LA CASA DE LA PLAYA DE MAEVE REED COLGABA SOBRE EL océano, la mitad asentada sobre el acantilado y la otra mitad sobre soportes de madera y hormigón, diseñados para resistir terremotos, avalanchas de barro, y cualquier otra cosa que el clima del Sur de California pudiera lanzar contra la casa. Pertenecía a una urbanización que disponía de servicio de vigilancia y portería. Y esto era lo que impedía que la prensa nos siguiera. Porque nos habían encontrado. Parecía mágica la forma en que siempre acababan encontrándonos una vez más, como un perro siguiendo un rastro. Frente a la verja no había tantos como los que solían seguirnos por el estrecho camino lleno de curvas, pero los suficientes para detenerlos y que parecieran decepcionados cuando pasamos por los portones.
Ernie estaba en la puerta. Era un afro americano mayor que había sido soldado, pero fue herido de gravedad y tuvo que abandonar la carrera militar. Nunca me dijo qué herida había sufrido, y yo conocía bien la cultura humana como para no preguntar abiertamente.
Él miró ceñudo hacia los coches aparcados más allá de la puerta.
– Llamaré a la policía, así tendremos una prueba documentada del allanamiento de morada.
– Ellos no se acercan a la puerta cuando tú estás de servicio, Ernie -le dije.
Me sonrió.
– Gracias, Princesa. Hago todo lo que puedo… -e inclinando un sombrero imaginario en dirección a Doyle y Frost, añadió…-caballeros…
Ellos le saludaron con la cabeza y nos alejamos. Si la casa de la playa no hubiera estado detrás de un portón, habríamos estado a merced de los medios, y después de ver cómo el escaparate de la tienda de Matilda se venía abajo, no pensé que fuera una buena idea para esta noche. Habría sido bonito pensar que ese accidente haría que los paparazzi se contuvieran, pero probablemente el incidente me daría más actualidad, me convertiría en un nuevo objetivo. Irónico, pero cierto.
El teléfono del coche sonó. Doyle pulsó un botón, y hablé dirigiéndome hacia el micrófono.
– Hola.
– Merry, ¿a qué distancia estáis de la casa? -preguntó Rhys.
– Casi llegando -le dije.
Él dejó oír una risa ahogada de tono casi metálico debido al manos libres.
– Bien, nuestro cocinero está nervioso porque cree que la comida se enfriará antes de que llegues.
– ¿Galen? -Le pregunté.
– Sí, ni siquiera ha salido un momento de la cocina, pero mientras se preocupe de eso, no se preocupará por ti. Barinthus me dijo que llamaste y que hubo algo de alboroto. ¿Estás bien?
– Bien, pero cansada -contesté.
Doyle habló en voz alta.
– Estamos casi en el desvío.
– El manos libres sólo funciona con el conductor -dije, no por primera vez.
Doyle comentó…
– ¿Por qué no funciona para todos los que van delante?
– Merry, ¿qué dijiste? -preguntó Rhys.
– Doyle dijo algo. -Más bajito, y para Doyle, añadí… -No lo sé.
– ¿Que no sabes qué? -preguntó Rhys.
– Lo siento, no hablaba contigo. Casi estamos ahí, Rhys.
Un enorme cuervo negro graznaba y movía las alas mientras estaba posado sobre el poste de una vieja valla cerca del camino.
– Dile a Cathbodua que estamos bien, también.
– ¿Ves a alguna de sus mascotas? -preguntó Rhys.
– Sí. -El cuervo se alzó hacia el cielo y comenzó dar vueltas alrededor del coche.
– Entonces ella se enterará de tus noticias antes que yo -dijo, pareciendo un poco decepcionado.
– ¿Estás bien? Suenas cansado -le dije.
– Estoy bien, como tú -contestó, y se rió otra vez, entonces añadió… -Sólo que yo también acabo de llegar. El caso simple que Jeremy me asignó resultó no ser tan simple.
– Podemos hablar de eso durante la cena -le dije.
– Me gustaría oír tu opinión sobre el caso, pero creo que hay previsto un programa diferente para después de la cena.
– ¿Qué quieres decir?
Frost se inclinó hacia delante todo lo que le permitió el cinturón de seguridad, y preguntó…
– ¿Ha pasado algo más? Rhys parece preocupado.
– ¿Pasó algo más mientras estábamos fuera? -pregunté, mientras buscaba el desvío hacia la casa. La luz comenzaba a desaparecer. No había anochecido del todo, pero podía pasarme el desvío si no prestaba atención.
– Nada nuevo, Merry. Lo juro.
Frené bruscamente al llegar al desvío, lo que hizo que Doyle se aferrara al coche con fuerza, dejándome oír cómo protestaba el marco de la puerta. Era lo bastante fuerte como para desencajarla del marco. Sólo esperaba que no la abollara debido a su fobia.
