CAPÍTULO 33

UTHER SUBIÓ A LA PARTE DE ATRÁS DEL SUV, ENCAJÁNDOSE en una de las esquinas, con las rodillas tocándole la barbilla y doblando el cuerpo de forma que su cabeza casi quedó incrustada entre sus espinillas. Parecía encajonado y totalmente incómodo. Jeremy le había llevado a la escena del crimen en la furgoneta donde cabía bien en la parte de atrás, pero el jefe tuvo que quedarse allí para seguir intentando ayudar a la policía. Me senté en los asientos de en medio con Galen a un lado y Sholto al otro. Saraid se acomodó en el pequeño asiento plegable que era el último asiento de la parte trasera, y ése era uno de los motivos por los que Uther estaba tan incómodo al tenerla tan cerca. Cathbodua iba delante con Rhys. Me giré todo lo que dio de sí el cinturón de seguridad para mirar a Uther.

Él parecía lo que era, alguien imposiblemente alto comprimido en un espacio de tamaño normal. Pero la infelicidad que se reflejaba en su cara no era por eso; estaba acostumbrado a tener que encajar en un mundo hecho para gente más pequeña.

– ¿Cómo arreglaste el problema de Constantine? -pregunté.

Él hizo un umph.

– Tú y yo hablamos una vez sobre la posibilidad de ayudarme a romper mi largo ayuno. Me contestaste que no, y yo lo respeté. Si hubiera comenzado a hablar contigo sobre películas pornográficas en las que sale otro gigante me hubiera dado miedo de que pudieras malinterpretar mis motivos.

– ¿Pensaste que lo tomaría como una insinuación? -pregunté.

Él asintió, colocando los labios alrededor de la curva de sus colmillos como otro hombre podría usar un palillo. Era un gesto que en él denotaba concentración.

– Jactancia quizás, o incluso seducción. He tenido varias proposiciones de mujeres humanas desde que las películas de Constantine entraron en mi vida -dijo, cruzando sus grandes brazos sobre su pecho.

Galen también se giró para poder ver al gran hombre.

– ¿Y cuál es el problema? -pregunto él.

– Has visto las películas. Ninguna mujer humana podría sobrevivir.

– Ahora, sí se jacta -agregó Saraid, volviéndose hacia él.

– No es eso -dijo él-. Es verdad. He visto lo que mi gente puede hacer a una mujer humana. Es una de las peores cosas que he visto alguna vez que un duende puede hacer a un humano, incluyendo a los voladores nocturnos y a los sluagh. -Se acordó de Sholto demasiado tarde y echó un vistazo en su dirección. -No quería ofenderte, Lord Sholto.

– No hay problema -contestó Sholto, girándose para poder ver al gigante y además tener una excusa para tocarme el muslo a la altura de mis medias. Estaba nervioso, y si era así, ¿por qué? ¿Por qué le ponía nervioso esta conversación?

Sholto continuó…

– Yo también he visto lo que un miembro de la familia real de los voladores nocturnos puede hacer a las mujeres humanas. Eso es… -Simplemente, sacudió la cabeza. -Ésa es la razón por la que prohibí seducir fuera de nuestro reino.

– Seducción, así lo llamas -dijo Saraid, y le dirigió una mirada para nada amistosa. -Hay otros nombres para eso, Señor de las Sombras.

Sus ojos de un triple color amarillo con dorado le dirigieron una mirada tan gélida como la de ella de color azul, lo que era más difícil ya que esa gama de colores desprendía calor, pero Sholto se las arregló bastante bien.

– No soy el producto de una violación, si eso es lo que se cuenta en la Corte Oscura.

Hubo una tirantez en la expresión de sus ojos azules que le hizo saber que había dado en la diana, pero todo lo que ella dijo en voz alta fue…

– Eras un bebé. ¿Cómo sabes lo que ocurrió en tu nacimiento?

– Lo sé porque fue mi padre quien me lo dijo, y él no tomaba su placer de alguien reacio.

– Eso es lo que él dice -afirmó Saraid, fulminándole con la mirada.

Sus dedos comenzaron a rozar mi piel por encima de las medias vagando de aquí para allá. Yo sabía el por qué ahora necesitaba el contacto.

– Dijo, ya que murió antes de que viniéramos a este país. Hay placeres entre los voladores nocturnos que no existen en ningún otro lugar.

Ella puso mala cara, la misma expresión que Sholto había estado viendo en las mujeres sidhe durante todo el tiempo en que no pudo esconder sus tentáculos y piezas extras. Ese viejo dolor todavía estaba grabado allí, en su hermosa cara. Ahora, él podía ser realmente un sidhe y llevar los tentáculos como un tatuaje vivo, haciéndolos aparecer a voluntad, pero no olvidaba cómo le habían tratado cuando lo único que podía hacer era utilizar el encanto para esconderlos.

Puse mi mano a un lado de su cuello. Realmente se sobresaltó con la caricia, y luego pareció comprender que era yo y se relajó.

– No creo que haya muchos, incluso contando a los Oscuros, que tomen a uno de vosotros, con espina y todo, y lo llamen placer -dijo Saraid.

