NO ERAN UNOS POLICÍAS GRANDES Y MALOS. ERAN UNOS “oficiales” de policía grandes y malos, y aunque uno de los oficiales era una mujer, y ambos eran sumamente amables, eso no era ningún consuelo para Bittersweet.
A la mujer policía no le gustaba el Fear Dearg. Supongo que si una no ha pasado su vida rodeada de seres que podrían ser chicos de portada de GQ [5], se le podría perdonar tener un poco de miedo. Realmente el problema era que al Fear Dearg le gustaba que ella le tuviera miedo. Mantenía vigilada a la histérica Bittersweet, pero también se las arreglaba para acercarse a la oficial rubia impecablemente uniformada. Su pelo estaba recogido en una apretada cola de caballo. Toda ella brillaba. Su compañero era un poco más viejo, y menos limpio. Podría apostar a que ella era nueva en el cuerpo. Los novatos tendían a tomárselo todo muy a pecho al principio.
Robert le pidió a Eric que se fuera con Alice a la parte de delante. Yo sospechaba que intentaba sacar de en medio a su amante humano, por si acaso Bittersweet volvía a perder el control de su poder. Si ella golpeaba a Eric como había golpeado a Robert y a Doyle, podría hacerle daño. Mejor rodear a la histérica duende de personas que fueran más resistentes de lo que un humano podría llegar a ser.
Bittersweet estaba sentada en la mesita del café llorando suavemente. El ataque de histeria, el estallido de energía y la crisis de llanto la habían agotado totalmente; y todo eso le había pasado factura. Era realmente posible que una hada diminuta pudiera mermar su energía de tal forma que pudiera llegar a desvanecerse. Sobre todo era arriesgado hacerlo fuera del mundo de las hadas. Cuánto más metal y tecnología rodeaban a un hada, más duro podría llegar a ser el permanecer ahí. ¿Cómo había llegado a Los Ángeles algo tan diminuto? ¿Por qué había sido exiliada, o sólo había seguido a su flor silvestre a través del país como hacía el insecto al que se parecía? Algunas hadas de las flores le profesaban una gran devoción a sus plantas, especialmente si éstas eran de alguna especie en concreto. Eran como cualquier fanático: cuanto más limitado era el interés en esa especie, más devotos podrían llegar a ser.
Robert había ocupado una de las sillas acolchadas tapizadas de cuero y nos había dejado el sofá.
El sofá era de un agradable tamaño intermedio entre mi altura y la de Robert, y por lo tanto, la altura promedio de un humano. Lo que significaba que estaba bastante cómoda sentada en él, aunque probablemente Doyle o Frost no estarían cómodos, bien, eso no era importante ya que ellos no estaban interesados en sentarse.
Frost estaba junto al brazo del sofá que estaba a mi lado. Doyle estaba apostado cerca de la puerta del cuarto dividido en reservados y vigilaba la puerta de salida. Como mis guardias no se sentaban, los dos policías tampoco quisieron sentarse. Al oficial mayor, el Oficial Wright, no le gustaban mis hombres. Medía algo más de un metro ochenta y estaba en buena forma física, desde su corto cabello castaño a sus botas cómodas y apropiadas. Miraba sucesivamente a Frost, a Doyle y a la pequeña hada que estaba en la mesa, pero sobre todo a Frost y Doyle. Apostaría lo que fuera a que Wright había aprendido una o dos cosas sobre el potencial físico en todos sus años de trabajo. A alguien que podía juzgar eso nunca le habrían gustado mis hombres. A ningún policía le gustaba pensar que podía no ser el perro más fiero de la habitación, en el caso de que estallara una pelea de perros.
O’Brian, la novata, medía por lo menos uno setenta, alta si se la comparaba conmigo, no tanto midiéndose con su compañero y mis guardias. Pero creo que ella ya estaba acostumbrada a eso en el cuerpo; a lo que no estaba acostumbrada era al Fear Dearg que tenía al lado. Él se había acercado a ella todo lo que le había sido posible. No había hecho nada incorrecto, nada de lo que ella pudiera quejarse excepto invadir su espacio personal, pero podría apostar a que ella se estaba tomando muy a pecho sus lecturas sobre las diferencias entre humanos y hadas. Una de las diferencias culturales entre nosotros y la mayoría de los americanos era que no necesitábamos marcar los límites personales y espaciales que la mayoría de los humanos necesitaban, por lo que si la Oficial O ’Brian se quejaba, se estaría mostrando insensible con nuestra gente y con la Princesa Meredith sentada ahí mismo. Observé su intento de no ponerse nerviosa mientras el Fear Dearg se movía acercándose a ella unos centímetros más. Pude leer en sus ojos azules cómo intentaba calcular las implicaciones políticas que se podrían derivar si le decía al Fear Dearg que se echara para atrás.
