ESTABA ACURRUCADA CONTRA EL DULCE AROMA DE LA espalda de Frost, un brazo cruzado a través de su cintura, mis caderas arqueadas alrededor de la firme redondez de su trasero. Doyle yacía contra mi espalda, en una perfecta posición de cuchara detrás de mí. Los dos eran unos 40 centímetros más altos que yo, así que mantener esa posición quería decir que teníamos que escoger entre mantener alineadas nuestras caras o nuestras ingles. No había forma de tener ambos.
Doyle se movió en sueños, pasando un brazo sobre mí, buscando a Frost. De entre todos los hombres, ellos dos eran los que más buscaban el contacto el uno del otro mientras dormían, como si necesitaran tener la tranquilidad de saber que no sólo yo estaba allí, sino que el otro hombre estaba también. Me gustaba eso.
Doyle se movió un poco más y fui repentinamente consciente de que su cuerpo estaba encantado de apretarse contra mi trasero. La sensación me sacó rápidamente de mi estado soñoliento. No podía ver el reloj, así que no sabía cuánto tiempo teníamos hasta que sonara la alarma, pero de cualquier forma el poco o mucho tiempo que tuviéramos, pensaba aprovecharlo.
Sonó una música. No era la alarma. Era Paula Cole y su canción “Feelin’ Love”, lo que significaba que era mi móvil. Noté que Doyle y Frost se despertaban instantáneamente. Sus cuerpos tensos, sus músculos listos para saltar y hacer frente a alguna emergencia. Había notado que la mayoría de los guardias se despertaban así, a menos que los despertara con caricias y sexo, como si cualquier otra cosa siempre significara alguna crisis.
– Es mi móvil -dije. Una minúscula parte de la tensión abandonó sus tensos músculos. Frost extendió un largo brazo hacia un lado de la cama y comenzó a hurgar en el montón de prendas, donde habían acabado todas nuestras ropas la noche anterior.
Una de las cosas que me llamaba la atención del Treo [18] era que podía tocar una canción entera, y eso es lo que estaba haciendo mientras Frost buscaba a tientas entre las ropas. Yo habría necesitado a alguien que me sujetara para llegar hasta el suelo sin caerme de la cama, pero Frost llegaba hasta el suelo con facilidad. No había tensión en su cuerpo cuando finalmente me alargó el teléfono.
La canción llevaba sonando el tiempo suficiente como para hacer que me volviera a plantear el tenerla como tono de llamada del móvil. Estaba bien hasta que la canción sonaba demasiado rato y lo hacía en público. El texto sexualmente explícito de la canción no me molestaba, pero siempre acababa esperando que alguna viejecita o madre con niños pequeños protestara. Hasta ahora nadie lo había hecho, tal vez es que siempre acababa descolgando a tiempo.
Abrí el teléfono y me encontré hablando con mi jefe, Jeremy Grey.
– Merry, soy Jeremy.
Me moví, buscando la pantalla luminosa del reloj de la mesita de noche, temiendo haberme dormido. Las cortinas totalmente opacas que colgaban en el dormitorio no dejaban pasar la luz.
– ¿Qué hora es?
– Son sólo las seis; la hora en que se os necesita en la oficina. -Sonó sombrío. Normalmente, Jeremy no era así, lo que quería decir que algo iba mal.
– ¿Qué pasa, Jeremy?
Los hombres se habían puesto boca arriba y me observaban. Estaban tensos otra vez, porque ellos, como yo, sabían que Jeremy no llamaría por teléfono tan temprano para dar una buena noticia. Es divertido cómo nadie te despierta nunca con buenas noticias.
– Ha habido otro asesinato de hadas.
Me senté más derecha, dejando que las sábanas se deslizaran formando un montón a mi alrededor.
– ¿Cómo el otro?
– No lo sé aún. Lucy acaba de llamar.
– Te ha llamado a ti, no a mí -dije-. Después del desorden que mi presencia provocó en el último asesinato, creo que probablemente soy persona non grata.
– Lo eres -dijo-, pero ella me ha dejado un mensaje muy claro, en el caso de que yo creyera que te necesito a ti y la opinión de tus guardias. Me dijo textualmente… “Trae a cualquier empleado que creas que nos será más útil en este caso. Confío en tu juicio, Jeremy, y sé que comprendes la situación”.
– Es una forma extraña de pedir algo.
– Así cuando aparezcas, no será culpa de ella, sino mía. Y yo puedo justificar tu presencia mucho mejor que ella.