– El padre de Sholto no era un miembro de la Familia Real, por lo que la espina no debía estar allí para ser un problema -dije. Curvé mi mano alrededor de su cuello para que mis dedos pudieran acariciar su nuca y la calidez de su piel bajo su pelo recogido en una cola de caballo.

– Eso dice él -dijo Saraid dirigiéndole de nuevo una furibunda mirada.

La voz de Galen fue suave cuando dijo…

– ¿De forma que cualquier mujer sidhe que se acueste con un volador nocturno sería considerada como una pervertida de la peor clase?

Ella se cruzó de brazos y asintió.

– Dormir con cualquiera de los sluagh sigue siendo uno de nuestros pocos tabúes.

– Entonces yo soy una pervertida -dije.

Pareció asustarse mientras me miraba.

– No, claro que no. Él ya no es la Criatura Perversa de la Reina. Gracias a tu nueva magia, puede ser como cualquier sidhe, como cualquier otro.

Me reí entonces, y le dije…

– ¿Todas las guardias femeninas os imagináis que viene a mi cama sólo con su cuerpo sidhe y sin sus partes de volador nocturno?

Saraid estaba sorprendida otra vez y no trató de esconderlo.

– Por supuesto.

Me incliné hacia Sholto, abrazándole tanto como mi cinturón de seguridad y el asiento lo permitían.

– Para conseguir lo que él puede hacer con sus partes extras se necesitarían cuatro hombres, y aún así, tantos brazos y piernas molestarían.

Saraid frunció el ceño.

Sholto me rodeó con sus brazos y me acercó, apoyando su cabeza contra mi pelo. No tuve que ver su cara para saber que mostraba una expresión satisfecha.

Galen puso una mano sobre el hombro del otro hombre. Sentí que Sholto se tensaba un poco, y luego se relajaba, aunque sabía que estaba perplejo. Galen nunca había compartido la cama con nosotros. De hecho, ninguno de los otros hombres lo había hecho. Sholto no tenía una amistad lo bastante cercana con ninguno de ellos para estar cómodo en tal situación.

– Sholto nos salvó la vida llevándonos a Los Ángeles antes de que Cel pudiera ir detrás de Merry -dijo Galen. -Nadie más entre todos los sidhe tenía todavía el poder de transportarse por medio de la magia excepto el Rey de los Sluagh. Ayudó a Merry a vengarse por el asesinato de su abuela.

– Después de que él mismo la matara -dijo Cathbodua, hablando por primera vez desde el asiento de delante.

Rhys comentó…

– No estabas allí. No viste cómo el hechizo convertía a la pobre Hettie en un arma para matar a su propia nieta. Si Sholto no la hubiera matado, ahora Merry podría estar muerta, o yo habría tenido que matar a un viejo amigo. Él me salvó de eso, y salvó a Merry. No hables de algo a menos que sepas de lo que hablas -Nunca le había oído un tono de voz tan severo. Él había sido un invitado frecuente en la pensión de mi Gran, y le había hecho compañía durante los tres años en los que yo había tenido que esconderme lejos, incluso de ella.

– Si esto que dices es verdad, entonces te creeré -dijo Cathbodua.

– Prestaré juramento si es necesario -comentó Rhys.

– No será necesario -dijo ella, echando un vistazo hacia atrás a donde estábamos todos nosotros, y añadió -Te pido perdón, Rey Sholto, pero quizás Saraid o yo deberíamos decirte por qué odiamos así a los voladores nocturnos.

– Recuerdo que el Príncipe Cel había hecho amigos entre algunos exiliados de la familia real de los voladores nocturnos -dijo presionando su cara contra mi pelo mientras hablaba, como si fuera demasiado horrible para decírselo directamente a la cara.

– Tú sabías lo que el príncipe usaba para torturarnos. -La voz de Saraid sonó ultrajada, y su cólera estalló en un destello de calor al tiempo que su magia comenzaba a alzarse.

– Cuando me enteré, le maté -dijo Sholto.

– ¿Qué has dicho? -preguntó Saraid.

– Dije, que cuando lo averigüé, maté al volador nocturno que ayudaba al príncipe a torturaros. ¿No te preguntaste por qué cesó la tortura?

– El príncipe Cel dijo que nos recompensaba -aclaró Cathbodua.

– Cesó porque maté a su amigo e hice de él un ejemplo para que a nadie más de entre nosotros le tentara sustituirle en las fantasías de Cel. Él me dijo antes de morir que el príncipe se había hecho fabricar para él una espina de metal para así poder rasgar y violar juntos -se estremeció al decirlo, como si el terror de todo aquello todavía le embargara.

– Entonces tenemos una deuda contigo, Rey Sholto -continuó Cathbodua.

Un sonido escapó de Saraid. Me giré entre los brazos de Sholto y me encontré con que había lágrimas deslizándose por su rostro.

