ROYAL PODRÍA ESTAR AVERGONZADO POR LA FALTA DE modales de su reina, pero no podía esconder el hecho de que quería estar conmigo. Por supuesto, en la cultura feérica, el hecho de disimular que encontrabas a alguien atractivo, sobre todo si ese alguien intentaba parecerlo, era un insulto. Yo no trataba exactamente de resultar atractiva, pero tampoco trataba de no serlo.
Llevaba un camisón blanco que contrastaba con el pálido color crema y oro de la cama. Royal flotaba por encima de mí con sus alas rojas, negras y grises. Al moverse, los colores se veían borrosos, y aunque las alas fueran las alas de una polilla, se movían más bien como las de una libélula, o una abeja, mucho más rápido de lo que deberían hacerlo. Bajó despacio hacia mí, hasta que el movimiento de sus alas hizo volar mi pelo sobre la almohada como una ola roja. Aterrizó sobre mi pecho. No pesaba tanto como para molestarme, pero sí lo bastante como para hacerme notar que estaba allí. Se arrodilló entre los montículos de mis pechos, sus rodillas tocaban un poco de mi suave carne. Llevaba puesto uno de esos vaporosos taparrabos con los que algunos semiduendes parecían haberse encariñado. Era la verdadera versión adulta de la ropa con la que el asesino había vestido a los semiduendes en la primera escena del crimen.
Plegó las alas detrás de su espalda, de manera que las capas exteriores, más oscuras y lisas, reposaran sobre el sorprendente resplandor de las rayas rojas y negras. Me miró fijamente con ese rostro diminuto con móviles antenas negras que debería haberme parecido lindo o incluso algo ridículo, pero Royal, desde que le conocí, siempre había conseguido no parecer ninguna de esas dos cosas.
– Se te ve seria, Princesa. ¿Estás bien? Antes oí que estabas enferma.
– Y si te dijera que estoy enferma, ¿cambiaría algo? -le pregunté.
Él bajó la cabeza y suspiró.
– Todavía me tendría que alimentar, pero lo sentiría.
Incluso mientras hablaba, una mano diminuta ascendía por un costado de mi pecho donde empezaba el borde del camisón.
– Tus acciones convierten en mentira tus palabras, Royal.
– No miento, como nunca te he mentido sobre el hecho de que te encuentro hermosa. Tendría que ser ciego e incapaz de tocar la seda de tu piel para no quererte, Princesa Meredith.
Le dije la verdad.
– Ahora me encuentro bastante bien, pero estoy cansada, y creo que dormir me sentaría bien.
– Si yo pudiera hacerte el amor con mi verdadera forma haría que durara toda la noche, pero ya que sólo puedo hacer lo que hace un Glimmer, te lo haré agradable, y no llevará mucho tiempo.
– Glimmer… ¿Qué significa eso?
Él pareció incómodo.
– No te gustará la respuesta.
– Aún así quiero saberlo.
– Hay humanos que tienen fantasías con la pequeña gente como yo, y también hay semiduendes que tienen el mismo interés por los humanos. He visto las imágenes en el ordenador y también hay películas.
– Pero… ¿cómo? Quiero decir… la diferencia de tamaño…
– Sin cópula -aclaró él-, pero con masturbación mutua, el semiduende se frota sobre el pene del hombre hasta que ambos se corren. Parece ser la imagen más descargada de Internet. -Él parecía muy serio mientras lo explicaba, como si no le llamara la atención y hablara simplemente de hechos y no de un tema sexual.
– ¿Y se llama Glimmer [27]?
– Se llama Glimmer al humano al que le atraen los semiduendes.
– ¿Y cómo se llama al semiduende al que le gustan los humanos?
Él se estiró boca abajo entre mis pechos de forma que su cabeza quedó por encima y sus pies justo por debajo de ellos.
– Wishful [28] -contestó.
