LA DIRECCIÓN CORRESPONDÍA A UNA CASA EN LAS COLINAS. Era una casa bonita, o lo había sido antes de que el banco la embargara y el mercado de la vivienda se derrumbara. Aparentemente nuestros asesinos en serie estaban ocupando la casa ilegalmente. Me pregunté qué harían si el agente inmobiliario se presentara de improviso con unos potenciales compradores. Probablemente mejor que eso no ocurriese.
Sholto regresó a Los Ángeles. Él era El Señor de Aquello Que Transita por el Medio. El espacio que había entre la fila de árboles y el patio de la casa era un lugar intermedio, lo mismo que allí donde la playa chocaba con el océano, o donde un campo cultivado colindaba con tierra virgen. Él podía traer a más de una docena de soldados hasta el mismo borde del patio. Pero eso era lo más cerca que podía llegar. Doyle se había encargado de inspeccionar el área y había encontrado que la casa estaba repleta de protecciones mágicas. Era una mezcla de magia humana y duende, mejor que cualquiera que hubiera visto en años, lo cual podía considerarse un elogio.
Eso quería decir que no podíamos abandonar nuestras protecciones y confiar en que no íbamos a necesitar a Sholto y sus refuerzos, quizás tendríamos que esperarnos hasta que llegaran para tirar abajo las paredes. Vendría con los Gorras Rojas porque a ellos las defensas mágicas no los detendrían. Sólo evitarían las ventanas y las puertas, que era lo que estaba más fuertemente protegido, y abrirían nuevas puertas en las mismas paredes donde no había defensas. Los semiduendes eran fuertes, pero no pensaban en ese tipo de fuerza bruta más de lo que lo hacían los humanos. Era una ventaja para nosotros, pero necesitábamos más.
Frost vendría con Sholto y los Gorras Rojas. Doyle iría en cabeza junto a Cathbodua y Usna, que eran los otros dos guardias de los cuáles, en verdad dijo…
– Pueden pasar inadvertidos casi tan bien como yo. Confiaría en ellos para hacer esto. -Una vez más, un gran elogio.
La pregunta era… ¿quién entraría conmigo como mis dos guardaespaldas? Barinthus pidió ir.
– Te he fallado, Merry. He sido arrogante y de poca utilidad, pero para esto soy ideal. Puedo soportar más lesiones que la gran mayoría de los sidhe. He usado la diplomacia durante siglos, aunque no porque me falte la habilidad para utilizar cualquier arma. -Doyle le había dado la razón en eso.
Barinthus había agregado…
– Y además soy una prueba para casi todo tipo de magia sin importar del tipo que sea.
Yo estudié su rostro, sin estar del todo segura de si no estaría jactándose de nuevo.
– Soy el mar hecho carne, Merry. No se puede incendiar el mar. No se puede secar. Ni siquiera se puede envenenar del todo. Puedes golpearlo, pero el golpe se volverá contra ti. Estar junto al mar me ha devuelto gran parte de mi poder. Permíteme hacer esto para ti. Déjame probar que era digno de ser el amigo de Essus, y que te soy leal.
Al final, tanto Doyle como Frost estuvieron de acuerdo en que él era una buena elección y así se convirtió en uno de los dos.
– El otro tengo que ser yo -dijo Rhys-. Soy el tercero al mando y casi tan bueno con las armas como los dos tipos grandes de aquí, mejor que ellos incluso, con un hacha. Y casi he vuelto a llegar a mi viejo nivel de poder. Puedo matar a un duende con sólo el roce de mi mano, me has visto hacerlo.
– ¿Has intentado hacerlo cuando el mundo de las hadas no está en contacto contigo o con tu víctima? -Pregunté.
Eso nos hizo pensar a todos. Al final él había salido al patio, a una zona que no se había convertido en parte del mundo feérico y encontró un insecto. Se aseguró de que a los semiduendes no les importaba que hiciera la prueba, y entonces lo tocó y le dijo que muriera. El insecto rodó patas arriba, convulsionó una vez, y murió.
– Ahora, si tan sólo recuperara también mis poderes de sanación -dijo Rhys.
Doyle había estado de acuerdo, pero para el trabajo de esta noche la muerte nos iría mejor. A las seis de la tarde teníamos nuestro plan montado y bastante gente para hacerlo funcionar. Es por eso que los reyes y las reinas necesitan a centenares de personas. A veces, necesitas soldados.