– No estoy segura de que los superiores de Lucy no tengan razón, Jeremy. Al tener que ir a salvarme, ella perdió al único testigo que teníamos.
– Tal vez, pero si un hada, especialmente un hada menor, quiere desaparecer, lo hará. Desaparecen mejor que casi cualquiera de nosotros.
Él tenía razón, pero…
– Es cierto, pero de todas formas, fue un desastre.
– Lleva sólo a los guardias que puedan proyectar el encanto suficiente para esconderse a simple vista. Trae a más guardias; dos no serán suficientes después de los que vi en las noticias.
– Si llevo a más guardias, tendremos más personas que esconder -dije.
– Haré que algunos de los nuestros se reúnan con nosotros allí, así que nos dejaremos ver todos a la vez. Te esconderemos entre todos, y deja a Doyle y Frost en casa. El encanto no es su especialidad y son demasiado visibles.
– No les va a gustar.
– ¿Eres, o no eres la princesa, Merry? Si vas a estar al frente, entonces ponte al frente. Si no lo estás, entonces deja de pretenderlo.
– La voz de la experiencia -dije.
– Ya lo sabes -dijo-. Si te necesito, reúnete con Julian aquí. -Él me dio la dirección para encontrarnos y así no apareceríamos en un coche que pudieran relacionar conmigo.
– No dejarán que entre demasiada gente en la escena del crimen, Jeremy -dije.
– Algunos de nosotros no necesitamos estar en el lugar de los hechos para hacer nuestro trabajo, y para la agencia será una buena publicidad que nuestra gente salga ante las cámaras trabajando codo a codo con la policía.
– Pensar así es el motivo de que seas el jefe.
– Recuerda esto, Merry. Tienes que ganarte el derecho a continuar siendo el jefe. Deja el teléfono y disfruta de algunas horas más con tus chicos, pero tienes que estar preparada para ponerte el título de Princesa. Deja a tus dos sombras en casa, y cuando te llame, tráete a alguien que pueda pasar mejor inadvertido.
Colgué el teléfono y les expliqué a Doyle y Frost el por qué no iban a venir conmigo si al final tenía que ir. No les gustó del todo, pero hice lo que Jeremy me había dicho que hiciera. Él era el jefe y tenía razón. Tenía que reclamar el título o alguien más lo haría por mí. Casi lo había perdido una vez por culpa de Doyle, y ahora, por Barinthus. Había demasiados líderes entre nosotros y no bastantes seguidores. Doyle y Frost se vistieron con tejanos y camiseta el primero, y con traje el segundo. Yo escogí un vestido de verano y tacones. Los tacones eran para Sholto que vendría hoy para ayudar a protegerme. Él era uno de los mejores usando el encanto, y podía viajar instantáneamente desde su reino hasta allí donde la arena se unía con las olas, porque ése era un lugar intermedio y él era El Señor de Aquello que Transita por el Medio. Él y el Rey Taranis eran los únicos de entre los sidhe que podía realizar viajes mágicos.
El problema real era que sólo dos de los guardias eran verdaderamente buenos usando el encanto. Rhys y Galen podrían venir conmigo como mis guardaespaldas principales, pero necesitábamos a más guardias. Conocía a Doyle y Frost lo suficiente como para saber que si no podían estar conmigo, insistirían en añadir más guardias, lo cual estaba bien, ¿pero quién? Sholto era grandioso con el encanto y estaba en camino, ¿pero quién más? En lugar de relajarnos perdimos una gran parte de la mañana discutiendo quién iría conmigo.
Rhys dijo…
– Saraid y Dogmaela son casi tan buenas con el encanto como yo.
– Pero sólo llevan con nosotros algunas semanas -dijo Frost-. No les hemos confiado todavía la seguridad personal de Merry.
– Alguna vez tenemos que probarlas -contestó él.
Doyle habló desde el borde de la cama, donde estaba sentado mientras yo me vestía.
– Sólo hace algunas semanas que eran las guardias favoritas del Príncipe Cel. No me entusiasma demasiado confiarles la guardia personal de Merry.
– A mí, tampoco -dijo Frost.
Barinthus habló desde cerca de la puerta cerrada.
– Su trabajo de vigilancia, aquí en la casa de la playa, ha sido competente.
– Pero sólo salvaguardando el perímetro -dijo Doyle-. Confío en todos los guardias para hacer eso. La seguridad de Merry es un trabajo totalmente diferente.
– O confiamos en ellas o será necesario despedirlas -dijo Rhys.
