HABÍA AMBULANCIAS, POLICÍAS Y TROZOS DE CRISTAL POR todas partes. Ninguno de los que estábamos en la tienda había resultado herido, pero a algunos de los paparazzi los habían llevado al hospital. La mayor parte de la gente que había estado pegada al cristal eran fotógrafos intentando conseguir la “foto” que les haría ricos. Ciertos planos se rumoreaba que podrían llegar a valer centenares de miles de dólares. Hasta hoy, creía que eso sólo eran rumores.
Lucy me vigilaba mientras el técnico sanitario de la ambulancia me examinaba. Mis protestas diciendo…
– Estoy bien. No estoy herida… -cayeron en oídos sordos. Cuando Lucy me encontró dentro de la charcutería bajo una capa de cristales rotos se puso pálida. Miré a esa chica alta y morena, y me di cuenta de que si bien nunca podríamos ir de compras juntas, siempre podría contar con su amistad.
El técnico en emergencias médicas me quitó el manguito para medir la presión sanguínea de mi brazo y comentó…
– Todo parece estar bien. La presión sanguínea, todo eso. Pero no soy médico, y muchísimo menos un especialista en neonatos.
– ¿Así que piensa que debería ir al hospital? -preguntó Lucy.
El técnico frunció el ceño y me di cuenta de su dilema. Si decía que no y se equivocaba, estaba jodido. Pero allí había otras personas que realmente se habían hecho más daño y si él dejaba a una de ellas atrás para llevarme a mí y curarse en salud, y esa otra persona que dejaba atrás moría, entonces también estaba jodido.
Lucy recurrió a Doyle y Frost buscando apoyo…
– Decidle que necesita ir al hospital.
Ellos se miraron, y entonces Doyle asintió ligeramente con la cabeza como dando autorización, y Frost contestó…
– Nosotros no le decimos a Merry lo que tiene que hacer. Ella es nuestra princesa.
– Pero está gestando a vuestros bebés -dijo Lucy.
– Eso no nos da derecho a imponer nuestro criterio -dijo él.
Doyle agregó…
– Yo esperaba que tú lo entenderías mejor que la mayoría, Detective Tate.
Ella les miró frunciendo el ceño, luego se volvió hacia mí.
– ¿Me prometes que no te has caído ni que se te ha caído nada encima?
– Te lo prometo -le dije.
Ella tomó aire exageradamente, dejándolo luego escapar lentamente. Luego asintió con la cabeza.
– Estupendo. Bien. Abandono. Si vosotros no os preocupáis, no sé por qué voy a molestarme yo.
Le sonreí.
– Porque eres mi amiga, y los amigos se preocupan los unos de los otros.
Ella casi pareció avergonzada, luego me dirigió una sonrisa burlona.
– Estupendo. Vete y disfruta de lo queda del sábado.
Doyle me alargó una mano y yo la tomé, permitiendo que me ayudara a levantarme, aunque en realidad no era necesario. Ambos habían estado más tranquilos que Lucy, tal vez porque habían estado junto a mí todo el tiempo. Sabían que no me había pasado nada, pero también habían sido mucho más cuidadosos conmigo de lo que habían sido antes. Era conmovedor, pero algo irritante. Me preocupaba que a medida que avanzara el embarazo se pudiera volver mucho menos conmovedor y mucho más irritante. Pero ésa era una preocupación que podía dejar para otro día. Estábamos en libertad de dirigirnos hacia la playa, y todavía había suficiente luz de día para disfrutar de ella. Todo estaba bien.
El técnico preguntó…
– Entonces… ¿Ya he acabado aquí con la princesa?
– Sí -le dijo Lucy, -vaya a encontrar a alguien que esté chorreando sangre y que pueda llevar al hospital.
Él sonrió, obviamente aliviado, y salió a toda prisa a buscar a alguien que realmente necesitara un paseo al hospital.
– Te pondré una escolta que te acompañe hasta tu coche -dijo ella señalando a los reporteros contenidos por la cinta y las barreras. Extrañamente, el paparazzi que había resultado herido, ahora era noticia por sí mismo. Me pregunté si disfrutaría de estar al otro lado del objetivo.
– Algunos de ellos nos seguirán hasta la playa -dijo Frost.
– Puedo intentar despistarlos.
– No, no quiero ver lo que eso podría ocasionar en los accesos que llevan a la playa -contradijo Doyle rápidamente, de forma que incluso Lucy se percató de su ansiedad.
– La Oscuridad, tan alto y mortífero… y todavía incómodo cuando tiene que subir a un vulgar coche -dijo Lucy, dirigiéndome el comentario.
Sonreí y le hice una seña con la cabeza.
– Prefiero la limusina; Al menos con ese coche no puedo ver la carretera tan claramente -comentó Doyle.
Lucy le sonrió, moviendo la cabeza.
– ¿Sabes, Doyle? Me gustas mucho más desde que sé que te da miedo algo.
Él la miró frunciendo el ceño, y probablemente habría hecho algún comentario, pero en ese momento el móvil de Lucy sonó. Ella comprobó la llamada y al ver que tenía que cogerla, levantó un dedo haciéndonos señas de que esperáramos.
– Dime que no es un chiste -dijo ella y su tono fue cualquier cosa menos divertido. -¿Cómo? -Preguntó, escuchó y dijo, -Una disculpa no va a arreglarlo. -Colgó el teléfono y maldijo quedamente para sí misma.
– ¿Qué ha pasado? -Pregunté.
– Mientras aquí limpiábamos este desastre, nuestro testigo huyó de la escena. No la encontramos.
