CAPÍTULO 34

NOS DETUVIMOS DELANTE DE LO QUE YO YA HABÍA empezado a considerar como nuestro hogar, pero que en realidad era la mansión de Maeve Reed en Holmby Hills. Ella nos había asegurado a través de correos electrónicos y llamadas telefónicas que quería que nos quedáramos tanto como nos fuera necesario. Me preocupaba que eventualmente ella se cansara de todos nosotros, pero por hoy, y hasta que ella regresara de Europa, era nuestro hogar.

Los reporteros que nos habían seguido desde el lugar de los hechos se unieron a aquellos que los vecinos habían dejado acampar en su propiedad, previo pago, desde luego, y entonces llegamos a casa. Rhys le dio al botón que abría los portones en el alto muro de piedra y entramos. Se había vuelto automático ignorar las preguntas que nos gritaban los reporteros precipitándose hacia nosotros. Se quedaron fuera de la propiedad de Maeve. Siempre esperaba que alguno de ellos llegara a darse cuenta de que ninguno de ellos, por muy lejos que fueran, cruzaba nunca esa línea invisible.

Era nuestro derecho, y también el de Maeve, prevenir la entrada por la fuerza en nuestra propiedad. Teníamos permiso para usar la magia como protección mientras dicha magia no hiciera daño. Simplemente habíamos reforzado las propias defensas de Maeve, y los reporteros se detenían cada vez, tal como queríamos. Era bueno que al menos algo funcionara exactamente como deseábamos.

Había llamado a Lucy de camino, y le había contado todo lo que Jordan nos había contado a nosotros. Ayudó, pero no lo suficiente. Julian me mandó un SMS y me dijo que su hermano estaba bien y que no tendría que pasar la noche en el hospital. Marshall, el técnico sanitario no era el primero de su profesión que había comenzado a tratar a los que sufrían de shock psíquico con más cuidado, aunque sí había sido el primer profesional sanitario que admitía el por qué. Aprecié la diferencia.

Rhys se detuvo delante de la gran casa principal porque nos habíamos mudado a ella desde la casa de huéspedes, cediendo la casa de huéspedes a nuestros integrantes más nuevos. Había pedido permiso a Maeve antes de hacer el cambio, pero de nuevo me pregunté qué haríamos cuando ella legítimamente quisiera recuperar su casa. Hice a un lado ese pensamiento, y me concentré en problemas más inmediatos como un asesino mágico en serie, en si Barinthus me desafiaría o si estaría aquí o no para la cena, o…

En ese momento las enormes contrapuertas se abrieron y Nicca y Biddy estaban tras ellas saludándonos con la mano. Él la rodeaba con un brazo por los hombros y ella, con el suyo, le tenía abrazado por la cintura. Nicca superaba muy ligeramente el metro ochenta de altura de auténtica guerrera sidhe de Biddy. Su largo cabello castaño estaba recogido en dos largas trenzas hasta las rodillas que enmarcaban su hermoso rostro, pero era la sonrisa en su rostro moreno lo que le hacía verdaderamente atractivo. Biddy también sonreía aunque ella era de piel pálida y llevaba cortos sus rizos negros. Ambos tenían los ojos castaños, y probablemente el bebé también los tendría de ese color. A ella justo ahora comenzaba a notársele un poco el embarazo, aunque a menos que supieras lo que estabas buscando bajo sus pantalones cortos y la parte superior del top, no te darías cuenta de que allí había un bebé.

Sus brazos desnudos y sus piernas eran largos, y mostraban músculos moviéndose suavemente bajo la piel mientras se acercaba a mi lado del coche. Nicca fue hacia la puerta de Rhys. Él era un poco menos musculoso que ella, aunque no había demasiada diferencia, sin embargo, la relajada felicidad que parecían sentir el uno por el otro me hacía feliz cada vez que les miraba. Fueron los primeros de nosotros en casarse oficialmente, y parecía haber resultado perfecto para ambos.

Biddy no fue hacia la puerta de Cathbodua. Ella había visto dónde iba yo y fue hacia la puerta trasera, lo que realmente quería decir que primero saldría Galen.

