Llegó el verano y el calor se adueñó de la ciudad. Las prendas de abrigo desaparecieron entre bolas de naftalina, y las modistas, las hermanas Campistol, abrieron los balcones para airear el taller en que tantas muchachas gerundenses habían aprendido a enhebrar la aguja, mientras rezaban el rosario y se contaban en voz baja historietas un poco subidas de tono. En la oficina de Telégrafos repartieron ventiladores asmáticos, que daban unas cuantas vueltas y luego se paraban, con reiterada desfachatez. Los reclusos empleados en la reparación de las calles pidieron permiso para trabajar con el torso desnudo, y les fue concedido; pero se produjeron reclamaciones, intervino el señor obispo y se les obligó a ponerse la camisa. Las márgenes del río Oñar, en su confluencia con el Ter, se llenaron de tribus de gitanos esquiladores, que tocaban el organillo y recitaban, ¡todavía!, "El crimen de Cuenca". Pablito, el hijo del Gobernador, sufrió un ataque de desasosiego. Sus quince años pletóricos de rebeldía descubrieron la existencia de la mujer. Los ojos se le quedaban clavados como si de aquel acto dependiera su porvenir. Veía blusas y redondeces por todas partes, por lo que su madre, María del Mar, le dijo cariñosamente: "Hala, vete a la piscina, hijo, y báñate lo más que puedas". Todo había ocurrido en un santiamén, como si el calendario tuviera también mando en plaza. Las basuras olían, sesteaban los perros y, al llegar la noche, las cálidas noches de Gerona, los panaderos, antes de iniciar su trabajo, salían en camiseta a la acera a fumarse un par de pitillos, mientras los serenos hacían sonar cansinamente su pata de palo. ¡Oh, sí, los noctámbulos, en pandilla o solitarios, pudieron cumplir con sus ritos a la luz de la luna! Y mientras tanto, doña Cecilia, la esposa del general, bajita y escuchimizada, se abanicaba diciendo: "Compadezco a las mujeres, como la viuda Oriol, que han de llevar faja. ¡Uf!".
Con la llegada del verano se produjeron novedades de todas clases. Novedades tristes, novedades alegres y pintorescas, novedades culturales, novedades patrióticas. Cumplíase la sentencia de Julio García: "La única verdad es que en Gerona la vida continúa".
La vida y la muerte… Porque, la primera novedad triste de aquel final de junio fue el accidente que ocurrió a pocos quilómetros de Nuestra Señora del Collell, el internado en el que César había ejercido de fámulo, cortado raciones de pan y recogido pelotas de tenis. La Delegación de Excautivos, conjuntamente con la Sección Femenina, había organizado una peregrinación en autocar al santuario, en póstumo homenaje a los cuarenta y dos patriotas asesinados allí a última hora, ¡precisamente por orden de Gorki! Tales peregrinaciones eran frecuentes, y aquella ruta empezaba a ser llamada "La Ruta de los Mártires". El autocar, renqueante como los trenes, desgastado por la guerra, rompió la dirección y se cayó a un barranco. Hubo cuatro muertos y quince heridos. Entre los muertos figuraba una niña de ocho años, hija del jefe de Policía, don Eusebio Ferrándiz. Los heridos fueron llevados al Hospital y atendidos por el doctor Chaos. El suceso enlutó la ciudad y don Emilio Santos y Marta, que habían imaginado al alimón aquella aventura, al regreso del entierro no osaban mirarse a la cara.
La segunda novedad triste se produjo bajo el signo del fuego. Desatóse en la provincia una cadena de incendios. Ardían pajares, alfalfa y cosechas. En principio, ello se atribuyó al sol, al ardor de sus rayos, que quemaban la tierra. Pero pronto circuló el rumor de que se trataba de sabotajes; como cuando los anarquistas, antes de la guerra, convertían en cenizas los bosques, ante el pasmo de las serpientes y de los lagartos. A resultas de la investigación abierta fueron detenidos y encarcelados varios malhechores y también varios colonos, descontentos porque sus amos les exigían demasiado o los habían amenazado con el despido.