– ¿Cómo consiguió…?
– No lo saben. Aparentemente cuando en el Fael quedaron menos efectivos, el séquito de Gilda se envalentonó, y para cuando consiguieron calmarlos, la testigo se había ido. -Noté que ella se cuidó de mencionar el nombre de Bittersweet en público. Ésa era una buena precaución cuando los asesinatos tienen un origen mágico; Nunca sabes quién puede estar oyéndote o por qué medios.
– Lucy, lo siento. Si no hubieras venido aquí a ayudarnos, esto no habría ocurrido.
Ella echó una feroz mirada a un paparazzi que no había resultado herido pero a quién la policía había retenido para ser interrogado.
– Tú no habrías necesitado ayuda si estos bastardos no te hubieran acosado.
– No estoy segura de que les puedas acusar de algo -le dije.
– Ya encontraremos algo -dijo ella coléricamente. Su cólera probablemente tenía más que ver con el hecho de que Bittersweet había huido y que tendría que decirle a sus jefes que ella estaba rescatando a la princesa de las hadas de los reporteros grandes y malos cuando eso había ocurrido, pero el paparazzi que había salido indemne sería un bonito blanco para esa cólera.
– Vete, disfruta de tu fin de semana. Me encargaré de esta pandilla y te pondré una escolta hasta tu coche. Haré que algunos coches se aseguren de que nadie te sigue desde el Fael, pero si te están esperando más lejos -y aquí ella se encogió de hombros- me temo que no hay mucho que pueda hacer.
Tomé su mano y la apreté.
– Gracias por todo, y lamento el follón que vas a tener por la desaparición del testigo.
Ella sonrió, pero en sus ojos no se reflejó esa sonrisa.
– Me ocuparé de eso. Vete, disfruta de tu picnic o lo que sea. -Ella se marchó dando media vuelta, pero en seguida se giró frunciendo el ceño y acercándose otra vez a nosotros, susurró…
– ¿Cómo encontramos a alguien que sólo mide 15 centímetros en una ciudad del tamaño de Los Ángeles?
Era una buena pregunta, pero tenía una respuesta útil.
– Ella es uno de lo más pequeños entre nosotros, así que es muy sensible al metal y la tecnología. Por lo tanto, búscala en parques, descampados, calles bordeadas de árboles como la escena de hoy. Ella necesita la naturaleza para sobrevivir aquí.
– ¿Qué clase de hada de las flores es ella? -preguntó Frost.
– No lo sé -dijo Lucy.
– Buena idea, Frost -le dije. -Averígualo, Lucy, porque ella se sentirá atraída por su planta. Algunos de ellos están tan ligados a un trocito de tierra que si su planta se muere, mueren con ella.
– Ufff… eso haría que realmente te concienciaras con el medioambiente -dijo Lucy.
Asentí con la cabeza.
– ¿Quién sabía qué flor le gusta?
– Robert podría saberlo -le dije.
– Gilda lo sabía -dijo Doyle.
Lucy le miró frunciendo el ceño.
– Ella ya ha llamado a su abogado. No va a hablar con nosotros.
– Quizás lo haría, si tú le dices que al no cooperar está poniendo en peligro a su gente -dijo Doyle.
– No creo que le importe mucho -contestó Lucy.
Doyle sonrió levemente.
– Dile que, obviamente, Meredith se preocupa más de su gente. Insinúa que Meredith es mejor gobernante, más amable y yo creo que Gilda te dirá por propia voluntad cuál es la flor.
Ella le contempló inclinando la cabeza en señal de aprobación.
– Ambos son atractivos y listos. No es justo. ¿Por qué no puedo encontrar yo a un Príncipe Azul como estos chicos?
No estaba segura de qué decir a eso, pero Doyle contestó…
– No somos el Príncipe Azul de nuestra historia, Detective Tate. Meredith fue la que nos rescató, salvándonos de un destino amargo.
– Así que ella es… qué… ¿ la Princesa Azul?
Él le sonrió, con esa sonrisa encantadora que no dejaba ver a menudo. Consiguió que Lucy se sonrojara ligeramente, y me di cuenta de que a ella le gustaba Doyle. No la podía culpar.
– Sí, Detective, ella es nuestra Princesa Azul.
Frost tomó una de mis manos en las suyas y me miró, reflejándose en sus ojos todos sus sentimientos, a la vez que decía…
– Es ella.
– Así que en vez de esperar a que el Príncipe Azul me encuentre, ¿tengo que encontrar a uno a quién salvar y me lo traigo a casa?
– Eso a mí me funcionó -le dije.
Ella negó con la cabeza.
– Salvo a gente todos los días, o al menos lo intento, Merry. Sólo por una vez, me gustaría que me salvaran a mí.
Negué con la cabeza.
– He pasado por ello, Lucy. Confía en mí, es mejor evitarlo.
– Si tú lo dices… Yo tengo que ir a ver a Robert, a ver si sabe dónde puedo encontrar a nuestra pequeña amiga -nos dijo, despidiéndose con la mano mientras se abría paso entre la multitud.
Dos oficiales uniformados aparecieron como si les hubiera dicho que se acercaran cuando ella se fuera. Probablemente lo hizo. Eran nuestros viejos amigos Wright y O’Brian.
– Se supone que tenemos que vigilar que llegue a salvo hasta su coche -dijo Wright.
– Vamos -dije.
Iniciamos el viaje de regreso de la misma forma en que habíamos hecho el de ida, en medio de las ráfagas destellantes de los flashes de reporteros y paparazzis.