– Bienvenidos a casa, todos -dijo Biddy. Ella no brillaba debido sólo al embarazo sino que también era debido al amor. Cada vez que estaba cerca de ellos tenía esperanzas de que el resto de nuestros sidhes formarían parejas y que eso sería el comienzo de un montón de “felices para siempre” para una buena cantidad de nuestra gente.

– Es bueno estar en casa -dijo Galen mientras salía a toda prisa. Nicca abrió la puerta del otro lado y Sholto también salió rápidamente. Ambos me ofrecieron la mano a la vez inclinándose dentro del coche para ayudarme a salir, uno desde cada lado, produciéndose un momento embarazoso cuando los dos hombres se miraron a través del coche. Pero se trataba de Galen, y la mayoría de las veces él facilitaba las cosas, no las hacía más complicadas.

Hizo un pequeño asentimiento y dijo…

– Tú estás en el lado de la casa.

Sholto le sonrió, porque él era un buen rey, y los buenos líderes aprecian a las personas que facilitan las cosas.

– ¿Ése es el sistema que habéis acordado? ¿Quienquiera que esté más cerca de la casa consigue ayudarla a salir?

– Sí, si ella va en la parte de atrás -dijo Galen-, pero si ella va delante, entonces Biddy o Nicca o quienquiera que llegue al lado del pasajero la ayuda a salir.

Sholto asintió con la cabeza.

– Muy lógico. -Él me tendió la mano y yo la tomé, dejando que me ayudara a salir del coche. Nicca y Biddy estaban ya a nuestras espaldas para ayudar a Uther a salir. Si se podían plegar los asientos en los que nos habíamos sentado, ¿Para qué hacer que se retorciera para pasar por encima cuando simplemente podías abrir la parte trasera?

Saraid tomó la mano de Uther para salir de la parte trasera del SUV. A él le complació que ella aceptara su ayuda. Ella era alta y musculosa, y adiestrada tanto en el uso de las armas como en la magia, lo cual quería decir que no necesitaba ayuda, pero había aceptado su consuelo y ahora se lo devolvía, dejándole ayudarla.

Podía oír adentro el ladrido alto y excitado de los perros. Ésa, también, era una cosa feliz. Los perros de caza del mundo de las hadas habían dejado de existir mientras muestra magia se desvanecía, pero cuando la Diosa nos devolvió una cierta cantidad de magia también nos devolvió a algunos de nuestros animales. Los primeros en volver fueron los perros.

Biddy se rió.

– Kitto está tratando de contenerlos, pero todos han extrañado a sus amos y su ama.

Rhys fue el primero que llegó a la puerta e intentó abrirla sólo lo justo para poder deslizarse adentro sin que la horda peluda se le viniera encima, pero fue una batalla perdida. Se esparcieron a su alrededor, los nueve, todos terriers, saltando para amontonarse alrededor de sus pies. Él se inclinó para acariciar la cabeza de la pareja de terriers de color negro y marrón claro, una raza que se había perdido siglos atrás y que era la raza de la cual descendían la mayor parte de las razas de terriers modernas. Los demás eran completamente blancos con manchas rojas, los colores originales de la mayoría de los animales mágicos del mundo de las hadas.

Galen fue casi cubierto por pequeños perros falderos y altos y graciosos galgos. Por la razón que fuera, él había conseguido más perros que ningún otro sidhe. Los perros falderos hacían cabriolas alrededor de sus piernas, y los galgos le acariciaron con la nariz. Él se esmeró en darles atención.

Sholto me soltó la mano para que pudiera saludar a mis propios perros. Había sólo dos perros que fueran míos, esbeltos y preciosos. Mungo era más alto de lo que dictaban los estándares modernos para su raza, pero Minnie estaba dentro de los cánones, aunque ahora su barriga estaba hinchada con los perritos que estaba gestando. Pronto, uno de estos días se pondría de parto y sería la primera de las perras en dar a luz. Uno de los mejores veterinarios de la zona había comenzado a hacer visitas a domicilio. Teníamos una cámara de vídeo conectada a un ordenador que transmitía imágenes en tiempo real. Nuestro cada vez mayor conocimiento del mundo de la informática nos había dado la idea de permitir que la gente pudiera ver en línea el nacimiento de los primeros perros mágicos en más de tres siglos. Aparentemente, teníamos a un montón de personas que habían pagado para poder ver el acontecimiento. Algunos por ver a los perros y otros porque esperaban verme a mí y a los hombres con los perros frente a las cámaras, pero cualquiera que fuera el motivo era sorprendentemente lucrativo, y con tantas personas a nuestro cargo necesitábamos que lo fuera.

