Me di cuenta de que ya podíamos usar todo el encanto que quisiéramos, que ellos se verían claramente como guardaespaldas. Ésa sería una pista de que Julian y yo no éramos lo que parecíamos.
Él pareció notar que yo me había dado cuenta, porque me ofreció su brazo, y yo lo tomé. Comenzó a acariciarme el brazo repetidamente y a sonreírme exageradamente. Actuaba como el amante rico, hombre de negocios o celebridad que necesitaba llevar guardaespaldas. Me sumé a la actuación, apoyando la cabeza contra su hombro, y riéndome de comentarios que no eran graciosos en absoluto.
Él se inclinó y habló casi silenciosamente, con una gloriosa sonrisa.
– Siempre se te han dado bien los trabajos encubiertos, Merry.
– Gracias, a ti también.
– Oh, soy muy bueno metiéndome en el papel -dijo riéndose y tirando el cigarrillo a medio fumar en la primera papelera que vimos.
– Creí que necesitabas un cigarrillo -le dije, sonriéndole.
– Casi había olvidado que coquetear es mejor que fumar -se inclinó, rodeándome los hombros con un brazo para pegarme contra su cuerpo. Yo tenía bastante práctica en eso de caminar con gente de aproximadamente un metro ochenta de alto, aunque él se movía de forma diferente que la mayoría de mis hombres. Deslicé el brazo alrededor de su cintura, por debajo de la chaqueta, rozando el arma que llevaba en una pequeña funda a su espalda para que no arruinara la línea de su abrigo. Paseamos calle arriba así, con nuestras caderas rozándose una contra la otra mientras caminábamos.
– No pensé que te gustara coquetear con mujeres -le dije.
– No hago distinciones, Merry, tú deberías saberlo.
Me reí, y esta vez fue de verdad.
– Lo recuerdo, pero por lo general no iba dirigido hacia mí.
Él me besó con suavidad en la sien, y había intimidad en el gesto, intimidad que no había estado presente cuando tocaba mi brazo. Siempre hubo un poco de broma en el gesto, como dejándote saber que no significaba nada, por lo que más tarde no podías enfadarte con él.
Julian siempre tocaba a la gente, y esto me dio una idea. Me incliné hacia él aún más cerca y le hablé lo mas quedamente que pude, sólo para sus oídos.
– ¿No tienes relaciones íntimas últimamente?
La pregunta le sobresaltó ya que tropezó e hizo flaquear nuestro ritmo tranquilo. Él nos estabiliz ó, y seguimos nuestro casi perezoso paseo calle arriba hacia todas esas luces parpadeantes.
– ¿No es muy directo preguntar eso, incluso para la cultura duende? -susurró contra mi pelo.
– Sí -le susurré -pero en unos minutos estaremos en la escena del crimen, y quiero saber cómo está mi amigo.
Él sonrió, aunque estaba lo bastante cerca para darme cuenta de que la sonrisa no se reflejaba en sus ojos.
– No, no consigo que me den mucho cariño en casa. Adam parece haber sepultado su corazón junto con su hermano. Y yo estoy comenzando a mirar a mi alrededor, Merry. Comienzo a buscar oportunidades, y me estoy dando cuenta de que no es simplemente sexo lo que busco, es el cariño, el afecto que he perdido. Creo que si pudiera conseguir más cariño sería capaz de poder esperar a que él superara su pena.
Acaricié los planos abdominales de su estómago, y él me dirigió una mirada especulativa. Le sonreí, diciéndole…
– Puedes conseguir ese afecto, Julian. Nuestra cultura no ve las caricias como algo necesariamente sexual.
Entonces él se rió, dejando oír un sonido súbito y feliz de sorpresa.
– Pensé que veíais cada caricia como algo sexual.
– No, sensual, pero no sexual.
– ¿Y hay alguna diferencia? -preguntó.
Pasé la mano otra vez por su estómago, mientras con la otra rodeaba su cintura.
– Sí.
– ¿Cuál es? -inquirió.
Eso me hizo fruncir el ceño.
– No te gustan las mujeres, ¿recuerdas?
Él volvió a reírse, y puso su mano sobre la mía allí donde descansaba sobre su estómago.
– Sí, pero tú no compartirás a tus hombres.
– Ésa sería una pregunta que le tendrías que hacer a cada uno de ellos -le aclaré.
Él arqueó las cejas.
– ¿De verdad?
Su expresión me hizo reír.
– Ves, preferirías acostarte con ellos que conmigo.
Alzó los ojos mirando al cielo mientras hacía un aspaviento con las manos, luego me sonrió abiertamente.
– Es verdad -dijo, inclinándose hacia mí, todavía sonriendo aunque sus siguientes palabras no hacían juego con la sonrisa. -Pero si te abrazo, Adam me perdonará, mientras que si abrazo a un hombre no me lo perdonará en la vida.
