CAPÍTULO 5

EL FAEL ESTABA TODO FORRADO DE MADERA PULIDA, amorosamente tallada a mano. Sabía que casi toda la carpintería interior había sido recuperada de un viejo salón/bar del Oeste que estaba siendo demolido. La fragancia de algo herbal y un dulce perfume se mezclaban refinadamente con el exquisito aroma del té, y sobre todo ello se percibía el olor del café, tan intenso que podías paladearlo. Justo en ese momento debían de haber molido un poco para algún cliente, ya que Robert siempre insistía en que el café estuviese herméticamente cerrado. Quería mantener su frescor, pero también intentaba que el intenso aroma del café no aplastara la fragancia más suave de sus tés.

Todas las mesas estaban ocupadas, y había personas sentadas en la barra, tomando su té o esperando para ocupar una mesa. Casi había el mismo número de humanos que de duendes, aunque estos últimos eran todos duendes menores. Si dejara caer el encanto habríamos sido los únicos sidhe. No había demasiados sidhe exiliados en Los Ángeles, pero los que estaban aquí veían al Fael como un local para seres inferiores. Había un par de clubes lejos de aquí que atendían a los sidhe y a los aspirantes a sidhe. Ahora que había aclarado la piel de Doyle, sus orejas le señalaban como a un posible aspirante que había conseguido esas orejas puntiagudas gracias a unos implantes, con el fin de parecer un duende. De hecho, había otro hombre alto sentado en una mesa lejana con sus propios implantes. Incluso se había dejado crecer su cabello rubio y lacio. Era guapo, pero había algo en sus anchos hombros que hablaba de muchas horas de gimnasio, y también una aspereza que le señalaba como humano y no como sidhe, como una escultura no lo bastante pulida.

El rubio aspirante a duende clavó su mirada en nosotros. La mayor parte de los clientes nos había mirado al entrar, pero luego la mayoría apartó la mirada. El rubio nos seguía mirando fijamente por encima del borde de su taza de té, y no me gustó tal nivel de atención. Era demasiado humano para ver a través de nuestro encanto, pero no me gustaba él. No estaba segura del por qué. Era casi como si le hubiera visto antes en alguna parte, o como si tuviera que conocerle. Era simplemente una sensación molesta. Probablemente sólo estaba siendo quisquillosa. Los escenarios homicidas consiguen eso a veces, te hacen ver tipos malos por todas partes.

Doyle me tocó el brazo.

– ¿Qué va mal? -Murmuró contra mi pelo.

– Nada. Sólo pensé que reconocía a alguien.

– ¿Al rubio de los implantes? -preguntó.

– Hm… hm… -dije, sin mover los labios, porque realmente no me gustaba cómo nos estaba mirando.

– Qué amable por vuestra parte uniros a nosotros en esta bonita mañana. -Era una voz fuerte y cordial, lista para saludarte y hacerte sentir feliz por haber venido. Robert Thrasher estaba detrás de la barra sacando brillo a la madera con un paño blanco y limpio. Nos sonreía, con toda su atractiva cara color avellana. Había dejado que la cirugía moderna le proporcionara una nariz, y le construyera pómulos y una graciosa barbilla, aunque pequeña. Era alto para ser un brownie, casi de mi misma altura, pero era de esqueleto pequeño, y el doctor que había remodelado su cara lo había tenido en cuenta, de forma que si tú no sabías que él había nacido con dos agujeros por nariz y una cara más parecida a la de un Fear Dearg que a la de un humano, nunca habrías supuesto que no había sido este hombre apuesto desde que nació.

Si alguien alguna vez me pedía una recomendación para un cirujano plástico, le enviaría al doctor de Robert.

Él sonrió, sólo sus oscuros ojos castaños mostraban un indicio de preocupación, pero ninguno de sus clientes lo notaría.

– Tengo tu pedido en la parte de atrás. Vamos para allá y podrás tomarte una taza antes para probarlo.

