CAPÍTULO XXXI

El Gobernador y Mateo recibieron a Marta con mucha más amabilidad que Ignacio.

– ¿Qué tal por Madrid? ¿Qué noticias nos traes?

Marta hizo un informe exhaustivo. Después de alabar grandemente la sencillez y modestia de la Delegada Nacional, Pilar Primo de Rivera, dio cuenta de que el ambiente que se respiraba en la capital de España era de entusiasmo. Existían dos causas de inquietud, dos problemas: la posibilidad de que la guerra internacional se extendiese y la carencia de artículos alimenticios. Al margen de esto, la Patria navegaba con ritmo seguro. Grandes proyectos para la construcción de embalses y de carreteras; plan para transformar Madrid en una urbe digna de la capitalidad de la nueva España; estudio para efectuar una repoblación forestal sin precedentes y, al mismo tiempo, concesión de créditos para prospecciones petrolíferas; métodos revolucionarios para incrementar la industria conservera nacional, etcétera.

En otro orden de valores, volvía a cobrar la debida prestancia la fiesta de los toros, tan descuidada cuando la República. Los toreros de moda seguían siendo Marcial Lalanda, Domingo Ortega, Pepe Bienvenida y Juan Belmonte, pero había irrumpido en los ruedos un cordobés llamado Manolete, de mucho temple y mucho arte, que armaba un ruido de padre y muy señor mío. También entusiasmaba, ¡cómo no!, el fútbol. La gente parecía disputarse en cada partido el porvenir y ello era indicio de que, al igual que en Gerona, en todas partes había energías disponibles y ganas de divertirse sin hacer daño a nadie. Tal vez le había disgustado un poco, para decirlo de algún modo, el mal ambiente reinante con respecto a Cataluña. "Madrid achaca a Cataluña buena parte de la responsabilidad de lo ocurrido. Y entiendo que eso es exagerado".

Mateo le preguntó a Marta qué programa traía con respecto a las actividades que desarrollar por la Sección Femenina.

– Sería hora -opinó Mateo- de que concretarais un poco, ¿no crees?

Marta, que en aquellas tres semanas había adelgazado mucho y que, por culpa de Ignacio daba muestras de gran nerviosismo, al oír estas palabras asintió con la cabeza.

– Sí, comprendo lo que quieres decir. Pero ¿es que hasta ahora podíamos hacer algo más?

Había estudiado el asunto de la Sección Femenina en Gerona y había llegado a dos conclusiones: la primera, que las mujeres catalanas, contra lo que pudo parecer inmediatamente después de la liberación, sentían escaso entusiasmo por la política y menos aún por enrolarse en cualquier organización que obligara a llevar uniforme; segunda, que faltaban instructoras, chicas como María Victoria, la novia de José Luis, formadas ya en la guerra y capaces de levantar el ánimo. "Partiendo de estas bases, Mateo, la tarea no es nada fácil, compréndelo. Aquí lo que quieren las chicas es ayudar a la familia y luego casarse".

No obstante, Marta estaba dispuesta a demostrar que "era inasequible al desaliento". Buscaría las instructoras en la propia Gerona y provincia, y las buscaría entre la clase media, que era la médula de la sociedad catalana. Había pensado ya en tres o cuatro "solteronas" que daban impresión de tener energía sobrante, energía que a la sazón malgastaban acariciando a sus sobrinitos o persiguiendo ferozmente al primer hombre que se les ponía a tiro. "Pero tenemos que partir de una realidad: habrá que pagarlas. ¿Puedo contar con tu ayuda, Gobernador? ¿Cómo…? ¡Pues busca el dinero y dime que sí!".

Aparte la necesidad de esas instructoras, las actividades que desarrollar, de acuerdo con las consignas recibidas en los cursillos de Madrid, eran múltiples.