Estudié su cara a pocos centímetros de la mía.
– ¿Así estamos?
Asintió, y levantó mi mano de su estómago para así depositar unos pocos besos en mis dedos mientras hablaba.
– Amo a Adam más de lo que alguna vez pensé que amaría a alguien, y no llevo bien su falta de atención -dejó caer mi mano y juntó nuestras caras todo lo que nuestras diferentes alturas y mis tacones lo permitían. -Es una debilidad mía, pero siento la necesidad de acariciar, de coquetear con alguien.
– Ven a casa a cenar con nosotros esta noche y nos haremos un montón de carantoñas mientras miramos cualquier cosa en la tele de pantalla gigante.
Sus pasos vacilaron, y casi perdió el ritmo, pero se enderezó, así que ninguno de nosotros perdió el paso.
– ¿Estás segura?
– Confía en mí, mientras no sea sexual puedes conseguir esas caricias.
– ¿Y si quisiera que fuera sexual? -preguntó.
Eso me hizo mirarle frunciendo el ceño, y él apartó la mirada, rehuyendo la mía. Fingió que miraba hacia la policía y los coches patrulla, pero yo sabía que él me apartaba la cara, porque independientemente de lo que se reflejaba en sus ojos, en aquel momento no quería compartirlo conmigo.
Le paré, deteniéndome yo, haciéndole girar para quedar frente a él.
– Me dijiste una vez que tu compromiso con Adam fue la primera relación que te había hecho feliz, que antes sólo follabas y trabajabas, pero que en realidad nunca habías sido feliz.
Él asintió ligeramente.
– Si me dices que tu prioridad es mantener tu compromiso con él, entonces te ayudaré a conservarlo, pero si me dices que se ha acabado y que sólo quieres sexo, ésta es una conversación muy diferente.
Pude ver el dolor en sus ojos. Me envolvió en un abrazo que nos pegó el uno al otro. Nunca me había abrazado así, y menos con otros hombres delante a menos que estuviera jugando e intentando ver si podía conseguir incomodarles. Pero éste no era un abrazo sexual o de jugueteo. Me sujetaba con demasiada fuerza y desesperación. Le abracé, hablándole con la cara presionada contra su pecho.
– Julian, ¿qué te pasa?
– Voy a engañarle, Merry. Si me deja solo por mucho más tiempo, voy a engañarle. Creo que es lo que está esperando, y así poder usarlo como una excusa para romper.
– ¿Por qué querría hacer eso? -Le pregunté.
– No lo sé, quizás porque Ethan siempre odió el hecho de que su único hermano fuera gay. Él siempre me odió y me culpaba de convertir a su hermano en un maricón.
Intenté separarme para poder ver su cara, pero él evitó mirarme.
– Ethan no creía eso. A Adam siempre le han gustado los hombres.
– Él tuvo novias aquí y allí. Incluso estuvo comprometido una vez antes de salir conmigo.
Toqué su cara y le giré para que me mirara.
– ¿Te hace estos desaires para volver a estar con otras mujeres?
Él sacudió la cabeza, y me di cuenta de que había lágrimas brillando detrás de aquellas gafas oscuras. Aún no lloraba, pero intentaba no parpadear para evitar que cayeran.
– No lo sé. No quiere que le toque. No quiere que nadie le toque. Ya no sé lo que pasa por su cabeza.
Las lágrimas temblaron en el espesor de sus pestañas. Pero mantenía los ojos muy abiertos para impedir que cayeran.
– Ven a cenar con nosotros, al menos disfrutarás de un poco de afecto.
– Se supone que tenemos que cenar juntos esta noche; si funciona podría ser que no necesitara las caricias de nadie más.
Le sonreí.
– Si no apareces, entonces sabremos que tú y tu novio os estáis divirtiendo, y eso sería genial.
Él se rió de mí, y rápidamente se limpió las lágrimas no derramadas. Era gay, pero aún así era un hombre, y la mayoría lamentaban llorar, especialmente en público.
– Gracias, Merry. Siento agobiarte con mis penas, pero mis otros amigos son casi todos gays y…
– Y verían esto como una oportunidad para atraparte -acabé.
Él hizo un movimiento de pesar otra vez.
– No para atraparme, pero soy consciente de que varios de mis amigos serían felices de volver a estar en mi cama.
– En la mayoría de los casos, ése suele ser el problema con los amigos que también son ex-amantes -le dije.
Él se rió y esta vez pareció feliz.
– ¿Qué puedo decir? Soy sólo un tipo amistoso.