Acaricié las sedosas orejas de mis perros, y acuné sus largos hocicos en mis manos. Puse mi frente contra la frente de Minnie porque a ella le gustaba. Mungo era algo más distante, o tal vez pensaba que los golpecitos en la frente estaban por debajo de su dignidad.

En ese momento el aire se llenó de alas, como si las mariposas y polillas más bellas hubieran decidido repentinamente divertirse de lo lindo por encima de nuestras cabezas. La mayor parte de ellas eran semiduendes que me habían seguido al exilio. Eran los marginados de su raza porque no tenían alas en una sociedad que consideraba eso peor que estar lisiado. Pero mi magia, sumada a la de Galen, Nicca, y Kitto, les había dado las alas que nunca habían tenido, aunque casi les costó la vida. También había semiduendes entre los que volaban por encima de nosotros que habían estado exiliados en Los Ángeles desde hacía más de diez años. Los primeros habían llegado discretamente, casi con miedo, pero cuando se sintieron bienvenidos llegaron en número suficiente para doblar a los nuestros.

Royal y su hermana gemela Penny revolotearon por encima de mí.

– Bienvenida a casa, Princesa -dijo. Ella llevaba puesta una túnica pequeña que había tomado prestada del vestuario de alguna muñeca, haciéndole cortes en la espalda para las alas.

– Es bueno estar en casa, Penny.

Ella asintió con la cabeza, sus antenas diminutas temblaban cuando se movía. Penny y su hermano tenían el cabello oscuro y la piel pálida, y tenían las alas de una polilla Ilia Underwing [24]. Hacía juego con el tatuaje que yo tenía en mi estómago, porque conseguir las alas de Royal y salvar su vida mediante la magia me habían llevado a otro nivel de poder, y toda gran magia deja su huella en ti, marcándote para siempre.

Royal revoloteó junto a mi cara, moviendo sus alas con más rapidez que cualquier otra polilla real para poder mantener su cuerpo más pesado en el aire, aunque existía esa famosa teoría de la física que decía que ninguno de los semiduendes debería poder volar. Él tocó mi pelo y yo lo aparté a un lado para que se quedara sentado sobre mi hombro. Fue como una señal para que los otros semiduendes revolotearan a nuestro alrededor. Se distribuyeron por las trenzas de Nicca y comenzaron a saltar sobre ellas como si fueran cuerdas. Él parecía tener algún tipo de afinidad con ellos, tal vez porque Nicca también tenía alas. Cuando él lo deseaba las llevaba a su espalda como un tatuaje, pero si no, se alzaban sobre su cuerpo como la mágica vela de algún barco que te llevaría sólo a los lugares más bellos y mágicos.

Había sido mi amante. Antes, cuando sólo tenía el tatuaje de las alas en su espalda y nunca había tenido alas reales, y después, cuando la magia salvaje del mundo de las hadas hizo que sus alas se volvieran realidad alzándose sobre mí y brillando con su magia. Nicca era hijo de un sidhe y de una semiduende que podía adoptar el tamaño de un humano.

Una bandada de los semiduendes más pequeños, la mayor parte de ellos de una palidez fantasmal y con cabellos blancos como telarañas rodeando sus rostros, revolotearon alrededor de Sholto hablándole desde lo alto con voces trémulas, pidiendo permiso para tocar al Rey de los Sluagh. Él asintió con la cabeza y ellos treparon por su cola de caballo como si fuera un campo de juegos, posándose sobre sus hombros, tres a cada lado. Ninguno de ellos era más grande que la palma de mi mano, los más pequeños entre los pequeños. Royal estaba al otro extremo con su altura de unos veinticinco centímetros.