– Suena bien -le dije, toda feliz para hacer juego con su tono. Había vivido en la Corte Oscura cuando la única magia que podía realizar era el encanto. Sabía cómo fingir sentir cosas que no sentía en absoluto. Eso había hecho que fuera muy buena haciendo el trabajo encubierto que realizaba para la Agencia de Detectives Grey.

Robert le pasó el trapo a una joven que parecía una modelo fotográfica salida de la Revista Gótica Mensual, desde su pelo negro hasta su minivestido de terciopelo negro, medias a rayas, y macizos zapatos retro. Lucía un tatuaje en el cuello y un piercing en la boca intensamente pintada.

– Cuida del frente por mí, Alice.

– Así lo haré -contestó, sonriéndole alegremente. Ah, una gótica alegre, no una sombría. La actitud positiva es una ayuda cuando estás detrás de una barra.

El Fear Dearg se quedó atrás, torciendo el gesto en una sonrisa dirigida a la alta chica humana. Ella le devolvió la sonrisa, y en su cara no se pudo ver otra cosa que atracción hacia el pequeño duende.

Robert se puso en marcha y nosotros le seguimos, así que dejé de especular sobre si Alice y el Fear Dearg serían pareja, o si al menos se enrollaban. Desde luego, él no era santo de mi devoción, pero por otra parte yo sabía de lo que era capaz, ¿no?

Moví la cabeza, dejando de lado tales pensamientos. Su vida amorosa no era asunto mío. El espacio dedicado a oficina era moderno y estaba limpio, decorado en cálidos tonos tierra, y en una pared había un mural para colgar fotos, para que todo el personal, incluso los que no tenían despacho, pudiera traer sus fotos de casa, de sus familiares y amigos y verlas durante el día. Había fotos de Robert y su pareja, vestidos con camisas tropicales delante de una bella puesta de sol. Había varias fotos de la chica gótica, Alice, cada una con un tipo diferente; tal vez antes sólo estaba siendo amistosa y cordial. Había una mampara, también de un tono cálido entre el canela y el marrón, que separaba la zona de descanso del espacio de la oficina. Oímos las voces antes de llegar a esa zona. Una era baja y masculina, la otra aguda y femenina.

Robert gritó en tono alegre…

– Tenemos visita, Bittersweet.

Se oyó un pequeño grito, y el ruido de porcelana rompiéndose, y entonces entramos en la zona de descanso. Pudimos ver agradables muebles de cuero con cómodos cojines, una gran mesa de café, algunas máquinas expendedoras de bebidas y bocadillos casi ocultas por un biombo oriental, un hombre y una pequeña hada volando.

– Lo prometiste -gritó ella, y su voz sonaba aguda por la cólera, oyéndose en su tono como el vestigio de un zumbido, como si ella fuera realmente el insecto al que se parecía-. ¡Prometiste que no lo contarías!

El hombre estaba de pie, tratando de consolarla mientras ella revoloteaba cerca del techo. Sus alas eran un borrón en movimiento, y yo sabía que cuando dejara de moverse, las alas de su espalda no se parecerían a las alas de una mariposa, sino más bien a algo más rápido, más liviano. Sus alas reflejaban la luz artificial con pequeños destellos del color del arco iris. Su vestido era de color púrpura, sólo un poco más oscuro que el mío. El pelo le caía sobre los hombros en ondas rubio platino. Apenas llenaba mi mano, era pequeña incluso para los estándares de los semiduendes.

El hombre que intentaba calmarla era Eric, la pareja de Robert. Medía casi un metro ochenta, esbelto, bien vestido y bronceado, muy apuesto, al estilo pijo o chico de casa bien. Hacía más de diez años que eran pareja. Antes de Eric, el último amor en la vida de Robert había sido una mujer a la que le fue fiel hasta que murió a la edad de ochenta y tantos. Pensé que era muy valiente por parte de Robert amar a otro humano tan pronto.