Sonó un educado golpe en la puerta, lo que significaba que no era Lucy y su gente. La mayoría de los policías tendían a golpear las puertas de forma mucho más autoritaria. Robert gritó…
– Adelante.
Alice empujó la puerta entrando con una pequeña bandeja de repostería.
– Aquí traigo algo para que vayan picando mientras les tomo nota -dijo dirigiéndonos una sonrisa y mostrando unos hoyuelos a ambos lados de su plena y roja boca. El pintalabios rojo era lo único que destacaba sobre su atuendo todo en blanco y negro. ¿Podía ser que la sonrisa que dirigió al Fear Dearg fuera algo más persistente? ¿Qué la mirada de sus ojos se endureciera al aproximarse a O’Brian? Tal vez, o quizás yo lo estaba esperando.
Ella vaciló con los pasteles como si no estuviera segura de a quién servir primero. Yo la ayudé a tomar la decisión.
– ¿Está Bittersweet fría al tacto, Robert?
Robert se había movido para sentarse junto a la semiduende y ella todavía sollozaba silenciosamente sobre su hombro, acurrucándose contra su cuello.
– Sí. Le vendrá bien algo dulce.
Alice me sonrió agradecida y luego ofreció la bandeja primero a su jefe y a la pequeña duende. Robert tomó un pastel glaseado y lo sostuvo acercándolo hacia la semiduende. Ella pareció no notarlo.
– ¿Está lastimada? -preguntó el Oficial Wright, pareciendo de repente más alerta, más… algo. Yo había visto a otro policía hacer eso, y a algunos de mis guardias. En un momento dado estaban allí de pie, y al momento siguiente estaban “alertas”, ya fueran policías o guerreros. Parece como si tuvieran algún interruptor interno que les hacía reaccionar al ser presionado.
La oficial O'Brian intentó hacer lo mismo, pero era demasiado novata. Todavía no sabía ponerse en modo de alerta máxima. Ya aprendería.
Sentí a Frost tensarse a mi lado junto al brazo del sofá. Sabía que si Doyle hubiera estado a mi otro lado también lo hubiera percibido en él. Eran guerreros, y era difícil para ellos no reaccionar a otro hombre.
– Bittersweet ha consumido mucha energía -dije- y necesita reponerla.
Alice nos ofrecía ahora la bandeja de dulces a Frost y a mí. Tomé el segundo pastel glaseado, que estaba entre una magdalena y algo más pequeño. El azúcar glaseado que lo cubría era blanco y espumoso, y de repente me sentí hambrienta. Ya lo había notado desde que estaba embarazada. Estaba bien, y luego de repente me entraba un hambre voraz.
Frost negó con la cabeza. Prefería mantener las manos libres. ¿Tendría hambre? ¿Cuántas veces habrían estado de pie él y Doyle en un banquete al lado de la Reina y habían velado por su seguridad mientras los demás comíamos? ¿Habría sido duro para ellos? Nunca se me había ocurrido preguntar, y no podía preguntárselo ahora delante de tantos desconocidos. Aparqué este pensamiento para más tarde y comencé a comerme el pastel lamiendo primero el azúcar glaseado.
– Parece que ella ha tenido un día duro -comentó Wright.
Me di cuenta de que a lo mejor ellos no sabían por qué estaban aquí protegiendo a Bittersweet. Igual sólo les habían dicho que tenían que proteger a un testigo, o tal vez incluso menos. Habían recibido órdenes de presentarse y vigilarla, y esto era lo que ellos estaban haciendo.
– Así es, pero es más que eso. Necesita reponerse. -Pasé la punta del dedo por la capa de glaseado y me lo lamí. Era casero, aunque no muy dulce.
– ¿Quiere decir comer? -preguntó O’Brian.
Asentí.
– Sí, pero es más que eso. No comemos sólo cuando estamos hambrientos o nos encontramos un poco desfallecidos. Si eres de sangre caliente, cuanto más pequeño eres, más difícil es mantener tu temperatura corporal y el nivel óptimo de energía. Por ejemplo, las musarañas tienen que comer cada día aproximadamente el equivalente a cinco veces su propio peso sólo para no morir de inanición.
Dejé de lamerme el dedo para lamer el glaseado que quedaba en el pastel. El oficial Wright me miró de reojo, para luego apartar rápidamente la mirada e ignorarme. Ningún oficial tomó nada de la bandeja, quizás para mantener las manos libres, o… ¿quizás les habían dicho que no aceptaran comida de los duendes? Esa regla sólo funcionaba si te encontrabas en el mundo de las hadas y eras humano. No dije nada, aunque rechazar los pasteles por miedo a la magia feérica, sería visto como un insulto a Robert.