Penny, la hermana de Royal, revoloteaba alrededor de Galen, pidiéndole permiso para posarse sobre él. Hacía muy poco tiempo que Galen permitía que cualquiera de ellos lo tocara de manera casual. Tuvo una mala experiencia con los semiduendes de la Corte de la Oscuridad. La mayoría de las personas piensan que es gracioso tenerle miedo a algo tan pequeño, pero hay que tener en cuenta que los semiduendes de la Corte Oscura beben sangre además de néctar. La sangre sidhe es dulce para ellos, y la de los sidhe de sangre real, más dulce todavía. La reina Andais ató con cadenas a Galen y lo dejó ahí, a merced de esas bocas diminutas. El Príncipe Cel había pagado a su reina, Niceven, para que ordenara a sus semiduendes tomar más carne de lo que Andais había pedido. La experiencia había originado en Galen una fobia hacia los pequeños seres alados. Irónicamente, a los semiduendes les gustaba percibir su magia, y rondaban a su alrededor, dando la impresión de que estaba cubierto por una nube multicolor de mariposas, aunque habían aprendido a no tocarle sin preguntar. Penny, vestida con su túnica diminuta, se acomodó sobre el hombro de Galen, sujetándose con una mano al verde profundo de sus rizos. Galen había comenzado a confiar en Penny.

Rhys tenía a muchos de los pequeños duendes sobre sus hombros, riéndose tontamente bajo su pelo, pareciéndose a niños que miraban a hurtadillas entre las cortinas, o entre las hojas de un árbol, como en un libro de cuentos. Eso me hizo pensar en nuestras dos escenas del crimen, y fue como si la luz del sol fuera un poco más oscura.

– Te has puesto triste de repente -dijo Royal, cerca de mi cara-. ¿En qué estabas pensando, Merry?

Siempre era tentador girar la cabeza cuando uno de ellos te hablaba, pero cuando los tenías sentados sobre tu hombro, si girabas la cabeza los tirabas, así que tenías que girarte sólo lo imprescindible para poder ver esos ojos almendrados y oscuros, pero no tanto como lo harías si él estuviera a tu lado.

– ¿Soy tan fácil de leer, Royal?

– Me diste alas. Me diste magia. Eres importante para mí, mi Merry.

Eso me hizo sonreír. La sonrisa hizo que se moviera contra mi cara de forma que su cuerpo se curvó adaptándose a la línea de mi mejilla, dejando colgar los muslos bajo mi barbilla. Su pequeño brazo me rodeó la mejilla mientras la parte superior de su cuerpo desnudo se apretaba contra mi rostro. Y eso habría estado bien, podría haber disfrutado del abrazo -y si en ese momento nos hubieran estado observando, la mayor parte de la gente lo habría visto como un inocente gesto de consuelo, como el ser abrazado por un niño-, pero yo tenía mejor criterio. Y por si hubiera tenido alguna duda, su cara estaba ahora muy cerca de mi ojo y no había nada inocente en su atractivo rostro en miniatura. No, era una mirada muy adulta en una cara apenas un poco más grande que mi pulgar.

Habría estado de acuerdo con eso, pero Royal era Royal, y él tenía que forzar la situación. Su cuerpo se pegó un poco más a la línea de mi mandíbula, y podría decirse que él estaba feliz de estar apretado contra mí.

Era considerado como un cumplido entre los duendes excitarte sólo por estar cerca de alguien, pero…

– Yo también estoy muy contenta de verte, Royal, pero ahora que te has cobrado el cumplido, dame un poco de espacio para respirar, por favor.

– Deberías venir a jugar con nosotros, Merry. Te prometo que sería entretenido.

– Aprecio las posibilidades, Royal, pero no lo creo -le dije.

Él volvió a abrazarme, presionando sus caderas contra mí aún con más fuerza.

– Detén esto, Royal -le dije.

– Si me dejaras usar el encanto no te molestaría. Te pondría en trance. -Y su voz tenía ese tono bajo y sensual que sólo un cuerpo más grande, con un amplio pecho donde poder hacer resonar la voz, le debería haber dado. Qué pocos fuera del mundo feérico comprendían que algunos de los semiduendes podían usar el encanto mejor que la mayoría de las hadas. Sabía por experiencia que Royal podía hacerme creer que era un amante de tamaño humano, y que su encanto podría hacerme llegar al orgasmo con muy poco esfuerzo. Era un don, su talento.

– Te lo prohíbo -le dije.

Él besó mi mejilla, pero apartó sus caderas lo suficiente para que yo no fuera realmente consciente de que estaba allí.

