CAPÍTULO 26

– NO TE TEMO, SEÑOR DE LOS SLUAGH -DIJO BARINTHUS, Y de nuevo se pudo oír en su voz el sonido fiero del mar.

La sonrisa de Sholto desapareció por completo, haciendo que su rostro, bien parecido y arrogante, de una cruda belleza, no pareciera precisamente amistoso.

– Lo harás -dijo, y su voz tenía un tono colérico. Hubo un destello dorado en sus ojos cuando comenzaron a brillar.

Afuera, el mar golpeaba de nuevo contra el cristal, más fuerte, con más furia. No era sólo que fuera una mala idea que los hombres se batieran en duelo; hacerlo junto a la orilla del mar era un peligro para todos nosotros. No podría creer que Barinthus, precisamente Barinthus, se comportara tan mal. Había sido la voz de la razón en la Corte Oscura durante siglos, y ahora… o había cambiado sin que yo me diera cuenta, o quizás era que sin la Reina Andais, Reina del Aire y la Oscuridad para mantenerle a raya, estaba viendo cómo era realmente después de todo. Ése fue para mí un pensamiento amargo.

– Ya basta -dijo Doyle-, los dos.

Barinthus se volvió hacia Doyle, y le dijo…

– Es contigo con quien estoy enojado, Oscuridad. Si prefieres ser tú quien se bata conmigo, por mí no hay problema.

– Creí que era conmigo con quien estabas molesto, Barinthus -dijo Galen. Eso me pilló por sorpresa; habría supuesto que él tendría más sentido común y no atraería la cólera del gran hombre por segunda vez.

Barinthus se giró y miró a Galen, quien todavía estaba junto a la puerta del cuarto de baño. Detrás de él, el mar golpeaba contra las ventanas lo bastante fuerte como para sacudirlas.

– No fuiste tú quien nos traicionó a todos rehusando la corona, pero si quieres un pedazo de esta pelea, lo vas a tener.

Galen le dirigió una pequeña sonrisa, separándose de la puerta.

– Si la Diosa me hubiera dado a elegir entre el trono y la vida de Frost, habría escogido su vida, igual que hizo Doyle.

Mi estómago se encogió al oír sus palabras. En ese momento me di cuenta de que Galen estaba preparando un señuelo a Barinthus, y la ansiedad desapareció. Me sentí repentinamente tranquila, casi feliz. Fue un cambio de estado de ánimo tan brusco que supe que no había sido yo. Miré a Galen caminar lentamente hacia Barinthus, alzando un poco la mano como si fuera a ofrecérsela. Oh, mi Diosa, él estaba usando la magia con todos nosotros, y era uno de los pocos que podía hacerlo, porque la mayor parte de su magia no mostraba ningún signo exterior. Él no enrojecía, o brillaba, o parecía ninguna otra cosa excepto agradable, y uno acababa teniendo ganas de ser también agradable para corresponderle.

Barinthus pareció amenazarle cuando Galen avanzó lenta y cautelosamente, sonriendo, la mano extendida hacia el otro hombre.

– Entonces tú también eres un tonto -dijo Barinthus, pero la furia en su voz era menor, y el siguiente golpe del océano contra las ventanas también lo fue. Esta vez su furia no las sacudió.

– Todos amamos a Merry -dijo Galen, todavía acercándose lentamente-, ¿o no?

Barinthus frunció el ceño, claramente intrigado.

– Por supuesto que amo a Meredith.

– Entonces todos estamos en el mismo bando, ¿no es verdad?

Barinthus frunció aún más el ceño, pero finalmente hizo una pequeña inclinación de cabeza, asintiendo.

– Sí -dijo en voz baja, aunque clara.

