EL AGUA SALADA ES ALGO QUE TIENES QUE ENJUAGAR DE TU piel antes de irte a la cama. Estaba en la enorme ducha haciendo justamente eso cuando la puerta se abrió de golpe y aparecieron Ivi y Brii, diminutivo de Briac, respirando entrecortadamente y con sus armas desnudas en las manos.
Me congelé a medio aclarar el acondicionador de mi pelo, parpadeando hacia ellos a través de las puertas de cristal de la ducha.
Por el rabillo del ojo, pude ver como, de repente, Rhys se deslizaba a través de la puerta que habían dejado abierta tras ellos. Tenía su espada recién aceitada apoyada en la garganta de Brii, y su arma de fuego recién limpiada apuntando a Ivi mientras el otro hombre se congelaba en medio del movimiento de levantar su propia arma de fuego.
– Negligentes -dijo Rhys-, vosotros dos. ¿Por qué habéis abandonado vuestros puestos?
Ambos respiraban tan fuerte que yo podía ver sus pechos luchando por tomar aire, tanto que ni siquiera podían hablar. Brii, además, tendría problemas para hablar por encima de la espada que nunca vacilaba sobre su piel, y el arco que llevaba en una mano con una flecha a medio poner y la otra mano llena de flechas no le servían para nada.
Brii pestañeó con sus brillantes ojos verdes, su pelo del color amarillo de las hojas de los cerezos en otoño, recogido en la parte de atrás con una larga trenza. Su ropa era de cuero y podría hacerle parecer como miembro de un club [17] fetichista, pero en realidad eran piezas de una armadura más antigua que la mayoría de las que salían en los libros de historia de los humanos.
La punta de la espada de Rhys pareció hundirse un poco contra el pulso que latía pesadamente en su garganta.
Miró al otro hombre, que todavía estaba congelado, inmóvil frente a su arma de fuego; sólo la frenética subida y bajada de su pecho le traicionaba. Su pelo verde y blanco estaba suelto y formaba remolinos alrededor de sus piernas, pero al igual que el de Doyle y Frost, nunca parecía enredarse. A diferencia de ellos, Ivi lucía un patrón de vides y hojas en su pelo, que parecía una obra de arte, y sus ojos parecían estar repletos de estrellas verdes y blancas, haciendo que la gente le preguntara si llevaba lentes de contacto o eran de verdad. Llevaba ropas modernas, y el chaleco antibalas que llevaba era de manufactura reciente.
– Ivi, explícate, y mejor que tenga sentido -dijo Rhys, sin dejar de apuntarle con el arma de fuego.
Ivi luchó con su propio aliento y su propio ritmo cardíaco para hablar.
– Nos despertamos… estando de guardia. De… un sueño… encantado… pensamos en enemigos -dijo, tosiendo e intentando frenéticamente aclararse la voz y tomar más aire, todo a la vez. Tenía mucho cuidado en no mover para nada el arma de fuego que llevaba en la mano-. Pensamos que encontraríamos a la Princesa muerta, o secuestrada.
– Podría mataros a ambos por quedaros dormidos en acto de servicio -dijo Rhys.
Ivi inclinó ligeramente la cabeza.
– Eres el tercero al mando, es tu derecho.
Brii, finalmente, logró arreglárselas para hablar por encima de la espada y su pulso desbocado.
– Le fallamos a la princesa.
Rhys se movió con fluidez, separando la espada de la garganta de Brii, bajando su arma de fuego para apuntar al suelo, y parándose en la puerta como si justo acabara de llegar paseando. Con Frost y Doyle a mi alrededor, a veces se me olvidaba de que había más que una razón para que Rhys hubiera sido el tercero al mando de los Cuervos de la Reina. Cuando todo el mundo es así de bueno, es difícil recordar simplemente qué tan bueno eres.
– Fue la Diosa misma la que creó el sueño encantado -dijo Rhys-. Ninguno de nosotros puede controlar eso, así que supongo que no os mataré esta noche.
– Mierda -dijo Ivi, cayendo de rodillas ante las puertas de la ducha, apoyando la cabeza sobre el brazo con que sujetaba el arma de fuego. Brii se apoyó de espaldas contra la pared de la ducha. Tuvo que ajustar el largo arco que colgaba a sus espaldas para que no se dañara contra las baldosas. Él era uno de los guardias que aún no llevaba armas de fuego, porque según Doyle, cuando alguien era tan bueno como él usando el arco, no llevarlas no suponía un problema tan grande como podría haber sido.