– Desearía que no me lo hubieras prohibido.

Galen llamó desde la puerta…

– ¿Vas a entrar? -dijo, frunciendo ligeramente el ceño. Me pregunté cuánto tiempo llevaba hablando con Royal.

– Puede que no hayas utilizado el encanto, pero me has distraído otra vez -le dije.

– No se debe al encanto que te distraiga, mi diosa de blanco y rojo.

– ¿Entonces a qué? -Pregunté, cansada de sus juegos.

Él sonrió, obviamente complacido consigo mismo.

– Tu magia llama a la mía. Ambos somos criaturas de calor y sentimos lujuria.

Le miré frunciendo el ceño.

Sholto se acercó a mi lado y, evidentemente, al de Royal.

– No creo que la princesa sea una criatura de ninguna clase, hombrecito. -La bandada de diminutos duendes que se sujetaban a su cola de caballo dejó de jugar al escondite con su largo cabello, como si estuvieran escuchando.

Royal lo contempló.

– Quizá la palabra “criatura” está mal escogida, Rey Sholto. Fue perverso por mi parte olvidar el nombre cariñoso que la reina te dio.

Sholto se quedó repentinamente inmóvil a mi lado. Él siempre había odiado que la Reina Andais le llamara “su Criatura Perversa”. Me confesó que temía acabar algún día siendo simplemente eso, igual que el Asesino Frost o la Oscuridad de la Reina. Temía que algún día simplemente sería “ la Criatura ” de la reina.

– Tú no eres más que un bicho alado al que podría destrozar de un manotazo descuidado. Tu encanto no puede cambiar eso, o darte las mujeres de tamaño humano que pareces preferir.

– Mi encanto me ha dado un tamaño humano, tal como tú lo llamas, más de una vez, Rey Sholto -dijo Royal. En ese momento sonrió, y simplemente supe por su expresión que cualquier cosa que estuviera a punto de decir no me iba a gustar.

– Merry puede hablar de mi encanto y de cuánto disfrutó de él.

El rostro de Sholto mostró lo infeliz que le había hecho sentir ese comentario. Volvió ese semblante ceñudo hacia mí, diciéndome…

– Tú no lo hiciste.

– No -dije-, pero si no me hubieran parado lo podría haber hecho. Si nunca has experimentado que un semiduende intente realizar contigo sus artimañas mágicas y sexuales, entonces no puedes entenderlo. Su encanto es mucho más poderoso que el que poseen la mayoría de los sidhe.

– Recuerda, Rey, nos escondemos de la mirada de los humanos haciéndonos pasar por mariposas, polillas, libélulas y flores. Nunca ven a través de nuestros disfraces, a diferencia de los sidhe cuyo encanto no siempre logra mantenerse en pie.

– ¿Entonces por qué no ayudas a su agencia de detectives a localizar a las personas que están buscando? -preguntó Sholto.

– Podríamos hacerlo si ellos permanecieran en ciertas partes de la ciudad, pero tienden a irse a lugares con demasiado metal -dijo Royal temblando, y no fue un buen temblor.

Dos de los diminutos duendes que todavía caminaban por el pelo de Sholto se elevaron en el aire como si el pensamiento también les asustara sólo de oírlo. Los tres que quedaban en su pelo se escondieron bajo él como niños que se esconden bajo la cama al oír llegar al monstruo.

– Está más allá de las posibilidades de la mayor parte de nosotros viajar a través de algunas partes de la ciudad -dijo Royal.

– Así que tu encanto es sólo bueno para los trabajos suaves -dijo Sholto.

Royal lo miró, pero una sonrisa irónica curvó sus labios delicados.

– Ohh, nuestro encanto es muy, muy bueno con los trabajos suaves.

– Creo a Merry cuando dice algo, así que si ella dice que eres tan bueno en eso, así será, pero también sé que te ha prohibido que vuelvas a probar con ella tus trucos.

– Es mi semana para tomar la donación semanal para la Reina Niceven. Creo que Merry querrá que yo use mi encanto para eso.

Sholto sólo tuvo que mover los ojos para mirarme a la cara en lugar de al pequeño duende sentado en mi hombro.

– ¿Por qué todavía donas sangre para Niceven a través de sus sustitutos?

– Necesitamos aliados en las cortes, Sholto.

