CAPÍTULO XL

Pilar sufría, Marta sufría, y sufría el camarada Rosselló… En efecto, éste había regresado del Puerto de Santa María, adonde, como es sabido, había ido a visitar a su padre, encerrado en el Penal. El muchacho había cruzado solo, en coche, España entera -¡Dios mío, en qué estado se encontraban las carreteras y los puentes, el campo y los pueblos!- y apenas si se le permitió hablar un cuarto de hora, entre rejas, con el detenido. "Padre…, ¿cómo estás?". "¿Y tú, hijo? ¿Y las chicas?". Imposible hilvanar un diálogo. El doctor Rosselló vestía ciertamente el traje de presidiario. El camarada Rosselló tenía un nudo en la garganta y no acertaba a hablar. En Gerona alardeaba a menudo de que con la guerra se le había endurecido el corazón; pero en el Penal de Santa María se dio cuenta de que no era cierto. "¿Y el Hospital, hijo? ¿Quién está allí?". "¿Cómo dices? ¿Que Chelo va a casarse con Jorge de Batlle? No, no, no recibí la carta. Aquí, ya puedes figurarte…"

Los guardias eran amables… pero debían cumplir con su deber. Así que, una vez transcurridos los quince minutos reglamentarios, separaron a los dos hombres. El camarada Rosselló subió a su coche hecho una furia, llevando incrustada en la retina la imagen de su padre encanecido, roto por dentro. Y llegó a Gerona en un estado de ánimo poco propicio a conducir el automóvil del Gobernador. Éste, que tenía también sus problemas, le decía: "Pero, ¡chico! A ver si te animas. ¡No me gustaría estrellarme contra un árbol, palabra…!".

En cambio, y como ocurriera en el año anterior, octubre se mostraba generoso para mosén Alberto, para Agustín Lago, quien había preparado concienzudamente el segundo curso escolar de posguerra, y sobre todo para 'La Voz de Alerta', dispuesto a poner esta vez toda la carne en el asador para que las Ferias y Fiestas de San Narciso fueran sonadas.

Mosén Alberto consiguió, primero, ser nombrado presidente de la Comisión de Monumentos Históricos de la provincia, lo que le halagó en grado sumo. Todo lo que fuere antiguo lo atraía cada día más, lo mismo que al profesor Civil; y la provincia rebosaba de castillos semiderruídos, de poblados ibéricos por excavar, de viejísimos barcos naufragados a pocos metros de la costa. ¡Cuánto trabajo por realizar y con qué gusto! El sacerdote estaba un poco harto de que la gente, al hablar de la arqueología gerundense, se refiriese exclusivamente a la colonia griega de Ampurias.

En segundo lugar, resultó que los cazadores y pescadores, que abundaban también mucho, por iniciativa propia le pidieron al señor obispo que cada domingo se celebrara para ellos una misa a las cuatro de la madrugada. ¡Y he aquí que el doctor Gregorio Lascasas eligió para complacerlos, en esa hora cruenta, a mosén Alberto! Éste, al principio, reaccionó de forma un tanto aparatosa, alegando entre otras razones que jamás había sentido la menor inclinación por la caza y por la pesca; pero luego lo pensó mejor y se alegró de semejante incomodidad, por cuanto le daba ocasión de autodominarse. Una vez más actuó sobre él benéficamente, como venía ocurriéndole en los últimos tiempos, la sombra flagelada del padre Forteza, cuya santidad le servía de constante ejemplo.

Fuera de eso, mosén Alberto consiguió ¡oír una sardana! Fue con motivo de la fiesta celebrada por "Educación y Descanso", la organización deportivo-sindícal, en honor de los productores cuyos hijos habían obtenido becas oficiales para estudiar. Mosén Alberto se había ido de pasee por la Dehesa, para contemplar las hojas muertas a los pies de los árboles y, de pronto, ¡una sardana! Creyó que soñaba, y no era así. Mosén Alberto se emocionó tanto como los componentes de la Cobla Gerona, que habían sido reunidos en un santiamén y entre los cuales figuraba Quintana, el director del coro de la Sección Femenina. Alguien que pasaba por allí le dijo a mosén Alberto: "No sé si nos toman el pelo o si se han equivocado". Ni lo uno ni lo otro. Mosén Alberto entendió más bien que se trataba de una nueva demostración del buen tacto que caracterizaba al Gobernador.