– Eso he oído -comenté. Le abracé, y él me abrazó a su vez, más un abrazo de amigo esta vez. -¿Vas a hablar con Adam sobre la posibilidad de asistir a una terapia de pareja? -le pregunté.
– Él dice que no necesita terapia. Que sabe lo que le ocurre. Que perdió a su maldito hermano y tiene derecho a estar triste.
Rhys carraspeó y nos giramos para mirarle.
– Tenemos que identificarnos y pasar el cordón policial. -Habló en un tono completamente neutro, pero yo sabía que había captado bastante de lo que habíamos dicho. En primer lugar, todos los duendes tienen mejor oído que los humanos, y segundo, después de mil años uno tiene mucha práctica en leer a la gente.
– Lo siento -dijo Julian. -Eso ha sido muy poco profesional y para nada aceptable. -Se echó para atrás, separándose de mí, arreglándose la chaqueta y alisándose las solapas mientras al mismo tiempo recobraba la compostura.
Galen se acercó y le dijo…
– Te abrazaremos sin arruinar tu matrimonio.
– Oh, es un golpe para mi ego -le dijo Julian con una sonrisa-, el que no te tiente seducirme.
Galen le sonrió mientras decía…
– No creo que fuera yo el seductor.
Julian sonrió abiertamente a sus espaldas. Cathbodua frunció el ceño y dijo…
– No abrazaré a nadie más que a Usna esta noche.
– Qué triste para ti -le contesté.
Cathbodua frunció el ceño más intensamente. Sacudí la cabeza, pero le dije…
– Nadie tiene que abrazar a los que no quieren ser abrazados. Hay que acariciar porque te apetece, no porque te obliguen.
Ella intercambió una mirada con Saraid.
– Es muy diferente del príncipe.
Saraid dijo…
– Y qué felicidad que así sea.
Julian echó un vistazo a las dos mujeres y luego dijo…
– ¿Pensabais realmente que Merry os obligaría a tocarme si no queríais hacerlo?
Las mujeres sólo le miraron. Julian se estremeció.
– No sé cómo fue vuestra vida antes de ahora, pero yo no voy a obligaros a nada. Si mi encantadora personalidad no consigue haceros desear mi compañía, que así sea.
Las mujeres intercambiaron otra mirada. Cathbodua dijo…
– Dadnos unos meses más en este nuevo mundo y podremos creer todo lo que decís sobre la princesa.
– Dile a Jeremy que excluya a las guardias femeninas del trabajo encubierto durante un tiempo -comentó Julian.
Pensé en cómo cualquiera de las mujeres se podría haber tomado el pequeño paseo con Julian. ¿Habría parecido forzado, una especie de abuso sexual? Había tantos a los que cuidar, y yo acababa de ofrecer mi ayuda a Julian. Pero no me importaba hacerlo, porque sabía cómo podía llegar a afectarte la falta de atención, hasta el punto de llegar a buscarla en desconocidos, mientras la persona que supuestamente te amaba, en lugar de hacerlo te descuidaba. Los humanos echaban la culpa del final de la relación al que engañaba, pero yo sabía por mi primer novio que hay más formas de acabar con una relación que sólo con irse. Puedes dejar a tu pareja tan privada de atención que es como si no estuviera en absoluto enamorada.
Si podíamos ayudar a Julian a sobrellevar el áspero comportamiento de Adam, entonces lo haríamos. Tenía entendido que uno podía morir un poco cada día por la falta del cariño de la persona correcta. Yo había pasado tres años sin el toque de otro sidhe. No quería ver a alguien más pasar por eso si podía ayudarle. Y Adam no me vería como una amenaza, porque era una mujer.
Sacamos nuestras tarjetas de identidad y esperamos a que alguien al mando nos diera permiso para cruzar ante el personal uniformado. Éramos detectives privados, no detectives del cuerpo de policía, y eso significaba que ningún policía diría simplemente…
– Pueden pasar.
Esperamos bajo la brillante luz del sol mientras Julian sostenía mi mano y yo se lo permitía. Hubiera preferido poder dedicarme a aliviar su necesidad de afecto y no tener que ver más cadáveres, pero no me pagaban por acariciar a mi amigo, hoy me pagaban por examinar muertos. Tal vez más tarde podríamos disfrutar de un agradable caso de divorcio. Eso sonaba bastante bien mientras seguíamos al cortés detective entre los demás policías y el equipo de emergencias. Todos ellos evitaban los ojos de los demás. Había aprendido que eso era una mala señal, un indicio de que lo que nos esperaba era cuanto menos inquietante, incluso para esta gente que estaba acostumbrada a ver tales cosas. Seguí andando, pero ahora coger de la mano a Julian, no era sólo para que él consiguiera un poco de cariño en este día; era porque su contacto hacía que me sintiera un poco más valiente.