ESTABA EN EL DORMITORIO CAMBIÁNDOME DE ROPA PARA LA cena cuando se oyó un golpe en la puerta.
– ¿Quién es?
– Kitto.
Sólo llevaba puesto el sujetador marrón oscuro adornado de encaje, la falda, las medias y los tacones, pero él estaba en la lista de las personas de las que no tenía que esconderme. Sonreí y dije…
– Adelante.
Echó una ojeada alrededor del cuarto mientras abría la puerta, como si no estuviera seguro de ser bienvenido. Yo había logrado tener algunos minutos a solas y él sabía que yo apreciaba mis raros momentos de privacidad, pero hacía ya dos días que no le veía, casi tres, y le había echado de menos. Y en cuanto vi sus rizos negros y sus enormes ojos almendrados de un intenso color azul, sonreí con ganas. Mirarle a los ojos era como mirar una de esas piscinas perfectas que salpicaban el barrio. Sus negras pupilas ovaladas no le restaban belleza a mis ojos. Eran simplemente los ojos de Kitto, y amaba toda su cara, la delicada estructura ósea de ese rostro triangular. Era el más delicado de todos mis hombres. Medía algo más del metro veinte, unos treinta y cinco centímetros menos que yo, pero era un metro veinte de hombros anchos, cintura estrecha, culo firme, y todo lo que se necesitaba para ser masculino, simplemente contenido en un perfecto paquete en miniatura. Llevaba tejanos de diseño y una camiseta ceñida que resaltaba los nuevos músculos que las pesas le habían proporcionado. Doyle obligaba a todos los hombres a hacer ejercicio.
Mi cara debió reflejar lo contenta que estaba de verle, porque me devolvió la sonrisa y corrió hacia mí. Era uno de los pocos hombres en mi vida que no intentaba ser genial, o estar al mando, ni siquiera se preocupaba por ser viril. Él solamente quería estar conmigo y no intentaba esconderlo. No había juegos con Kitto, ninguna intención oculta. Simplemente amaba estar conmigo, de esa forma en que la mayor parte de las personas supera con la edad, pero ya que él había nacido antes de que Roma se convirtiera en una gran ciudad, nunca superaría con la edad el entusiasmo infantil que tenía por la vida, y yo le amaba por eso, también.
Apenas tuve un momento para afirmarme sobre mis pies antes de que se precipitara sobre mí, encaramándose como un mono y rodeándome con sus piernas la cintura, sus brazos abrazándome con fuerza, y simplemente pareció natural que le besara. Me encantaba poder sujetarle como los otros hombres me sujetaban a mí. Dejé que nuestro peso combinado nos hiciera retroceder hasta la cama, dejándome caer sentada sobre ella mientras nos besábamos.
Fui con precaución cuando deslicé la lengua entre sus dientes, porque tenía un par de colmillos retráctiles escondidos cuidadosamente contra el paladar y no estaban simplemente como adorno. Su lengua era más fina que las lenguas humanas, roja y con la punta negra. Esa lengua, sus ojos y la fina línea de escamas irisadas que le bajaba por la espalda, señalaban que era en parte un Trasgo Serpiente. Había sido el producto de una violación. Su madre sidhe nunca le había reconocido, dejándole abandonado junto al sithen de los trasgos, sabiendo que en aquella época los sidhe eran todavía considerados por los trasgos como un alimento. Ella no le había dejado allí para que le salvara la gente de su padre. Le había dejado allí para que le mataran.
Kitto era también el menos dominante de mis hombres, así que sabía que tenía que ser yo la que le sacara la camiseta fuera del cinturón y dejar que mis manos acariciaran la suave frescura de las escamas que trazaban su columna vertebral. Pero al momento de desabrochar algunas de sus prendas de vestir, sus manos pequeñas y fuertes se deslizaron por la parte posterior de mi falda acunando mi trasero y buscando el borde de las bragas marrón oscuro con adornos de encaje que hacían juego con el sujetador.
Tiré de su camiseta y él levantó los brazos para que pudiera acabar de sacársela y dejarla caer al suelo. Ahora estaba desnudo de la cintura para arriba, todavía sentado en mi regazo. Me gustaban sus nuevos músculos y también su ligero bronceado, un leve tono moreno sobre toda esa palidez. Los trasgos no se bronceaban, pero los sidhe sí lo podían hacer a veces, y cuando él descubrió que podía ponerse moreno había comenzado a tomar el sol en la piscina.