– Gracias a la Diosa, Dogmaela no está aquí para averiguar que la bondad de nuestro príncipe no fue debida a un relajamiento de su carácter, sino a la acción de un rey verdadero. -En su voz no se podían adivinar las lágrimas que yo podía ver. Si uno sólo escuchara su voz no habría sabido que estaba llorando.

– Fue esa bondad, la promesa de que nunca volvería a hacerle eso otra vez lo que le ayudó a convencer a Dogmaela de participar en una fantasía que requería de su cooperación -dijo Cathbodua.

– No se lo cuentes -dijo Saraid. -Juramos no contar nunca esas cosas. Ya es bastante lo que soportamos.

– Hay cosas que la reina nos hizo hacer… -dijo Rhys, mientras giraba hacia una calle lateral-…de las que nunca hablamos, tampoco.

De repente, Saraid comenzó a sollozar. Se tapó la cara con las manos y lloró como si su corazón se fuera a romper. Entre sollozos decía…

– Estoy tan contenta… de estar aquí… contigo, Princesa… Yo no podía hacerlo… no podía aguantar… había decidido desaparecer.

Luego simplemente siguió llorando.

Uther colocó torpemente una mano en su hombro, pero ella no pareció notarlo. Toqué una de sus manos que seguían ocultando su rostro, y ella se volvió y sostuvo mis dedos entre los suyos, todavía escondiendo su llanto a nuestra mirada. Galen extendió la mano y le acarició su brillante cabellera.

Ella tomó con más fuerza mi mano, y luego bajó la otra, aún con los ojos cerrados por el llanto. Tendió hacia nosotros su mano húmeda. Pasó un momento antes de que Sholto y yo comprendiéramos lo que estaba haciendo. Entonces, despacio, indeciso, él extendió una mano y tomó la suya.

Se agarró a él, cogiendo nuestras manos con fuerza mientras temblaba y lloraba. Fue sólo cuando el llanto comenzó a calmarse que ella alzó la mirada, mirándonos, a mí, a él, con ojos de un brillante azul y muchas estrellas por lágrimas.

– Perdóname por pensar que todos los príncipes y todos los reyes son como Cel.

– No hay nada que perdonar, porque los reyes y los príncipes todavía parecen ser de esa manera en las Cortes. Mira lo que el rey hizo a nuestra Merry.

– Pero tú no parecer ser así, y los otros hombres tampoco.

– Todos hemos sufrido a manos de aquellos que supuestamente debían de mantenernos seguros -comentó Sholto.

Galen acarició su pelo como si fuera una niña.

– Todos hemos sangrado por el príncipe y la reina.

Ella se mordió los labios, todavía agarrándose a nuestras manos. Uther acarició su hombro, mientras decía…

– Todos vosotros me hacéis sentir contento de que los gigantes seamos unos duendes solitarios, y no comprometidos con ninguna Corte.

Saraid asintió.

Y luego Uther añadió…

– Soy el único que está lo bastante cerca para abrazarte. ¿Aceptarías un abrazo de alguien tan feo como yo?

Saraid se giró para mirarle, y para que pudiera hacerlo, Galen tuvo que apartar su mano. Parecía sorprendida, pero le miró a los ojos y vio lo que yo había visto siempre: bondad. Simplemente asintió.

Uther deslizó su largo brazo sobre sus hombros, dándole el más cuidadoso y suave abrazo que yo hubiera visto alguna vez. Saraid se dejó caer y envolver en aquel abrazo. Le dejó sostenerla, y sepultó la cara contra su amplio pecho.

Ahora fue Uther quien pareció sorprendido, y luego contento. Su raza podría ser de duendes solitarios, pero a Uther le gustaba la gente, y el solitario no era su juego favorito. Se sentó todo lo erguido que pudo abarrotando el poco espacio que había en la parte de atrás, pero aún así consiguió sostener a esa resplandeciente y preciosa mujer. Envolviéndola en sus brazos, consiguió detener sus lágrimas, sosteniéndola contra su pecho, que contenía el corazón más grande que yo había conocido.

Sostuvo a Saraid el resto del camino a casa, y en cierta forma ella también le sostuvo a él, porque a veces y sobre todo a los hombres, el ser capaces de ofrecer un hombro fuerte donde alguien pueda apoyarse para llorar, les ayuda a sobrellevar su propia necesidad de llanto.

En aquel paseo Uther no estaba solo, y claro está, tampoco Saraid. Sholto y Galen me sostenían a mí. Incluso Cathbodua puso una mano amistosa sobre el hombro de Rhys. Los sidhe habían perdido la capacidad de consolarse los unos a los otros con el contacto físico. Nos habían enseñado que era algo que nos hacía menos feéricos, un signo de que la superioridad de los sidhes se debilitaba. Pero yo había aprendido hacía ya meses que era sólo una historia para enmascarar el hecho de que los sidhe ya no confiaban los unos en los otros para tocarse de esa manera. El roce había comenzado a significar dolor en vez de consuelo, pero no aquí, no entre nosotros. Entre nosotros había sidhe y también semiduendes o duendes menores, si es que puedes llamar así a un duende de dos metros ochenta de altura, pero en aquel momento todos éramos simplemente duendes y así estaba bien.

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