Galen casi había llegado hasta él, su mano casi tocaba su brazo, y supe que si su encanto funcionaba tan bien a distancia, con un solo roce calmaría la situación. No habría pelea si la mano de Galen llegaba a tocarle el brazo. Ni siquiera saber lo que estaba ocurriendo anulaba completamente los efectos del encanto de Galen, y yo notaba el efecto residual. La mayor parte estaba concentrada en Barinthus. Galen deseaba que él se calmara. Galen deseaba ser su amigo…

Se oyó un grito fuera de la habitación, aunque provenía de dentro de la casa. El grito fue agudo y repleto de terror. El encanto de Galen era como el de la mayoría; se hizo añicos por el grito y la oleada de adrenalina generada por todos los demás mientras buscaban sus armas. Yo tenía armas, pero no había traído ninguna a la playa. No tenía importancia, porque Doyle me empujó al suelo al otro lado de la cama, y le ordenó a Galen que se quedara conmigo. Él, por supuesto, iría a investigar el grito.

Galen se arrodilló a mi lado, con la pistola preparada, aunque no apuntaba a nada, ya que no había nada a lo que apuntar todavía.

Sholto abrió la puerta, quedándose a un lado del quicio para no convertirse él mismo en un blanco. Cuando no ejercía de rey de su propio reino, pertenecía a la guardia de la reina, y conocía los efectos de las armas modernas, y de una flecha bien apuntada. Barinthus estaba pegado al otro lado de la puerta aplastada contra la pared, la pelea olvidada, mientras hacían lo que se habían entrenado para hacer desde antes que América fuera un país.

Cualquier cosa que vieron allí afuera hizo que Sholto avanzara cautelosamente, el arma en una mano, la espada en la otra. Barinthus salió por la puerta sin llevar un arma visible, pero cuando uno mide más de dos metros de altura, y tiene una fuerza sobrehumana, es casi inmortal y un combatiente adiestrado, no siempre necesita un arma. Él mismo es el arma.

Rhys fue el siguiente, manteniéndose agachado, pistola en mano. Frost y Doyle se deslizaron armados y preparados a través de la puerta, y sólo quedamos Galen y yo en el cuarto repentinamente vacío. Mi pulso latía desbocado en mis oídos, golpeando en mi garganta, no por pensar en lo que podría haber hecho gritar así a una de mis guardias femeninas, sino por pensar en los hombres a los que amaba, los padres de mis niños, que tal vez nunca regresarían de nuevo a través de esa puerta. La Muerte me había tocado muy pronto y muy de cerca como para no entender que ser casi inmortal no es lo mismo que ser verdaderamente inmortal. La muerte de mi padre me lo había enseñado.

Puede que si hubiera sido lo bastante reina como para sacrificar a Frost por la corona, hubiera estado más preocupada por las otras mujeres, pero era honesta conmigo misma. Sólo hacía pocas semanas que intentaba ganarme su amistad, y en cambio, a los hombres los amaba, y por alguien a quien tú amas, sacrificarías mucho. Alguien que dice otra cosa nunca ha amado verdaderamente o miente.

Oí voces, pero no gritaban, sólo hablaban. Murmuré al oído de Galen…

– ¿Puedes entender lo que dicen?

La mayoría de los sidhe tenía mejor oído que los humanos, pero no era mi caso. Él inclinó la cabeza, el arma apuntando ahora hacia la puerta vacía, lista para disparar a cualquier cosa que pasara a través del umbral.

– Voces, de mujer. No puedo entender lo que dicen, pero puedo decir que una es de Hafwyn, una de ellas está llorando, y Saraid está cabreada. Ahora hablan Doyle e Ivi, él está molesto, no enfadado. Suena casi como presa del pánico, como si algo de lo que hubiera ocurrido le hubiera afectado.

Galen me miró, frunciendo un poco el ceño.

– Ivi suena arrepentido.

Yo también fruncí el ceño.

– Ivi nunca se arrepiente de nada.

Galen asintió con la cabeza, y entonces toda su atención se volvió repentinamente hacia la puerta. Observé cómo su dedo se tensaba. Yo no podía ver nada desde la esquina de la cama. En ese momento, alzó el arma hacia el techo y dejó escapar el aliento en un bajo pffffff, lo cual me dejó saber lo cerca que había estado de apretar el gatillo.

– Sholto -dijo, y se puso en pie, el arma todavía en la mano, alargando la otra hacia mí. La tomé, dejando que me ayudara a levantarme.

– ¿Qué ha ocurrido? -Pregunté.