Eso me hizo reír, haciendo que mi pecho subiera y bajara, y que la prenda se deslizara un poco hacia los lados de forma que él, de repente, quedó más aposentado sobre mis pechos desnudos, sin estar aún del todo expuestos los pezones, pero enmarcando la ropa la forma de mis pechos. Puso una mano en cada uno de ellos.
– ¿Puedo usar el encanto ahora?
Royal era uno de esos semiduendes que era especialmente bueno utilizando el encanto, por lo que habíamos acordado un sistema de reglas entre nosotros. Él tenía que preguntar antes de poder dirigir su encanto sobre mi persona. Yo deseaba saber el momento en el que mi mente se nublaría, porque él era lo bastante bueno para hacerlo sin que me diera cuenta. Algunos de mis hombres habían compartido mi cama al mismo tiempo que Royal se alimentaba de mí para su reina, y el encanto también les había afectado a ellos. No les gustaba porque le encontraban inquietante, pero él era el único semiduende que podía actuar como representante de Niceven quién le había elegido para estar a mi lado. Y los hombres que no le encontraban inquietante, molestaban a Royal. Doyle se hubiera quedado pero no era santo de su devoción, ninguno de ellos, de hecho. Esto ocurría con todos los hombres que podían desbaratar su encanto. Al semiduende le costaba mucho concentrarse en su alimentación si ellos estaban a su alrededor. Por eso, Royal y yo habíamos pactado un tiempo para que pudiera alimentarse estando los dos a solas, pasado el cual, uno de los guardias llamaría a la puerta y nos interrumpiría.
En un principio, el plan original de Niceven consistió en situar a mi lado a uno de sus súbditos que podía cambiar de tamaño y llegar a ser casi de mi misma altura para que intentara dejarme embarazada y así poder optar a ser rey de los Oscuros, pero yo ya estaba embarazada y Royal no podía aumentar realmente de tamaño, aunque a veces lo pareciera debido al encanto.
– ¿Puedo usar ahora mi encanto para poder disfrutar de la alimentación tanto como nos sea posible?
Suspiré profundamente, lo que provocó que mis pechos se elevaran y cayeran otra vez. Él acarició los suaves montículos casi como si fuera un nadador. Puso la cabeza contra mi pecho, mientras decía…
– Cuando estoy así adoro el sonido de tu corazón.
– No importa de qué fantasía se trate, creo que realmente lo haces.
Levantó la cabeza y me miró.
– Sólo contigo.
Ese comentario le ganó una mirada cargada de sospecha.
– ¿Debo prestar juramento para que me creas? -me preguntó.
– No, – le dije- y sí, puedes usar el encanto, pero compórtate.
Él me sonrió abiertamente y no debería haber percibido calor alguno en un hombre de su tamaño. Más bien debería haberse parecido a tener entre mis pechos a un gato enroscado, bonito y asexuado, pero un gato no podía mirar de esa manera. Y entonces dejó caer sus escudos tal como yo hice en el laboratorio, pero allí donde mis escudos me impedían ver la magia que me rodeaba, los escudos de Royal le impedían confundir al mundo con su magia.
Un momento antes estaba perpleja porque no sabía cómo podía ponerme nerviosa un hombre del tamaño de una muñeca, y al siguiente, él se deslizaba hacia abajo por un lado de mi cuerpo, arrastrando mi ropa consigo hasta dejar mis pechos expuestos. Siempre había mantenido las distancias en lo referente a la intimidad, pero esta noche había olvidado negociar tan firmemente como de costumbre. Sabía vagamente que había una buena razón para no dejar que pusiera ese capullo de rosa diminuto, que era su boca, sobre uno de mis pezones, pero mientras todavía trataba de pensar por qué, posó su boca sobre un pezón, rodeándolo, y una vez que comenzó a chupar, ya no pude recordar por qué se suponía que no debía hacerlo, o mejor dicho, ya no me preocupaba recordarlo.
