CAPÍTULO XVII

El día 23 de agosto, el periódico Amanecer y la emisora local anunciaron a la población que Alemania y Rusia acababan de firmar, en Moscú, un pacto de No Agresión. Los términos de dicho pacto no dejaban lugar a dudas. "Las dos partes signatarias, Alemania y Rusia, se comprometen a abstenerse de cualquier acto de fuerza, acción agresiva o ataque abierto entre sí, tanto individualmente como en colaboración con otras potencias". Asimismo "ambas partes signatarias se comprometen en lo futuro a mantenerse continuamente en contacto e informarse mutuamente de todas las cuestiones relativas a sus intereses comunes".

La noticia dejó de una pieza a los gerundenses. ¿Cómo era posible? Durante meses la Delegación de Propaganda, por mediación de Mateo, no había cesado de proclamar que si Alemania e Italia realizaban un gigantesco esfuerzo bélico, dedicándose a la fabricación masiva de armas, ello lo hacían "para evitar que el "oso moscovita" se lanzara al ataque contra la Europa Occidental y se apoderara de ella y, ¡otra vez, de España!". Es decir, exactamente la tesis defendida por el Gobernador en el viaje que realizó en su coche a Barcelona, a esperar al conde Ciano. ¿Qué había ocurrido? ¿Qué significaban "la información mutua, los intereses comunes", etcétera?

Amanecer y horas más tarde La Vanguardia daban detalles complementarios. Las gestiones habían sido llevadas a cabo por Von Ribbentrop, cuya estancia en Moscú no había durado más de veinticuatro horas, lo que significaba que todo había sido preparado con larga y secreta anticipación. Los diplomáticos alemanes y rusos -éstos capitaneados por Molotov, nombre que significaba "martillo"- habían brindado con vodka y con espumoso de Crimea en franca camaradería. Ello quedaba muy claro en las fotografías ilustrativas, en las cuales aparecía inevitablemente Stalin, un Stalin sonriente y astuto, enviando sus mejores saludos al Führer alemán, "al que deseaba largos años de vida".

El asombro de la población tenía escasa importancia, pues "el sistema orgánico de información" se encargaría de encontrar las explicaciones adecuadas. Pero ¿y el asombro de José Luis Martínez de Soria, y el de Marta, y el de Mateo, ¡y el del Gobernador!? ¿Y el asombro de Ciano -y acaso el del propio Mussolini- dado que, al parecer, los alemanes no se habían tomado la molestia de informar a Italia acerca de su propósito?

Las cabalas eran para todos los gustos. Mateo, que abandonó el Campamento y se trasladó a Gerona, le dijo a Pilar: "Tal vez Hitler no se sienta preparado todavía para luchar contra Rusia y haya querido ganar tiempo". El Gobernador, camarada Dávila, que se había lastimado un dedo, cuya venda se acariciaba constantemente, le dijo a María del Mar, ésta sobre ascuas: "Tal vez Hitler necesitara, para sus planes inmediatos, tener las espaldas guardadas en el Este, tener la seguridad de que Rusia no atacaría sus fronteras". Mosén Alberto, mientras limpiaba la calavera recibida de Ampurias, cabeceó doce veces consecutivas, una por cada apóstol, y comentó: "El diablo anda metido en esto". El único que no pareció sorprenderse fue el padre Forteza. "¿A qué extrañarse? -les dijo a Alfonso Estrada y al resto de los congregantes, que fueron a consultarle a su celda-. Diga lo que diga Hitler, el nazismo y el comunismo tienen muchos puntos de contacto. Sus diferencias son de matiz, no sustanciales".

Al profesor Civil le hubiera resultado fácil explotar su triunfo, llamar al Gobernador y decirle: "¿Y sus parrafadas sobre la buena fe mesiánica del Führer? ¿Por qué no se decide usted de una vez a hacerles caso a los viejos "intelectuales" que han rebasado los sesenta años?". Pero el profesor Civil no era vanidoso. Se limitó a sentir miedo -aquellas sonrisas de Stalin le dieron miedo- y a continuar preguntándose en qué andaría metido, en Barcelona, su hijo Carlos, cuya actitud no acabó de gustarle.

Tocante a las repercusiones de aquel Pacto, eran imprevisibles. El general Sánchez Bravo tuvo la secreta impresión -que no comunicó más que a los capitanes Arias y Sandoval, por los que sentía marcada preferencia- de que el beneficiario de aquella alianza iba a ser Stalin. "Ahora Hitler sentirá la tentación de provocar más aún a las democracias. Y eso es lo que Stalin debe de estar deseando: que Occidente se despedace por su cuenta". Argumento malicioso y preñado de dureza, que coincidió extrañamente con las justificaciones que Cosme Vila, en Moscú, y Gorki, en Toulouse -tan asombrados como las autoridades gerundenses-, recibieron de parte de sus jefazos comunistas.

El Gobernador de Gerona, camarada Dávila, se inquietó. Aquello no le gustó ni pizca y, al enterarse de la opinión del general Sánchez Bravo, se llevó a la boca un caramelo de eucalipto y le comunicó a 'La Voz de Alerta' que quería tomar parte en el próximo concurso de Tiro de Pichón. Tenía ganas de disparar, no contra alguien, pero sí contra algo! 'La Voz de Alerta', en vez de tranquilizarlo, remachó la opinión reinante. "De acuerdo, querido Gobernador. Queda usted inscrito para la próxima tirada. Pero ello no impedirá que Hitler, con el pretexto del corredor de Dantzig, declare antes de un mes la guerra a Polonia, a Francia e Inglaterra".

El doctor Chaos sostuvo un largo diálogo con su perro, al que llamaba Goering en gracia a sus gustos aristocráticos. El doctor sabía que Hitler había repetido hasta la saciedad que los tres enemigos del III Reich eran el comunismo, los judíos y la Iglesia Católica, simbolizada ésta por los jesuítas. ¿Firmaría también el Führer un pacto con el Gran Rabino y con el general de la Compañía de Jesús? No era de prever. Hablando con Manolo y Esther, que habían invitado al doctor a pasar el fin de semana en la casa que el matrimonio había alquilado en Palamós, dijo: "En el fondo, este Pacto es lógico. Los antepasados de Hitler, a partir de 1600, fueron labriegos, es decir, astutos; y su padre era funcionario de Aduanas en la frontera de Baviera, lo que le ha dado el gusto de jugar con la geografía. Ya sabéis la importancia que yo concedo a las leyes de herencia. Estas combinaciones le gustan al Führer tanto como a nuestro Gobernador le gusta jugar al ajedrez con los alcaldes".

Manolo y Esther no se habían tomado la cosa tan a la ligera, pues ni siquiera admiraban del nazismo, como era el caso del doctor Chaos, los sistemas de investigación científica. Estaban enfurecidos, lo que favorecía escasamente la natural belleza de Esther. "No, no, la jugada de Hitler es sutil y digna de un maligno jugador de póquer. Confirma nuestra tesis: es un hombre impulsivo, pero también calculador. Todo lo que sea asustar a Inglaterra y a Francia le divierte. Por desgracia, lo que hace es siempre de mal gusto. No puede borrar de su pasado el haber sido pintor de brocha gorda".

En el Café Nacional, ¡cómo no!, hubo comentarios por todo lo alto. Comentarios que cortó en seco Matías llamando al camarero Ramón y diciéndole, al tiempo que le entregaba Amanecer y La Vanguardia: "Toma. Llévate estos papeles al lavabo y tráeme ese Tebeo que, cuando yo entré, escondiste detrás del mostrador".

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