CAPÍTULO LVI

Ocurrieron tantas cosas antes que el calendario indicara la llegada oficial del verano, que para dar cumplida noticia de ellas Amanecer hubiera debido doblar el número de sus páginas. Algo rigurosamente imposible, por cuanto cada día el papel escaseaba más y era de peor calidad, hasta el punto de hacerse difícil la lectura del periódico. 'La Voz de Alerta' se desesperaba por ello, pues opinaba que un periódico mal impreso influía negativamente sobre la moral de los lectores, dándoles una desagradable sensación de pobreza.

Sin embargo, los gerundenses fueron enterándose, de uno u otro modo, de todo cuanto ocurría en los ámbitos local, nacional e internacional. Puesto que cada mañana un rayo podía bajar del cielo y alterar la marcha del mundo, la curiosidad se mantenía viva, excepto para quienes, como el pintor Ceferino Borrás, o como el anestesista Carreras, de la Clínica Chaos, habían polarizado sus energías hacia objetivos profesionales o íntimos muy concretos y restringidos.

Gerona se enteró de la breve visita que efectuaron a la ciudad las cincuenta muchachas de las Juventudes Hitlerianas, llegadas a España por invitación especial de la Sección Femenina. Su aspecto, potente y saludable, llamó la atención y no dejó de arrancar muy diversos comentarios. Marta se desvivió por atenderlas, obsequiándolas con la proyección, en el Teatro Municipal, de varios documentales sobre la reconstrucción de carreteras, seguidos de una sesión de danzas folklóricas bajo la dirección del maestro Quintana, director de la Cobla Gerona. También en el Ayuntamiento se celebró una recepción en su honor y se organizaron varias excursiones a los lugares típicos, con explicaciones entresacadas de los artículos de mosén Alberto. El cónsul alemán, Paúl Günther, hizo las veces de intérprete y no era raro que mientras hablaba asomara en los labios de las muchachas alemanas una sonrisa un poco irónica.

Por supuesto, a Marta no dejó de causarle desagrado el aire de superioridad que presidió el comportamiento de aquellas camaradas nacionalsocialistas, desagrado que por otra parte Marta había experimentado ya cuando estuvo en Berlín y fue invitada a saludar brazo en alto la estatua del Hombre Alemán desnudo. No obstante, era difícil sustraerse a la impresión de fuerza que emanaba de aquellas criaturas pertenecientes a la casta nórdica de que Himmler hablaba como un místico. Por lo que Marta le dijo a José Luis, su hermano: "Realmente, desde el punto de vista físico nuestra raza a su lado es inferior. La camarada Pascual, de Olot, que anda por los pueblos predicando la higiene, se ha quedado con la boca abierta". Un dato parecía revelador: lo primero que las cincuenta muchachas pidieron al llegar a Gerona fue ducharse y luego cada una de ellas exprimió tres limones y se tomó el jugo.

El 12 de mayo, la casta nórdica dio otra sorpresa a los gerundenses: Rodolfo Hess, lugarteniente de Hitler, y del que se había rumoreado que era el presunto sucesor del Führer en la jefatura del III Reich, se fugó de Alemania por vía aérea y se lanzó en paracaídas cerca de la localidad de Glasgow, en Escocia. En un principio nadie dio crédito a la noticia. Pero pronto las autoridades inglesas la confirmaron plenamente. El aparato era un Messerschsmidt 110, que se estrelló contra el suelo, y el fugitivo era realmente Rodolfo Hess, partidario, al parecer, de que su país llegara a una inteligencia con Inglaterra.

La explicación que dio Berlín no convenció a nadie: Rodolfo Hess padecía desde hacía tiempo de una enfermedad mental, lo que se había mantenido oculto por inexcusable prudencia. El caso es que el hecho produjo el mayor estupor. Manolo y Esther exageraron su trascendencia. Creyeron que aquello significaba que algo ignorado y profundo fallaba en la máquina germánica. "¿Y si Hess había sido enviado en misión especial…?". Por desgracia, el cónsul británico, Mr. Edward Collins, continuó sonriendo al salir del hotel, pero sonriendo como de costumbre, no de otra manera. Así, pues, la anécdota tenía intrínsecamente su importancia, pero no influiría para nada en el futuro de la guerra. Demostraba, eso sí, que también en "las altas esferas" de Alemania podían producirse fisuras. El profesor Civil comentó: "Si Hess está en su sano juicio, su decisión es grave; y si realmente está loco, peor aún. Porque ¿qué jefe de Estado nombra a un loco su hombre de confianza?".