El Fear Dearg tomó un pedazo de pastel de zanahoria de la bandeja, dirigiendo una sonrisa siniestra hacia Alice. Luego me contempló. No me miró con disimulo; simplemente se quedó mirándome con fijeza. Entre los duendes si intentabas parecer atractivo y alguien no lo percibía, se consideraba como un insulto. ¿Estaba intentando provocar o parecer atractiva? No había querido hacerlo. Sólo quería mi glaseado, y sin cubiertos no tenía muchas opciones.
Robert todavía sostenía en alto el pastel frente a la pequeña duende que se apoyaba en su hombro.
– Hazlo por mí, Bittersweet, sólo pruébalo.
– ¿Quiere decir que ella podría morir sólo por no comer lo suficiente? -preguntó O’Brian.
– No sólo es eso. La histeria y el estallido de magia, sumado a su pequeño tamaño, han consumido por completo el poder que le permite funcionar y seguir siendo un ser racional.
– Soy sólo un poli, me parece que necesitará usar palabras más simples, o un mayor número de ellas -dijo Wright. Él me miró mientras lo decía, y luego rápidamente apartó la mirada. Le hacía sentir incómodo. Entre los humanos, yo era maleducada. Entre los duendes, el maleducado era él.
Frost deslizó un brazo a mi alrededor, sus dedos se demoraron en la piel desnuda de mi hombro. Él todavía controlaba la habitación, pero su roce me dejó saber que él lo había notado, y que pensaba que bien podría yo usar esas mismas habilidades en su cuerpo. Los humanos que trataban de jugar siguiendo estas reglas a menudo se equivocaban resultando demasiado sexuales. Es educado fijarse, no andar tocando.
Me dirigí a los oficiales mientras los dedos de Frost acariciaban mi hombro dibujando delicados círculos. Doyle estaba en desventaja. Estaba demasiado lejos para tocarme ya que tenía que centrar su atención en la puerta, así que… ¿cómo podría darse cuenta de mi comportamiento sin dejar de estar en guardia? Comprendí que la reina le había puesto en ese dilema durante siglos. Él no le había mostrado nada; sólo frío, y una Oscuridad impenetrable. Dejé el pastelillo mientras me dirigía al policía y pensaba acerca de ello.
– Se necesita energía para que un cerebro complejo funcione. Se necesita energía para caminar erguidos y hacer todas las cosas que hacemos con nuestro tamaño. Y en el caso de Bittersweet se necesita magia para hacer que un duende tan pequeño como ella sea capaz de existir.
– ¿Quiere decir que sin la magia ella no podría sobrevivir? -preguntó O’Brian.
– Quiero decir que ella tiene un aura mágica, a falta de un término mejor, que la rodea y mantiene sus funciones. Ella, según todas las leyes de la física y la biología, no debería existir; sólo la magia sostiene a los más pequeños de nosotros.
Ambos oficiales miraron a la pequeña duende mientras tomaba el pastel y se lo comía tan delicadamente como un gato se lame la crema en su pata.
Alice dijo…
– Nunca antes había oído una explicación tan clara -dijo asintiendo con la cabeza en dirección a Robert. -Lo siento, jefe, pero es la verdad.
Robert dijo…
– No, si estoy de acuerdo. -Él me miró, y fue una mirada más atenta que la que me había dirigido anteriormente. -Olvidé que te educaste en escuelas humanas. Tienes una licenciatura en ciencias biológicas, ¿no?
Asentí.
– Te hace excepcionalmente capaz de explicar nuestro mundo al suyo.
Pensé en encogerme de hombros, pero sólo dije…
– He estado explicando mi mundo a los humanos desde que tenía seis años y mi padre me sacó del mundo feérico para ser educada en la escuela pública humana.
– Aquellos que fuimos exiliados cuando eso ocurrió, siempre nos preguntamos el por qué lo hizo el Príncipe Essus.
Sonreí.
– Estoy segura de que hubo muchos rumores.
– Sí, pero creo que ninguno verdadero.
Ahora sí que me encogí de hombros. Mi padre me había llevado al exilio porque su hermana, mi tía, la Reina del Aire y la Oscuridad, había intentado ahogarme. Si yo hubiera sido realmente una sidhe e inmortal, no podría morir por asfixia. El hecho de que mi padre tuviera que ponerme a salvo quería decir que yo no era inmortal, y para mi tía Andais significaba que yo no era muy diferente al resultado del cruce nacido de una perra de raza que hubiera sido por casualidad preñada por el chucho de los vecinos. Si me podía ahogar, entonces que así fuera.
Mi padre nos había llevado a mí y a su Casa al exilio para mantenerme con vida. A los medios humanos se les vendió la versión de que así yo podría conocer también el país donde nací y no sólo ser una criatura del mundo de las hadas. Fue la mejor publicidad que recibió la Corte Oscura en siglos.