Por último, y en el área de sus amistades, el sacerdote encauzó bonitamente la trayectoria del pequeño Manuel Alvear. La simpatía inicial que le inspiró el sobrino de Matías y que se incrementó a raíz del almuerzo navideño en el piso de la Rambla se tradujo en algo positivo: en la puesta en práctica de la idea que desde el primer día tuvo Carmen Elgazu, pero que ésta no se atrevió a manifestar. Manuel ingresaría en el Instituto para cursar el primero de Bachillerato y todas las tardes, a la salida -amén, naturalmente, de los días festivos-, trabajaría en el Museo Diocesano como antaño lo hiciera César, percibiendo por ello una remuneración, además de las propinas que pudiera obtener de los visitantes.

Hubo que salvar, como es obvio, la barrera que significaba Paz. Pero se consiguió. Paz, desde que era supervedette en la Gerona Jazz y desahogaba su juventud en brazos de Pachín, se mostraba igualmente insobornable en materia política, cotizando para el Socorro Rojo y deseando el aplastamiento de Alemania; ahora bien, sin saber por qué, acaso por comodidad o para no contrariar en demasía las inclinaciones de Manuel, en materia religiosa empezaba a ser más transigente. "Sólo un ruego -le dijo a mosén Alberto, al tratar la cuestión-. ¡No pretenda llevarse el crío al Seminario!". Mosén Alberto se acarició la afeitada mejilla y contestó: "Esto no es de mi incumbencia. Esto, en cualquier caso, habrá de decidirlo Manuel".

En resumidas cuentas, mosén Alberto vivía satisfecho y por ello escribía con más entusiasmo que nunca en Amanecer sus "Alabanzas al Creador". Sólo le inquietaba… el cielo de Gerona. De pronto las nubes se paseaban sobre la ciudad tan apretadamente, con tal carga dramática, que el sacerdote decía: "No me extrañaría que este invierno tuviéramos inundación". El notario Noguer, que recordaba las muchas que habían azotado a la ciudad, le objetó: "No creo. Ya el año pasado se temió lo mismo por estas fechas. Y vino la tramontana y barrió la amenaza".

También para Agustín Lago el otoño había sido a la postre generoso. Pero el final del verano le había traído consigo una desagradable contrariedad, que por espacio de unas semanas agrió el consuelo que había significado para él la reciente visita de Carlos Godo, su compañero del Opus Dei.

El Inspector Jefe de Enseñanza Primaria tuvo un choque, del todo inesperado, con el profesor Civil… Éste oyó hablar de la Obra de Dios al señor obispo y, acuciado por la curiosidad, quiso beber en su fuente principal: le pidió a Agustín Lago que le permitiera echar una ojeada al libro del padre Escrivá, Camino, que como es sabido constituía para el Inspector la clave de sus meditaciones. Agustín Lago complació gustoso al viejo profesor, convencido de que éste reaccionaría favorablemente. Y ocurrió todo lo contrario. El profesor Civil se llevó las manos a la cabeza. Estimó que Camino contenía algunos bellos pensamientos, pero otros se le antojaron del todo inadmisibles. "¿Se da usted cuenta, amigo Lago? Vea lo que dice aquí: "El plano de la santidad que nos pide el Señor, está determinado por tres puntos: la santa intransigencia, la santa coacción y la santa desvergüenza". ¿Qué significa eso? Y eso otro: "Si sientes impulso de ser caudillo, tu aspiración será: con tus hermanos, el último; con los demás, el primero". ¿Quiénes son los demás? ¿Y por qué querer ser el primero? ¿Ya qué viene esa grosería, y perdone usted la palabra, amigo Lago?; "El manjar más delicado y selecto, si lo come un cerdo (que así se llama, sin perdón), se convierte, a lo más, ¡en carne de cerdo!". No lo entiendo, no lo entiendo… Amigo Lago, permítame que le diga que ese libro es confuso, contradictorio… ¿Y por qué su autor emplea el tuteo? Ya está bien que lo emplee la Falange? ¿no cree? Tutear a las almas no me ha gustado jamás. Con su permiso, continuaré leyendo de vez en cuando los Evangelios… y El Criterio, de Balmes".