Poco después, el acorazado alemán Bismarck, el que había hundido recientemente al crucero inglés Hood, fue acorralado y puesto fuera de combate por la flota británica. La represalia no se había hecho esperar. Otro golpe para el prestigio de Alemania. "¿Y pues? -se chanceó el madrileño Herreros, en la barbería Dámaso-. ¿Es que el capitán del Bismarck se había fugado también a Inglaterra y había facilitado a la Marina inglesa los informes necesarios?". Silvia, la manicura de las piernas muy juntas, preguntó, mientras le cortaba las uñas a Padrosa: "¿Tenemos en España algún acorazado como ese Bismarck?". Padrosa replicó: "Ni soñarlo, reina. Pero si accedes a casarte conmigo, encargaré uno para ti".

No, el curso de los acontecimientos seguiría marcando un rumbo cíclico. Ahí acabaron, por el momento, las noticias adversas a Alemania. El 21 de mayo el ejército del Führer, en una gigantesca ampliación del aterrizaje efectuado por Rodolfo Hess, dejó caer millares de paracaidistas sobre la isla de Creta y la conquistó en pocas semanas, obligando a los ingleses a refugiarse en África. La operación fue un prodigio de estrategia y aun de elegancia. Por lo menos, ésa fue la opinión del general Sánchez Bravo. "Fíjense ustedes -les dijo éste a los capitanes Arias y Sandoval, frente a un mapa de la isla griega-. En Noruega, Hitler empleó la primera arma secreta: los paracaidistas; en Creta, la segunda: los planeadores. Cada Junker llevaba enganchados en la cola tres planeadores, cuyos soldados ocupantes se dejaban caer en el momento oportuno sobre el punto previamente señalado. ¡Y los ingleses, con la boca abierta! Natural… En resumen, señores, otro Dunkerque para Su Majestad el rey. Y van tres".

Pero no todo paraba ahí. También en la costa mediterránea de África el ejército de Hitler asombró al mundo, gracias al general Rommel, quien justificó con creces la aureola que empezaba a rodear su nombre. En efecto, el general Rommel había sido enviado allí, al mando del que fue llamado África Korps, para salvar, al igual que en Albania y en Grecia, el prestigio del Imperium Romanum -expresión grata al conde Ciano-, que no conseguía, pese al ardor que ponía en la lucha el legionario Salvatore, avanzar un palmo. Los ingleses les habían ganado en el desierto la batalla a los italianos merced, según noticias, al audaz empleo de los tanques, los cuales, en contra del parecer de muchos técnicos, demostraron poder maniobrar perfectamente bajo las temperaturas africanas. Pues bien, Rommel les respondió con la misma moneda. En poco tiempo sus vehículos motorizados se infiltraron setecientos quilómetros hacia el Este, venciendo por otro lado reiteradas tempestades de arena. Conquistó Mará el Bregha y más tarde Agedabia y Benghasi. ¡Benghasi…! El desconcierto del general Wawell, proclamado héroe en Inglaterra por su victoria sobre los italianos, no tenía límites. Y menos los tuvo cuando se supo que las unidades utilizadas por Rommel habían sido en realidad escasas, puesto que la mitad de ellas lo menos eran simples automóviles corrientes., sobre los que el general alemán había hecho montar unos caparazones de cartón piedra que les daba apariencia de tanques, estratagema que engañó a los aviadores de reconocimiento ingleses. El general Wawell se sintió humillado, pero retrocedió todavía más… Retrocedió otros trescientos quilómetros, hasta el fuerte de Mechilli, donde Rommel se apoderó de un inmenso botín, que le permitió cercar a Tobruk, apoderarse de Bardia y cruzar la frontera egipcia por Sollum.