Otra novedad triste: el padre Forteza fracasó en su labor en la cárcel, atendiendo a los condenados a muerte. Le ocurrió lo mismo que a mosén Alberto en San Sebastián: nada que hacer. Los hombres -y las mujeres- en capilla, que iban a ser ejecutados al día siguiente al amanecer, al ver entrar en la celda "un cura", apretaban los puños y como fieras se liaban a insultarlo y a anegarlo de procacidades.
El padre Forteza ensayó todas las argucias imaginables, desde la solemnidad hasta el desparpajo, desde el llanto hasta la sonrisa, y la respuesta fue siempre la misma: "¡Largo de ahí, maricón!". Su combinación de santo y payaso, que tantos éxitos le proporcionaba fuera de aquellos muros, en la cárcel no tenía objeto. No se apuntó sino dos logros: un muchacho joven de veinte años, que había formado parte del Comité de Orriols y que, después de haberle pegado al padre Forteza el clásico puntapié entre los muslos, que hizo caer al jesuíta en redondo al suelo, una hora después, y sin que nadie supiera por qué, hizo que lo llamaran y le pidió confesarse. El jesuíta, loco de alearía, no sólo lo alentó cuanto pudo sino que al día siguiente, en el cementerio, quiso estar a su lado hasta el último momento. De tal suerte que el alférez que mandaba el piquete de ejecución tuvo que ordenarle por tres veces: "¡Padre, apártese usted, por favor!". El padre Forteza por fin se apartó; pero el Señor y el gran misterio de la madrugada eran testigos de que hubiera deseado que una bala le atravesara también a él el corazón, para poder seguir atendiendo al desconocido muchacho de Orriols, del que sólo sabía que se llamaba Ángel.
El segundo logro fue una mujer. Una mujer de Almería, conocida por Rosa-Mari y que se había presentado ella misma a la policía de Figueras acusándose de haber dado muerte a un guardia civil de los que montaban guardia en La Carbonera. Era una mujer extraña, de mirada bellísima y loca, que cuando veía un hombre se despeinaba. El padre Forteza sospechó desde el primer instante que era anormal y que su auto acusación era una mentira insensata. Gracias a ello consiguió no sólo aplazar el cumplimiento de la sentencia, sino que el Tribunal accediera a revisar la causa. Entonces ella, Rosa-Mari, en agradecimiento, se lanzó al cuello del jesuita y lo besó en la boca. Y le dijo que quería confesarse. Y lo hizo. Lo hizo arrodillada -y despeinada- con unción. Y se confesó de todos los pecados de su vida ¡y de haberle mentido, efectivamente, a la policía de Figueras! Oh, no, ella no había matado al guardia; pero le ocurrió que quiso morirse, porque su "hombre" se había ido a Francia y no regresaba. Por eso concibió aquel ardid. El padre Forteza le dio la absolución, presa de mil sentimientos dispares. Y le dijo: "Ya estás reconciliada con Dios. Ahora yo procuraré que te reconcilies también con la justicia". El padre Forteza confiaba en que el doctor Chaos redactaría un informe médico sobre el estado mental de Rosa-Mari, salvándola de la ejecución.
Ángel, muchacho de Orriols, y Rosa-Mari, mujer de Almería. Nada más. El padre Forteza no cobró ninguna otra pieza desde que el señor obispo le encargó aquella tarea. En verdad que el balance era triste. Él lo atribuía a la condición humana, pero también a su personal imperfección. Así se lo manifestó a los congregantes, con motivo de una comunión general. "Si yo fuera como debería ser, un San Ignacio, por ejemplo, los frutos serían más abundantes… Pero estoy en mantillas. ¡Señor, Señor, qué desolación!".
En aquellas primeras semanas veraniegas se produjeron también novedades pintorescas.
Jaime, el depurado de Telégrafos por separatista -uno de los noctámbulos solitarios-, contribuyó a que la ciudad las conociera. Gracias a una gestión que Matías hizo en su favor consiguió el puesto de repartidor de Amanecer por el barrio céntrico, que era el de la Rambla, donde las propinas serían sin disputa más copiosas. En prueba de gratitud, el hombre le dijo a Matías Alvear, suscriptor del periódico:
– Cada mañana, en el ejemplar que les corresponda a ustedes, subrayaré con lápiz rojo las noticias que me parezcan de interés… ¿Vale?