Robert me miraba. Me concentré en mi pastelillo, porque no me atrevía a divulgar la verdad a alguien de fuera de la corte. Los secretos de familia sólo conciernen a los sidhe, y esas cosas había que tomarlas en serio.
Alice había dejado la bandeja en la mesa central y empezaba a tomar nota, comenzando por el lado opuesto del cuarto, es decir, por Doyle. Él pidió un café exótico que había tomado la primera vez que estuvimos aquí, y que también le gustaba tener en casa. No era un tipo de café que yo hubiera visto alguna vez en el sithen, lo que quería decir que él había estado en el exterior el tiempo suficiente como para aficionarse a él. También era el único sidhe que yo había visto alguna vez con un piercing en el pezón y un montón de pendientes. Alguna que otra vez, se había hablado del tiempo que pasó fuera del mundo de las hadas, pero… ¿cuándo fue eso? Durante toda mi vida no podía recordar un momento en que él no hubiera estado junto a la reina. Le amaba muchísimo, pero éste era uno de aquellos momentos en los que comprendía, de nuevo, que realmente no sabía demasiado sobre él. Casi nada, en realidad.
El Fear Dearg pidió una de esas bebidas de café en las que hay más leche batida que café. Los oficiales pasaron de tomar nada, y entonces llegó mi turno. Yo quería un té Earl Grey. Pero el médico me había hecho dejar la cafeína durante el embarazo. El Earl Grey sin teína me parecía insípido, por lo que pedí un té verde con jazmín. Frost pidió directamente un Assam [6] solo, pero luego ordenó también crema y azúcar. Le gustaban los tés negros cargaditos y luego los endulzaba para suavizarlos.
Robert ordenó una merienda completa [7] para él y Bittersweet, compuesta por bollitos, acompañados de una nata montada tan espesa como la mantequilla, y mermelada de fresa recién hecha. El Fael era famoso por sus meriendas.
Casi pedí lo mismo, pero los pasteles no van bien con el té verde. Nada me sabía igual, y de repente, tampoco me apetecía tanto el dulce. Algo de proteína me parecía mejor. ¿Comenzaba a tener antojos? Me incliné hacia la mesa y dejé el pastel a medio comer encima de una servilleta. El glaseado no me resultaba atractivo en ese momento.
Robert dijo…
– Ve con los oficiales, Alice. Al menos necesitan café.
Wright contestó…
– Estamos de servicio.
– Igual que nosotros -apuntó Doyle con su profunda y sedosa voz. -¿Quiere decir con eso que no nos tomamos tan en serio nuestro trabajo como ustedes realizan el suyo, Oficial Wright?
Pidieron café. La primera fue O’Brian que pidió uno solo, pero luego Wright pidió un cappuccino helado, una opción aún más dulce que la que había pedido el Fear Dearg. O’Brian miró de reojo a Wright, y con la mirada fue suficiente. Si ella hubiera sabido que él iba a pedir algo tan cursi, habría elegido otra cosa en vez del café solo. Vi ese pensamiento pasar por su cara; ¿Sería capaz de cambiar lo que había pedido?
– Oficial O’Brian, ¿desea cambiar lo que ha pedido? -le pregunté. Me limpié los dedos con otra servilleta. De repente me molestaban hasta los restos pegajosos del pastel.
Ella balbuceó…
– Yo… no, gracias, Princesa Meredith.
Wright carraspeó. Ella le miró, confusa.
– No le digas eso a un duende.
– ¿Decir el qué? -preguntó.
– Gracias -le dije. -Algunos duendes de mayor edad se tomarían el gracias como un insulto grave.
Ella se sonrojó bajo el bronceado.
– Lo siento -dijo, luego se detuvo confundida y miró a Wright.
– Está bien -dije. -No soy tan vieja como para ver ese “gracias” como un insulto, pero estaría bien que tomaras nota de esa norma para tratar con nosotros.
– Yo sí soy lo bastante viejo -dijo Robert- pero he dirigido este local el tiempo suficiente como para no sentirme insultado por cualquier cosa. -Sonrió, y fue una sonrisa sincera, toda blanca, con dientes perfectos y hermoso rostro. Me pregunté cuánto le habría costado. Mi abuela era medio brownie, así que yo sabía cuánto había tenido que cambiar.
Alice fue a por nuestros pedidos. La puerta se cerró tras ella, y luego sonó un golpe firme, fuerte, que hizo saltar a Bittersweet al mismo tiempo que se aferraba a la camisa de Robert con sus manos cubiertas de azúcar. Ahora sí era la policía. Lucy entró sin esperar invitación.