La hazaña era única. El nombre de Rommel se convirtió en leyenda en los países beligerantes. Ni siquiera las radios inglesas regatearon elogios al general alemán, y los corresponsales de Prensa escribían: "Rommel volaba en autogiro delante de sus columnas. Aterrizaba, daba las órdenes pertinentes. Volvía al buen camino los vehículos despistados, impeliendo a todos a avanzar lo más rápidamente posible. Cuando soplaba el terrible viento llamado khamsin, algunos soldados se protegían con la máscara antigás, pese a lo cual vomitaban. La luz en el desierto era amarillenta, espectral, sustituyendo a la luz del día. Y Rommel seguía avanzando".

Puede decirse que, en los mismísimos colegios gerundenses, durante aquellas semanas se hablaba de Rommel como durante un tiempo en los colegios rusos se había hablado del Campesino, "el héroe español". Tal vez ello se debiera a la seducción del lugar de operaciones: el desierto, nombre siempre fascinante, que evocaba en los chiquillos imágenes de camellos, de dunas y beduinos. Miguel Rosselló, que sabía calibrar las dificultades de accionar según en qué terrenos vehículos motorizados, hizo en Amanecer un canto de alabanza a Rommel. Miguel Rosselló estaba convencido de que el general inglés Wawell retrocedería hasta el Canal de Suez, por lo que tituló su artículo La huida de Egipto, ironía que obtuvo general aceptación.

Entretanto, en el ámbito nacional se ganaban también algunas batallas. El 8 de junio se firmó en Madrid un acuerdo entre el Gobierno español y la Santa Sede. Firmaron por España el Ministro de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Súñer, y por el Vaticano monseñor Cicognani, nuncio de Su Santidad. En dicho acuerdo quedó fijado, entre otras cosas, el procedimiento a seguir para el nombramiento de arzobispos, obispos, administradores apostólicos con carácter permanente, etcétera. El comunicado oficial daba cuenta de que se trataba de la negóciación previa para llegar a la firma de un nuevo Concordato, en espera del cual "la religión exclusiva de la nación española debería ser la católica, apostólica y romana".

El obispo de Gerona, doctor Gregorio Lascasas, experimentó, a la vista de este acuerdo, una de las mayores alegrías desde la terminación de la guerra civil, puesto que con él quedaba reforzada al máximo la autoridad de los prelados españoles. Se expansionó en este sentido con Agustín Lago, a quien llamaba lo menos una vez al mes para estar al corriente de la marcha de las escuelas.

– Estamos de enhorabuena, hijo mío… ¡Pronto, un nuevo Concordato! Bien sabe usted que lo más importante para España es esto: impedir la introducción de creencias no católicas. Y he ahí que, dadas las características de los países beligerantes en esta guerra, nos exponíamos a que, fuese quien fuese el vencedor, intentara implantar aquí nuevas doctrinas. ¡Ahora los obispos españoles dispondremos de fuerza jurídica para oponernos a ello!; además de la que sin duda volvería a prestarnos el Ejército. Eso es importante. En confianza le diré, querido amigo Agustín Lago, que las monjitas del Palacio me han servido, a la hora del almuerzo, una cepita de champaña…

Agustín Lago quedó un tanto desconcertado. La monolítica fe del doctor Gregorio Lascasas era, ciertamente, una garantía de incorruptibilidad; pero en cierto sentido contrastaba con los postulados de ecumenismo y de libertad personal que defendía básicamente el Opus Dei. Ahora bien, había algo que no admitía dudas: el doctor Gregorio Lascasas estaría dispuesto al martirio, en cualquier instante, para defender su postura. Ello, en todo caso, inspiraba un gran respeto.

– Señor obispo -acertó a contestar Agustín Lago, con su característica discreción-, yo también me he alegrado mucho con la noticia de ese acuerdo. Lástima que en mi pensión no haya monjitas a las que pedirles también una copita de champaña…

El doctor Gregorio Lascasas se rió, mientras se levantaba y se dirigía al ventanal para mirar al exterior, a la maravillosa plaza de los Apóstoles, que daba entrada a la Catedral.

De pronto el señor obispo se volvió hacia su interlocutor y le dijo, con acento rotundo:

– ¿Me permite usted una pregunta, amigo mío?

Agustín Lago contestó:

– No faltaría más…

– ¿Quién es su director espiritual?

Agustín Lago titubeó un instante. Luego respondió:

– Mi director espiritual es el Nuevo Testamento.

El señor obispo… ¡tosió! Continuaba con su bronquitis crónica, pese a que el sol bañaba a raudales la plaza de los Apóstoles.