¿Cómo no iba a valer? La idea encantó a Matías, quien a partir de la fecha, cada día al sentarse para el desayuno, al tiempo que desplegaba Amanecer, le decía a Carmen Elgazu:
– Vamos a ver qué nos dice hoy el amigo Jaime…
Era evidente que aquel detalle añadía su grano de pimienta a la llegada del periódico. Sin embargo, al poco tiempo Carmen Elgazu empezó a sospechar que el lápiz rojo de Jaime no era imparcial, que subrayaba principalmente las noticias que pudieran ridiculizar en algún sentido la actuación del Gobierno o de las autoridades locales.
– ¿Te has fijado? ¿Qué es lo que ha señalado hoy? Eso de que los mariscos estarán sujetos a un diez por ciento de recargo para el Subsidio del Combatiente, y el nombre y los apellidos del nuevo Delegado de Hacienda: Rufino Melón López. ¿Por qué no ha subrayado que el Gobernador inauguró en la ciudad el teléfono automático? Es una noticia alegre, ¿no?
– Pero, mujer…
Matías sonreía por lo bajo. Conocía a Jaime y sabía que Carmen Elgazu tenía razón. No obstante, en cuanto tenía ocasión, procuraba defender a su amigo.
– ¡Carmen! Para que veas lo mal pensada que eres. Mira lo que Jaime subraya hoy: que en Guadalajara ha sido detenido un individuo que compraba duros de plata a seis pesetas y los vendía a siete en Portugal. ¿Ves cómo lo que elige lo elige sencillamente porque supone que me hará gracia?
– Por un perro que maté…
Pilar estaba de parte de su madre. Sobre todo desde el día en que Jaime marcó una cruz debajo de una frase pronunciada en un discurso por Núñez Maza, Delegado Nacional de Propaganda, y que Mateo trascribió en un artículo en contra del sufragio universal. La frase, que a no dudarlo haría saltar de su sillón a Julio García cuando la leyera en París, decía así: "La única manera de que la opinión pública deje de ser prostituta y se convierta en señora, es que tenga señor a quien servir".
– ¿A qué viene esa crucecita, vamos a ver? -preguntó Pilar-. Los votos se compraban y se vendían, ¿no es cierto?
Matías dobló con calma el periódico y lo apartó a un lado de la mesa.
– Que los votos se compraban y se vendían, es cierto; pero que la frasecita se las trae, también lo es… ¡Vamos, digo yo!
Al margen de las intenciones de Jaime y de las reacciones de la familia Alvear, las dos novedades más estimulantes para los gerundenses fueron, por aquellas fechas, el resurgimiento del Gerona Club de Fútbol y el concierto que había de dar en la ciudad el llamado Coro de Rusos Blancos, que recorría España entera en peregrinación de gratitud.
Este concierto, que se celebró en el Teatro Municipal, constituyó un éxito apoteósico. Las voces de aquellos hombres, cuarenta y dos en total, que habían combatido en calidad de voluntarios en la "España Nacional", tuvieron la virtud de electrizar a los oyentes. Eran voces hondas, perfectamente impostadas y parecían contener toda la grandeza y todo el infortunio de aquel inmenso país que Cosme Vila, en sus esporádicas cartas a Gorki, describía ahora como "un paraíso". El heterogéneo aspecto de esos cantantes reveló a los gerundenses la multiplicidad de razas que poblaban Rusia y sus canciones les permitieron imaginar el galopar de los caballos y el deslizarse de los trineos por las estepas. En el éntreselo, María del Mar, que empezaba a ser llamada "la gobernadora", comentó: "Sí, son muy buenos. Pero, no sé por qué, a mí todo lo ruso me da miedo". A lo que Esther, que se había convertido en su más íntima amiga, replicó: "A mí me aburre, que es mucho peor". El caso es que los cuarenta y dos rusos blancos, al término del concierto, visitaron el barrio antiguo de la ciudad, acompañados por las autoridades, y en todo el rato no cesaron de hacer profundas reverencias.