Robert dijo con brusquedad…

– Bittersweet, te prometí no contárselo a todo el mundo, pero tú fuiste la que voló hasta aquí balbuceando histéricamente. ¿Creías que nadie hablaría? Tienes suerte de que la princesa y sus hombres hayan llegado antes que la policía.

La pequeña duende se lanzó sobre él, sus pequeñas manos cerradas en puñitos y sus ojos brillantes de furia. Le golpeó. Se podría pensar que algo más pequeño que una muñeca Barbie no pegaría con mucha fuerza, pero sería una equivocación.

Ella le golpeó, y yo estaba tras él, así que pude percibir la onda de energía que llegó rodeando su puño como una pequeña explosión. Robert salió volando y cayó hacia atrás en mi dirección. Sólo la velocidad de Doyle le interpuso entre el hombre que caía y yo. Frost tiró de mí, sacándome bruscamente de la trayectoria de ambos mientras chocaban contra el suelo.

Bittersweet se revolvió contra nosotros, y observé la onda de poder que la rodeaba como el calor de un día de verano. Su cabello formaba un pálido halo alrededor de su cara, erizado por el poder de su propia energía. Era sólo la magia lo que mantenía vivo a un ser tan pequeño sin que tuviera que comer cada día el equivalente a varias veces su peso, igual que hacían los colibríes o las musarañas.

– No seas impulsiva -dijo Frost. Su piel se heló contra la mía a medida que su magia se despertaba en un frío invernal que hacía cosquillas en la piel. El encanto que había usado para escondernos se debilitó, en parte debido a que mantenerlo con su magia aflorando era más difícil, y en parte debido a que también esperaba que eso ayudaría a que la pequeña duende se tranquilizara.

Sus alas se detuvieron, y por un momento pude ver el cristal de sus alas de libélula en su diminuto cuerpo mientras ella hacía el equivalente aéreo de un tropezón humano en un terreno irregular. Eso la hizo precipitarse casi hasta el suelo antes de poder frenar y volver a elevarse hasta quedar más o menos al nivel de los ojos de Frost y Doyle. Ella se había girado hacia un lado de forma que podía verlos a los dos. La energía que la rodeaba se iba calmando mientras revoloteaba.

Ella osciló en una embarazosa reverencia en el aire.

– Si te escondes tras el encanto, princesa, entonces… ¿cómo va a saber un duende cómo actuar?

Comencé a acercarme rodeando el cuerpo de Frost, pero él me detuvo a medio camino con su brazo, por lo que tuve de hablar desde detrás del escudo que formaba su cuerpo.

– ¿Nos habrías hecho daño si sólo hubiéramos sido humanos con algo de sangre duende en las venas?

– Te parecías a uno de esos humanos disfrazados de duendes de pega.

– Quieres decir los aspirantes -dije.

Ella asintió con la cabeza. Sus rizos rubios habían caído sobre sus diminutos hombros en bellos bucles, como si el poder le hubiera ensortijado el cabello haciéndolo aún más rizado.

– ¿Por qué te asustarían los aspirantes humanos? -preguntó Doyle.

Sus ojos fueron hacia él, y después de regreso a mí como si la mera vista de él la asustara. Doyle había sido el asesino de la reina durante siglos; el hecho de que ahora estuviera conmigo no cambiaba su pasado.

Ella respondió a su pregunta mientras me miraba.

– Los vi bajar por la colina donde mis amigos… -Aquí se detuvo, se puso las manos delante de los ojos, y empezó a llorar.

– Bittersweet -dije-, siento tu pérdida, ¿pero dices que viste a los asesinos?

Ella sólo asintió con la cabeza sin quitarse las manos de la cara, y empezó a llorar más fuerte, emitiendo una increíble cantidad de ruido para un ser tan pequeño. El llanto tenía un deje histérico, pero supongo que no podía culparla.