Ya había dejado antes que el semiduende lamiera las yemas de mis dedos, y esos besos inocentes te hacían sentir como si estuviera lamiendo lugares mucho más íntimos. Ahora, él estaba en un lugar íntimo y era como si hubiera una línea desde allí hasta el más íntimo de los lugares donde un hombre puede chupar a una mujer. Pero era más que eso; era como si yo pudiera sentir su cuerpo a lo largo del mío. Royal podía usar su encanto para dar la ilusión de que era más grande. Yo podía sentir su peso contra mi cuerpo, muy caliente y muy real, mientras chupaba mi pecho.
Tuve que poner mi mano sobre sus delicadas alas para estar segura de cuál era su verdadero tamaño. Él batió las alas contra mis dedos y de repente, también ellas parecieron más grandes, como si se elevaran por encima de su espalda como las velas de un barco, pero eran velas que se agitaban con balanceos aterciopelados, y con golpecitos delicados y bellos contra mi mano.
Me mordió con la fuerza suficiente para que le rogara por más y de repente el mundo olió a rosas. Un olor a rosas salvajes y al calor del verano que llenó el mundo. Tuve que abrir los ojos para estar segura de que todavía estábamos en el pálido dormitorio de satén y seda. Después, los pétalos empezaron a caer de la nada sobre la cama.
Sus manos acunaban mi pecho, colocando una sobre la otra para poder sujetar mejor mi pezón, y noté sus manos más grandes mientras su boca me succionaba con fuerza, tirando cada vez más bruscamente de mi pezón, pero el dolor se sentía bien, en el punto justo para hacerme volver a gritar para él. Pensé que todo esto se debía a su encanto, cuando de repente se quedó mirándome fijamente, su cuerpo encima del mío. Creí que era su encanto lo que le hacía parecer lo bastante grande para poder hacer todo eso. Abrí los ojos para encontrar que sus alas se elevaban por encima de nosotros en una cascada de color y movimiento. Su cara todavía era un delicado triángulo, pero era tan grande como la mía, y él era todavía hermoso, pero cuando le vi inclinarse para darme un beso, comprendí que esto no era una ilusión.
Pétalos de rosa cayeron sobre él, enmarcándole en una lluvia rosada y blanca mientras me besaba, un verdadero beso con labios lo bastante grandes para besarme. Una de mis manos encontró su nuca y los rizos de su pelo mientras mi otra mano ascendía por la línea de su espalda hasta llegar allí donde nacían sus alas, y nos besamos, suavemente y durante mucho tiempo, acomodando él su cuerpo más cerca del mío. Me di cuenta de que él se había hecho más grande pero no así su ropa. Estaba desnudo contra mi cuerpo, lo mismo que yo bajo el camisón mientras nos besábamos.
Él rompió el beso lo suficiente para decir…
– Por favor, Merry, por favor. Nunca he podido ver cumplido mi deseo.
– ¿Y cuál es?
– Ya sabes lo que deseo. -Su mano se deslizó hacia abajo entre nuestros cuerpos hasta que sus dedos encontraron mi sexo. Deslizó un dedo dentro de mí, y sólo esa pequeña penetración me hizo contener la respiración y retorcerme para él. Sonrió.
– Estás húmeda.
Asentí.
– Sí. -Ahora fui yo quien deslicé la mano entre nuestros cuerpos y le encontré duro, largo y lo bastante grande para complacer a cualquier mujer. Le rodeé con la mano notando cómo se estremecía encima de mí.
– Por favor… -rogó.
– Sí -contesté, y moví las caderas hasta encontrar su cuerpo.
Él abrió los ojos, mirándome con fijeza.
– ¿Sí? -me preguntó.
– Sí -volví a responder.
Sonrió y luego alzó su cuerpo, usando una mano para guiarse a sí mismo hasta mi sexo. Levanté las caderas para ayudarle a encontrar su camino y de repente se deslizó dentro de mí.