Volví a poner mi pelo bajo el agua para acabar de aclararlo completamente. De todas formas, era el turno de Rhys en la ducha. Él se había dedicado a limpiar sus armas primero.
– ¿Cómo, que la misma Diosa? -preguntó Brii.
Rhys empezó a explicárselo, aunque de forma muy resumida. Cerré la ducha y abrí la puerta para tomar las toallas que siempre parecían estar colgadas allí donde las necesitábamos. Me pregunté por un momento, si era Barinthus quien se ocupaba de poner las toallas, pero lo dudaba. No me daba la sensación de que fuera tan hogareño.
Brii me dio la primera toalla, pero sus ojos estaban totalmente centrados en Rhys y su historia. Me incliné para hacerme un turbante con la toalla y secarme el pelo, y fue la mano de Ivi la que acarició mi espalda y se deslizó más abajo. Le miré, porque pensé que la conversación sobre la Diosa le habría distraído de tales cosas. Pero él, a diferencia de Brii, tenía sus ojos puestos en mí. Había un calor en sus ojos que no debería haber estado allí después de un mes de libertad, un mes en el que habíamos tenido casi tantos guardias sidhe femeninos como masculinos.
– Ivi -dijo Rhys-, no me estás escuchando. -Él no sonaba enojado, sino más bien, intrigado.
Ivi parpadeó y se sacudió como un pájaro que se acomoda las plumas.
– Pediría disculpas, pero ambos somos tan viejos que sería un insulto, así que es mejor decir que la visión de la princesa desnuda me distrae de cualquier cosa que puedas decir -Él sonrió al final, aunque no fue una sonrisa del todo feliz.
– Tú y los demás se suponía que teníais que hablar con Merry durante la cena acerca de esto.
– Los Fear Dearg han vuelto -dijo Ivi-. Lo recuerdo, Oh Señor de la Muerte. Fue en ellos en lo que primero pensé cuando nos despertamos y nos encontramos con que ambos nos habíamos quedado dormidos estando de servicio. -Ivi frunció el ceño, su rostro mostraba cólera, repugnancia, y otras cosas que no podía leer.
– Soy demasiado joven para recordarlos, no era consciente todavía -dijo Brii-, pero nací a la verdadera vida no mucho después de que acabara todo eso y recuerdo las historias. He visto las heridas y el daño causado. Cuando tales enemigos se acercan… ¿Qué buen soldado se quejaría de cualquier otra cosa?
Yo estaba ahí, con el pelo envuelto en la toalla, y la otra toalla colgando en las manos.
– Me estoy perdiendo algo -dije.
– Díselo -dijo Rhys, haciendo con la pistola una pequeña señal de que continuara.
Brii pareció avergonzado, y ésa era una emoción rara en los sidhe. Ivi inclinó la cabeza, escondiendo su mirada atrevida, diciendo…
– He fallado en mi puesto esta noche. ¿Cómo puedo pedir algo más después de eso?
– Galen y Wyn todavía estaban profundamente dormidos cuando entré en la ducha. ¿Todo esto no los debería haber despertado? -Pregunté.
Los tres hombres se miraron, e inmediatamente Brii y Rhys salieron del baño hasta poder divisar la gran cama. Regresaron al cuarto de baño, con Rhys negando con la cabeza.
– Ni se han movido. -Él pareció pensar en ello-. De hecho, Doyle y Frost deberían estar aquí. Todos los demás guardias deberían estar aquí con las armas preparadas. Estos dos -dijo, señalándolos con su espada-, han hecho un ruido infernal corriendo a salvarte.
– Pero nadie más se ha despertado -dije.
Rhys sonrió.
– La Diosa ha hecho que todo el mundo siguiera durmiendo menos vosotros dos. Creo que eso significa que tenéis que tener una conversación con Merry. Mis armas están limpias. Ahora es mi turno en la ducha.
– Espera -le dije-, ¿Qué estás diciendo?
Rhys me besó en la frente.
– Tus guardias te temen, Merry. Temen que serás como tu tía y tu primo, o tu tío o tu abuelo. -Él miró hacia arriba como pensando en la lista.
– Hay un montón de perturbados en mi árbol genealógico -dije.
– La mayor parte de los guardias que abandonaron el mundo de las hadas para seguirte, han permanecido célibes.
Clavé los ojos en él, y entonces empecé lentamente a mirar a Brii e Ivi.