Robert la rodeó para acercarse a Eric, tomándose ambos de las manos mientras Eric le preguntaba a Robert si estaba herido. Robert simplemente negó con la cabeza.

– Tengo que hacer una llamada -le dije.

Robert asintió con la cabeza, y algo en sus ojos me dejó saber que él me entendía, sabía a quién iba a llamar y el por qué no lo haría desde este cuarto. La pequeña duende no parecía querer que nadie supiera lo que había visto, y yo estaba a punto de llamar a la policía.

Robert nos dejó volver al almacén que estaba detrás de las oficinas, pero no antes de hacer entrar al Fear Dearg y ordenarle que se sentara con Eric y la semiduende. Disponer de algo de seguridad adicional daba la impresión de ser una idea realmente buena.

Frost y Doyle comenzaron a moverse para venir conmigo, pero dije…

– Uno de vosotros se queda con ella.

Doyle le ordenó a Frost hacerlo, mientras él se quedaba conmigo. Frost no discutió; llevaba siglos obedeciendo sus órdenes. Era una costumbre para la mayoría de los guardias hacer lo que Doyle decía.

Doyle dejó que la puerta se cerrara detrás de nosotros mientras yo marcaba el número del móvil de Lucy.

– Detective Tate.

– Soy Merry.

– ¿Hay algo de nuevo?

– ¿Qué tal una testigo que dice que vio a los asesinos?

– No bromees -dijo ella.

– No bromeo, mi intención es solucionarlo.

Ella casi se rió.

– ¿Dónde estás, y quién es? Podemos enviar un coche y recogeros.

– Una semiduende, y una de las más diminutas. Probablemente no puede viajar en coche sin resultar herida por el metal y la tecnología.

– Mierda. ¿Va a tener problemas sólo por venir a la central?

– Probablemente.

– Más mierda. Dime dónde estás y vendremos nosotros. ¿Tienen una habitación donde podamos interrogarla?

– Sí.

– Dame tu dirección. Vamos de camino. -La oí moverse sobre la hierba lo bastante rápido para que sus pantalones hicieran ese sonido whish-whish.

Le di la dirección.

– No os mováis. Haré que los policías más cercanos vayan a hacer de canguro, pero no tendrán magia, sólo armas.

– Esperaremos.

– Estaremos allí en veinte minutos si el tráfico realmente coopera y se aparta del camino de las luces y sirenas.

Sonreí, si bien ella no podía verlo.

– Entonces te veremos en treinta. Aquí nadie puede imponerse al tráfico.

– Mantén el fuerte a salvo. Estamos de camino. -Oí el ulular de las sirenas antes de que la llamada se cortara.

– Están de camino. Quiere que nos quedemos aquí incluso después de que lleguen los policías más cercanos -dije.

– Porque no pueden hacer magia, y este asesino, sí -dijo Doyle.

Asentí con la cabeza.

– No me gusta que la detective te pida que te pongas en peligro por su caso.

– No es por su caso. Es para evitar que alguien más de nuestra gente muera, Doyle.

Él me miró, estudiando mi cara, como si no la hubiera visto antes.

– Tú te habrías quedado de todos modos.

– Hasta que nos echaron, sí.

– ¿Por qué? -preguntó él.

– Nadie mata a nuestra gente y se sale con la suya.

– Cuando sepamos quién hizo esto, ¿estás decidida a que se enfrenten a un juicio ante un tribunal humano?

– ¿Quieres decir, que tú simplemente ordenarías que se encargaran de ellos de la forma tradicional? -Fue mi turno de estudiar su cara.

Él asintió con la cabeza.

– Creo que vamos a acudir al tribunal.

– ¿Por qué? -preguntó él.

No intenté decirle que eso era lo correcto. Él me había visto matar a gente por venganza. Ahora era un poco demasiado tarde para esconderse detrás de un velo de santidad.