Hablé mientras encaraba el SUV por la cuesta de camino a la casa, que luego bajaba de forma abrupta hacia la entrada privada.
– Estoy en la entrada. Te veo enseguida.
– Esperaremos. -Colgó y yo me concentré en el camino escarpado. No era la única a quién no le gustaba. Era difícil asegurarlo detrás de las gafas oscuras, pero creo que Doyle había cerrado los ojos mientras yo conducía el SUV por todas aquellas curvas.
Las luces exteriores estaban ya encendidas, y el más bajo de mis guardias paseaba frente a la casa con su gabardina blanca agitándose a merced de la brisa del océano. Rhys era el único de los guardias que había obtenido la licencia de detective privado. Siempre había adorado las viejas películas en blanco y negro, y cuando no trabajaba de incógnito le gustaba llevar sus gabardinas y sombreros de fieltro. Las prendas eran por lo general blancas o color crema, para que hicieran juego con sus largos rizos blancos que le llegaban hasta la cintura. Su pelo ondeaba al viento igual que su abrigo y me di cuenta de que se enredaba por obra del viento como antes se había enredado el mío.
– El pelo de Rhys se enreda con el viento -comenté.
– Sí -dijo Frost.
– ¿Es porque sólo lo lleva largo hasta la cintura?
– Creo que sí -dijo él.
– ¿Por qué se le enreda el pelo y el tuyo no lo hace?
– A Doyle tampoco le ocurre. Aunque a él le gusta llevarlo trenzado.
– La misma pregunta. ¿Por qué?
Maniobré el coche hasta detenerlo al lado del coche de Rhys. Él comenzó a caminar con largas zancadas hacia nosotros. Sonreía, pero conocía su lenguaje corporal lo bastante bien para reconocer la ansiedad. Llevaba puesto un parche blanco en el ojo para que hiciera juego con el abrigo que se había puesto hoy. Lo solía llevar cuando quedaba con clientes, o salía al exterior. Mucha gente, y algunos duendes, encontraban inquietantes las cicatrices que quedaban en el lugar donde antes había estado su ojo derecho. En casa, cuando sólo estábamos nosotros, no se molestaba en ponérselo.
– No sabemos por qué a algunos de nosotros el pelo no se nos enreda -dijo Frost. -Sólo sé que siempre ha sido así.
Con esa respuesta tan poco satisfactoria, Rhys llegó hasta mi puerta. Quité los seguros para que pudiera ayudarme a salir del coche, y pude ver la ansiedad reflejándose en su único ojo, en el que los tres tonos de azul, azul aciano, azul cielo y un oscuro azul invernal giraban formando lentos remolinos cual tormenta perezosa. Quería decir que su magia estaba a punto de aflorar, lo que normalmente requería un estado de gran concentración o alteración emocional. ¿Se debía esa ansiedad al riesgo que yo había corrido hoy, o tenía la culpa el caso de la Agencia de Detectives Grey en el que estaba trabajando? No podía recordar bien de qué iba el caso, salvo que tenía algo que ver con un sabotaje corporativo mediante el uso ilícito de la magia.
Rhys abrió la puerta, y le ofrecí la mano automáticamente. La tomó y se la llevó a los labios para poner un beso en mis dedos, lo que hizo que mi piel se estremeciera. Ansiedad por mí, entonces, y no debida al caso, lo que provocaba que su magia estuviera a punto de manifestarse. Me pregunté cómo de malas habían sido las imágenes que habían salido en la tele si uno lo miraba desde fuera; entonces no me había parecido tan malo, ¿o lo fue?
Él me envolvió en sus brazos y me presionó contra su cuerpo. Me abrazó con fuerza y por un momento pude sentir su fuerza y el leve estremecimiento que recorrió su cuerpo. Intenté separarme un poco para poder mirarle a la cara, y durante un momento él me sostuvo con más fuerza contra su cuerpo, de forma que no tuve otra opción que permanecer contra él. Eso me permitió sentir su cuerpo bajo sus ropas. La piel desnuda habría sido como su beso; hubiera notado su estremecimiento contra mi piel, pero incluso a través de sus ropas, podía sentir el pulso y el latido de su poder como un motor delicadamente afinado que ronroneaba contra mi cuerpo desde la mejilla al muslo. Me dejé llevar por aquella sensación. Me dejé llevar por la fuerza de sus brazos, por los firmes músculos de su cuerpo, y durante sólo un momento, me permití dejarme llevar por todo lo que había pasado y por todo lo que había visto hoy. Permití que se desvaneciera gracias a la fuerza del hombre que me sostenía.
Pensé en él, desnudo y sosteniéndome, y dejando que la promesa de aquel profundo y vibrante poder se hundiera en mi cuerpo. Ese pensamiento me hizo presionar la ingle con más fuerza contra él, y sentí que su cuerpo comenzaba a responder.