– ¿Sabías que Ivi y Dogmaela tuvieron relaciones sexuales anoche? -preguntó él.

Asentí con la cabeza.

– No exactamente, pero sabía que Ivi y Brii tomarían amantes entre las mujeres que estuvieran dispuestas.

Sholto sonrió y negó con la cabeza, su expresión a medio camino entre parecer divertido y estar pensando en algo muy intensamente.

– Parece que después de la última noche Ivi asumió que había la suficiente confianza para darle un pequeño achuchón, y algo que él hizo parece haberla aterrorizado.

– ¿Pero qué le hizo? -Pregunté.

– Hafwyn fue testigo y está de acuerdo con Ivi acerca de lo que hizo y no hizo. Aparentemente, sólo se puso detrás de Dogmaela, la rodeó con los brazos por la cintura, y la levantó del suelo, y ella comenzó a gritar -dijo Sholto-. Dogmaela está demasiado histérica para decir algo que tenga sentido. A Saraid la han inmovilizado para evitar que ataque a Ivi, el cual parece francamente desconcertado por el giro de los acontecimientos.

– ¿Por qué el ser levantada del suelo la haría gritar? -Pregunté.

– Hafwyn dice que el gesto es típico de su anterior señor, el príncipe Cel, para acto seguido tirarla sobre la cama o sujetarla dejándola a merced de otros que llevarían a cabo actos desagradables.

– Oh -dije-, el gesto ha sido un detonante.

– ¿Un qué…? -preguntó Sholto.

Galen dijo…

– Algo que normalmente es inofensivo, pero que a ti te hace recordar un abuso o acto de violencia, y repentinamente te hace volver a revivir la situación.

Ambos lo miramos, asombrados e incapaces de disimularlo. Galen me dirigió una mirada agria.

– ¿Qué pasa? ¿No puedo saber eso?

– No, es sólo que… -le abracé-, fue simplemente inesperado.

– ¿Que fuera así de intuitivo es una sorpresa tan grande? -preguntó.

No había nada educado que pudiera decir para responder a esa pregunta, así que le abracé un poco más fuerte. Él me devolvió el abrazo, besándome en la coronilla.

Sholto estaba ahora junto a nosotros, y su mirada estaba totalmente fija en mí. Tenía esa mirada que los hombres ponen cuando miran a una mujer que es algo más que su amante. En parte posesiva, en parte excitada y en parte confusa, como si algo de lo sucedido fuera del cuarto ocupara todavía su mente. Me tendió la mano, y dejé la mano de Galen para ir hacia él. Galen me dejó hacerlo; compartíamos bien la mayoría de las veces, y aún en el caso de que no lo hiciéramos, la Diosa había decretado que Sholto fuera uno de los padres de los bebés que llevaba. Todos los padres obtuvieron privilegios. Aunque creo que ninguno de nosotros había esperado el milagro genético de tener seis padres para dos bebés.

Sholto me atrajo a sus brazos y fui voluntariamente. De todos los padres, él había sido el último en llegar a mi cama. De hecho, sólo habíamos tenido relaciones sexuales la vez que me quedé embarazada, pero como reza el viejo dicho, una vez es suficiente. La novedad era que no estaba enamorada de él. Realmente no le amaba del todo. Me sentía atraída por él, me preocupaba por él, pero no habíamos hablado lo suficiente para conocernos mejor y saber si le amaba o si le podría amar. Sin embargo, nos gustábamos el uno al otro.

– He visto el saludo tradicional del Rey de los Sluagh a su reina, así que os dejaré solos. Tal vez mi intuición le pueda ser de ayuda a Dogmaela. -dijo Galen, sonando un poco disgustado. Pero le dejé ir, porque me había sorprendido siendo más listo de lo que yo esperaba y eso era culpa de mi falta de percepción.