– Eres hermoso -le dije.
Él negó con la cabeza.
– No, estando sentado tan cerca de ti, no lo soy. -Sus manos empezaron a desabrochar un botón de mi falda, y entonces vaciló. Me di cuenta, y desabroché el cinturón de sus pantalones para que él se sintiera en libertad de desabrocharme los botones y abrir la cremallera. Empezó a bajarme la falda y luego volvió a vacilar. Podía ver su avidez por quitarme la falda, pero yo tendría que cooperar recostándome en la cama para que él pudiera deslizarla por mis caderas. Él todavía llevaba puestos los pantalones y, entre los trasgos, el que se desvestía primero era el sumiso, y eso significaba mucho más entre los trasgos que en una relación BDSM [25] entre humanos.
Desabroché el botón de sus tejanos, y empecé con la cremallera. Él se incorporó de rodillas, a horcajadas sobre mis muslos, para que yo pudiera bajar la cremallera; ahora podía echarme en la cama y dejar que me bajara la falda, deslizándola por mis caderas y piernas, y quedarme mirándole, llevando sólo la ropa interior, medias y tacones.
Él me contempló y su cara decía mejor que mil palabras lo bella que me encontraba.
– Nunca soñé que tendría permiso para ver así a una princesa sidhe, y saber que puedo hacer esto -dijo, mientras acariciaba mis pechos, allí donde el sujetador se encontraba con la blancura de mi carne. Me hizo contener el aliento. Él sonrió, y su mano bajó por el frente del sujetador hasta encontrar un pezón, y tomándolo entre dos dedos, lo hizo rodar, pellizcándolo con suavidad, hasta que dejé escapar un pequeño ruido feliz para él.
Él siguió sonriendo mientras dirigía las manos hacia sus pantalones abiertos, entonces vaciló de nuevo. Esta vez le ayudé diciendo…
– Quítate los pantalones, Kitto. Déjame verte sin ellos.
No especifiqué lo suficiente, porque no sólo se deshizo de los tejanos, su ropa interior de un azul sedoso también desapareció con ellos. Gateó desnudo de regreso a mí, su cuerpo ya deseándome. Mientras yo yacía estirada en la cama, con las piernas todavía colgando y los tacones tocando el suelo, le observé, mis ojos atraídos por esa parte de él que era… oh… tan masculina.
Él se inclinó sobre mí hasta tocar mi boca con la suya y nos besamos. Comenzó con suavidad, pero creció en intensidad hasta que tuvo que apartarse, diciendo con un susurro ronco…
– Vas a cortarte con mis colmillos.
– Dijiste que el veneno sólo funciona si te concentras. De lo contrario son simplemente dientes.
Él negó con la cabeza.
– No estoy dispuesto a arriesgarte a ti y a los bebés -dijo, posando su pequeña mano sobre mi todavía vientre plano y repitió de nuevo-, no voy a arriesgarlos.
Observé la dulzura en su rostro, no, la dulzura no, el amor. Él no era uno de los padres y lo sabía, pero a él más que a cualquiera de los otros hombres no parecía importarle. También ponía más entusiasmo en decorar las habitaciones de los niños que la mayoría de los otros hombres, incluyendo a algunos de los padres.
Acaricié sus brazos desnudos hacia arriba llegando a sus hombros, hasta que me miró, y la dulzura de su mirada quedó matizada por algo no tan tierno. Ya me iba bien y coincidía con mi estado de ánimo. Le demostré con mis manos, mis brazos, y mis besos que apreciaba su preocupación por mí, por mis bebés, por mi vida, por todo ello. Pero tuve cuidado con los besos, porque Kitto tenía razón. No valía la pena arriesgarse.
No llevaba nada excepto las medias hasta el muslo, los tacones altos y a él a cuatro patas encima de mí. Me deslicé hacia abajo en la cama para poder deslizar mis manos alrededor de sus caderas y mi boca alrededor de esa parte de él que colgaba tan tentadoramente por encima de mí. Todo su cuerpo reaccionó a mi boca que se deslizaba sobre él, su columna vertebral se arqueó dejando caer la cabeza, sus manos clavándose en la cama como un gato que amasa con las patas. Dejó escapar el aliento en una suave explosión, como si fuera a decir algo y no pudiera porque yo le había robado las palabras.