Doyle y Frost intercambiaron una mirada, y entonces Doyle dijo…
– Mi desconfianza no llega tan lejos.
– Entonces deberías dejar que algunas de ellas protejan a Merry -dijo Barinthus-. Ya han comenzado a sospechar que nunca les serán confiadas tareas de responsabilidad por su relación con el Príncipe Cel.
– ¿Cómo sabes eso? -Pregunté.
– Han pasado siglos con una reina y un príncipe ante quien responder; sienten la necesidad de que alguien las guíe. Has dejado aparcadas a muchas de ellas aquí en la casa de la playa durante estas últimas semanas. Están respondiendo ante mí.
– Tú no eres su líder -dijo Rhys.
– No, la princesa lo es, pero tu precaución al mantenerlas lejos de ella ha creado un vacío de liderazgo. Tienen miedo de este Nuevo Mundo al que las has traído, y se preguntan por qué no has tomado a ninguna de ellas como tu dama de compañía.
– Ésa era una costumbre humana que la Corte de la Luz adoptó -dije-. Nunca ha sido costumbre de la Corte Oscura.
– Cierto, pero muchas de las que están ahora con nosotros estuvieron más tiempo en la Corte de la Luz que en la nuestra. Les gustaría algo familiar.
– ¿O es a ti a quien le gustaría algo familiar? -preguntó Rhys.
– No sé qué quieres decir, Rhys.
– Sí, lo sabes. -Y hubo algo mucho más serio en la voz de Rhys.
– Repito que no sé lo que quieres decir.
– La timidez no te va, Dios del mar.
– Ni a ti, Dios de la muerte -dijo Barinthus, y ahora hubo en un voz un indicio de irritación. No era cólera. Raras veces había visto al gran hombre realmente enojado, pero había una tensión entre la pareja que nunca había visto antes.
– ¿Qué está pasando? -Pregunté.
Fue Frost quien contestó…
– De los que estamos a tu lado, ellos son dos de los más poderosos.
Miré a Frost.
– ¿Qué tiene eso qué ver con la tensión que hay entre ellos?
– Comienzan a sentir el regreso de su pleno poder, y como los carneros en primavera quieren luchar a topetazos para ver quién es el más fuerte.
– No somos animales, Asesino Frost -dijo Barinthus.
– Pero tú me recordarás que no soy un sidhe de verdad. Ni uno de los hijos de Danu cuando ella llegó por primera vez a las costas de nuestra tierra natal. Todo eso me recuerdas cuando me llamas por mi viejo apodo. Yo era Asesino Frost, y antes, incluso menos que eso.
Barinthus le miró. Finalmente, dijo…
– Quizás es que todavía veo a aquéllos que eran menos que sidhe, y que ahora lo son, como menos sidhe todavía. No es mi intención sentirme así, pero no puedo negar que encuentro difícil verte con la princesa y a punto de ser el padre de uno de sus niños cuando tú nunca has sido adorado como un dios y alguna vez fuiste sólo una cosa inocente que saltaba a través de las noches de invierno y pintaba de escarcha los cristales de las ventanas.
No tenía ni idea de que Barinthus pensara que los sidhe que no empezaban su vida como sidhe fueran inferiores, y no traté de esconder la sorpresa en mi cara, cuando dije…
– Tú nunca me dijiste nada de todo eso, Barinthus.
– Si te hubiera sentado en el trono, te habría elegido a alguien como padre de tus niños, Meredith. Una vez que hubieras estado en el trono, podríamos haber afianzado tu poder.
– No, Barinthus, podríamos haber tomado el trono, pero hubiéramos sido víctimas de continuos intentos de asesinato hasta que alguno de nosotros muriera. Los nobles nunca me habrían aceptado.
– Podríamos haberlos obligado a aceptar tu poder.
– Sigues diciendo “nosotros”, Hacedor de Reyes. Define “nosotros”, -dijo Rhys.
Recordé la advertencia de Rhys cuando yo había entrado por primera vez en la casa de la playa.
– Me refiero a “nosotros”, sus príncipes y sus nobles -dijo Barinthus.
– Exceptuándome a mí -dijo Frost.
– No he dicho eso -dijo él.
– ¿Pero quisiste decirlo? -Pregunté, tendiendo mi mano hacia Frost que se acercó alto y erguido a mi lado. Apoyé mi cabeza contra su cadera.
– ¿Es cierto que fuiste coronada por el mismo mundo de las hadas y con la bendición de la misma Diosa? -preguntó él-. ¿Realmente vestiste la corona de luz de luna y sombras?