Creación de la Hermandad de la Ciudad y el Campo. Punto clave. Había que convencer a las mujeres campesinas de que la limpieza era compatible con el estiércol y con la cría de gallinas y de cerdos. "De esa Hermandad puede encargarse una muchacha de Olot que conozco muy bien, la camarada Pascual, hija de campesinos ricos pero que sienten los problemas de la tierra".

Luego había que organizar el Coro de la Sección Femenina. "Ahí me será muy útil Chelo Rosselló, que tiene nociones de música y muy buena voz. Pero habrá que contratar los servicios de un director, y he pensado buscarlo entre los músicos que antes integraban la Cobla Gerona de sardanas y que ahora están en paro".

También había que organizar definitivamente las Danzas. La Delegada Nacional había insistido mucho sobre el particular, pues quería exhumar y revalorizar el folklore de cada región de España, que consideraba el más rico y variado del mundo. "En este apartado he tenido suerte. Gracia Andújar, nuestra más reciente afiliada, desde los cinco años ha ido a clase de gimnasia y de ballet, en Santiago de Compostela. ¡Parece una gacela! Un día, en mi despacho, se puso a andar sobre la punta de los pies y nos dejó atónitas".

Asunción, la Directora del Grupo Escolar San Narciso, podría encargarse de un capítulo importante: las clases nocturnas para las muchachas de servicio que no supieran leer ni escribir.

También había pensado en Pilar para dirigir la sección de Costura; pero Pilar, al parecer, se casaba en otoño y prefería coserles los botones a Mateo y a don Emilio Santos… "¡Mira por dónde -comentó Mateo- voy a resultarte un estorbo!".

Por último, de la Sección de Cultura y Propaganda se ocuparía ella misma, Marta, por considerarlo trascendental. Por cierto que al respecto no se había venido de los cursillos con las manos vacías. De momento, era ya un hecho la actuación, en el Teatro Municipal, del famosísimo charlista García Sanchiz y la proyección, en el Cine Albéniz, de una serié de documentales cinematográficos alemanes e italianos, uno de los cuales, titulado "Alas Milagrosas", sobre la aviación del III Reich, era una auténtica maravilla.

Cuando Marta dejó de hablar, parecía más tranquila. No obstante, el Gobernador, el camarada Dávila, no se deshizo en elogios ni nada parecido. Todo lo que había escuchado lo estimaba interesante. Sin embargo, faltaba a su entender un punto vital: la preparación de la mujer para hacer frente a la vida moderna. En otras palabras, para trabajar fuera de casa, sobre todo en oficinas y despachos. "Estaba esperando -dijo el Gobernador- que tocaras este tema y he visto que no lo hacías. ¿No te parece que, dada la mentalidad del pueblo catalán, eso debe pasar casi a primer término? ¿Te das cuenta de la cantidad de chicas que se emplean en empresas, sobre todo, como mecanógrafas? Eso antes de la guerra no existía. Es una revolución, signo de una mayor vitalidad. Te propongo, pues, que organices clases de mecanografía, taquigrafía, contabilidad, etcétera, y para eso sí que el Gobernador Civil encontrará el dinero donde sea. Eso atraería mucho la atención y la gente vería que hacéis algo "práctico". Me temo que eso, hacer algo práctico, sea lo único que puede hacerte triunfar en esta tierra. Mucho más que traerte a García Sanchiz".

Marta se quedó pensativa. Lo cierto era que no se le había ocurrido aquello, por suponer que era algo que incumbía a las academias particulares. ¡Claro, la Sección Femenina podía convertirse en la mejor academia, en la más barata y eficiente!

– ¡Cuánto te agradezco tu consejo, camarada Dávila! Déjame tomar nota, por favor…

Marta sacó del bolso un bloc y anotó lo dicho. A Mateo le chocó que Marta tuviera necesidad de usar el lápiz. "En fin -pensó-. Cada cual es cada cual".

Antes de levantarse la sesión, Marta exclamó:

– ¡Ah, qué suerte tenéis los hombres! Organizar lo vuestro es siempre más fácil.