– Pero ¿no es el padre Forteza?

– Pues… no. El padre Forteza es, simplemente, mi confesor.

El doctor Gregorio Lascasas guardó silencio. Parecía un tanto aturdido.

– De todos modos, admira usted mucho a la Compañía de Jesús, ¿no es cierto?

Agustín Lago tuvo una expresión de sorpresa.

– ¡Claro! Muchísimo…

– ¿Y no cree usted -prosiguió el señor obispo-, que el Opus Dei puede significar para ella, a largo plazo, lo que Rommel ha significado para el general inglés Wawell?

La manga flotante de Agustín Lago se cayó a su izquierda.

– Perdone, señor obispo, pero no entiendo lo que quiere usted decir…

El obispo miró con fijeza a su feligrés. Agustín Lago le sostuvo la mirada.

– Es muy sencillo… Desde nuestro primer encuentro me he informado más a fondo sobre el Opus Dei. ¿Sabe usted? También los obispos hemos de tener nuestros aviones de reconocimiento… Pues bien, he sacado la impresión de que ustedes pretenden ejercer un tipo de apostolado más moderno que la Compañía de Jesús… Sí, ese apostolado ejercicio desde la profesión, ¡y sin llevar sotana!, podría muy bien responder a las necesidades de los tiempos… ¿Comprende ahora lo que quiero decir?

Agustín Lago se sentía incómodo, sentado en el sofá, mientras el doctor Gregorio Lascasas estaba de pie. Intentó levantarse, pero el señor obispo, con su corpachón, le indicó que no se moviera. Entonces el militante del Opus Dei contestó, con acento seguro:

– Si su Excelencia me permite…, le diré que no veo la menor incompatibilidad. Mi opinión es que hay trabajo para todos. Cierto que el propósito de nuestro fundador, el padre Escrivá, difiere del de la Compañía de Jesús; pero ello es natural. Y por descontado, nunca supliremos a los jesuítas en una serie de campos en los que ellos llevan siglos de experiencia…

El doctor Gregorio Lascasas sonrió.

– Me gusta oírle hablar así, hijo… Sí, me gusta que no se forje usted demasiadas ilusiones. Ahora bien, yo, en su lugar, no me conformaría con leer el Nuevo Testamento: tendría además un director espiritual, y precisamente el padre Forteza. Sí, mi consejo sería que firmase usted con él un Concordato… de larga duración.

Dos últimas noticias, antes de la que Hitler iba a comunicar al mundo y que haría palidecer por mucho tiempo a todas las demás. Amanecer las publicó el mismo día; si bien Jaime no las subrayó, porque había renunciado a repartir el periódico. El negocio de los libros le iba viento en popa y presentó su dimisión. Matías le dijo a Carmen Elgazu: "Me alegro por Jaime; pero a partir de ahora el periódico será más aburrido…"

La primera de dichas noticias concernía al Tribunal de Responsabilidades Políticas. Este Tribunal, que no cesaba de actuar, había dictado su sentencia contra 'La Pasionaria', en la que se condenaba a la acusada al pago de veinticinco millones de pesetas, a quince años de extrañamiento del territorio nacional y a la pérdida de la nacionalidad española. La segunda concernía a la Falange: La Junta Política había acordado que las cinco rosas, ya marchitas, que adornaron la tumba de José Antonio en Alicante, fueran enviadas, como regalo emotivo y en una artística urna, a la Casa de España, de Nueva York.

La noticia que Hitler comunicó al mundo fue que Alemania declaraba la guerra a Rusia. Sin previo aviso, y pese al pacto de no agresión concertado entre los dos países, en la madrugada del 26 de junio las tropas alemanas cruzaron las fronteras soviéticas. Von Ribbentrop dijo: "La máquina militar más grande de la historia se ha puesto en marcha hacia el Este". Al lado del III Reich lucharían las tropas finlandesas, al mando del mariscal Mannerheim, y las tropas rumanas, al mando del general Antonescu.

Esta vez el viraje había sido de tal calibre que la tierra pareció temblar. Los teletipos informativos acribillaron a sus agencias. Las emisoras de radio parecían haberse vuelto locas. Unos comentaristas decían: "Esto es el principio". Otros decían: "Esto es el fin".