En cuanto al resurgimiento del Gerona Club de Fútbol, constituyó con mucho el acontecimiento más importante. Sí, la entidad más amada por los gerundenses resucitó. El Gobernador cumplió con ello su promesa, dejando con la boca abierta a quienes aseguraban que en tanto no regresaran los hermanos Costa no habría equipo de fútbol en la ciudad. El Gobernador nombró, en efecto, la Junta Directiva -presidente de la misma, el capitán Arturo Sánchez Bravo, el apuesto hijo del general-, la cual procedió inmediatamente al fichaje de quince jugadores, entre los que figuraban nueve nombres ya conocidos antes de la guerra y que habían podido demostrar que eran adictos al Movimiento Nacional.
La noticia conmovió de tal modo a la población, que no se hablaba de otra cosa.
– ¡Por fin!
– ¿Cuándo empezará el campeonato?
– ¿Cuándo va a empezar? En octubre…
– ¡Se acabó la siesta de los domingos por la tarde! Personas como el teniente coronel Romero; como el nuevo jefe de Telégrafos; como el Delegado Provincial de Sindicatos, camarada Arjona; como la Torre de Babel y Padrosa; la mayor parte de los bomberos y de los matarifes; ¡el propio Mateo!, dieron muestras de satisfacción.
El Inspector de Enseñanza Primaria, Agustín Lago, se llevó la sorpresa del siglo.
– Pero ¿qué ocurre? -le dijo a Asunción, que lo ayudaba en la oficina, en el estudio de los expedientes de los maestros-. ¿Qué importancia tiene una pelota?
La respuesta se la dio el propio público gerundense abarrotando el Estadio de Vista Alegre el día en que se celebró… ¡el primer entrenamiento! La gente, de pie en los graderíos, aplaudía, se mordía las uñas, ponía cara feliz cuando un jugador acertaba a chutar con destreza. Por cierto que entre los que aplaudían destacó desde el primer momento, muy por encima de los demás, el pequeño Eloy, la mascota de los Alvear.
Cierto, el pequeño Eloy, al regreso de aquella apertura del Estadio, le dijo a Pilar, cuando ésta se dispuso a darle clase de Gramática: "La verdad es que el fútbol me gusta más que estudiar". Afirmación que, al ser conocida por Matías a la hora de la cena, le arrancó el siguiente comentario: "Tengo la impresión de que el chaval ha visto claro y que ha elegido el buen camino".
Las novedades en el orden cultural corrieron a cargo de 'La Voz de Alerta', de mosén Alberto y del doctor Chaos; aparte de una interesante conferencia que pronunció, en la Biblioteca Municipal, un falangista de Barcelona, sobre el tema "Gabriel y Galán, poeta nacionalsindicalista", título que Jaime subrayó con su lápiz rojo, por triplicado.
'La Voz de Alerta' rompió la primera lanza: alarmado por el fútbol, por las novilladas-charlotadas que habían empezado a celebrarse en la Plaza de Toros y por la lectura de tebeos, que iba en aumento, se le ocurrió que, como director de Amanecer, podía hacer algo que elevara el nivel. Y decidió darle a la pluma. Creó en el periódico una sección diaria que tituló "Ventana al mundo", en la que procuró, con la ayuda de unas cuantas enciclopedias, suministrar a la población, aunque fuese en píldoras, una serie de conocimientos digeribles, amenos, que la despertaran de su letargo mental. Su idea tuvo éxito. Hoy hablaba de "los exploradores célebres que habían existido"; mañana, de "las montañas más altas de la tierra"; pasado mañana, "de los extraños amores de algunos insectos…" Eran notas curiosas, con su migaja intrigante, que solicitaban la curiosidad. La tirada de Amanecer subió como la espuma y el Alcalde se sintió satisfecho, tanto más cuanto que su criada, Montse -muy escotada a causa del calor-, le dijo una mañana: "Pero ¿cómo sabe tanto el señorito?".
Mosén Alberto, por su parte, no quiso ser menos, e inició, también en Amanecer, una sección semanal titulada "Alabanzas al Creador", en la que un día cantaba la belleza de los trigales; otro día, la perfección del cuerpo humano; otro, la evidencia Palpable a través de su especialidad, la arqueología, de que en todo tiempo y lugar el hombre había reconocido la existencia de un Ser supremo, todopoderoso.