Sholto no esperó a que Galen cerrara la puerta detrás de él para mostrarme cuánto le gustaba con un beso, sus manos, y su cuerpo apretado contra el mío todo lo más que permitían nuestras ropas todavía puestas. Me permití hundirme en la fuerza de sus brazos, el satén de su túnica, y el centelleo de los bordados y las pequeñas joyas cosidas en ella, mientras pasaba mis manos sobre sus ropas y el cuerpo que había debajo. Pensé en él haciendo el amor conmigo de la misma forma en que lo había hecho con Ivi la noche anterior, con la mayor parte de sus ropas todavía puestas, para que el satén acariciara mi piel mientras lo hacíamos. El pensamiento me hizo responder aún más a sus besos, y envió mis manos más abajo a acariciar su trasero bajo la túnica, aunque no alcanzaba tan bien con una mano como con la otra porque la espada en su cintura me molestaba.

Sholto respondió a mi avidez, deslizando sus manos bajo mi trasero y alzándome. Rodeé con mis piernas su cintura, y él nos guió de regreso a la cama salvando los pocos centímetros que faltaban para llegar a ella. Me dejó en la cama, con mis brazos y piernas todavía rodeándole. Dejó una mano en mi trasero y con la otra sostuvo nuestro peso contra la cama.

Dejó de besarme el tiempo suficiente para poder decirme con voz jadeante…

– Si hubiera sabido que éste sería el recibimiento, hubiera venido antes.

Le sonreí.

– Te extrañé.

Él sonrió de oreja a oreja. Tenía uno de los rostros más hermosos que se habían visto en cualquiera de las cortes y esa sonrisa enorme arruinaba algo esa perfección más allá de cualquier modelo, pero yo amaba esa gran sonrisa porque sabía que era sólo para mí. Sabía que nadie más le había visto de esa manera. Nadie le había hecho tan feliz como lo era en los momentos que pasábamos juntos. Tal vez todavía no le amaba, pero amaba cómo era cuando estábamos juntos. Amaba que me permitiera ver al gran Rey de los Sluagh sonreír abiertamente. Apreciaba que dejara atrás todos esos años escondido tras un muro de arrogancia para permitirme ver al hombre que había detrás.

– Amo que me eches de menos.

Como si hubiera leído mi mente, me levantó, obligándome a soltarlo para poder alargar una mano y desabrocharse los pantalones. Se dejó puestos la espada, el cinturón, y el arma en su pistolera, abriéndose lo justo los pantalones para mostrarse a sí mismo, duro y firme y tan magnífico como cualquier hombre de las cortes.

Normalmente, quería más juegos previos, pero en este momento no los necesitaba. En parte debido a lo que Ivi y Brii habían hecho conmigo anoche, y también a que Sholto había comenzado a condicionarme con el saludo.

Volvió a dejarme en la cama, mis piernas todavía colgando, y metió la mano por debajo de mi falda hasta encontrar mis bragas. Me las sacó deslizándolas por mis piernas y mis altos tacones, dejándolas caer al suelo. Me levantó la falda, contemplándome desnuda de cintura para abajo excepto por los zapatos. No le pregunté si quería que me los quitara, porque sabía que no quería. A Sholto le gustaba que llevara tacones.

Puso sus manos a ambos lados de mis caderas y tiró de mí hacia la longitud firme de su cuerpo. Se colocó contra mi sexo, alzando mis caderas en vez de tocarse a sí mismo para cambiar el ángulo. Empujó y yo estaba demasiado apretada para que él entrara de un solo impulso. Tuvo que abrirse camino hacia dentro, pero yo ya estaba mojada. Me estreché a su alrededor con más fuerza, haciendo que su cabeza cayera un poco hacia adelante y su pelo rozara mi rostro. Vaciló encima de mí, luego empujó con más fuerza, entrando centímetro a centímetro, hasta que yo llegué al orgasmo simplemente por sentirlo así de grande, de ancho, llenándome tan completamente.

Grité mi placer, echando la cabeza hacia atrás, enterrando mis dedos en sus brazos cubiertos de satén, incapaces de encontrar algo que arañar.

Él me levantó de la cama estando todavía dentro de mí. Me sujetó en sus brazos mientras mi cuerpo convulsionaba a su alrededor, aferrándose al suyo. Acabó de entrar en mi cuerpo de un sólo impulso, largo y duro, mientras me sujetaba y me hacía gritar otra vez.