Hitler lanzó una fulgurante proclama para justificar su decisión. Afirmó que Rusia había traicionado el pacto germano-soviético. Que se había dedicado sistemáticamente a una propaganda subversiva en los territorios ocupados por Alemania, creando en ellos disturbios, como los que tuvieron lugar en Yugoslavia. Que ejercía por doquier una labor de espionaje con fines concretos de agresión. Que había concentrado en las fronteras alemanas ¡ciento sesenta divisiones! Que había atacado a Finlandia sin el consentimiento del Gobierno alemán. Que había cometido crueldades horribles en los Estados bálticos que se había anexionado. "El bolchevismo es una amenaza para el mundo y Alemania ha decidido acabar con él".

Acabar con el bolchevismo… La frase sonaba bien. ¿Qué actitud tomarían las democracias capitalistas? Pronto se supo: lanzaron un suspiro de alivio. Hitler, sin duda mal aconsejado por los astrólogos, había caído en la trampa: creación del segundo frente. Inglaterra se solidarizó con Rusia. Una frase de Lord Marley definió la tesis del Imperio Británico: "Inglaterra debería unirse con el diablo para luchar contra Alemania". El deán de Canterbury organizó preces a favor de los soviets. Los Estados Unidos ayudarían también a la URSS… Amanecer dijo: "Se repite, a escala mundial, la lucha entablada en España en 1936".

Nadie sabía lo que iba a ocurrir. El auténtico poderío de Rusia era la incógnita. Nadie dudaba de que la máquina militar puesta en marcha por Hitler era efectivamente la más grande de la historia. Ahora bien, ¿hasta qué punto ello bastaría para triunfar en tan gigantesca empresa? El recuerdo de Napoleón acudió a todas las mentes… La inmensidad del territorio ruso, de que tanto hablaron a Cosme Vila en la Escuela de Formación Política, de Moscú, ocupó una vez más el primer plano de las especulaciones. ¿Y el invierno, el invierno ruso, que tanto asustaba a la mujer de Cosme Vila? ¿Conseguiría Hitler asestar un golpe definitivo al Ejército Rojo antes que la nieve sepultara los caminos? 26 de junio… La fecha había sido bien elegida. Y el comienzo no podía ser más prometedor: las divisiones motorizadas del Führer avanzaban arrolladoramente. Y así, como si se buscara un símbolo, el primer bombardeo aéreo había convertido en llamas varios objetivos de San Petersburgo, la antigua ciudad zarista, que la revolución había denominado Leningrado y en la que desembarcaron los comunistas españoles admitidos en Rusia.

La guerra había cambiado el signo. Ahora tenía otro nombre, al igual que le ocurriera a San Petersburgo: Cruzada contra la Rusia Soviética. En todas las parroquias alemanas se leía un mensaje, opuesto al del deán de Canterbury, que decía: "La lucha contra la URSS es la lucha por el cristianismo de todo el mundo". Hungría y Eslovaquia declararon la guerra a la URSS. Francia rompió con ésta sus relaciones diplomáticas. El Duce pasó revista, en Verona, a la primera división italiana dispuesta para trasladarse al frente ruso. Se alistaban, para acudir al combate, voluntarios franceses, noruegos, suecos, daneses. En el interior de Rusia, según las primeras impresiones, reinaba el mayor desconcierto. En Gerona, personas como el notario Noguer pensaban, aun sin atreverse a decirlo en voz alta: "Ahora comprendemos que el corazón de Hitler es realmente capaz de algo grande".

Ésa fue la inmediata repercusión en España. Los ánimos se galvanizaron en favor de Alemania y los anglófilos como Manolo y Esther no acertaban a opinar. Actos de afirmación patriótica brotaron como por ensalmo en toda la geografía nacional. Bombardear a Londres era, al fin y al cabo, discutible… ¿Pero era discutible bombardear a Leningrado… y Moscú?

Las jerarquías de la política española dieron el ejemplo. El ministro Serrano Súñer, en Madrid, ante una imponente manifestación, gritó: "¡Rusia es culpable! ¡Culpable de nuestra guerra civil! ¡Culpable de la muerte de José Antonio, nuestro fundador! ¡El exterminio de Rusia es exigencia de la Historia y del porvenir de Europa!". José Luis Arrese, secretario general del Movimiento, recordó a todos los camaradas el "millón de muertos" que, por culpa de Rusia, habían convertido a España en un campo de sangre.