Los textos de mosén Alberto interesaron menos masivamente que los de 'La Voz de Alerta'; pero obtuvieron lectores muy asiduos. Ignacio fue uno de ellos, lo que contribuyó sobremanera a que el muchacho cancelara definitivamente los recelos que el sacerdote le inspirara en otros tiempos y dijera de él: "Desde luego, es una gran persona".
Con todo, el golpe fuerte lo dio el doctor Chaos… Pronunció en la sala de actos de la Cámara de la Propiedad una serie de charlas, que causaron la estupefacción de los asistentes, especialmente porque quien lo invitó a darlas fue el mismísimo Gobernador. Acaso la menos sorprendida fuera la viuda de Oriol, cuya opinión sobre el doctor Chaos era tajante: "Es un hombre frío. Tiene los ojos fríos. Mira a los demás como si se dispusiera a hacerles la autopsia".
El caso es que las charlas del doctor abordaron temas científico-religiosos ye que su contenido resultó absolutamente heterodoxo. El doctor, evidentemente, respaldado por su hoja de servicios en los quirófanos de la "España Nacional", soltó la lengua y dijo lo que pensaba. En cierto modo, pareció querer desmontar las "Alabanzas al Creador", que iba publicando mosén Alberto, y asimismo algunas de las "Ventanas al mundo" que escribía 'La Voz de Alerta'.
Por ejemplo, en su primera intervención afirmó que la presunta perfección del cuerpo humano era un mito. "En el quirófano -dijo- compruebo a diario que nuestro organismo es harto deficiente. ¿Por qué tantos metros de intestinos? Y el cerebro, así de pequeño. Y si el corazón se pata, nos morimos. El organismo evolucionará, qué duda cabe; pero lo cierto es que al cabo de miles de años de andar por la tierra, al ser pensante le supone todavía un duro esfuerzo sostenerse en pie". El doctor Chaos creía tan a rajatabla en tales deficiencias, que en su segunda charla alabó los métodos de Hitler destinados a seleccionar la especie humana. "El hombre ha superado sólo levemente el estadio en que se mueven los primates. De ahí que la sociedad no pueda permitirse el lujo de tener compasión. Para que se produzca la necesaria evolución de que hemos hablado, es preciso darle facilidades a la Ciencia… Por tanto, los países que la sirven sin prejuicios dominarán el mundo y esos países no serán, por desgracia, los meridionales. Los países meridionales somos capaces de algunas intuiciones, de pintar y de tocar la guitarra; pero rendimos culto a burdas supersticiones, no tenemos noción de la higiene y carecemos de tenacidad".
El lenguaje no dejaba lugar a dudas: el doctor Chaos era agnóstico. Ni por casualidad pronunció la palabra Dios. Algunos oyentes se preguntaron: "¿No será una especie de doctor Rosselló corregido y aumentado? ¿Y si resultaba 'rojo'?". El doctor no se inmutaba, como tampoco se inmutaba su perro, Goering, que lo aguardaba en una habitación contigua, dormitando en un sofá. No, el doctor Chaos no era ni rojo ni azul. Simplemente, el panorama de la contienda civil le había producido un estupor inmenso, convirtiéndolo también en un escéptico total en materia política. Por otra parte -y eso tampoco se lo calló en el transcurso de sus disertaciones- negaba de plano el libre albedrío, la libertad del hombre. Entendía que éste vivía condicionado por leyes de herencia, de ambiente, de contagios colectivos, etcétera. En consecuencia, negaba la responsabilidad y el mérito. Su frase fue: "Somos como esos pájaros que vuelan en escuadrilla. Si nacimos en Gerona o en Ciudad Real, nos regimos por determinadas normas. Si hubiéramos nacido en Nigeria o Pekín, nos regiríamos por otras. Estar seguro de algo es una ingenua limitación. Lo que ocurre es que hay quien se siente a gusto volando en escuadrilla… Nada que oponer. No es suya la culpa".
