CAPÍTULO 38

UNA VEZ QUE VOMITÉ ME ENCONTRÉ MEJOR. ME DISCULPÉ por devolver en el laboratorio, pero por suerte el suelo no conservaría pruebas del desastre. Carmichael me dio un caramelo mentolado y nos marchamos. Rhys nos llevó a casa, e hizo las gestiones pertinentes para recoger el otro coche a la mañana siguiente. Aparte de él, nadie más que yo sabía conducir, y ninguno de los hombres parecía desear que lo hiciera. Supongo que no podía culparlos.

Me recliné en el asiento de los pasajeros y dije…

– Pensé que podría tener náuseas por la mañana, no por la tarde.

– Es diferente de una mujer a otra -dijo Doyle desde el asiento trasero.

– ¿Conoces a alguien que sufra de náuseas por la tarde? -pregunté.

– Sí -fue todo lo que dijo.

Me giré en el asiento y él era la Oscuridad en un coche oscuro, aunque las farolas nos iluminaban mientras Rhys conducía. Frost estaba a su lado, haciendo que el contraste fuera aún mayor. Barinthus estaba en el lado opuesto y había dejado claro que no deseaba estar cerca de Frost.

– ¿Quién es ella? -le pregunté.

– Mi mujer -dijo, mirando hacia fuera por la ventanilla, no hacia mí.

– ¿Has estado casado?

– Sí.

– ¿Y tenías algún hijo?

– Sí.

– ¿Qué les pasó?

– Murieron.

No supe qué decir a esto. Me acababa de enterar de que Doyle había estado casado, había tenido un hijo, y los había perdido a ambos; no había tenido idea de todo eso minutos antes. Me giré y dejé que el silencio llenara el coche.

– ¿No te molesta? -preguntó Doyle quedamente.

– Pienso en ello, pero… ¿cuántos de vosotros habéis tenido mujer e hijos?

– Todos nosotros menos Frost, creo -contestó Rhys.

– Los tuve -dijo Frost.

– Rose -dije.

Él afirmó con la cabeza.

– Sí.

– No sabía que hubieras tenido un hijo con ella. ¿Qué pasó?

– Murió.

– Todos murieron -musitó Doyle.

Barinthus habló desde la penumbra del asiento trasero.

– Hay momentos, Meredith, en los que ser inmortal y eternamente joven no es una bendición.

Pensé en ello.

– Por lo que sabemos, estoy envejeciendo a un ritmo sólo algo más lento que un humano normal. No soy ni inmortal, ni eternamente joven.

– No eras inmortal de niña -dijo Barinthus -y tampoco tenías alguna mano de poder como los otros niños.

– ¿Todos vosotros vais a estar dentro de más de cien años, sentados en algún coche movido por energía atómica y contándoles a nuestros hijos cosas sobre mí?

Nadie dijo nada, pero Rhys separó una mano del volante y la puso sobre la mía. Realmente no había nada qué decir, o ningún consuelo. Me agarré a la mano de Rhys, y él me la sostuvo todo el camino a casa. A veces el consuelo no tiene palabras.

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