– Sí -dije.
– ¿Realmente Doyle fue coronado con espino y plata?
– Sí -dije, jugando con la mano de Frost, restregando mi pulgar sobre sus nudillos, y sintiendo la agradable comodidad de su cadera contra mi mejilla.
Barinthus se cubrió el rostro con las manos, como si ya no pudiera soportar mirarnos más.
– Pero, ¿qué te pasa? -pregunté.
Él habló sin mover las manos.
– Habías ganado, Merry, ¿No lo entiendes? Habías ganado el trono, y las coronas habrían callado a los otros nobles. -Él bajó las manos y su cara se veía atormentada.
– No puedes saberlo -dije.
– E incluso ahora estás delante de mí con él a tu lado. Aquél por quien lo abandonaste todo.
Finalmente entendí lo que le molestaba, o creí hacerlo.
– Estás molesto porque renuncié a la corona para salvar la vida de Frost.
– Molesto -dijo, soltando una risa seca-. Molesto. No, no diría que esté molesto. Si tu padre hubiera recibido una bendición así, habría sabido qué hacer con ella.
– Mi padre abandonó el mundo de las hadas durante años para salvar mi vida.
– Tú eras su hija.
– El amor es amor, Barinthus. ¿Qué importancia tiene qué clase de amor sea?
Él hizo un sonido asqueado.
– Eres una mujer, y quizás tales cosas te muevan a ti, pero Doyle… -Él miró al otro hombre-. Doyle, tú renunciaste a todo lo que alguna vez habíamos esperado por salvar la vida de un hombre. Tú sabías lo que le ocurriría a nuestra corte y a nuestra gente con una reina incapacitada y ningún heredero de su sangre.
– Esperaba que hubiera una guerra civil o que los asesinos mataran a la reina y hubiera un gobernante nuevo en la corte.
– ¿Cómo pudiste poner la vida de un sólo hombre por encima del bien mayor de tu pueblo? -preguntó Barinthus.
– Creo que tu fe en nuestro pueblo es demasiado grande -dijo Doyle-. Creo que aunque Merry fue coronada por el mundo de las hadas y por la Diosa, la corte está demasiado profundamente dividida en diferentes facciones de poder. Creo que los asesinos no se habrían contentado con matar a la reina. Habrían ido a por la nueva reina, a por Merry, o a por aquéllos más cercanos y más poderosos que estuvieran a su lado, hasta dejarla sola y desvalida. Hay algunos que habrían estado encantados de convertirla en una marioneta en sus manos.
– Con nosotros a su lado y con nuestros plenos poderes no se habrían atrevido -dijo Barinthus.
– El resto de nosotros hemos recuperado casi todo nuestro poder, pero tú sólo has recobrado una pequeña parte del tuyo -dijo Rhys -. A menos que Merry te traiga de vuelta completamente a tus poderes, no eres tan poderoso como la mayor parte de los sidhe en esta habitación.
El silencio en la habitación se hizo repentinamente más pesado, y el mismo aire se volvió repentinamente más espeso, como si intentara succionar nuestro aliento.
– El hecho de que el Asesino Frost puede ser más poderoso que el gran Mannan Mac Lir debe estar envenenándote -dijo Rhys.
– Él no es más poderoso que yo -dijo Barinthus, pero algo en su voz contenía una cierta cantidad de furia marina, como fieras olas chocando contra las rocas.
– Detén esto -dijo Doyle, poniéndose entre los dos.
Me di cuenta de que era la magia de Barinthus la que hacía el aire más denso, y recordé historias suyas hablando de humanos cayendo muertos con agua fluyendo de sus bocas, ahogados en tierra firme, a kilómetros del agua.
– ¿Y tú finalmente serás rey? -preguntó Barinthus.
– Si estás furioso conmigo, entonces continua furioso conmigo, viejo amigo, pero Frost no tuvo nada que ver con las decisiones que tomamos en su nombre. Merry y yo escogimos libremente.
– Aún ahora le proteges -dijo Barinthus.
Me quedé quieta, todavía sujetando la mano de Frost.
– ¿Estás molesto porque abdicamos de la corona por sólo un hombre, o estás molesto porque ese hombre es Frost?
– No tengo nada en contra de Frost, como hombre o como guerrero.
– ¿Entonces, realmente se trata de que no es lo bastante sidhe para ti?
Rhys dio un paso, rodeando a Doyle, para poder ver los ojos de Barinthus.