Medio colapsó en la cama, medio gateó hacia el centro. Sus brazos me soltaron y sólo el peso de la parte inferior de su cuerpo me sujetó al lecho. Había dejado de moverse una vez que su cuerpo estuvo tan dentro del mío como podía. Dijo…

– Tú eres mi reina, y yo soy tu rey. Ésta es la prueba.

Era un dicho muy antiguo entre los voladores nocturnos, de los que su padre había formado parte. Se parecían a enormes mantas rayas oscuras con tentáculos, y rostro muy lejos de lo humano. Entre ellos, sólo los miembros de la familia real podían reproducirse, y ser capaces de llevar a las hembras a un orgasmo tan fácilmente. Los voladores nocturnos hembras reaccionaban a una púa que los machos tenían dentro del pene y que a mí me habría matado, pero afortunadamente para ambos, Sholto no se parecía tanto a su padre.

Dije la siguiente parte del ritual, tal como Sholto me había enseñado.

– Tú, dentro de mí, pruebas que eres de sangre real y yo llevo a tu hijo. -Si no hubiera estado embarazada, la respuesta habría sido… -Tú, dentro de mí, pruebas que eres de sangre real y yo llevaré a tu hijo.

Él se incorporó lo suficiente para deshacerse del cinturón de la túnica. Dejó el cinturón con su espada y el arma a nuestro lado, no fuera de la cama; a mano, aunque fuera del paso. Habló, mientras comenzaba a tirar de la túnica para sacársela por la cabeza, con el cuerpo todavía apretado contra el mío en la cama.

– No recordaba que fueras tan fácil de complacer, Meredith.

Se nos daba bien compartir, pero no tanto como para poder decirle que en parte había sido gracias al trabajo que habían hecho Ivi y Brii la noche anterior que su actuación había sido tan asombrosa.

– Te lo dije, te extrañé.

Él sonrió abiertamente otra vez, quedando luego su rostro escondido tras la túnica mientras se la quitaba. Se quitó después la blanca túnica interior, y finalmente pude ver la parte superior de su cuerpo. Era tan musculoso como cualquiera de los otros hombres excepto Rhys. Ancho de hombros, simplemente bello, y con un tatuaje dibujado en su estómago, que le llegaba hasta el tórax. El tatuaje dibujaba los tentáculos que habría tenido si se hubiera parecido más a su padre. Tiempo atrás, sus tentáculos no eran un tatuaje, sino que eran algo real. Ahora, él podía estar conmigo tan terso y humano como cualquier sidhe, o podía elegir ser todo aquello que podía llegar a ser.

Aunque habitualmente me pedía que escogiera, un momento antes se alzaba sobre mí con ese estómago plano y perfecto, y al siguiente, sus tentáculos se contorsionaron sobre mi cuerpo como un fantástico animal marino, hecho de marfil y cristal con vetas de oro y plata recorriendo toda esa pálida belleza. Se recostó sobre mí, todavía moviéndose con fuerza y rapidez entre mis piernas, me besó, presionando toda su musculatura contra mi cuerpo, rozándose contra el mío, de forma que cuando nos besamos, me sostuvo con más “brazos” que ningún otro amante había tenido. Los tentáculos más grandes servían para levantar peso, y se plegaron a mi alrededor como una musculosa soga, aunque mil veces más suave, más incluso que el terciopelo y el satén. Sus brazos más humanos me rodeaban mientras me besaba, y todo formaba parte de él, abrazándome, sujetándome, besándome. Sholto amaba que no me retrajera ante sus partes adicionales. Hace tiempo, la vista de su singularidad me había asombrado, no, para ser honestos, me había asustado, pero la magia que nos había unido como pareja me había hecho apreciar la diferencia, viéndola como algo que no era malo. De hecho, él podía jactarse de hacer cosas conmigo que ninguno de los demás podía hacer sin otro hombre que le ayudara.