El contagio colectivo, aquel fenómeno psicológico que tanto preocupaba al doctor Chaos, se convirtió una vez más en realidad. La Falange anunció qué organizaba banderines de enganche para ir a luchar contra Rusia. Navarra, y en su nombre la Excelentísima Diputación Foral y Provincial -don Anselmo Ichaso redactó el texto-, sugirió su adhesión entusiasta a todos los países que luchaban contra el comunismo. "Navarra se une en espíritu con los valientes defensores de la civilización cristiana y eleva sus preces al Altísimo por el triunfo total en la lucha por nosotros iniciada en julio de 1936". Aparecieron carteles en todas partes, sin exceptuar la Rambla gerundense:

"Para vengar a España. Para estar presentes en la tarea de Europa. Alistaos en los banderines de voluntarios contra el comunismo".

"Rusia nos robó, en 1936 y 1937, seis mil niños de España, que hay que rescatar cueste lo que cueste".

En 1 de julio, día en que murió en Nueva York el gran pianista Paderewski, primer presidente de la República polaca después del armisticio de 1918, los corresponsales de Prensa que se habían ido al frente ruso empezaban a publicar sus crónicas. Dichas crónicas revelaban que el espíritu con que luchaban los soldados rusos era contradictorio. Mientras en determinados sectores huían a la desbandada o se entregaban ¡con los generales al frente!, en otros demostraban un valor extraordinario y "se pegaban al terreno como lapas". Los lectores no sabían a qué carta quedarse. En un punto, eso sí, coincidían todos los informadores: en que los comisarios políticos, tan conocidos en España -los gerundenses recordaron a Goriev y a Axelrod, y por la memoria de Ignacio desfilaron los muchos que viera en Madrid, durante su estancia en el Hospital Pasteur-, actuaban en forma despiadada. Pistola en mano, cuando sus hombres chaqueteaban, disparaban a placer, como había ocurrido en la batalla del Ebro, de lo que fue testigo la Torre de Babel. A veces se decidían por encerrar una sección en cualquier refugio, taponando luego la salida. Otras veces enterraban a los cadáveres de pie, de modo que sólo asomara la cabeza.

Tales detalles levantaban oleadas de indignación, al igual que los referidos al lamentable aspecto que ofrecían los prisioneros rusos. Según los cronistas alemanes, algunos combatían descalzos y declaraban que habían vendido sus botas para comprar cigarrillos, lo que contrastaba con la apariencia pimpante de los jefes. ¿Dónde estaba la tan cacareada igualdad? Para los lectores recalcitrantes, para quienes sospechaban que se trataba de mera propaganda, ahí estaban las correspondientes fotografías… Claro que éstas podían también falsearse, o elegirse a voluntad. No obstante, era evidente que a medida que fueran pasando los días la verdad se abriría paso, tanto más cuanto que la gente estaba ya acostumbrada a leer entre líneas. ¡Sí, por lo menos en este sentido la decisión de Hitler era de agradecer! Por fin el mundo -y Gerona- sabría si Rusia, prácticamente aislada del exterior desde 1917, era o no era un paraíso.

Pablito no abandonaba un momento la Geografía y repetía nombres de cordilleras y de lagos rusos. Cuando se dijo que las tropas húngaras habían entrado en acción atravesando los desfiladeros de los Cárpatos se tuvo la impresión de que iba a revelarse pronto el gran secreto. ¡Ah, la resonancia de las palabras! Cárpatos… Y Ucrania, el granero de Rusia… Los alemanes pisaban ya aquel suelo. ¿Cómo serían las espigas de sus campos? ¿Los sabios rusos habrían conseguido trigo mejor y más alto?

– Esto es apasionante -decía el doctor Andújar-. Tengo la impresión de que confirmará mi teoría: que el pueblo ruso es muy simple y que la complejidad es privativa de las clases dirigentes…

– Habrá muchas sorpresas -opinaba mosén Alberto, insólitamente excitado-. No creo yo que les haya dado tiempo a hacer tabla rasa con la religión… Los jóvenes, quizá sí sean ateos. Pero no la gente mayor.

