CAPÍTULO 3

ME DIRIGÍ HACIA EL SALÓN DE TÉ FAEL, Y DOYLE TENÍA razón. No estaba cerca de la playa, donde todo el mundo estaría esperando. Se situaba a manzanas de distancia, en lo que en un primer momento había sido una mala zona de la ciudad y luego se había aburguesado siendo ocupada por los yuppies, para más tarde convertirse en un lugar donde las hadas se habían establecido convirtiéndolo en un lugar más mágico. Se llegó a convertir en un centro turístico donde los adolescentes y universitarios iban a pasar el rato. Los jóvenes siempre se han visto atraídos por los fantasiosos. Es por eso que durante siglos los humanos han puesto amuletos a sus hijos para protegerles y evitar que les arrebatáramos a los mejores, más brillantes y creativos. Nos gustan los artistas.

Como de costumbre, Doyle iba aferrado a la puerta y al salpicadero del coche. Siempre se sentaba de esa forma cuando iba en el asiento delantero. Frost le tenía menos miedo a los coches y al tráfico de Los Ángeles, pero Doyle insistía en que como capitán él debía sentarse a mi lado. Lo cierto era que yo encontraba encantador ese acto de valentía por su parte, aunque me guardé para mí misma cualquier comentario al respecto. No estaba segura de cómo se lo iba a tomar.

Él se las arregló para decir…

– Prefiero este coche al otro que conduces. Éste está más alto desde el nivel del suelo.

– Es un SUV [1] -dije, -es más un camión que un coche. -Iba buscando un lugar donde aparcar, y no tenía mucha suerte. Ésta era una zona de la ciudad donde la gente venía a pasear y a disfrutar de un agradable sábado. Y había un montón de gente, lo que significaba un montón de coches. Y estábamos en Los Ángeles. Todo el mundo usaba el coche para ir a cualquier parte.

El SUV en realidad pertenecía a Maeve Reed, como muchas de nuestras cosas. Su chofer se había ofrecido a conducir para nosotros, pero en el momento en que llamó la policía decidí que la limusina se quedaba en casa. Ya tenía bastantes problemas para conseguir que la policía me tomara en serio como para aparecer en una limusina. Nunca se olvidarían de eso, y Lucy tampoco se olvidaría, y eso me importaba mucho más. Era su trabajo. En cierto sentido, los otros policías tenían razón. Yo sólo estaba allí de paso.

Sabía que parte del problema de Doyle era el coche en sí, toda esa acumulación de tecnología y metal. Aunque yo sabía de muchos semiduendes que tenían coches propios y conducían. La mayoría de los sidhe no tenían problemas con los rascacielos modernos, y estaban repletos de metal y de tecnología. Doyle también le tenía miedo a los aviones. Era uno de sus puntos débiles.

– ¡Ahí hay un sitio! -gritó Frost, señalando. Maniobré el enorme SUV hacia el hueco. Tuve que acelerar y casi golpeé a un coche más pequeño que estaba intentando adelantarme para quitarme el sitio. Doyle tragó saliva y dejó escapar un suspiro tembloroso. Quise preguntarle por qué ir en la parte trasera de la limusina no le molestaba tanto, pero me contuve. No estaba segura de que hacerle notar que sólo tenía miedo en el asiento delantero de un automóvil no le hiciera también coger miedo a la limusina. Y eso no era necesario.

Tenía el sitio, aunque aparcar el Escalade [2] en paralelo no era uno de mis pasatiempos favoritos. Aparcar el Escalade nunca era fácil y hacerlo en paralelo era como recibir un master de postgrado en estacionamiento. ¿Aparcar un trailer equivaldría a obtener el doctorado? Nunca he querido conducir algo más grande que este SUV, por lo que probablemente nunca lo averiguaré.

Podía ver el rótulo del Fael desde el coche, sólo unas pocas tiendas más abajo. Por una vez habíamos conseguido aparcar a menos de una manzana de distancia. Perfecto.