– ¿Por qué los necesitas si nunca piensas volver y gobernar?

– Espías -susurró Royal-. Los semiduendes son las proverbiales moscas en la pared, Rey Sholto. Nadie nos mira, nadie nos nota cuando estamos cerca y eso ocurre tannnn a menudo…

Él nos miró de uno al otro.

– Y yo que creía que era la red de espías de Doyle la que conseguía una información tan precisa.

– La Oscuridad tiene sus fuentes, pero ninguna tan dulce como la que tiene Merry -dijo Royal, y me di cuenta de que estaba exagerando para ver si podía irritar al otro hombre. Royal siempre se deleitaba cuando podía poner celoso a uno de mis amantes de tamaño humano. Le complacía desmesuradamente.

Sholto lo miró ceñudamente, luego se rió. El sonido nos sobresaltó a Royal y a mí. El semiduende saltó sobre mi hombro, mientras que yo estaba simplemente intrigada. Los duendes en el pelo de Sholto salieron volando, sobrevolando la casa hacia el cielo azul.

– ¿Qué es tan gracioso, Rey de los Sluagh? -preguntó Royal.

– ¿Tu encanto también hace que los hombres se pongan celosos?

– Por lo que respecta a la reacción de Merry hacia mí, estás celoso, Rey Sholto. No es magia.

La cara de Sholto se despejó mientras estudiaba al hombrecito, verdaderamente lo estudiaba con intensidad. Se lo quedó mirando mucho tiempo y con una mirada tan fija que consiguió que Royal acabara escondiendo su cara contra mi pelo. Había notado que éste era un gesto social entre los semiduendes. Lo hacían cuando se avergonzaban, se asustaban, se sentían tímidos o simplemente no sabían qué hacer. A Royal no le gustaba ser objeto de tal concentración por parte de Sholto.

Mungo golpeó mi mano y yo acaricié su cabeza lisa. Que los perros reaccionaran quería decir que no era simplemente Royal quien sentía en el aire la tensión de la reacción de Sholto hacia el semiduende.

Me detuve y mimé a mis perros, logrando con ese simple gesto que una parte de la tensión se relajara.

– Deberíamos entrar -dije al fin.

Sholto asintió con la cabeza.

– Sí, deberíamos. -Él me ofreció su brazo y yo lo tomé. Me guió adentro mientras Royal susurraba en mi oído…

– Los sluagh, igual que los duendes todavía nos comen como presas.

Eso me hizo tropezar en los pequeños escalones del porche. Sholto me sujetó.

– ¿Estás bien?

Asentí con la cabeza. Podía preguntárselo a Sholto, pero si la respuesta era sí, no quería saberlo, y sin importar si era sí o no, era una pregunta ofensiva. ¿Cómo le preguntas a un hombre al que supuestamente amas y que es el padre de tu hijo si practica de vez en cuando el canibalismo?

– Te da miedo preguntar -susurró Royal en mi hombro como uno de esos demonios de caricatura.

Eso me hizo apoyarme contra Sholto y susurrar justo al otro lado de la puerta…

– ¿Los sluagh todavía cazan a los semiduendes?

Él frunció el ceño y entonces negó con la cabeza. Miró a Royal, que ahora intentaba esconderse entre mi pelo.

– No cazamos a los pequeños como comida, pero a veces son muy irritantes y tenemos que limpiar nuestro sithen de ellos. Cómo limpia mi gente nuestra casa es asunto de ellos. No los tolero en mi reino, porque tiene razón en una cosa, acabas olvidando que están allí, y yo no tolero a los espías.

Royal se deslizó completamente detrás de mi cuello rodeándolo con sus brazos y sus piernas, sujetándose como si mi cuello fuera el tronco de un árbol.

– Escóndete todo lo que quieras, Royal, pero no se me olvidará que estás aquí -dijo Sholto.

Podía sentir el corazón de Royal golpeando pesadamente contra mi columna vertebral. Estaba a punto de sentir simpatía por él, pero entonces noté cómo ponía un beso contra la parte posterior de mi cuello. Puede ser un lugar muy erótico, y mientras él dejaba caer suaves besos contra mi piel, noté esa reacción completamente involuntaria en la parte baja de mi cuerpo. Le hice salir de ahí.

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