– ¿O es que ves en Doyle y Frost lo que tú quisiste tener con el Príncipe Essus, aunque siempre tuviste miedo de dar el primer paso?
Todos nos congelamos, como si sus palabras hubieran sido una bomba que todos podíamos ver caer hacia nosotros, sin forma alguna de detenerla. No había forma de atraparla, ni forma de manejarla. Simplemente nos quedamos allí, y por mi cabeza, en rápidos destellos, pasaron recuerdos de mi infancia. Una mano en el brazo del otro, una mano sostenida durante demasiado tiempo, un abrazo, una mirada, y repentinamente me di cuenta de que el mejor amigo de mi padre podría haber sido más que simplemente su amigo.
En el amor, no había nada que fuera mal visto en nuestra corte, sin importar el sexo que escogías, pero la reina no dejaba que ninguno de sus guardias hiciera el amor con otro que no fuera ella, y una de las condiciones para que Barinthus se uniera a su corte había sido que él se uniera a su guardia. Había sido una forma de controlarle, y una forma de decir que el gran Mannan Mac Lir era su lacayo y que en todos los aspectos, era suyo, sólo de ella.
Siempre me había preguntado el motivo que tenía Andais para insistir en que Barinthus perteneciera a su guardia. No era una condición comúnmente impuesta a los exiliados de la Corte de la Luz. La mayor parte de los otros sidhe que habían venido en esa época simplemente se habían unido a la corte. Siempre había pensado que era porque la reina temía el poder de Barinthus, pero ahora vi otro motivo. Ella amaba a su hermano, mi padre, pero también estaba celosa de su poder. Essus era un nombre del que la gente todavía hablaba como si fuera el de un dios, al menos en un pasado reciente, sobre todo si contabas al Imperio Romano como pasado reciente. Pero el nombre de Andais se perdería tan completamente que nadie recordaría lo que había sido alguna vez. ¿Obligó a Barinthus a ser su guardia célibe para mantenerlo alejado de la cama de su hermano?
Durante un momento, pensé en Essus y Mannan Mac Lir, unidos como una pareja, tanto mágica como política, y aunque no estaba de acuerdo con lo que ella había hecho, entendí su miedo. Eran dos de lo más poderosos de entre nosotros. Unidos, podrían haber conquistado ambas cortes, si lo hubieran deseado, porque Barinthus se había unido a nosotros antes de que fuéramos expulsados de Europa. Nuestras guerras internas eran problema nuestro, y no eran incumbencia de la ley humana, así que podrían haber tomado primero la Corte de la Oscuridad y luego la Corte de la Luz.
Hablé en ese silencio opresivo.
– ¿O fue Andais la que hizo imposible que tuvieras su amor? Ella nunca se habría arriesgado a que vosotros dos unierais vuestro poder.
– Y ahora hay una reina en el mundo de las hadas que te habría dejado tener todo lo que deseabas, pero es demasiado tarde -dijo Rhys, con voz queda.
– ¿Estás celoso de la cercanía que ves entre Frost y Doyle? -Le pregunté con voz cuidadosa y tranquila.
– Estoy celoso del poder que veo en los otros hombres. Eso lo admitiré, y me resulta difícil pensar que sin tu toque nunca regresaré a mi pleno poder. -Él se aseguró de que yo pudiera verle, pero su rostro era una máscara de arrogancia, bella y extraña. Fue una mirada que le había visto dirigir a Andais. Su rostro era ilegible, y él nunca había tenido que usarla conmigo antes.
– Cuando Merry y tú tuvisteis relaciones sexuales en el transcurso de una visión, hiciste que se desbordaran todos los ríos que rodean St. Louis -dijo Rhys-. ¿Cuánto poder más quieres tener?
Esta vez Barinthus apartó la mirada, eludiendo la nuestra. Supuse que ésa era una respuesta suficiente.
Fue Doyle quien dio un paso o dos hacia adelante, y dijo…
– Entiendo que quieras recuperar todo tu viejo poder, amigo mío.
– ¡Tú has recobrado el tuyo! -Gritó Barinthus-. No intentes apaciguarme cuando estás ahí, lleno a rebosar de tu propio poder.
– Pero no es mi antiguo poder, no del todo. Todavía no puedo curarme como lo hacía. No puedo hacer muchas cosas que alguna vez sí pude.
Barinthus miró a Doyle entonces, y la cólera en sus ojos los había hecho cambiar de un radiante azul al negro, negro como esas aguas profundas bajo cuya superficie había rocas afiladas, preparadas para desgarrar el casco de tu barco y hundirte.