– Pero… ¿Por qué, en nombre de Danu? Os dije que la regla de celibato de mi tía se había derogado.
– Ella había dicho lo mismo en el pasado -contestó Brii lentamente-, y no le importaba si se trataba de alguna relación casual, pero si encontrábamos a alguien que realmente nos importara… -él se detuvo y miró a Ivi.
– Nunca me enamoré de nadie -dijo Ivi-, y después de ver lo que ella les hizo a algunas de las amadas, nunca he sido tan feliz de ser un canalla y un granuja en mi vida.
– Tengo seis consortes y seis padres para mis hijos. Me parece bien que el resto de vosotros tengáis relaciones sexuales, que hagáis amigos, os enamoréis. Sería maravilloso si más de vosotros os enamorarais.
– Parece que realmente quieres decir eso -dijo Ivi-, pero tus parientes han parecido cuerdos durante siglos, y no lo estaban.
Comprendí lo que quería decir.
– Crees que voy a volverme loca como mi tía, y mi primo, y mi tío, y… -pensé en ello, y sólo pude asentir con la cabeza-. Supongo que entiendo lo que quieres decir.
– Ninguno de ellos, salvo tu abuelo, fue siempre cruel y horrible -dijo Ivi.
– Hay una razón por la que su nombre es Uar el Cruel -contesté, sin intentar disimular la mirada de disgusto en mi cara. Él nunca había significado nada para mí, ni yo para él.
– Siempre dio la sensación de que los celos eran el punto débil de tus parientes, celos de afecto, de poder, de posesiones incluso -dijo Brii-. Las dos Cortes de las hadas están gobernadas por parientes tuyos, y ambos son vanos y odian a cualquiera que pueda parecer, aunque sea levemente, más bello, más bien parecido, más poderoso que ellos.
– ¿Vosotros creéis que si tomáis otros amantes, yo lo veré como una ofensa a mi belleza?
– Algo así, sí -confirmó.
Miré de uno al otro, frunciendo el ceño.
– No sé cómo tranquilizarte porque tienes razón en lo que atañe a mis parientes consanguíneos. Mi padre y mi abuela estaban cuerdos, pero mi propia madre no está del todo bien. Así que no sé cómo tranquilizaros.
– Lo que les aterra, es el hecho de que tú no hayas tocado a ninguno de ellos -dijo Rhys.
– ¿Qué?
– La reina sólo permitiría buscar a otros amantes a aquellos guardias que nunca se hubieran acostado con ella. Si ella hacía el amor contigo, entonces le pertenecías para siempre, aunque nunca volviera a tocarte.
Clavé los ojos en él.
– ¿Quieres decir antes de los disparates del celibato que fueron su regla?
– Su ley -dijo Ivi.
– Siempre fue una mujer muy posesiva -dijo Rhys.
– Siempre estuvo loca, quieres decir -contesté.
– No, no siempre -dijo Rhys.
Los otros hombres estuvieron de acuerdo.
– Y es el hecho de que hubo un tiempo en el que la reina no estuvo loca, sino que era simplemente cruel, lo que nos asusta de ti, Princesa Meredith -dijo Ivi.
– Ya lo ves -dijo Brii-, si ella siempre hubiese estado loca entonces confiaríamos en que tu sensatez sería duradera, pero hubo un tiempo en que la reina fue razonable. Una vez fue un buen gobernante de las hadas o la Diosa no la habría escogido.
– Ya veo el problema -dije, envolviéndome con la toalla, casi olvidada. De repente, tenía un poco de frío. No había pensado en mi familia de esta manera. ¿Qué ocurría si era genético? ¿Qué pasaría si la locura sádica estaba dentro de mí en alguna parte, a la espera de una oportunidad para aparecer? ¿Era posible eso? Bueno, sí, pero… Mi mano fue a mi estómago, todavía tan plano, pero había bebés allí dentro. Podrían parecerse a mí o a mi padre, o a… eso era lo más aterrador de todo. Yo me conocía a mí misma, pero los bebés eran un enigma.
– ¿Qué puedo hacer? -Pregunté. Ni siquiera estaba segura sobre qué miedo preguntaba, pero los hombres tenían sólo un miedo en el que centrar su atención.
– Te fallamos esta noche, Princesa Meredith -dijo Brii-. No merecemos más consideración por nuestras vidas.
– Cuando la Diosa se mueve entre nosotros nadie puede ponerse en su camino -dijo Rhys.