Puse una mano en la parte baja de su espalda, mis uñas arañando ligeramente, mientras me incorporaba y rodeaba con la otra mano la base de su sexo para poder obtener un mejor ángulo. No era que Kitto fuese pequeño, pero no estaba tan bien dotado como algunos de los otros hombres en mi vida. Aunque hay una cierta alegría en darle sexo oral a un hombre que no te obliga a forzar la garganta para poder tomarle por entero. Bajé con la boca hasta que topé con su cuerpo y no quedó más de él para entrar en mi boca. Mis manos rodearon sus caderas y cintura para poder disfrutar de tomarlo por entero sin tener que usar las manos, sólo la boca, succionando y tragando en un movimiento continuo alrededor de la longitud ancha y temblorosa de su sexo.
Mis uñas se clavaron en su espalda, y él gritó para mí. Consiguió hablar, apenas, diciendo…
– Para o me correré. Por favor, para o no voy a aguantar.
Separé mi boca de él lo suficiente para decir…
– Ven, córrete en mi boca.
– Necesito darte placer primero.
– Ahora estoy disfrutándolo.
Él negó con la cabeza y se habría apartado, pero le mantuve encima de mí con un aviso de mis uñas sobre su espalda.
– Por favor, Merry, por favor, déjame.
Lamí una larga línea húmeda hasta su estómago, y le solté para poder moverme bajo su cuerpo y alcanzar su pezón. Lo lamí hasta conseguir que se endureciera con mis atenciones. Lo rodeé con mis labios, chupándolo, y después usé los dientes para tirar de él, consiguiendo que Kitto dejara escapar pequeños ruidos ansiosos.
Su voz era entrecortada mientras decía…
– Por favor, déjame darte placer.
Le mordí con la fuerza suficiente para dejar una impresión roja de mis dientes rodeando su pezón. Con la fuerza suficiente para hacerle gritar encima de mí. A Kitto le gustaba que le mordieran tanto como le gustaba morder.
Se estremeció sobre mí. Todo su cuerpo se sacudió como reacción al mordisco. Cuando pudo controlarse lo suficiente para poder hablar, volvió a preguntar…
– ¿Por favor, puedo darte placer?
– Yo te lo he dado antes -dije.
– Pero en segundo lugar, después de haberte complacido -Se quedó a cuatro patas a mi lado, esperando a que yo le diera permiso.
– ¿Por qué es tan importante que yo me corra primero, aparte de que me lo pase tan bien?
Él se arrodilló en la cama, sentándose sobre sus talones.
– ¿Tú sabes cómo ven los trasgos el sexo oral?
– Los trasgos poderosos no ofrecen sexo oral, lo reciben de trasgos menos poderosos. Es una señal de dominación obtenerlo, pero no proporcionarlo.
Él sonrió.
– Exactamente. Algunos trasgos poderosos pueden ofrecer sexo oral a sus putos, pero sólo en privado, donde nadie jamás se enterará.
Yo tenía otros dos amantes medio trasgos, los poderosos gemelos Holly y Ash. Uno de los gemelos estaba considerado como un pervertido entre los trasgos porque amaba proporcionar sexo oral a las mujeres, pero sólo lo hacía cuando nosotros tres estábamos solos. Él sabía que su hermano nunca hablaría, ni yo tampoco, pero si alguien alguna vez se enterara, eso perjudicaría su estatus entre los trasgos.
– Puedes darme placer, pero sólo después de que yo te haya complacido primero.
– No voy a decir nada, Kitto.
Él negó con la cabeza.
– Tú eres sidhe y eso quiere decir magia, pero los trasgos os ven como más blandos, más débiles. Yo nunca haría nada que pudiera ponerte en peligro.
Me puse de espaldas, apoyándome sobre los codos.
– ¿Estás diciendo que si los trasgos se enteran de que te proporcioné sexo oral antes de que tú me tocaras, yo perdería mi estatus entre ellos?
Él asintió con la cabeza, y estaba muy serio.
