CAPÍTULO LXII

Llegó el otoño a paso de tortuga. El verano se resistió a morir. Todavía los rayos del sol doraban las fachadas, pero a la noche refrescaba y, según el general, experto en la materia, numerosas estrellas se eclipsarían para no reaparecer ya hasta la primavera.

Fue un final de septiembre ventoso. Los hilos telegráficos silbaban; Goering, el perro del doctor Chaos, estaba nervioso; los árboles en el bosque se encrespaban como pidiendo el milagro de la lluvia que haría brotar setas, algunas de ellas, venenosas. Desaparecieron los carritos de helados. Las farmacias anunciaron toda suerte de remedios contra el catarro, y el aprensivo Marcos compró en una de ellas tres cajitas de pastillas del doctor Andreu, con el pretexto de que dejaban buen sabor de boca. En Amanecer volvieron a publicarse los anuncios de los sucedáneos del carbón. Los maniquís en los escaparates de confección se pusieron abrigos y bufandas. La Andaluza comentó: "La cuesta de octubre es mala. Luego, con las Ferias -si no hay inundación-, la cosa vuelve a animarse".

Todo el mundo regresó a Gerona, a imitación del Gobernador y familia. Adela fue la primera. Sola en el piso, de pronto estiraba los brazos como desperezándose, ahíta de felicidad, frente a una fotografía de Playa de Aro. Su instinto tenía memoria.

Manolo, tal como estaba previsto, fue a Jerez de la Frontera, pasó allí tres días justos y regresó con los chicos, con Esther… y con la madre de ésta. La madre de Esther, familiarmente conocida por Katy, se empeñó en ir a Gerona. "Puedo quedarme con vosotros hasta Navidad. Aunque si os molesto, me echáis…" A Manolo, que no se llevaba muy bien con su elegante suegra, porque era muy entremetida y de talante pesimista -Manolo decía de ella que lo que más le gustaba eran los funerales-, le pareció que Navidad estaba al final de los tiempos… Pero sonrió y dijo: "¡No faltaría más!".

Ignacio conoció a la madre de Esther. Y le dijo a Manolo:

– Mi querido jefe, creo que tus escapaditas nocturnas se han terminado, hasta nueva orden…

– ¡Oh, desde luego! -exclamó Manolo, acariciándose la barbita.

El doctor Chaos regresó también. Ese año no se había ido a ningún hotel de la Costa Brava. Se fue a las Islas Baleares, llevando incrustado en la mente el consejo que le diera el doctor Andújar: "Intenta con otro tipo de mujer distinta de Sólita, más joven y de formas más suaves". El doctor Chaos hizo todo lo contrario: claudicó. Se lió, en Palma de Mallorca, con un marino de veinte años, que le aceptó incluso dinero. De ahí que su vuelta a Gerona llevara el signo del bochorno personal. Porque además se había dado cuenta de que un cambio se había producido en él, de que ya no cedía impunemente a su anormalidad. Se había quedado en tierra de nadie. Por suerte, en Gerona se encontró con que la Clínica rebosaba de enfermos y el trabajo le ocupó muchas horas. Aunque en el quirófano, sin Sólita -¿qué estaría haciendo ésta en Rusia?-, se sentía desamparado.

El doctor Andújar lo llamó e insistió:

– Debes procurar curarte. ¡Hazme caso! ¡Prueba con otra mujer!

Nada que hacer. A los pocos días el doctor Chaos encontró en Gerona su nuevo efebo: un soldado del mismo pueblo que Nebulosa, al que sus compañeros llamaban "la Rosarito".

'La Voz de Alerta' y Carlota regresaron dos días más tarde que el doctor Chaos. Regresaron de Puigcerdá tostados por el sol de la montaña y, apenas reinstalados en la casa, Carlota le planteó a su marido el problema de la esterilidad. 'La Voz de Alerta' no tuvo más remedio que someterse a una minuciosa exploración en la consulta del doctor Morell, quien diagnosticó que el alcalde necesitaba de una ligera intervención quirúrgica.

– ¿Está usted seguro, doctor?

– Completamente.

– ¿Y quién puede encargarse de eso?

– El doctor Chaos.

¡Por los clavos de Cristo! 'La Voz de Alerta' se negó en redondo.

– De ningún modo. Iré a Barcelona… Carlota lo miró comprensiva.

– De acuerdo, cariño. Donde tú quieras. Pero que sea pronto…

Días después regresó Agustín Lago.

Agustín Lago, aparte unos días de descanso en Altea, donde se dedicó a respirar aire puro y a leer a García Morente, lo que le fue muy provechoso, decidió recorrer el Sur, Andalucía: Granada, Jaén, Sevilla y, por descontado, el litoral, desde Almería hasta Huelva. Huelva lo acongojó, especialmente por las condiciones en que trabajaban los mineros de Riotinto y porque le dijeron que por allí había leprosos. ¡Leprosos en España! Pero lo que más lo impresionó fue la desértica tierra almeriense. Pensó que Almería era un pedazo de África que, en alguna noche de pesadilla geológica, se desgajó de aquel continente, Dios sabría por qué.

Al regreso se detuvo en Barcelona, a instancias de Carlos Godo. ¡Qué inteligente hombre! Afirmaba que en los años próximos la arquitectura sufriría un cambio profundo, bajo la presión del crecimiento demográfico -las guerras terminaban un día u otro- y de la necesidad de emplear material más barato. También afirmaba que Agustín Lago vivía en Gerona demasiado solo… y que por esta razón, además del deber apostólico y del deber profesional, le urgía atraerse allí algún amigo para el Opus Dei. "Hemos de ensanchar nuestro campo, Agustín. Y nuestra vida personal es corta…"

Agustín Lago llegó a Gerona con esta idea en la cabeza. ¡Atraerse un amigo para la Obra! A lo primero pensó en Alfonso Estrada, presidente de las Congregaciones Marianas; pero Alfonso Estrada se había ido lejos, a Rusia… ¿A quién podría dirigirse, pues? Evocó unos cuantos nombres: el ex alférez Montero, Miguel Rosselló, Mijares, Ignacio Alvear… ¡Ah, cuan difícil era abrir brecha! El Opus Dei exigía mucho y daba poco. Era una suerte de compromiso directo entre el alma, la persona y Dios.