Fue él quien me alzó la cabeza para que pudiera mirarlo fijamente a la cara. Sonreía, y seguía abrazándome, rodeándome fuertemente con sus brazos.
– Si estás pensando en el sexo, no puedes estar tan traumatizada -dijo, mientras sonreía abiertamente.
Le devolví la sonrisa.
– Estoy mejor ahora.
La voz de Hafwyn hizo que nos giráramos hacia la puerta. Salió de la casa con su largo pelo rubio recogido en una única y gruesa trenza, que caía a un costado de su esbelta figura. Era todo lo que una sidhe Luminosa debería ser. No llegaba por poco al metro ochenta, delgada pero femenina, con ojos como un cielo de primavera. Cuando yo era una niña hubiera querido parecerme a ella, en vez de tener mi altura demasiado humana y mis curvas. Mi pelo, ojos, y piel eran sidhe, pero el resto de mi persona nunca había estado a la altura. Muchos sidhe en ambas cortes me habían hecho saber que yo tenía un aspecto demasiado humano, no lo bastante sidhe. Hafwyn no había sido uno de ellos. Nunca fue cruel conmigo cuando yo sólo era Meredith, hija de Essus, y alguien que probablemente nunca se sentaría en ningún trono. De hecho, había sido casi invisible para mí en las cortes, sólo una más de las guardias de mi primo Cel.
Allí, en brazos de Rhys, con Doyle y Frost subiendo detrás de nosotros, no envidiaba a nadie. ¿Cómo podría querer cambiar algo de mí, cuando tenía a tantas personas que me amaban?
Hafwyn llevaba puesto un fino vestido blanco, más sencillo que el mío, parecido a la ropa interior que ellas utilizaban bajo las vestiduras, pero la sencillez de la tela no podía esconder su belleza. La belleza de los sidhe me recordaba con frecuencia que una vez fuimos adorados como dioses. Y sólo en parte se debía a la magia. Los humanos tienden a adorar o a injuriar la belleza.
Ella se dejó caer en una reverencia cuando llegó a mi lado. Casi había conseguido que los nuevos guardias abandonaran la costumbre de hacer esas demostraciones públicas, pero era difícil romper hábitos que tenían más de un siglo.
– ¿Necesitas de mis poderes de sanación, mi señora?
– Estoy ilesa -contesté.
Ella era uno de los pocos y verdaderos sanadores que habían abandonado el mundo feérico. Podía colocar las manos sobre una herida o enfermedad y simplemente su magia hacía que se desvaneciera. Fuera del mundo de las hadas sus poderes habían disminuido, al igual que muchos de nuestros poderes que eran menos intensos en el mundo humano.
– La Diosa sea alabada -dijo ella, mientras rozaba mi brazo, apoyado contra el cuerpo de Rhys. Yo había notado que cuanto más tiempo llevábamos fuera de las cortes más sensibles se mostraban las guardias. En el sithen, se consideraba que tocar a alguien cuando estabas inquieto o angustiado era algo característico de un duende menor. Se suponía que nosotros, los sidhe, no nos rebajábamos a hacer tales gestos para consolarnos, pero yo nunca había pensado que el roce o la caricia de un amigo fuera un gesto mezquino. Valoraba a aquéllos que encontraban fuerzas para tocarme, o que me ofrecían la paz con su contacto.
Su roce fue breve, porque la Reina del Aire y la Oscuridad, mi tía, se habría reído de ella por esa necesidad, o habría convertido ese gesto amable en algo sexual o amenazador. Según ella, todas las debilidades debían ser explotadas y toda bondad, extirpada.
Galen salió de la casa, llevando puesto todavía un delantal completamente blanco y muy al estilo de un chef televisivo, muy diferente de los otros delantales transparentes que teníamos en la casa. Los solía llevar puestos sin llevar debajo una camisa, porque sabía que disfrutaba mirándole. Pero se había aficionado a un canal de cocina y ahora teníamos delantales más útiles. Debajo del delantal llevaba una camiseta sin mangas de un verde oscuro y unas bermudas. La camiseta resaltaba el leve matiz verde de su piel y su corto pelo rizado. La única concesión al pelo largo, que los otros hombres sidhe en la Corte Oscura solían llevar, era una larga y fina trenza que le caía hasta las rodillas. Era el único sidhe que yo conocía, que voluntariamente se había cortado el pelo tan corto.
Rhys me dejó ir para que pudiera ser abrazada por el fibroso cuerpo de metro ochenta de Galen. De repente, me encontré en el aire mientras él me cogía en brazos. Sus ojos verdes parecían preocupados.
– Encendimos la tele hace sólo un momento. Toda esa luna; podrías haber resultado herida.