– Entre los trasgos hay quien piensa que Kurag, el Rey de los Trasgos, está loco por ti y es por eso que los trasgos son tus aliados. No le creen cuando dice que eres sabia y poderosa.
– Y si se enteraran de que te dejo ser dominante en mi cama, ¿eso perjudicaría mi status?
Él asintió otra vez.
– Y reduciría el poder de Kurag sobre ellos. Los reyes trasgos nunca abdican, o mueren de viejos, Merry. Son asesinados por sus sucesores.
– Los sucesores más probables de Kurag son Holly y Ash, y ellos también son mis aliados.
– Algunos piensan que sólo te acostaste con los gemelos para evitar que mataran a Kurag.
– ¿Por qué me importaría Kurag lo suficiente para hacer eso? -Pregunté.
– Hay aquellos en nuestra corte que piensan que los gemelos no honrarían el tratado que Kurag hizo contigo, y entonces los trasgos serían libres para aliarse con quien ellos quisieran cuando los Oscuros tengan un nuevo gobernante.
– Andais no va a renunciar -dije.
– Por nadie, excepto por ti -dijo él.
– No quiero el trono -dije.
– Entonces ella será reina hasta que alguien la asesine. Tengo miedo de que quienquiera que tome el trono siempre te vea como una amenaza para conservar la corona.
– Porque el mundo de las hadas y la Diosa nos coronaron a mí y a Doyle.
– Sí, y tú eres del linaje de la reina.
– Tal vez el mundo de las hadas escogerá un gobernante nuevo para ellos.
– Tal vez -dijo él, pero sonó dudoso.
– ¿Pero qué tiene que ver la política con la práctica del sexo oral en la intimidad de nuestro propio dormitorio?
– Hasta que las cosas estén decididas tanto en la corte Oscura como en la de los trasgos no quiero hacer nada que pueda causarte un problema.
Estudié su cara solemne.
– Quieres decir eso. Que hasta que ambas cortes estén seguras de sus gobernantes, tú me das placer primero.
Kitto asintió con la cabeza.
Suspiré, y después sonreí.
– Tampoco es que sea una calamidad; tienes un gran talento con la boca.
Él sonrió, y no hubo nada humilde en la expresión de su cara.
– Fui un prostituto pasado de un poderoso amo a otro para ofrecer sexo. Tenía que ser hábil con lo único que podía proporcionar para conseguir que me apreciaran y me protegieran.
– Nunca te lo he preguntado antes. ¿Cómo es que no tenías un amo o un ama cuando me fuiste ofrecido por Kurag?
– El marido de mi última ama tenía celos de mí, y dado que eso era una señal de debilidad, mi ama tenía que elegir entre deshacerse de mí, o retar a duelo a su marido.
Le miré.
– Ése es un aspecto de la cultura trasgo que no conocía.
– La debilidad no es tolerada entre nosotros.
– Tú eres tan sidhe como trasgo, tal vez más -le dije.
Él dejó ver una pequeña sonrisa que no pude descifrar.
– Tal vez, pero por ahora, por favor… ¿me dejas darte placer?
– Y cuando me hayas hecho gritar tu nombre, ¿entonces qué?
– Luego me gustaría muchísimo follarte -Él lo dijo en un tono muy formal, pero la elección de palabras era trasgo. Los trasgos no hacían el amor, follaban. Realmente, algunos hacían el amor, pero si lo preguntabas en público, follaban.
– Nadie puede oírnos, Kitto.
– Quiero darte placer oral, y después quiero follarte.
Suspiré otra vez, y asentí con la cabeza.
– Vale -dije.
– ¿Sí? -dijo él.
Sonreí, viendo como la felicidad inundaba su rostro.
– Sí.
– ¿Vamos a hacer que te esperen para la cena?
– ¿Por qué lo dices? -Pregunté, porque sabía que tendría una razón.
– Porque si con la boca consigo que te corras más de dos veces, y luego te follo todo el tiempo que quiero, tendrán que esperar para cenar.
Sabía que no estaba fanfarroneando.
– Supongo que tendrá que ser un polvo rápido -le dije.
Él miró el reloj de la mesilla.
– Una hora, eso será un polvo rápido.
Había más de una razón por la que amaba tener a Kitto en mi vida.