Agustín Lago se las vio y deseó para convencer al profesor Civil de que lo que valía de Camino era su contexto, el aliento sobrenatural que emanaba de sus páginas y le recordó que, en su esporádica dureza, el padre Escrivá, fundador del Opus Dei, no había hecho sino imitar a Cristo, que en múltiples ocasiones se mostró también fustigador; el profesor Civil negó con la cabeza y sentenció: "Cristo era Dios, y tenía derecho a expulsar del templo a quien quisiera; pero cuando Pedro desenvainó la espada en el Huerto y le cortó la oreja a Maleo, criado del pontífice, le obligó a envainarla, dándole una suprema lección de tolerancia".

Agustín Lago pasó unos días mucho más inseguro de lo que podían pensar de él el Gobernador y Mateo. Por fortuna, recordó su coloquio con Carlos Godo -"seremos incomprendidos durante mucho tiempo"- y, sobre todo, encontró en el propio Camino el pensamiento consolador: "Cuando te entregues a Dios, no habrá dificultad que pueda remover tu optimismo".

En consecuencia, pues, se tomó más en serio que nunca la idea de "comportarse con la mayor naturalidad en medio del mundo", y después de piropear a la imagen de la Virgen que tenía en el cuarto de su modesta pensión se dedicó con renovados bríos a lo suyo: al trabajo, a ocuparse de la situación de los maestros, que continuaba siendo dramática.

Una vez más encontró en Carlos Godo, con quien mantenía ahora asiduo contacto epistolar, su gran aliado: "No te desanimes, querido Agustín. También yo he librado aquí, en Barcelona, combates similares. Pero avanzaremos, avanzaremos poco a poco… ¿No te acuerdas de las palabras de Chesterton? El milagro del cristianismo es que está loco: pretende vender jabón que no lava…"

Por otra parte, Carlos Godo le tendió el puente necesario para que sus gestiones en el terreno de la Enseñanza resultaran, dentro de lo posible, positivas. Le dio las señas de otro compañero del Opus Dei, residente en Madrid y que trabajaba precisamente en el Ministerio de Educación Nacional. Se llamaba Víctor Camacho y era jefe de Negociado. "Escríbele en mi nombre.

Mándale un informe detallado de todo cuanto necesites y él te aconsejará y te apoyará lo que pueda. En mi opinión, deberías ponerle al corriente, por supuesto, de los problemas de los maestros en ejercicio; pero sin olvidarte de los otros, de los maestros "depurados". Creo que debes prestarles a éstos la máxima atención, por cuanto, como bien sabes, lo que menos importa es el pasado ideológico. ¡La cuestión es que sean competentes!".

Agustín Lago siguió al pie de la letra el consejo de su amigo. ¡Y acertó! Víctor Camacho, al recibir en el Ministerio la carta de Agustín Lago sintió como si una llama cálida hubiera brotado en medio de aquella frialdad burocrática. Y se mostró eficiente en grado sumo. Consiguió el permiso necesario para que los maestros de la provincia de Gerona pudieran en el curso próximo cobrar "las permanencias" -es decir, las horas extraordinarias de clase-, ¡y obtuvo además una asignación para comprar estufas! Y para poner cristales en las escuelas que carecieran de ellos. Y la promesa oficial de levantar, en un plazo de tiempo relativamente corto, treinta viviendas en los pueblos más necesitados.

¡"Permanencias", estufas, cristales, treinta viviendas! Agustín Lago festejó la noticia por todo lo alto con los maestros que acertó a reunir en un ágape de Hermandad que tuvo lugar en Gerona, en el Hotel del Centro, donde se hospedaban el doctor Chaos y el cónsul inglés, míster Edward Collins; ágape que transcurrió con tan sana alegría que un maestro de Santa Coloma de Parnés, mordaz por naturaleza, comparando los manjares que les iban sirviendo con el menú que habitualmente le servían en la pensión del pueblo, se levantó como para brindar y dijo: "Propongo a todos los aquí presentes que nos declaremos reunidos en sesión permanente".

