UTHER SE UNIÓ A NOSOTROS EN LA BARRERA JUNTO CON nuestros escoltas policiales. Eran dos, hombres; uno, un joven afro americano, y el otro era un caucasiano, pasados ya los cincuenta. De hecho, parecía que se había dejado caer en la escena apropiándose del papel de agente blanco, ya mayor, con un poco de sobrepeso, un poco hastiado, bueno… muy hastiado. Y con una mirada que decía que había visto de todo y que no se impresionaba por nada.
Su compañero era un novato, y parecía listo y brillante en comparación. El oficial joven era Pendleton; el mayor se llamaba Brust.
Pendleton miró fijamente al duende de tamaño gigantesco. Brust se limitó a dirigirle su habitual mirada aburrida, mientras le decía…
– ¿Usted viene con la princesa?
– Sí -contestó Uther con una voz profunda y retumbante, perfecta para hacer juego con su tamaño. Había tomado lecciones de voz para superar los problemas de pronunciación que sus colmillos le habían ocasionado, y así, cuando lo deseaba, podía hablar en un inglés británico y refinado. Lo hacía principalmente para confundir a la gente que le escuchaba y que no podía asimilar que alguien como él hablara como un catedrático de lengua inglesa. Eso le divertía, igual que a la mayoría de nosotros.
– Creo que con cuatro guardias y nosotros podemos darlo por hecho -dijo Brust.
Sonreí.
– Estoy seguro de que usted lo hace, Oficial Brust, pero Uther también es un colaborador nuestro y tenemos que hablar del caso con él.
Ambos oficiales miraron de arriba abajo al chico grande. Yo había visto esas miradas antes, y también Uther. Él dijo…
– ¿Qué prefiere, que le recite a Keats, Milton, o el resultado de los partidos de fútbol? ¿O que trabaje para usted para que vea que no soy tan estúpido como parezco?
Pendleton dijo…
– Nosotros no… quiero decir, yo no… no hemos dicho nada de eso.
– Ahórrate eso, Penny -dijo Brust mirando a Uther. Luego dijo con una de las voces más secas y serias que yo había oído -¿Entonces dice usted que no es sólo una cara bonita?
– ¡Brust! -exclamó Pendleton, y parecía él el ofendido en vez de Uther. Eso me hizo restarle años a Pendleton, o bien era que él se había unido a las fuerzas más tarde de lo que parecía. Ese sentirse ofendido era más propio de un hombre de negocios, un civil, que de un policía.
Uther se rió con una risa estremecedora.
– No, no soy sólo otra cara bonita.
Brust sonrió.
– Entonces ayúdenos a dispersar a estos buenos ciudadanos.
Pendleton miró a los dos hombres alternativamente, totalmente perplejo porque parecía que finalmente se habían entendido. Yo lo entendía. Uther sabía lo que parecía, y odiaba cuando la gente pretendía hacerle creer que no era así. Le gustaba la gente que no juzgaba su aspecto, pero quiénes si lo hacían fingiendo que no les importaba, le ponían los pelos de punta.
– Venga, tío grande -dijo Rhys-, vamos a ver si podemos dispersar a esta muchedumbre para ayudar a la poli.
Uther le sonrió.
– No creo que vayas a ser de gran ayuda, pequeñín.
Rhys le sonrió abiertamente.
– Un día de estos tengo que llevarte a un “mosh pit”. [22]
Galen dejó escapar un sonido feliz, mientras añadía…
– Sólo si yo voy también -dijo.
– ¿Qué es eso?- preguntó Saraid.
Cathbodua nos sorprendió a todos contestando…
– Es una zona en un concierto de música donde la gente baila de una manera rara y a menudo se hace daño. -Ella sonrió un poco. -Aunque creo que si Uther va, valdría la pena de ir sólo para verlo.
– No sabía que te gustase la música moderna -le dije.
– Dudo que estés enterada de la mayoría de las cosas que me gustan, Princesa Meredith.
No podía hacer otra cosa que estar de acuerdo. Uther nos adelantó, haciendo que los periodistas retrocedieran porque era físicamente intimidante, pero algunos reporteros comenzaron a hacerle preguntas. Otra vez, creyendo que él era Constantine.
Rhys y Galen se quedaron pegados a mis costados, con Brust delante y Pendleton a mi espalda, y Saraid y Cathbodua en la retaguardia. Sholto se quedó a mi lado, como hizo Julian en el camino de ida, pero se abstuvo de cogerme la mano hasta que nos alejáramos de la escena del crimen.