– Depende -opinó Mateo-. Vosotras sois capaces, a veces, de una mayor generosidad. En Guipúzcoa, durante la guerra, disteis tres millones de centímetros cúbicos de sangre para las transfusiones.

Marta miró a Mateo con ironía.

– Vosotros fuisteis por millares a dar la vida, a dar la sangre toda, y no unos centímetros cúbicos.

A partir de aquí el Gobernador y Mateo colmaron de atenciones a Marta. Le preguntaron por Salazar y por Núñez Maza -Salazar me dijo que lo de la gasolina sintética ha resultado una tomadura de pelo. Lo siento. Y Núñez Maza sigue con las mismas, con su obsesión de repoblar forestalmente a España en el plazo de cinco años. En eso supongo que lleva razón.

Mateo admiraba a Marta y se hacía cargo de las dificultades que tendría que vencer para sacar adelante a la Sección Femenina. Además, era testigo de los sinsabores que todo ello le acarreaba a la muchacha en el plano personal. No se atrevió a mencionarlos, pero no hacía falta. El nombre de Ignacio aleteó en el despacho como un moscardón que chocara reiteradamente contra los cristales.

Hubiérase dicho que Marta leía el pensamiento de Mateo, pues lo miró con especial intensidad y le dijo:

– Ayer vi a Pilar. ¡Qué mona está! Está preciosa…

– Sí… -admitió Mateo-. Es verdad -Luego bromeó-: De lo que no estoy seguro es de que sepa coser botones…

Marta bromeó a su vez.

– ¡Pregúntaselo a las hermanas Campistol!

Marta actuó con una rapidez y eficiencia dignas de encomio. Rosario, comadrona de la Mutua del Socorro, mujer de treinta y cinco años, soltera, de la que se decía que tenía más fuerza que un boxeador, aceptó el cargo de puericultora a cambio sólo de una modesta gratificación. "Si consigo que las chicas me quieran un poco, me daré por satisfecha".

La camarada Pascual, de Olot, que también rebasaba los treinta y que jamás despertó el menor entusiasmo entre los hombres, aceptó ponerse al frente de la Hermandad de la Ciudad y el Campo, y se mostró dispuesta a trasladarse a vivir a Gerona. No obstante, desde el primer momento quiso dejar bien sentado que, a su juicio, los resultados que podían obtenerse serían menguados. "Conozco las zonas agrícolas -dijo-. Pues bien, considero que pretender llevar a ellas un poco de higiene es empresa bastante más difícil que ganar la guerra".

Chelo Rosselló se encandiló con la idea del Coro y ella misma contrató como director a Quintana, el que lo fue de la Cobla Gerona, la cobla que José Alvear asaltó en la Rambla, en 1933, destrozando el trombón. Quintana tenía cincuenta años y había compuesto cincuenta sardanas, aunque sólo había conseguido estrenar una docena. Ahora vivía de recuerdos, con alguna que otra lágrima. Chelo Rosselló se convirtió para él en el Ángel Anunciador. "Pero ¿es posible que se hayan acordado de mí? ¿Cómo…? ¿Que debo tutearla? ¡De ningún modo! ¿No comprende usted que me ha salvado? ¡Sí, sí, me ha salvado! ¡Ustedes me han salvado!".

También Gracia Andújar pegó un brinco alegre al enterarse de lo de las Danzas. Era ágil, estilizada. Su padre, el doctor Andújar, le advirtió: "De todos modos, no comprendo que a tu edad puedas ser instructora. Soy partidario de la juventud; pero sin exagerar… Además -añadió- no olvides que por las tardes te necesito en mi consulta. Lo primero es lo primero".

