SHOLTO Y YO NOS VESTIMOS Y NOS UNIMOS A LOS DEMÁS en la pequeña sala de estar, contigua a la cocina y al comedor. Ya que no había tabiques que separaran las estancias, a mí me parecía todo una gran habitación, pero los que vivían allí la llamaban la pequeña sala de estar, y con ese nombre se quedó.
Hafwyn y Dogmaela se sentaban en el sofá más grande. Dogmaela todavía lloraba débilmente sobre el hombro de la otra mujer. Las trenzas rubias de las dos mujeres estaban entrelazadas y eran de un tono tan similar que no podía ver a simple vista a quién pertenecía el cabello.
Saraid estaba de pie cerca del enorme conjunto de ventanas con los hombros encorvados, y los brazos cruzados sobre el pecho, acunando sus pequeños y firmes senos. No se necesitaba magia para sentir la cólera que emanaba de ella. La luz del sol centelleaba en su pelo dorado. Así como el de Frost era plateado, el suyo era realmente dorado, como si el metal precioso hubiera sido tejido en su pelo. Me pregunté si su pelo sería tan suave como el de Frost.
Brii estaba de pie a su lado, su pelo rubio parecía pálido e incoloro comparado con el de ella, tan dorado. Él trató de tocar su hombro, pero ella le dirigió una mirada feroz hasta que él dejó caer la mano, aunque siguió hablando con ella en voz baja. Obviamente tratando de calmarla.
Ivi estaba cerca de las puertas correderas de cristal hablando en voz baja y con tono urgente con Doyle y Frost. Barinthus y Galen estaban a un lado. Barinthus estaba hablando con Galen y obviamente estaba trastornado. Pero tenía que ser debido a lo que había pasado con Dogmaela e Ivi, porque si se hubiera llegado a dar cuenta de que Galen casi había confundido su mente utilizando el encanto, habría estado algo más que disgustado. Era un insulto bastante serio que un sidhe noble intentara utilizar el encanto con otro. Significaba claramente que el que lanzaba el hechizo se sentía superior y mucho más poderoso que el receptor. Galen no lo hubiera visto así, pero Barinthus, con toda probabilidad se lo habría tomado de la peor forma posible.
Cathbodua y Usna ocupaban el sofá de dos plazas, ella abrazándole a él. El pelo negro como ala de cuervo de Cathbodua caía sobre sus hombros, en parte mezclándose con el abrigo negro que había dejado sobre el respaldo del sofá. El abrigo era un manto hecho de plumas de cuervo, pero al igual que otros artefactos poderosos podía cambiar como un camaleón, de forma que se ajustaba a cualquier situación. Su piel parecía aún más pálida contra la pura oscuridad de su pelo, aunque yo sabía que no era más blanca que la mía. Comparado con ella, Usna era un contraste de colores. Parecía un gato calicó, su piel era blanca luz de luna manchada de negro y rojo. Estaba enroscado en el regazo de Cathbodua igual que se acomodaría la gata en que su madre había sido convertida cuando le dio a luz. Bueno, todo lo acurrucado que podía estar en su regazo alguien que pasaba del metro ochenta de estatura.
Él se había soltado el pelo, de forma que se esparcía como una manta de piel sobre las oscuras ropas y austera belleza de Cathbodua. Ella acariciaba ociosamente su pelo mientras ambos observaban el show emocional que se desarrollaba ante sus ojos. Los ojos grises de Usna, quizás su rasgo menos felino, y los negros de ella mostraban casi idéntica expresión. Disfrutaban de la confusión del mismo modo desapasionado en que lo hacen algunos animales. En una ocasión él se había convertido en un gato calicó, a juego con sus colores, y ella había sido capaz de transformarse en cuervo y así poder espiar sin tener que depender para ello de los ojos de algún ave de verdad. Esta capacidad les hacía ser algo menos humanos o sidhe, y algo más elementales.
Por supuesto, yo no me había enterado hasta aquel momento de que ellos habían estado durmiendo juntos. Habían sido compañeros de guardias, pero hasta que no vi a la distante y casi espeluznante Cathbodua acariciándole, no me di cuenta de que allí había algo más. Lo habían escondido bien.
Sholto parecía entenderlo, o tal vez yo parecí sorprendida porque me dijo…
– El que accedieras a que otros guardias durmieran juntos, les permitió revelar su relación.
– Nada hice que les obligara a hacer algo. Ellos decidieron compartirse porque se sentían a salvo.
Sholto asintió.
– Así es -dijo, mientras se movía para entrar en la habitación, y como yo tenía mi brazo en el suyo, me moví con él como si fuéramos a comenzar un baile.
Galen avanzó hacia nosotros, sonriendo, y entonces Barinthus se movió como un borrón, tan rápido que no le pude seguir con la vista. Galen, de repente, salió volando de cabeza hacia los grandes ventanales, y al mar y las rocas que había debajo.