Las conclusiones del doctor Chaos eran tan desoladoras que, si bien ninguno de los oyentes se atrevió a interrumpirlo públicamente -todo el mundo estaba pendiente de la actitud que tomara el Gobernador, que presidía las charlas-, quien más quien menos se dijo. "Esto es intolerable. Habrá que tomar alguna determinación".
El Gobernador también creía que era necesario hacer algo. Sin embargo, el asunto era delicado, por ser el doctor Chaos la máxima autoridad sanitaria de la provincia. Habló de ello con 'La Voz de Alerta', a quien atribuía un sexto sentido para diagnosticar con precisión en estos casos. Y 'La Voz de Alerta' dio, al parecer, con la clave de la cuestión.
– La cosa no tiene vuelta de hoja -dijo-. No se trata de que el doctor Chaos sea un desafecto. Simplemente, practica sistemáticamente el derrotismo porque está descontento de sí.
– ¿Y por qué está descontento de sí? -inquirió el camarada Dávila.
– Por una razón sencilla: porque es homosexual.
Las gafas negras del Gobernador despidieron destellos.
– ¿Cómo? ¿Qué está usted diciendo?
– Puedo garantizárselo -refrendó 'La Voz de Alerta'.
El Gobernador, que personalmente hubiera deseado tener veinte hijos, se tomó la cosa a la tremenda. Exigió detalles. 'La Voz de Alerta' se los dio, convincentes.
– Son datos de la policía. El comisario Diéguez los guarda en una carpeta. Y si quiere usted cerciorarse de lo que le digo, hable con el dueño del hotel en que se hospeda el doctor…
El camarada Dávila se mordió el labio inferior, aunque a la postre optó por reírse.
– ¡Vaya, vaya! -exclamó-. Así que, ese tic suyo, el crac-crac de los huesos, podría muy bien ser una contraseña, ¿verdad?
Como fuere, el Gobernador comprendió que el problema era peliagudo, que podía traerle complicaciones. Tal vez la presencia del doctor Chaos en Gerona constituyera de por sí otra noticia triste.
Consultó con su mujer, María del Mar, convencido de que esta pondría el grito en el cielo. Y no fue así. ¡Inextricable mentalidad femenina! María del Mar se interesó sobremanera. El asunto le pareció divertido.
– Conque… ésas tenemos, ¿eh? -comentó-. ¡Mira por dónde! -Luego añadió-: Lo que deberías hacer es organizarle un cursillo en la Sección Femenina…
Tocante a las novedades patrióticas, Mateo fue el encargado de darlas a conocer. Unas tenían por objeto demostrar a la Población que los lazos de amistad entre España y Alemania e Italia eran cada día más sólidos; otras iban destinadas a exaltar las figuras de Franco y de José Antonio.
"Mussolini acaba de regalar a Zaragoza un busto de César Augusto, fundador de la ciudad".
"Alemania construye en la actualidad mil aviones diarios". "El Führer ha cursado una invitación para que cien niños españoles visiten Berlín; e Italia ha hecho lo propio para que veinticinco muchachas, hijas de ex cautivos, visiten Roma".
"Ya no quedan en España combatientes de "las dos naciones hermanas". La Legión Cóndor ha regresado a su país y lo mismo puede decirse de los legionarios italianos".
"El día 10 de julio llegará a Barcelona, en visita de cortesía el conde Galeazzo Ciano, yerno del Duce; es decir, por primera vez una gran personalidad fascista hollará suelo español".
Jaime no subrayó ninguna de estas noticias, por entender que eran normales. En cambio trazó tres rayas rojas debajo de las referidas a Franco y a José Antonio.
"Los municipios españoles han regalado a Franco, en su calidad de Caudillo Invicto, de Salvador de la Patria, una espada, réplica exacta de la que usó el Cid".
"Franco, dando una vez más pruebas de su sentido de gratitud para con el pueblo, ha anunciado su propósito de levantar "en algún lugar de España" un gigantesco monumento a los Caídos, que perpetúe a través de los siglos la gesta de la Cruzada".
