NOTÁBAMOS LA ARENA FRÍA BAJO NUESTROS PIES descalzos, lo que ya nos daba una idea de cómo iba a estar el agua. Temblé, y Rhys pasó un brazo sobre mis hombros, amoldando sus firmes músculos contra mí. Más que cualquiera de los otros guardias era perfecto hasta lo imposible, todo músculo. Su estómago no era como una tableta de chocolate, era como dos, cosa que no sabía que fuera posible.
Me envolvió en sus brazos y me sostuvo en el calor de su abrazo, aunque el metal de su arma no se sintiera caliente contra mi espalda desnuda. Llevaba la vaina de cuero de su espada corta en la mano, así que ésta se balanceaba suavemente contra mi cuerpo. Me aferré a su calor, apretándome contra él, a la vez que intentaba evitar la fuerte presión contra mi cuerpo del arma de fuego.
– Lo siento -me dijo, moviendo un poco el arma, de forma que no se me clavara contra la piel. Colocó su cara contra mi pelo.
– Llevo armas, pero una vez que nos acostemos no seré capaz de usarlas. Estaré demasiado ocupado utilizando mi arma favorita para preocuparme de pistolas y espadas.
– Arma… ¿así lo llamas? -pregunté sonriendo.
Noté que sonreía sólo por el movimiento de sus labios contra mi pelo.
– Bueno, no es que quiera presumir…
Me reí y alcé la vista hacia él. Me sonreía abiertamente. La mitad de su rostro estaba iluminado por la luz de la luna, y la otra mitad quedaba oculta en la sombra. Ésta ocultaba su ojo bueno y pintaba de plata sus cicatrices, haciendo que su cara pareciera perfecta y lisa, excepto por aquella tenue luz sobre la cicatriz que simplemente conseguía hacerla parte de la perfección.
– ¿Por qué estás tan solemne? -me preguntó.
– Bésame y lo sabrás.
– Espera. Antes de que nos distraigamos, dime que tenía razón.
– ¿Por q…, vale, sí que la tenías -dije, acariciando con mis dedos los firmes músculos de su estómago, deslizándolos hacia zonas más inferiores.
Él atrapó mis manos con su mano libre, y usó la mano con la que sostenía las armas para ayudarse a sujetarme mejor.
– No, Merry, no antes de que me escuches.
Se movió de forma que toda su cara quedó iluminada por la suave luz de la luna. La luz hizo que su ojo pareciera ser más de color gris que su habitual azul intenso.
– Una vez que el sexo comience estaré demasiado distraído para protegerte. Todos los demás están inmersos en un sueño encantado, así que no tendremos ninguna ayuda si la necesitamos.
Pensé en lo que estaba diciendo, y finalmente asentí.
– Tienes razón, pero primero hemos dejado claro a todos los duendes que no queremos ningún trono de ningún reino, así que matándome no ganan nada tampoco. Segundo, no creo que la Diosa nos trajera aquí para ser atacados.
– ¿Crees que ella nos mantendrá a salvo?
– ¿Es que no te queda nada de fe, Rhys? -Estudié su cara cuando le hice esa pregunta.
Él pareció muy triste y suspirando dijo…
– Una vez la tuve.
– Vayamos al mar y encontrémosla otra vez para ti.
Me sonrió, aunque fue una sonrisa triste. Quería que ese pesar desapareciera.
Tiré suavemente de su mano y él me dejó ir. Me apoyé contra él y le besé, un beso suave, sólo de labios. Dejé caer mi cuerpo contra el suyo, y en respuesta él dejó escapar un pequeño sonido de sorpresa, mientras todavía me besaba. Entonces sus brazos subieron sosteniendo todavía el arma y la espada, por lo que una vez más pude sentir su forma contra mi espalda.
Me separé del beso para encontrarle sin aliento, los labios separados, el ojo muy abierto por la sorpresa. Pude sentir cómo su cuerpo se volvía duro y firme contra el mío.
No volvió a protestar, dejando que le condujera hacia donde nos susurraba el mar.