Esperé a que Doyle saliera estremeciéndose del coche y a que Frost se desatara y llegara junto a mi puerta. Yo sabía que era mejor no salir sin que uno de los dos estuviera a mi lado.

Se habían asegurado de que yo entendiera que parte del trabajo de un guardaespaldas consistía en entrenar a su protegido para que colaborase con ellos y su trabajo de protección. Sus altos cuerpos formaban una muralla a mi alrededor cuando estábamos en la calle. Si hubiera existido una amenaza potencial hubiera tenido más guardias. Como precaución, dos era lo mínimo. Tenerlos sólo como precaución me gustaba, quería decir que nadie estaba tratando de matarme. Y que eso fuera una novedad, decía mucho sobre los últimos años de mi vida. Tal vez no vivía el “Felices para siempre” que pintaban los periódicos sensacionalistas, pero definitivamente era mucho más feliz.

Frost me ayudó a bajar del SUV, lo cual ya me iba bien. Siempre hay un momento en el que me siento como una niña pequeña cuando me subo al Escalade. Era como estar sentada en una silla donde los pies no te llegan al suelo. Me hacía sentir como si tuviera seis años, pero el brazo de Frost bajo el mío, su altura y corpulencia me recordaron que yo ya no era una niña y que estaba a décadas de distancia de los seis años.

Se oyó la voz de Doyle…

– Fear Dearg [3], ¿qué estás haciendo aquí?

Frost se detuvo en mitad del movimiento e interpuso su cuerpo más sólido delante de mí, protegiéndome, porque Fear Dearg no era un nombre. Los Fear Dearg eran muy viejos, lo que quedaba de un antiguo reino de hadas anterior a las Cortes de la Luz y de la Oscuridad. Eso quería decir que como mínimo el Fear Dearg tenía más de tres mil años. Todos los que quedaban eran muy viejos, porque no tenían mujeres y por lo tanto no nacían nuevos Fear Dearg. Parecían una mezcla entre un brownie, un duende, y una pesadilla, una pesadilla que podía hacer que un hombre pensara que una piedra era su esposa, o que un acantilado sobre el mar fuera un camino seguro. Y algunos se deleitaban con el tipo de tortura que le habría gustado a mi tía. Una vez la había visto desollar a un noble sidhe hasta que quedó irreconocible, haciendo luego que la siguiera atado con una correa como un perro.

Un Fear Dearg podría ser más alto que el humano medio o podría ser unos 30 centímetros más bajo que yo, o de cualquier otra talla entre los dos extremos. Entre ellos sólo se parecían en que según los cánones humanos no eran hermosos y que vestían de rojo.

La voz que contestó la pregunta de Doyle era de un tono muy alto, aunque definitivamente masculino, pero sonaba quejumbrosa con ese tono que normalmente asocias a una edad avanzada en un humano. Nunca había oído ese tono en la voz de un duende.

– ¿Por qué? Para guardarte una plaza de parking, primo.

– Nosotros no somos parientes, y… ¿cómo sabías que tenías que guardar una plaza de aparcamiento para nosotros? -preguntó Doyle, y ahora no se oía en su voz profunda ningún indicio de su debilidad en el coche.

Él ignoró la pregunta.

– Oh, vamos. Soy un cambia formas, un duende que utiliza el encanto, como lo era tu padre. Un Phouka [4] no está tan lejos de los Fear Dearg.

– Yo soy la Oscuridad de la Reina, no algún Fear Dearg sin nombre.

– Ah, y ahí está el problema -dijo con su voz aguda. -Ése es el nombre que necesito.

– ¿Qué quieres decir con eso, Fear Dearg? -preguntó Doyle.

– Quiere decir que tengo una historia que contar, y que lo mejor sería contarla dentro del Fael, donde vuestro anfitrión y mi jefe os espera. U… ¿os negaríais a aceptar la hospitalidad de nuestro establecimiento?