Agustín Lago soltó una carcajada. ¿Qué le ocurría? ¡Decididamente había dado un paso adelante!

Pero faltaba por resolver la segunda parte de su programa, y ahí sí que la cosa no era para reírse. El Inspector había informado a Víctor Camacho de la trayectoria humana seguida por los maestros que al término de la guerra habían sido expulsados de la carrera por la Comisión Depuradora, que él se vio obligado a presidir. ¡Santo Dios! Algunos habían emigrado a Barcelona; otros, los menos, habían montado un pequeño negocio; muchos se habían empleado en oficinas… Pero en su mayoría pasaban, ellos y ellas, vergonzosas privaciones, por no decir hambre. Se habían convertido en parásitos desmoralizados, lo mismo que muchos de los mutilados que habían combatido con el Ejército 'rojo'; en fácil presa para cualquier aventura ilícita. Dato confirmado por el hecho de que entre los primeros denunciantes de la Fiscalía de Tasas al objeto de percibir el cuarenta por ciento de las multas, figuraban precisamente algunos de los maestros expulsados… ¿Qué hacer? Víctor Camacho le sugirió varias salidas. Intentar colocarlos, ¡al margen de lo que en ello hubiere de paradójico!, en Colegios Religiosos, en muchos de los cuales las plantillas no habían sido cubiertas del todo; y darles facilidades para que pudieran montar Academias Particulares…

Agustín Lago obtuvo éxito en ambos terrenos. ¡Cuánto se alegró! No faltaban maestros, de edad avanzada y entrañablemente apegados a su profesión, que le llamaron su Ángel Salvador, a semejanza del músico Quintana cuando Chelo Rosselló le propuso dirigir el coro de la Sección Femenina. "¡Nos ha salvado usted! ¡Nos ha salvado usted!". Agustín Lago estuvo tentado de decirle al profesor Civil: "¿Se da usted cuenta, profesor? ¡Ahí tiene la santa desvergüenza!". Pero se abstuvo de hacerlo, puesto que la Obra prefería actuar en secreto, evitando que sus gestiones adquirieran el carácter, siempre humillante, de paternalismo benéfico.

Carlos Godo felicitó a Agustín Lago. "Enhorabuena, Agustín. No cejes en tu empeño. Tu responsabilidad es muy grande, pues el problema fundamental de España es éste, la Enseñanza. Según Víctor Camacho, más de un tercio de nuestra población es analfabeta… Amemos a esos analfabetos, porque son hermanos nuestros, porque son hombres y procuremos que consigan santificarse por medio de un trabajo decente. ¡Enhorabuena otra vez! Y créeme si te digo que me gustaría mucho hacer antes de Navidad otro viaje a Gerona para darte un abrazo".

¿Y 'La Voz de Alerta'?

Euforia, euforia por los cuatro costados. Presidente, esta vez, de la Comisión de Festejos para las Ferias, la provincia entera se desplazaría a la ciudad para gozar de ellas. ¡Y los fuegos artificiales marcarían época! No ocurriría lo que en los primeros, lanzados tres meses después de terminada la guerra, con motivo del aniversario del Alzamiento, en los que la cascada final constituyó un fiasco, puesto que fallaron las aspas y la multitud sólo pudo leer: "Viva., Julio". Además, concurso de carteles, concurso de escaparates y premios especiales para las calles mejor engalanadas, lo que entusiasmó al vecindario. Cada calle había ya nombrado su Comisión y se presentía una orgía de gallardetes y de tiestos de flores en los balcones. Y al final, en el baile de gala del Casino, ¡la Gerona Jazz!