Quedaron pendientes de resolución muchas cosas, entre ellas las clases de mecanografía, la sección de deportes, etcétera. Pero todo iría haciéndose, poco a poco, pese a la opinión de Esther, quien afirmaba, parodiando lo que Ignacio le dijera en cierta ocasión a Pilar, que en Cataluña las mujeres habían nacido para cultivar rosas y no para lanzar flechas.

Pilar, dolida porque, por el hecho de casarse, Marta la borraba prácticamente de la lista (Marta le dijo: "No seas boba. Tendrás otras obligaciones, ya lo verás"), sostuvo con su "futura cuñada", según costumbre, una larga conversación, durante la cual empezaron hablando de las consignas de Madrid y acabaron, también según costumbre, hablando de amor.

Pero esta vez no se refirieron sólo a Mateo y a Ignacio sino también al hermano de Marta, a José Luis.

– ¿Sabes lo que me ha dicho María Victoria en la Delegación Nacional? Que se está cansando de mi hermano. Que es demasiado serio. Ya sabes lo que le gusta a María Victoria chunguearse. Pues, por lo visto, José Luis en las cartas no le habla más que de sus trabajos en Auditoría… y de su dichoso Satanás. Claro, es lógico que una mujer desee que la halaguen un poco, que le hablen de otras cosas.

Marta, al advertir la expresión de Pilar, añadió, sonriendo con tristeza:

– Sé lo que estás pensando… Aceptado. Yo soy también Martínez de Soria. Sí, reconozco que actúo peor aún que mi hermano…

Pilar quería tanto a Marta que, a riesgo de lastimarla, estuvo a punto de hablarle de Ana María… Pero a lo último hizo marcha atrás y se limitó a decirle más o menos lo de siempre: que Ignacio necesitaba también, como María Victoria, que lo halagasen, que se ocupasen estrictamente de él, "sobre todo en ese trance crucial que el muchacho estaba viviendo y en que podía decidirse su futuro".

– Corréis el peligro de echar a perder uno y otro algo que podía ser muy hermoso. Ignacio te necesita, Marta… Le ocurre algo, no sé exactamente qué. ¡Bueno, sí lo sé! Piensa demasiado… Se le están derrumbando creencias que hasta ahora lo sostenían. Y tú debes ser su apoyo. Eres la única persona que puede influir en él, si obras con tacto y con cariño. Sobre todo esto último, Marta, es primordial. El cariño es la única arma contra la que Ignacio no puede luchar…

Marta asintió. ¡Estaba todo tan claro! Pero era tonta de capirote. Amaba a Ignacio con todo su corazón, pero fallaba lastimosamente en los pequeños detalles. Aunque era preciso reconocer que el chico no era nada fácil. En cuanto a ayudarlo en eso que se le estaba derrumbando, el problema era serio. "No creo que a base de cariño logre convencerlo de que el maná fue un alimento bajado del cielo y que el Papa es infalible".

– Además -continuó Marta-, los hombres son como son. Tú has tenido una suerte inmensa con Mateo; a veces me pregunto si no lo habrás hipnotizado. Pero fíjate en José Luis. ¿Hubieras imaginado nunca que, teniendo a María Victoria, perdiera los sesos por tu prima?

Pilar, al oír esto, olvidó el resto y puso una cara al borde del colapso.

– ¿Qué estás diciendo?

– Lo que oyes… Está loco por ella. No se atreve a acompañarla… porque no, claro. Y además porque la chica sale con ese futbolista, con Pachín. Pero no exageraré si te digo que nunca mi hermano había gastado tanto masaje y tanta agua de colonia como desde que Paz está en el mostrador de Perfumería Diana.

Pilar estaba tan irritada, que no acertaba a hablar. ¡José Luis! ¡Vieja guardia de Falange, oficial del Ejército, hermano de Marta!

– Pero ¿qué tendrá esa mujer, Marta, qué tendrá?

Marta se acarició el flequillo, que tanto gustaba a Ignacio.

– Que es muy guapa, Pilar… No les des más vueltas. Y los hombres, ya sabes, son así.

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