– Ese Stalin debe de ser un tuno -comentaba Raimundo, el barbero-. Habrá puesto en primera línea a los más débiles, a los que tosen y demás. Pero, a lo mejor, Hitler tropieza pronto con los gigantes…

Imposible precisar, por lo menos de momento. La invasión adquiría proporciones enormes y las noticias no podían reducirse a esquemas. El material ruso cogido parecía bueno, pero no era comparable al alemán; excepto, quizás, un tipo de tanque de cuarenta y dos toneladas… La aviación rusa luchaba en condiciones de inferioridad. Los pilotos alemanes perseguían a los soviéticos y los derribaban como en Gerona, los domingos, los oficiales abatían a los pichones. Se hablaba de procedimientos de combate inhumanos y al margen de las leyes de la guerra, como el de abandonar, en la huida, latas de conserva con alimentos envenenados… También se decía que muchos heridos se suicidaban para no caer en manos de los alemanes.

Los informes empezaron a concretarse… Los soviets, desde 1917 -Amanecer lo publicaba en grandes titulares- habían sometido a la población rusa a torturas indescriptibles para imponer su revolución. En Ucrania, la GPU había arrojado familias enteras a los calabozos rociándolas luego con gasolina. El día 6 de julio Alemania publicó una estadística según la cual, desde el asalto de Lenin al poder, los asesinatos en Rusia sumaban once millones, de los cuales nueve millones eran campesinos; un millón eran obreros; setenta y cinco mil, oficiales del Ejército; cuarenta y un mil, intelectuales… "Está visto -comentaron los hermanos Costa- que ser campesino es siempre más peligroso que ser industrial". El Administrador de la Constructora Gerundense, S. A., que tanto entendía de números, se limitó a decir: "No comprendo quién puede haber establecido una estadística así, tan minuciosa".

Las primeras grandes batallas se libraron en Bialystok y en Minsk, donde veinte mil soldados rusos, después de asesinar a sus comisarios políticos, acabaron rindiéndose. Los alemanes llegaron luego al río Dniéper y se dirigían hacia el Duna… Pablito seguía en el mapa, con el índice, el curso de estos ríos. También en otros sectores avanzaban los finlandeses y los rumanos. Y estaba a punto de ser rota la llamada Línea Stalin, en ruta hacia Kiev.

El general Sánchez Bravo prestaba atención especial, como es lógico, a los partes de guerra alemanes, pero también a los informes procedentes de Londres… Por un momento el jefe militar pensó que Inglaterra, en vista de que Hitler atacaba a Rusia, enemigo común, querría hacer las paces con Alemania. Pero pronto se convenció de que no iba a ser así. El día 15 de julio el Imperio Británico se comprometió a no firmar con Alemania una paz por separado… Al mismo tiempo, la aviación inglesa intensificaba sus ataques contra el territorio del Reich ¡y tropas norteamericanas desembarcaban en Islandia! Sin duda Stalin empezaría a recibir, a través del Ártico, envíos de material de los Estados Unidos… Sin duda Churchill le estaría escribiendo a "papaíto Stalin" cartas rubricadas con un abrazo fraternal. ¡Más aún, un corresponsal londinense escribió que la alianza inglesa con Rusia recordaba las palabras del caballero que se casó con la moza del hostal! "Es verdad -había dicho el caballero- que es ligera de cascos, que tiene malos modos y que odia a la gente bien. Pero ¡es tan voluminosa!".

El padre Forteza figuraba entre los gerundenses más desconcertados. Cruzada contra la Rusia Soviética… Aquello le pilló desprevenido, pese a sus intuiciones y a la última carta que había recibido de su hermano, desde el Japón, en la que éste le hablaba de dicha posibilidad.

El jesuíta llamó al profesor Civil y le dijo:

– Prepárese usted a recibir ahora noticias sombrías sobre la suerte de los judíos… A los que hayan sido probolcheviques, los alemanes no los encerrarán en ningún ghetto; los aniquilarán.

A 'La Voz de Alerta' le desconcertó la actitud de Italia.

– ¿Por qué Mussolini ha enviado a Rusia sólo una división? ¿Es que el Eje se ha resquebrajado?

Doña Cecilia, la esposa del general, no hacía más que santiguarse.

– ¡Abandonar latas de conservas envenenadas! ¡Familias rociadas con gasolina! Esos ingleses no tienen perdón de Dios…

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