Referente a José Antonio, Mateo anunció que iba a procederse a trasladar sus restos desde Alicante a El Escorial -así como habían sido trasladados los restos de César-, y que dicho traslado lo efectuarían por carretera, a pie, escuadras falangistas de toda España, que llevarían el féretro a hombros, turnándose día y noche. La comitiva iría escoltada por cruces y antorchas y a su paso se encenderían hogueras en las colinas y en las montañas. Mateo llamó a José Antonio, como siempre El Ausente, y repitió una y otra vez su célebre frase: "La vida no vale la pena si no es para quemarla en alguna empresa grande".
Cabe decir que, todas estas noticias, lo mismo las alusivas a Alemania e Italia que las alusivas a Franco y a José Antonio, obtuvieron en Gerona, por lo general, buena acogida. Según el profesor Civil, ello se debía a que los encargados de propagarlas conocían a fondo la psicología de la masa. "El hombre de la calle -comentaba el profesor- es muy sensible a la arenga si ésta lleva dentro un contenido poético". "El éxito de los sistemas totalitarios es que aciertan a combinar la política con el espectáculo".
Ahora bien, no todos los gerundenses eran muchedumbre amorfa. En consecuencia, no faltaron personas a las que la noticia de que Alemania construía mil aviones diarios causó visible preocupación, y que por otra parte criticaban con dureza los derroches publicitarios a escala nacional de que Mateo se había hecho eco. ¡Hogueras en las montañas, la espada del Cid! ¿Es que no había otros quehaceres más urgentes? ¿Por qué no se reparaba la carretera Gerona-Olot, que estaba hecha una calamidad? ¿Y por qué Mussolini, en vez de regalarle a la ciudad de Zaragoza bustos de emperadores, no le regala una nueva estación ferroviaria o un nuevo edificio de Correos?
Uno de los más ostentosos disidentes, comparable en cierto sentido al doctor Chaos, era precisamente el teniente jurídico Manolo Fontana.
El teniente Manolo Fontana, cuya brillante hoja de servicios le permitía también levantar impunemente la voz, en las tertulias del Casino manifestó sin ambages que consideraba aquel juego exhibicionista y adulador harto peligroso, por cuanto desconectaba de la realidad y desembocaba fatalmente en el endiosamiento. "Si a mi me sepultaran bajo espadas de oro, títulos y medallas, acabaría emborrachándome y sintiéndome infalible". "Yo no hice la guerra para que luego nos dedicáramos a cantar ópera". Esther, la joven esposa de Manolo, que hablaba con inimitable acento andaluz, le dijo a José Luis Martínez de Soria: "¿Qué sensación debe de causar que le llamen a uno Salvador Invicto?".
José Luis Martínez de Soria, que desde el incidente del baile no se llevaba muy bien con el matrimonio Fontana, escuchaba estos lamentos con la sonrisa en los labios. Se abstenía de opinar con respecto a las potencias del Eje, "porque en su opinión era un error meter en el mismo saco al Führer y al Duce"; ahora bien, estimaba absolutamente lógico que José Antonio tuviera un sitio en El Escorial. "La historia está llena de símbolos, ¿no es cierto? ¿Qué mal hay en ello?". Y en cuanto a Franco su convicción era que se trataba de un hombre básicamente modesto y que todos los honores que pudieran rendirle debían de tenerle sin cuidado. "Imagino que acepta esto como el camarada Dávila ha de aceptar los jamones y los pollos que le regalan los campesinos agradecidos". "No creo que se endiose jamás, y si alguna virtud ha demostrado hasta ahora es el sentido realista".
– Si tan modesto es, ¿por qué consiente esa invasión de fotografías suyas en todas partes?
– Sabe que es el jefe y estima que ello es necesario.
– ¿Y ese faraónico Monumento a los Caídos? ¿No será que se pirra por lo árabe y que quiere construir su mezquita?
– Eso no lo hace pensando en él. Lo hace pensando en España.
Con todo, el principal núcleo de disidentes, tal como le constaba a 'La Voz de Alerta', lo constituían los amigos de Matías Que, diariamente, después de almorzar, se reunían con éste en el Café Nacional. La diferencia estribaba en que allí no se hablaba en voz alta, como en el Casino de los Señores. Todo eran fusiones, medias frases, mientras las fichas de dominó repiqueteaban en las mesas de mármol. Los componentes de dicha tertulia habían llegado a crearse un argot propio -para el caso de que algún fisgón anduviera por allí cerca-, que sólo Ramón, el fiel camarero, entendía. Alemania era el seis doble; Italia el cero doble; la Falange, un cafetito caliente, y 'La Voz de Alerta', Búfalo Bill; Franco era el sheriff y José Antonio la copita de Jerez.