Sholto nos daría un poco de tiempo y después sacaría a todo el mundo por la pared al patio y los conduciría a otro patio a muchos kilómetros de distancia. Yo sabía que él lo podía hacer, y luego tendríamos toda la ayuda que necesitáramos, aunque durante unos pocos minutos, tendríamos que bastarnos a nosotros mismos. Barinthus y Rhys como mis guardias, y Doyle, Usna, y Cathbodua, que eran los que tenían la mayor probabilidad de pasar inadvertidos en la casa.
Algunos de nuestros semiduendes se mezclaron con los insectos locales en el límite de la propiedad en un macizo de flores silvestres cerca de la casa. Se suponía que nos harían saber si Bittersweet se volvía demasiado amarga demasiado pronto y comenzaba a cortar a Julian. Era lo único que podíamos hacer.
Doyle, Cathbodua, y Usna se fueron antes que nosotros en uno de los coches. Doyle me envolvió en sus brazos y yo recosté la cabeza contra su pecho para poder oír el lento y profundo latido de su corazón. Inhalé su olor como si necesitara memorizarlo.
Él me alzó la cara para poder besarme. Había mil cosas que quería decirle, pero al final, sólo dije lo más importante…
– Te amo.
– Y yo a ti, mi Merry.
– Ni se te ocurra morirte -le dije.
– Ni a ti.
Nos besamos otra vez y volvimos a declarar nuestro amor, y eso fue todo. De entre toda la gente que me preocupaba era la persona más importante para mí y marchaba para intentar atravesar una de las defensas mágicas más poderosas que se habían visto fuera del mundo de las hadas en siglos. Si podían entrar antes de que llegáramos, atraparían a nuestros tipos malos y rescatarían a Julian, pero si creían que eso haría estallar la alarma antes de poder salvarlo, esperarían. Barinthus, accidentalmente, bueno, más bien a propósito, haría saltar sus protecciones como si hubiera una falsa alarma, y Doyle, Cathbodua, y Usna abrirían brecha en sus defensas al mismo tiempo. Cuando las restauraran, nuestra gente estaría dentro. Ése era el plan.
Cuando fue nuestro turno para marchar, tuve que dar a demasiadas personas un beso de despedida. Demasiados “Te amo” y demasiados “No mueras por mí”. Galen no dijo ni una palabra cuando me abrazó y me dio el beso de despedida. Él acompañaría a Sholto y los demás, y combatiría esta batalla. Desde que habían secuestrado a Julian, ni siquiera había discutido, y ni una sola vez había dicho “Te lo dije”. Le amé más por eso, que por su disposición a derramar sangre para salvar a Julian. Todos haríamos lo que tuviéramos que hacer para salvar a nuestro amigo, pero la mayor parte de los hombres no habrían podido resistirse a soltar un “Te lo dije”.
Rhys conducía, y Barinthus tenía todo el asiento de atrás para él. Yo iba en el asiento de delante [34], aunque no llevaba ninguna escopeta. Llevaba mi Lady Smith porque nos habían dicho que no lleváramos a la policía, o a más de dos guardias; pero no habían dicho nada de no llevar armas, así que todos íbamos armados hasta los dientes.
Llevaba también una navaja plegable en una funda atada al muslo bajo mi falda de verano, no porque pensara que la iba a usar para herir a alguien, sino porque el arma blanca atraviesa la mayoría del encanto. Si en mis venas corriera menos sangre humana o brownie no hubiera sido capaz de soportar el cuchillo pegado a mi piel, pero yo no era solamente una cosa. Era la suma de mis partes. Intenté tranquilizarme y pensar en positivo mientras Rhys conducía colina arriba. Esperaba que lo poco que había cenado no fuera algo que mi cuerpo embarazado fuera a rechazar. No quería vomitar encima de los chicos malos, o quizás, a lo mejor lo hacía. Desde luego, sería una buena causa de distracción.
En caso necesario podría fingir el malestar. Mantuve la idea en reserva, y le recé a la Diosa y al Consorte para que Julian no estuviera malherido y que pudiéramos escapar, sin que ninguno de nosotros saliera lastimado. Ésa fue mi oración mientras conducíamos al amparo de un crepúsculo creciente.
No hubo olor de rosas para acompañar la oración.