Querida Carlota:

Esto marcha… Será por el gozo íntimo que me proporcionó mi estancia en Puigcerdá, por la suerte que Dios me deparó dándome la ocasión de conocerte, pero esto marcha. Hago lo que puedo para levantar la moral de la ciudad y creo que la consigo. Me dijiste que te interesaban todos los detalles que se refiriesen a mi labor; pues ahí van. Aunque yo preferiría hablar exclusivamente de nuestros proyectos en común…

Te adjunto el programa de Ferias, por el que te harás cargo de la que aquí se va a armar. En honor tuyo, como verás, se celebrará en la Rambla una extraordinaria audición de sardanas. ¡Sí, el día de San Narciso, el Ayuntamiento obsequiará a la población con seis sardanas, seis, en la mismísima Rambla y a cargo de la Cabla Gerona! Todo un acontecimiento. Supongo que hasta los ancianos bajarán de sus casas para formar en los ruedos.

La ¡ente -no así algunos concejales, que me preguntan qué es lo que me pasa- está entusiasmada porque digo que "sí" a todo. Accedo a todas las peticiones que se me formulan, lo mismo si se trata de instalar un quiosco de periódicos, que una churrería, que un puesto para vender castañas… Ello ha creado un clima muy favorable. Es de admirar el celo con que los guardias urbanos vigilan que los vecinos no sacudan las alfombras en la calle, que no tiren las basuras al río y que enciendan las luces de las escaleras a la hora justa. El espíritu de colaboración es tal que en la Guardería Municipal se amontonan, como muestras de buena voluntad, cantidades ingentes de objetos perdidos. Hoy, día de mercado, una vecina ha entregado incluso dos patos que se ha encontrado sueltos por ahí. ¿Te das cuenta? Digo yo que un pueblo que devuelve los patos perdidos es un pueblo sano. Reconozco que hasta ahora exageré al negar que la masa puede también poseer ciertas virtudes…

Claro que, a fuer de sincero, he de reconocer que no todo se debe a mi gestión. Ha empezado el Campeonato de Fútbol y el Gerona Club de Fútbol le ha pegado al Málaga una paliza: 4-0. Esto ha enardecido a mis conciudadanos. Y por si fuera poco, se ha fundado en la ciudad un Club de Hockey sobre ruedas, deporte magnífico, elegante, que estoy seguro que cuando lo veas te entusiasmará.

Otra buena noticia es el remozamiento de la emisora de radio. Esto se lo debemos al Gobernador. Es una emisora potente y el director ha concebido un programa que se ha hecho inmediatamente popular: la retransmisión, a capítulo diario, de novelas adaptadas ex profeso… Mejor dicho, de novelones de rompe y rasga, con pastoras enamoradas, algún que otro huerfanito y espadachines. Naturalmente, al final siempre hay boda… lo que me congratula sobremanera. No puedes imaginarte el éxito de estos "seriales". Las amas de casa lloran. Las modistas lloran. Llora todo el mundo, incluidas la esposa del Gobernador, María del Mar, y mi criada, Montse. En suma, que Gerona, gracias a los "seriales", llora… de felicidad, lo que demuestra que lo imaginario conmueve más que lo real.

Mi querida Carlota, te incluyo la última "Ventana al mundo" que he escrito. Te la dedico a ti, como verás, pues en ella demuestro que el idioma catalán, que tan a fondo conoces, llegó a hablarse en todo el Mediterráneo y hasta en Bizancio… Y cito a tu autor preferido: Ramón Llull. Habrá algunas protestas… ¡Qué más da! En eso no puede meterse la Fiscalía de Tasas. Ni tampoco el inspector de Enseñanza Primaria, aunque sea de la tierra del Quijote. En cambio, habré dado un alegrón a mosén Alberto y al profesor Civil, de quienes tanto te hablé. Y estoy seguro de que te lo habré dado también a ti.

Te escribiría mucho más largo, pero me espera el señor obispo… Por lo visto corren por ahí unos cuantos desgraciados que suben por los pisos ofreciendo escapularios que garantizan la salvación eterna. ¡Menudo chasco se va a llevar Su Ilustrísima! Porque yo soy un pecador -bien lo sabes tú-, y por tanto estoy dispuesto a comprar uno de dichos escapularios.

Espero que el correo me traiga luego tu carta. Mañana volveré a escribirte… Entretanto, recibe lo que quieras de éste que por tu culpa sufre cada noche una crisis de insomnio.

'La Voz de Alerta'.

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