Toqué su cara, tratando de alisar las líneas de preocupación que nunca dejarían huellas en su piel perfecta. En cierta forma, los sidhes envejecen, aunque no parecen realmente viejos. Pero es que las cosas inmortales no se hacen viejas, ¿verdad?
Me estiré buscando un beso, y él se inclinó para ayudarme a alcanzarle. Nos besamos y había magia en el beso de Galen como también fue mágico el toque de Rhys, pero mientras que el contacto del otro hombre fue profundo y casi eléctrico, como el ronroneo de un motor distante, la energía de Galen se parecía más a un suave viento de primavera acariciando mi piel. Su beso llenó mi mente del perfume de las flores, y esa primera calidez que llega cuando la nieve se ha fundido finalmente y la tierra despierta una vez más. Todo eso había vertido sobre mi piel con su beso. Me separé de él, sorprendida y con los ojos muy abiertos, luchando por recobrar la respiración.
Él pareció avergonzado.
– Lo siento, Merry, es que estaba tan preocupado, y tan feliz de verte a salvo…
Le miré fijamente a los ojos y encontré que eran del mismo y encantador color verde de siempre. Galen no daba tantas pistas como el resto de nosotros hacía cuando su magia afloraba en él, pero ese beso me dijo, con mucha más claridad que ninguna pupila iridiscente o una piel brillante, que su magia estaba muy cerca de la superficie. Si hubiéramos estado dentro de un sithen podría haber habido flores creciendo bajo sus pies, pero el camino asfaltado seguía inalterable bajo nosotros. La tecnología artificial era resistente a nuestra magia.
Nos llegó la voz de un hombre desde dentro…
– Galen, algo de aquí va a rebosar. ¡Y no sé cómo pararlo!
Galen se volvió sonriendo hacia la casa, conmigo todavía en sus brazos.
– Vamos a salvar la cocina antes de que Amatheon y Adair le prendan fuego.
– ¿Los dejaste a cargo de la comida? -pregunté.
Él asintió feliz mientras comenzaba a caminar hacia la puerta todavía abierta. Me llevaba con facilidad, como si pudiera andar conmigo en sus brazos para siempre y sin cansarse nunca. Quizás pudiera.
Doyle y Frost nos alcanzaron paseando a nuestro lado, y Rhys al otro. Doyle preguntó…
– ¿Cómo conseguiste que te ayudaran a cocinar?
Galen les dirigió esa sonrisa que hacía que todo el mundo quisiera devolvérsela. Ni siquiera Doyle era inmune a su encanto, porque sonrió haciendo resaltar sus blancos dientes en su oscura cara, respondiendo a la absoluta buena voluntad de Galen.
– Pregunté -contestó.
– ¿Y ellos sólo estuvieron de acuerdo? -preguntó Frost.
Él asintió.
– Tendrías que haber visto a Ivi pelando patatas -comentó Rhys. -La reina tenía que amenazarlo con la tortura para conseguir que lo hiciera.
Todos nosotros, excepto Galen, le miramos.
– ¿Estás diciendo que simplemente Galen les preguntó y ellos estuvieron de acuerdo? -inquirió Doyle.
– Sí -contestó Rhys.
Todos nosotros intercambiamos una mirada. Me pregunté si ellos pensaban lo mismo que estaba pensando yo, que por lo menos un poco de nuestra magia funcionaba bien fuera del mundo feérico. De hecho, Galen parecía volverse más fuerte. Era casi tan interesante y sorprendente como lo demás que había pasado hoy, porque tan imposible era que un duende hubiera sido asesinado de la forma en que había aparecido muerto, como que la magia sidhe se hiciera más fuerte fuera del mundo de las hadas.
Dos cosas imposibles en un mismo día, habría dicho que era como en Alicia en el País de las Maravillas, pero su País de las Maravillas era el Mundo de las hadas, y ninguno de los “imposibles” de Alicia sobrevivía a su vuelta al mundo real. Nuestros “imposibles” estaban en el extremo equivocado de la madriguera del conejo. Curiouser and curiouser [13], pensé, citando a la niña que consiguió ir a la tierra de los cuentos de hadas dos veces, y volver a su casa de una pieza. Éste era uno de los motivos del por qué nadie pensó que las aventuras de Alicia fueran reales. El mundo de las hadas no da segundas oportunidades. Pero tal vez el mundo exterior fuera un poco más indulgente. Quizás tienes que estar en algún sitio que no esté lleno de demasiadas cosas inmortales para tener la esperanza de una segunda oportunidad. Pero dado que Galen y yo éramos los dos únicos sidhe exiliados que nunca habíamos sido adorados en el mundo humano, quizás esto no era una segunda, sino una primera oportunidad. La cuestión era… ¿una oportunidad para hacer qué? Porque si él podía convencer a un sidhe para que fuera más manejable, los humanos no tendrían ni una posibilidad.