– Tan estrecha, tan mojada…
Se elevó, apoyándose en sus brazos para poder empujar con la parte inferior de su cuerpo. El movimiento me dejó ver nuestros cuerpos de cintura para abajo, pudiendo ver cómo su cuerpo me penetraba por primera vez.
Lancé un grito.
– ¡Diosa! -Una espesa lluvia de pétalos, suaves como una nieve perfumada cayó sobre nuestra piel desnuda, aunque era una nieve caliente y sedosa.
Royal empujó con más fuerza dentro de mí, hasta que nuestros cuerpos se encontraron, estremeciéndose sobre mí, sus alas alzándose sobre la belleza pálida de su cuerpo. Miró hacia abajo y me dijo…
– Yaces en una cama de pétalos de rosa.
Y luego comenzó a hacerme el amor, su cuerpo entrando y saliendo del mío. Puso una de mis piernas sobre su hombro para poder penetrarme aún más, en un ángulo ligeramente diferente, como si supiera que eso le ayudaría a llegar hasta ese punto exacto dentro de mí. Comenzó a deslizarse una y otra vez mientras se elevaba por encima de mí, sus alas agitándose más rápidamente mientras se sepultaba más profundamente en mi cuerpo.
Mi respiración se aceleró, sintiendo como una dulce y pesada sensación crecía dentro de mí. Su respiración era más rápida, su cuerpo más frenético. Exhalé…
– Casi, casi estoy allí.
Él asintió como si me hubiera entendido o incluso me hubiera oído. Luchó contra su cuerpo, con su respiración, todo para seguir empujando contra mi cuerpo unas pocas veces más, y entre un envite y el siguiente consiguió hacer que me corriera gritando su nombre, mis manos aferrándose a sus costados, a su espalda, sujetándole, mientras me retorcía y gritaba debajo de él.
Mi piel brilló resplandeciente dibujando su silueta alada contra el techo. Gritó sobre mí, empujándose una última vez en mi interior. Gritamos juntos y luego él se sostuvo sobre sus brazos, con la cabeza gacha como un caballo resollando. Sus alas comenzaron a doblarse sobre su espalda.
Vi un movimiento en la habitación y comprendí que Mistral y Frost habían visto como mínimo el final de nuestro encuentro sexual. Royal colapsó lentamente sobre mí, y fue sólo cuando se acurrucó tan cálido a mi lado, con su cabeza al mismo nivel que la mía sobre la almohada, que me di cuenta de que en esta forma era más alto que Kitto. Que era de mi misma altura.
Le sostuve, con mis manos cuidadosamente apoyadas sobre el borde de sus alas mientras esperábamos a que los latidos de nuestros corazones redujeran la marcha. Sentí caer sobre mi hombro algo más fresco que el fluido corporal que acabábamos de compartir. Acaricié sus rizos y él alzó su rostro lo bastante para mirarme. Lloraba. Eran sus lágrimas las que caían sobre mi piel.
Hice la única cosa que pude pensar en hacer. Le besé y nos abrazamos hasta que pudimos juntar fuerzas para llegar hasta el cuarto de baño y ducharnos. Habíamos estado discutiendo quién compartiría mi cama esta noche junto a Mistral. Yo ya sabía a quién iba a elegir, si el Señor de las Tormentas lo permitía, y tal vez incluso aunque no lo hiciera. Igual que había pasado con Barinthus, era el momento adecuado para dejar de intentar complacer a todo el mundo y empezar a preguntarme qué era lo que yo quería, y en ese momento no podía pensar en otra cosa que quisiera más que conservar a Royal a mi lado. Podría deberse a su propio encanto, o podría ser porque la Diosa había dejado caer sobre nosotros pétalos de rosa, pero por la razón que fuera, él era uno de los hombres que deseaba tener a mi lado cuando me fuera a dormir esta noche.