Uther finalmente se detuvo, porque había tantos periodistas que era pararse o pasar por encima de ellos. Brust se ajustó el pinganillo con el hombro, probablemente para pedir refuerzos para dispersar a la multitud. Yo iba a ser una persona non grata en cualquier escena del crimen después de esto, y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.
Uther intentó arreglar las cosas.
– Soy Uther Boarshead. Trabajo para la agencia de detectives Grey y Hart. Yo no hago películas.
Una periodista empujó una grabadora hasta él, y le preguntó…
– Sus colmillos son más grandes que los de él, más curvados. ¿Significa eso que también sus otras partes son más grandes?
Pregunté a Rhys en voz baja…
– ¿Pero qué clase de películas hace el otro tipo?
– Pornográficas -me contestó.
Le miré.
Rhys sonrió con sorna y asintió.
– Sí.
– ¿Películas recientes? -pregunté.
– Por lo visto las películas son bastante populares. El tipo grandote ha estado firmando autógrafos y recibiendo ofertas desde que es un personaje público.
Le miré horrorizada porque Uther era una persona muy reservada. No podía pensar en demasiadas cosas que le pudieran molestar más. Tampoco podía pensar en alguna forma de que todo esto se detuviera. La mayoría de las personas sólo veían la apariencia exterior, y este tal Constantine era probablemente el único gigante de Los Ángeles. Era parecido a lo que pasaba con el actor que hacía de doble de Brad Pitt. La gente deseaba que fuera realmente él, y por lo tanto no te creían cuando les decías que no lo era.
– Supongo que el coprotagonista también es un duende, no un humano -dije, pegándome todo lo que podía a Rhys, para mantener apartados a los periodistas y que no nos escucharan.
– Al principio, las actrices principales, sí, pero también ha hecho papeles con humanos.
Me quedé mirándole y su único ojo centelleó disfrutando de mi evidente sorpresa. Sólo comenté…
– Rhys, ni siquiera yo puedo estar con Uther y no salir lastimada, y eso que sólo soy humana en parte.
– Creo que el papel de los humanos era más el de estimular [23] y manosear que el de participar en coitos.
Galen se aproximó y dijo…
– No sé, pensaba que las películas entre duendes eran más impactantes. Observar todo ese ímpetu en un lugar tan pequeño… -Hizo una mueca. Los sidhe no son muy dados a la repugnancia, así que el hecho de que pusiera esa cara decía mucho del grado de repulsión que le provocaba ese tipo de películas.
– ¿Las has visto? -pregunté.
– Uther quería verlas, y como no quería verlas solo, invitó a los hombres de la agencia para que le sujetáramos la mano mientras tanto.
Quería llamar a Lucy para contarle lo que habíamos sabido por medio de Jordan, pero no me atreví a hacerlo porque los periodistas estaban con la oreja puesta y las grabadoras preparadas.
Sholto, de repente, me acercó contra su cuerpo. La mano de Saraid apareció sujetando el brazo de un hombre con una grabadora en la mano.
– Por favor, no toque a la princesa -ordenó, con una voz que no hacía juego con su brillante sonrisa.
– Cómo no, lo siento -masculló él.
Ella le soltó el brazo, pero él se quedó muy cerca de Galen por lo que si conseguíamos llegar a avanzar, él tendría que moverse al mismo tiempo que Galen. El reportero dijo…
– Princesa Meredith, ¿qué piensa de los periodistas que atravesaron la cristalera de la tienda de comestibles de su primo?
– Espero que nadie resultara herido.
Una mujer gritó justo detrás de él…
– Meredith, ¿Se ha acostado alguna vez con Uther?
Sólo sacudí la cabeza.
Una oleada de policías se acercó obligando a la multitud a retroceder para que nosotros pudiéramos avanzar. Sholto me mantuvo presionada contra él, protegiéndome de tantas cámaras como podía. Me sentí feliz de moverme, y aún más feliz de no tener que contestar más preguntas. Estaba acostumbrada a contestar preguntas de contenido sexual sobre mí y los hombres en mi vida, pero Uther y los otros detectives de la agencia, exceptuando a Roane, con quien realmente sí tuve una relación, estaban fuera de la lista. Y la verdad, me gustaba más así.