– Porque estamos exiliados permanentemente en el mundo humano y tenemos que adaptarnos a sus leyes.

– Sería más fácil matarlos, y ahorrar el dinero de los contribuyentes.

Sonreí, y negué con la cabeza.

– Sí, podría ser una buena idea desde un punto de vista fiscal, pero yo no soy el alcalde, y no manejo el presupuesto.

– Si lo fueras, ¿los mataríamos?

– No -dije.

– Porque ahora jugamos según las reglas humanas -dijo él.

– Sí.

– No vamos a ser capaces de jugar según las reglas de los humanos todo el tiempo, Merry.

– Probablemente no, pero hoy lo somos, y lo haremos.

– Eso es una orden, ¿mi princesa?

– Si necesitas que lo sea… -dije.

Pensó en ello, y luego asintió.

– Me tomará algún tiempo acostumbrarme a esto.

– ¿A qué?

– A que ya no soy sólo un portador de muerte, y que tú estás también interesada en la justicia.

– El asesino todavía podría librarse gracias a algún tecnicismo -le dije-. Aquí, la Ley no es lo mismo que la Justicia. Más bien depende de cómo se interpreta la ley y de quién tiene el mejor abogado.

– Si el asesino se libra por un tecnicismo, ¿entonces cuáles son mis órdenes?

– Estamos hablando a meses o años vista, Doyle. La justicia se mueve muy lentamente por aquí.

– La pregunta se mantiene, Meredith. -Él estudiaba mi cara otra vez.

Encontré sus ojos a través de sus gafas oscuras, y le dije la verdad.

– Él, o ellos, o bien pasan el resto de sus vidas en prisión, o mueren.

– ¿Por mi mano? -preguntó él.

Me encogí de hombros, y aparté la mirada.

– Por la mano de alguien. -Me moví más allá de él para alcanzar la puerta. Él me agarró del brazo, haciéndome girar para mirarlo.

– ¿Lo harías tú misma?

– Mi padre me enseñó a que no pidiera nunca nada que no estuviera dispuesta a hacer yo misma.

– Tu tía, la Reina del Aire y la Oscuridad, está realmente deseando manchar sus blancas manos de sangre.

– Ella es una sádica. Yo sólo los mataría.

Levantó mis manos entre las suyas y las besó con suavidad.

– Prefiero que tus manos sostengan cosas más tiernas que la muerte. Déjame a mí esa tarea.

– ¿Por qué?

– Porque creo que mancharte las manos de sangre puede cambiar a los niños que llevas.

– ¿Crees eso? -Le pregunté.

Él asintió con la cabeza.

– El asesinato puede cambiar muchas cosas.

– Intentaré hacer todo lo posible para no matar a nadie, mientras todavía estoy embarazada.

Me besó en la frente, y luego se inclinó para tocar sus labios con los míos.

– Eso es todo lo que pido.

– Sabes que lo que le ocurre a la madre durante el embarazo no afecta realmente a los bebés, ¿verdad?

– Compláceme -dijo él, irguiéndose en toda su altura, pero manteniendo mis manos en las suyas. No sé si le habría dicho que estaba siendo supersticioso porque un golpe en la puerta nos interrumpió. Frost abrió la puerta, diciendo…

– Los policías están aquí.

Bittersweet comenzó a gritar de nuevo.

– ¡La policía no puede ayudar! ¡La policía no nos puede proteger de la magia!

Doyle y yo suspiramos al mismo tiempo, nos miramos el uno al otro, y sonreímos. Su sonrisa fue muy leve, sólo un ligero movimiento de labios, pero pasamos por la puerta sonriendo. Las sonrisas se desvanecieron, apresurándonos mientras Frost se giraba, diciendo…

– Bittersweet, no dañes a los oficiales.

Corrimos junto a él para intentar impedir que la diminuta semiduende lanzara a los grandes y malos policías al otro lado del cuarto.

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