– ¿De verdad crees que la Oscuridad o el Asesino Frost lo verían de ese modo si a ella le hubiera ocurrido algo? -preguntó Ivi.
– Si algo le hubiera ocurrido a Merry, ni siquiera yo lo haría -dijo Rhys, dejando ver esa dureza que la mayoría de las veces escondía tras los chistes y su amor por películas deprimentes y sombrías, y que actualmente cada vez veía más a menudo. Él había recuperado una gran parte del poder que había perdido siglos atrás, y algo hay en el hecho de manejar mucho poder que te vuelve más duro.
– Ya veo -dijo Ivi.
– Otra vez, tengo la impresión de que me estoy perdiendo algo. Rhys, simplemente dime qué es lo que están eludiendo.
Rhys miró a los dos hombres.
– Tenéis que pedirlo vosotros mismos. Ésa ha sido siempre la regla.
– Porque si no lo pides por ti mismo, es que no lo deseas lo suficiente -terminó Brii por él, con algo de tristeza. Comenzó a guardar todas sus flechas, y se giró hacia la puerta todavía abierta.
– Quédate, yo puedo pedirlo en nombre de los dos -dijo Ivi.
Brii vaciló ante la puerta.
– Yo lo deseo lo suficiente como para pedirlo -dijo Ivi.
– ¿Pedir qué? -les dije.
– Haz el amor con nosotros, ten sexo con nosotros, fóllanos. No me importa como lo llames, pero por favor tócanos. Si tú nos tocas esta noche y mañana nos permites tomar a otros amantes y eso no te altera, será la prueba de que no eres como tu tía, o como tu tío, el rey de la Corte Brillante. Él no mataría a una de sus amantes porque fuera a otra cama, pero la destruiría políticamente en la corte, ya que decía que ir directamente a otra cama después de pasar una noche con él, significaba que él que no era lo bastante bueno para conseguir que no deseara a nadie más.
– ¿Ves por qué yo no quería pedírselo esta noche? -Dijo Brii-. Es un gran honor estar en la cama de nuestra reina, y no debería ser una recompensa por el deber mal hecho.
– La Diosa te despertó primero -dije-. Ahí tienes una razón para eso.
– No huelo a flores -dijo Rhys.
– Yo tampoco, pero tal vez esto no es obra de la Diosa, sino que alguien debería habérmelo contado antes. He vivido toda mi vida teniendo miedo de mi tía. Fui víctima de su tortura, y mi primo hizo desgraciada toda mi infancia cuando mi padre no estaba vigilando.
– Necesitamos saber cuánto de la reina hay en su sobrina -dijo Ivi, con toda solemnidad, a diferencia de su habitual tono burlón. Me di cuenta de que posiblemente, sus burlas, al igual que el humor de Rhys, escondían cosas más serias.
– Rhys necesita una ducha, y las camas están todas ocupadas, pero los sofás son lo bastante grandes.
Rhys me besó en la mejilla.
– Diviértete -dijo, pasando a mi lado hacia la ducha y dejando sus armas fuera, en un estante que había sido diseñado para cosas menos letales, pero que servía perfectamente para las armas, tal como todos habíamos descubierto.
– ¿Los sofás son lo suficientemente grandes para qué? -preguntó Brii.
– Para el sexo -dije-. Sexo esta noche conmigo, pero mañana tienes que persuadir a uno de los otros guardias para que esté contigo, porque esto sólo funciona si vas de mi cama a otra casi inmediatamente, ¿verdad?
– ¿No estarás molesta? -preguntó Brii.
Me reí.
– Si no fuera en parte una diosa de la fertilidad tú no tendrías sexo esta noche. Rhys cumplió con su deber muy bien esta noche, y si de verdad fuera de carne mortal estaría un poco dolorida, pero no lo soy, y el poder aumentará entre nosotros y será bueno.
– ¿Así que tus órdenes son hacer el amor contigo ahora, pero encontrar a otro guardia con quien acostarme tan pronto como sea posible? -preguntó Ivi.
Pensé en ello, y entonces asentí con la cabeza.
– Sí, ésas son mis órdenes.
Ivi me sonrió abiertamente.
– Me gustas.
Le sonreí a mi vez, porque no lo podía evitar.
– Tú también me gustas. Ahora vamos a encontrar un sofá y ver cuánto nos gustamos.
Oí abrirse la ducha detrás de nosotros mientras salíamos del baño.