– ¿Trabajas en el Fael? -preguntó Doyle.

– Así es.

– ¿Cuál es tu trabajo allí?

– Soy de seguridad.

– No sabía que en el Fael necesitaran seguridad adicional.

– Mi jefe cree que es necesario. Ahora lo preguntaré otra vez… ¿vas a rechazar nuestra hospitalidad? Y piénsate bien la respuesta esta vez, primo, porque entre los de mi clase todavía se aplican las viejas reglas. No tengo alternativa.

Ésa era una pregunta capciosa, porque una de las cosas por las que se conocía a los Fear Dearg era por aparecerse en una noche oscura y húmeda, invitándote a calentarte junto al fuego. O bien, el Fear Dearg podría ofrecerte el único refugio en una noche tempestuosa, y un humano podría vagar dentro, atraído por su fuego. Si el humano rechazaba su hospitalidad o trataba al Fear Dearg de manera descortés, éste utilizaría su encanto para hacerle daño. Si le trataba bien, saldría ileso y a veces haría algún quehacer doméstico en agradecimiento u ofrecería al humano un presente de buena suerte durante un rato. Aunque normalmente, lo mejor que podría esperar es quedar en paz.

Pero yo no podía esconderme toda la vida detrás del cuerpo de Frost y empezaba a sentirme un poco ridícula. Conocía la reputación de los Fear Dearg, y también sabía que por alguna razón los otros duendes, especialmente los más viejos, les tenían cierto afecto. Toqué el pecho de Frost, pero él no se iba a mover hasta que Doyle se lo dijera o yo armara un jaleo. No quería organizar un escándalo delante de desconocidos. El hecho de que mis guardaespaldas a veces se oyeran antes el uno al otro que a mí era algo en lo cual estábamos trabajando.

– Doyle, él no ha hecho nada más que ser cortés con nosotros.

– He visto lo que su clase les hace a los mortales.

– ¿Es peor que lo que he visto hacer a los de nuestra clase a otros?

Frost realmente me miró entonces, aún estando alerta ante cualquier amenaza que podría, o no, venir. La mirada incluso a través de sus gafas me dijo que yo estaba revelando demasiado delante de alguien que no era un miembro de nuestra corte.

– Oímos lo que te hizo el rey de oro, Reina Meredith.

Aspiré profundamente, dejando escapar el aire muy lentamente. El rey de oro era mi tío por parte de madre, Taranis, más bien un tío abuelo, y el rey de la Corte de la Luz, la multitud dorada. Él usó la magia como una droga de violación, y en algún lugar había una unidad de almacenamiento forense donde se había depositado la evidencia de que me había violado. Estábamos tratando de acusarle de violación ante la justicia humana. Todo eso proporcionó a la Corte de la Luz la peor publicidad de su historia.

Intenté mirar por un lado del cuerpo de Frost para ver con quién hablaba, pero el cuerpo de Doyle también estaba delante, así que le hablé al aire…

– No soy reina.

– No eres reina de la Corte Oscura, pero eres la reina de los Sluagh, y si yo pertenezco a alguna corte de las que partieron de la Tierra del Verano, es a la de Sholto, Rey de los Sluagh.

El mundo de las hadas, o la Diosa, o ambos, me habían coronado dos veces esa noche. La primera corona cuando estuve con Sholto en su sithen. Fuimos coronados como el Rey y la Reina de los Sluagh, la hueste oscura, las pesadillas del mundo de las hadas, tan oscuros que incluso los de la Corte Oscura no les permitirían refugiarse en su sithen, aunque en una pelea sería a los primeros a los que llamarían. Esa corona desapareció cuando apareció una segunda corona, la que me habría coronado Reina del Mundo de las Hadas. Doyle habría sido mi rey, y durante un tiempo fue tradición que todos los reyes de Irlanda se casaran con la misma mujer, la Diosa, quien fue una reina real para cada rey, al menos por una noche. Nosotros no siempre nos regíamos por las tradicionales leyes humanas de la monogamia.