Los tentáculos más pequeños, muy delgados y elásticos, tenían en las puntas pequeñas bocas rojizas con capacidad de succión. Cosquilleaban entre nosotros, y yo me retorcí moviéndome hacia su contacto, ansiosa de que encontraran su objetivo. Las pequeñas bocas acariciaron mis pechos hasta que llegaron a mis pezones, y entonces los chuparon con fuerza hasta que solté ruidos ansiosos en la boca de Sholto mientras él me besaba. Mis manos acariciaron la dura longitud de su espalda y se extendieron sobre el terciopelo duro de los tentáculos, acariciando los de la parte inferior que sabía que eran más sensitivos. Eso hizo que Sholto se saliera un poco de mi cuerpo, dejando entre nosotros el espacio suficiente para que uno de los tentáculos más pequeños pudiera deslizarse entre mis piernas y encontrar ese lugar pequeño y dulce escondido en mi sexo. Así que mientras él empujaba su cuerpo dentro y fuera entre mis piernas, aumentando la sensación de humedad y estrechez, otra de esas pequeñas bocas ansiosas me succionaba.

Él se levantó sobre sus brazos, ayudándose de los tentáculos más grandes para soportar su peso por encima de mí, mientras seguía succionando expertamente esos tres puntos. Sabía que me gustaba ver cómo entraba y salía de mi cuerpo, así que dividió todos sus extras en dos partes, como una cortina para que yo pudiera alzar la cabeza y recorrer con la mirada la longitud de nuestros cuerpos. Había empezado por disfrutar viendo como entraba y salía de mi cuerpo, pero ahora también me gustaba ver cómo esas pequeñas bocas chupaban mis pechos y entre mis piernas, porque todo era él, en toda su longitud y dureza, dándome placer.

Finalmente se había abierto camino en mi cuerpo y pudo moverse con más rapidez dentro de mí. Su cuerpo comenzó a encontrar el ritmo, y sentí cómo el calor comenzaba a construirse entre mis piernas, pero la avalancha de placer estaba llegando más rápido.

Encontré aliento suficiente para decir…

– Me voy a correr pronto -A él le gustaba saberlo.

– ¿Cuándo?

– Ahora -dije.

Él sonrió, y sus ojos destellaron sobre mí en tonos ámbar, oro y amarillos cobrizos, y repentinamente su cuerpo era una cosa vibrante y resplandeciente. La magia recorría sus tentáculos en relámpagos dorados y plateados, haciendo que mi piel brillara, como si la luna ascendiera dentro de mí para encontrarse con su resplandor.

Tuve la energía suficiente para alzar las manos y tocar los tentáculos que se movían, y mis manos suaves y resplandecientes hicieron que bajo su piel ardieran luces de colores, una magia llamando a la otra. Porque fue la magia, vibrando a lo largo de su piel y pulsando dentro y fuera de mí, contra mí, lo que finalmente impulsó sobre mi cuerpo esa primera ola de ardiente placer, haciéndome gritar y retorcerme bajo su cuerpo. Mis dedos encontraron la dureza, la solidez de su carne y la marcaron. Dibujé mi placer, arañando a lo largo de sus luminosos y pesados tentáculos, y allí donde su sangre resplandeciente saltaba y salpicaba contra mi piel parecía rubíes que se esparcían a través de la luna.

Sholto luchó contra su cuerpo para mantener un ritmo lento y profundo entre mis piernas. Su cabeza cayó hacia adelante, su pelo resplandeciente nos rodeó iluminándonos, así que fue como hacer el amor dentro de una telaraña de cristal. Y luego, entre un empuje y el siguiente, me llevó hasta el orgasmo, y ambos proyectamos la luz de nuestro placer, tan brillante que llenamos el cuarto de sombras de colores.

Colapsó encima de mí, y por un momento quedé sepultada bajo su peso, con su corazón latiendo tan fuerte que parecía estar intentando salírsele del pecho, allí donde su pulso golpeaba contra mi mejilla. En ese momento movió la parte superior de su cuerpo lo suficiente para que no me viera atrapada y pudiera respirar con un poco más de facilidad. Salió de entre mis piernas, los tentáculos más pequeños se retrajeron recostándose contra mí como si también estuvieran exhaustos.

Él se acostó a mi lado mientras ambos aprendíamos de nuevo a respirar.

– Te amo, Meredith -susurró.

– Yo también te amo -Y en ese momento fue tan cierto como cualquier palabra que alguna vez hubiese dicho.

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