Matías hubiera preferido, por supuesto, que sus contertulios no hablasen de política; pero no había forma de evitarlo. ¡Con tanto marisco contribuyendo al Subsidio del Combatiente y con tanto coro ruso añorando las estepas! Por otra parte, ¿podía negarse que la compañía de aquellos hombres le resultaba agradable? Ninguno de ellos -ni Marcos, el de las cuatro o cinco aspirinas diarias; ni Galindo, de Obras Públicas, el sensacional mecanógrafo; ni Carlos Grote, oriundo de Canarias, funcionario de Abastecimientos y Transportes, etcétera-, podía hacerle olvidar a Julio García; pero tampoco tenían los derechos de éste.
– Son buena gente -decía Matías-. Pinchan, pero sin intención de dañar. La ironía por la ironía, nada más.
Tal vez estuviera en lo cierto. Por ejemplo, la principal queja que el aprensivo Marcos formulaba contra el Gobierno era que en Gerona faltaban dispensarios y, sobre todo, urinarios públicos. ¿Cabía imaginar algo más inofensivo? Y el máximo argumento que esgrimía contra Alemania e Italia era que sus sabios no habían descubierto todavía el remedio contra la calvicie. Él estaba convencido de ser el hombre más calvo de Europa, lo que lo acomplejaba sobremanera, sobre todo pensando en su mujer, que por cierto empezaba a ser llamada "la guapetona Adela". "El día que Goebbels invente un remedio contra la calvicie, le mandaré un telegrama diciéndole que puede contar conmigo".
Por su parte, Galindo, el solterón, era gallego y su 'leit motif' era subir el sueldo a los peones camineros. Ayudante de ingeniero, admiraba a los italianos porque habían construido la Torre de Pisa; en cambio, detestaba a los alemanes porque el cine que elaboraban era de ínfima calidad, excepto algunos documentales. "A mí no me importa que Hitler se considere un dios; pero que inunde nuestros cines de películas interminables, con tanto casco militar y tantas niñas en bicicleta, no se lo perdono". El gallego Galindo, que fue el inventor del apodo de Búfalo Bill aplicado a 'La Voz de Alerta', cada vez que oía hablar del Movimiento Nacional miraba las fichas de dominó alineadas frente a sí y decía: "Paso".
En cuanto a Carlos Grote, con el que Matías había intimado especialmente y que por ser canario le temía al invierno como el camarada Rosselló a los baches de las carreteras de la provincia, su oposición a las potencias del Eje era sin duda la más seria: estaba convencido de que éstas conducirían al mundo a una guerra mucho peor que la española: a una guerra mundial.
– Hoy quiero esto, mañana lo otro, hasta que los ingleses digan ¡basta!
– ¿Y cuándo dirán ¡basta! los ingleses? -le preguntaba Matías.
– Eso no lo sé -contestaba el señor Grote-. Pero cuando lo digan, ¡que el padre Forteza nos confiese!
El Café Nacional… Todas las novedades de la ciudad y del país quedaban registradas allí, como en el Servicio de Fronteras la ficha de los repatriados. Matías no hubiera podido dejar de ir. Además, trataba a sus nuevos amigos, precisamente por su condición de depurados, con tal gentileza, que todos ellos lo apreciaban de veras, cada día más. Naturalmente, le tomaban el pelo porque, si Dios no le ponía remedio, iba a ser nada menos que suegro de Mateo y de María. "Dos palomitas, ¿verdad Matías?". Matías se echaba para atrás el sombrero madrileño. "Señores -comentaba, en respuesta a las chanzas de sus amigos-, a mí las palomitas me preocupan muy poco. A mí lo que me preocupa es el reuma, que no me deja dormir por las noches, y, sobre todo, ese elemento de Guadalajara de que habló el periódico, que compraba duros a seis pesetas y los vendía a siete en Portugal…"