Sholto era uno de los padres de los niños que llevaba, tal como la Diosa nos había mostrado a todos nosotros. Así que técnicamente era todavía su reina. Sholto no me había presionado con este tema, al menos en el mes que llevábamos de regreso en Los Ángeles. Parecía entender que yo estaba luchando por encontrar mi sitio en este nuevo y casi permanente exilio.

Todo lo que se me ocurrió decir en voz alta fue…

– No pensé que los Fear Dearg debieran lealtad a cualquiera de las cortes.

– Algunos de nosotros peleamos con los sluagh en las últimas guerras. Esto nos permitió traer la muerte y el dolor sin que el resto de vuestra buena gente -y él se aseguró de que en la última frase se pudiera oír la amargura y el desprecio que le embargaban- nos diera caza y dictara sentencia por hacer lo que estaba en nuestra naturaleza. Los sidhe de cualquiera de las Cortes no pueden prevalecer legalmente sobre los Fear Dearg, ¿no es así, pariente?

– No reconoceré parentesco contigo, Fear Dearg, pero Meredith tiene razón. Has actuado con cortesía. No puedo hacer menos. -Era interesante que Doyle hubiera abandonado lo de “Princesa”, que normalmente utilizaba delante de todos los duendes menores, y que tampoco utilizaba en presencia de la reina. Eso me decía que él estaba interesado en que el Fear Dearg me reconociera como reina, y eso me interesaba mucho.

– Bien -dijo el Fear Dearg. -Entonces te llevaré junto a Dobbin, ah, Robert, como se hace llamar ahora a sí mismo. Todo un lujo eso de tener dos nombres para uno mismo. Qué desperdicio cuando hay otros sin ningún nombre y que se han quedado con las ganas de tenerlo.

– Escucharemos tu historia, Fear Dearg, pero primero tenemos que hablar con cualquier semiduende que haya en el Fael -le dije.

– ¿Por qué? -Preguntó, y había demasiada curiosidad en sólo dos palabras. Recordé entonces que algunos Fear Dearg solicitaban una historia de sus huéspedes humanos, y si la historia no era lo bastante buena los torturaban y mataban. Pero si la historia era lo bastante buena los dejaban ir con una bendición. ¿Por qué un ser que tenía miles de años se interesaría por historias vagas? Y, ¿a qué se debía su obsesión con los nombres?

– Eso no es de tu incumbencia, Fear Dearg -dijo Doyle.

– Está bien, Doyle. Todo el mundo lo sabrá muy pronto.

– No, Meredith, no aquí, no en la calle -Hubo algo en la forma que él dijo eso que hizo que me detuviera. Pero fue la mano de Frost apretando mi brazo, lo que me hizo mirarle, y darme cuenta de que un Fear Dearg podría ser el asesino de los semiduendes. Quizás podría ser nuestro asesino, ya que los Fear Dearg se apartaban de las reglas habituales de nuestra clase, de ahí todo ese discurso sobre su pertenencia al reino de los sluagh.

¿Estaba nuestro asesino en serie ahí de pie junto a mis amantes? ¿No sería conveniente? Sentí un atisbo de esperanza, pero lo dejé morir tan rápidamente como había llegado. Había trabajado antes en casos de asesinato, y nunca era tan fácil. Los asesinos no coinciden contigo en la calle poco después de abandonar la escena del crimen. Aunque sería bonito si sólo por una vez realmente fuera tan fácil. En ese momento me percaté de que Doyle se había dado cuenta en cuanto le vio de que el Fear Dearg podría ser nuestro asesino. A eso era debida su extrema cautela.

De repente me sentí torpe e incapaz de hacer este trabajo. Se suponía que yo era un detective, y que Lucy me había llamado debido a mi experiencia del mundo de las hadas. Menuda experta estaba resultando ser.

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