Se oyó una salpicadura repentina contra el costado de la casa. Estábamos demasiado lejos por encima del nivel del mar como para que la marea nos encontrase, y además era el momento equivocado del día para que eso sucediera. Hubo otro golpe de agua, y esta vez la oí chocar violentamente contra las enormes ventanas del cuarto de baño adjunto a la habitación.
Fue Galen quien se deslizó por la puerta y fue hacia el cuarto de baño para averiguar qué era ese sonido. Hubo otro golpe de agua contra el cristal, y cuando regresó, su rostro estaba serio.
– El mar asciende, pero es como si alguien recogiera el agua y la lanzara contra las ventanas. En verdad se separa del mar, y parece flotar por un momento antes de golpear contra el cristal.
– Debes controlar tu poder, amigo mío -dijo Doyle, su voz grave volviéndose aún más profunda debido a una fuerte emoción.
– Hace mucho tiempo yo podría haber llamado al mar y haber hundido esta casa en el agua.
– ¿Eso es lo que quieres hacer? -Pregunté. Apreté la mano de Frost, moviéndome para acercarme a Doyle.
Él me miró entonces, su cara reflejando una gran angustia. Sus manos convertidas en puños a sus costados.
– No, no haría que el mar se tragara todo lo que hemos ganado, y yo nunca te haría daño, Merry. Nunca deshonraría a Essus y todo lo que él intentó para salvar tu vida. Llevas a sus nietos. Quiero estar aquí para ver nacer a esos niños.
Su pelo sin atar se revolvió a su alrededor, y así como el pelo de la mayor parte de las personas parecía flotar al viento, había algo líquido en la forma en que su pelo se movía, como si de alguna forma, las corrientes que circulaban bajo esta habitación se tocaran y jugaran con su pelo largo hasta los tobillos. Apostaba a que su pelo tampoco se enredaba.
Afuera, el mar se calmó, el ruido fue decreciendo hasta que se convirtió simplemente en la quietud del agua en la estrecha playa de abajo.
– Lo siento. Perdí los estribos, y eso es imperdonable. Yo, de entre todos los sidhe, sé que tales despliegues infantiles de poder no tienen sentido.
– ¿Y tú quieres que la Diosa te devuelva más poder? -preguntó Rhys.
Barinthus alzó la mirada, y por un momento pudo verse en sus ojos el destello de agua oscura fluyendo, entonces fue absorbido por algo más tranquilo, más controlado.
– Lo hago. ¿No lo harías tú? Oh, pero se me olvidaba, tú tienes ahora un sithen esperándote, regalo de la Diosa la noche pasada. -Ahora había amargura en su voz, y el océano sonó un poco más fuerte, como si alguna gran mano lo agitara de forma impaciente.
– Tal vez hay una razón por la cual la Diosa no te ha devuelto todos tus poderes -dijo Galen.
Todos nosotros le miramos. Él se apoyaba contra el quicio de la puerta, viéndose serio pero tranquilo.
– Tú no puedes opinar sobre eso, chico. No recuerdas lo que perdí.
– No lo hago, pero sé que la Diosa es sabia, y ella ve más lejos en nuestros corazones y mentes de lo que nosotros lo hacemos. Si esto es lo que haces con sólo una parte de tu poder de regreso, ¿Cuánto más arrogante serías si todo ese poder volviera?
Barinthus dio un paso en su dirección.
– No tienes derecho a juzgarme.
– Él es tan padre de mis niños como Doyle -dije-. Es tan rey de pleno derecho como lo es Doyle.
– Él no fue coronado por el mundo de las hadas y los mismos dioses.
Se oyó un golpe en la puerta que me hizo saltar.
– Ahora, no -gritó Doyle.
Pero la puerta se abrió, y entró Sholto, Rey de los Sluagh, Señor de las Sombras y de Aquello que Transita por el Medio. Entró con su pelo, un manto de un rubio casi blanco suelto sobre una túnica negra y plateada, a juego con sus botas.
Él me dirigió una sonrisa, y recibí el pleno impacto de sus ojos tricolores: el dorado metálico alrededor de la pupila, luego ámbar, y después un amarillo como el de las hojas del álamo en el otoño. Su sonrisa desapareció cuando se volvió hacia los otros hombres y dijo…
– Te oí gritar, Señor del Mar, y yo sí he sido coronado por el mundo de las hadas y los mismos dioses. ¿Hace eso que esta pelea sea más mía?