Ignacio había llamado la atención de Agustín desde el primer momento. Pero, entre todos, parecióle el más inabordable. ¡Bueno, tal circunstancia no lo amilanó! Todo lo contrario. Era una suerte de reto… estimulante. Y la Gracia estaba ahí, esperando. ¡Si consiguiera captar al muchacho! Sería el tipo idóneo para iniciar la cadena.

Agustín Lago decidió: "El Señor, cuando lo considere oportuno, me indicará el modo de llamar a su puerta".

Decidió eso, por cuanto de momento le había salido al paso una íntima dificultad: la sirvienta de la pensión, que se había dado cuenta de que Agustín se estremecía al verla y que, muy coqueta, le preguntaba a diario: "¿Le he hecho bien la cama al señorito?".

Latigazo de la carne. Lección de humildad. Agustín Lago se sumergió en la meditación de Camino, donde pudo leer: "Por defender su pureza. San Francisco de Asís se revolcó en la nieve, San Benito se arrojó a un zarzal, San Bernardo se zambulló en un estanque helado… Tú ¿qué has hecho?". El pensamiento lo consoló sólo a medias, pues en Gerona no había nieve ni estanque helado, y por su parte él no se sentía con ánimo para arrojarse a un zarzal…

¿Y el próximo curso escolar? ¿Y los maestros? ¡Ay, también ese asunto presentaba mal cariz! De Madrid seguían diciéndole: "Paciencia, Inspector, paciencia. ¿No comprende que España ha estado abandonada durante siglos?".

Tal abandono era cierto. Pero ¿podía esgrimirlo como argumento ante quienes en la provincia confiaban en su gestión? Pobres maestros… El verano había sido ruinoso para ellos. Con él se les acabaron las "permanencias" y la cuota mensual que, al igual que en toda Cataluña, percibieron por cada alumno durante el curso anterior. Cobraron la paga limpia, por lo que en su mayor parte anduvieron mendigando traducciones o clases particulares, a semejanza de los maestros depurados, cuya papeleta también había resuelto… sólo a medias. Amanecer se llenó de anuncios que decían: "Preparación de Bachillerato. A domicilio". "Repaso de asignaturas. A domicilio". "Lecciones de latín y de francés". Uno se anunció: "Aproveche el verano para reformar su letra. Tener buena letra es indispensable para triunfar".

Agustín Lago, al leer dichos anuncios, había sentido pena en el alma. Y ahora, con el próximo curso en puertas, muchos titulares habían decidido sencillamente nombrar un sustituto, lo que les permitiría buscarse otro trabajo que les rindiera más. Otros habían obtenido del médico baja por enfermedad. Otros se mostraban dispuestos a organizarse de tal modo las clases que pudieran entretanto corregir pruebas de imprenta…

¿Qué autoridad moral tendría para prohibir semejantes abusos? Grave responsabilidad…

Los hermanos Costa dieron también por finalizado el veraneo de sus esposas. Fueron a buscarlas a Palamós y, el día señalado, 30 de septiembre, Carlos Civil hizo entrega oficial a las autoridades, en nombre de Emer, de la nueva cárcel levantada en el pueblo de Salt, cárcel cuya solidez había merecido los elogios del capitán Sánchez Bravo.

La inauguración de dicho edificio, contra lo que hubiera podido suponerse, pasó casi inadvertida. Sólo se enteraron del acontecimiento los familiares de los detenidos; al revés de lo que ocurrió con la inauguración, el mismo día, del Cine Ultonia, que despertó la curiosidad de toda la población.

Pero el caso es que la nueva cárcel existía. Y que el día 2 de octubre, por la noche, se inició el traslado de los mil presos que quedaban en el Seminario, el cual por fin quedaría vacío y a disposición del prelado de la diócesis. Dichos presos fueron trasladados en camiones y no faltaron quienes, en el momento de subir al vehículo correspondiente, sintieron un nudo en la garganta, ante el temor de que el chófer emprendiera el camino del cementerio… Pero no fue así. Y al darse cuenta de que en efecto no había trampa y se dirigían al pueblo de Salt, casi gritaron de gozo, bajo las estrellas. ¡Recorrer, aunque fuese por unos minutos, las calles! ¡Sentir cómo el oxígeno de la libertad -oxígeno sin tapias alrededor- penetraba en sus pulmones! ¡Qué hermosas eran las fachadas, los faroles! ¡Qué emoción ver la silueta de los serenos y cómo les agradecieron a los noctámbulos que hubieran permanecido dialogando en las esquinas!

Lástima, eso sí, que el trayecto no lo hubieran hecho a la luz del día… Ello les hubiera permitido ver las tiendas, y los cafés, ¡y cuerpos de mujer! Algunos de los reclusos llevaban ya más de dos años sin salir. Los huesos les dolían con el traqueteo del camión. Los más indiferentes fueron los que redimían penas trabajando. Éstos estaban ya acostumbrados al exterior y les decían a los otros: "No seáis mentecatos. Lo único que veríais de día serían los carteles de la Falange".

El señor obispo, una vez bendecida la nueva cárcel, se trasladó al Seminario para tomar posesión de él. Lo asustó el hedor, el hedor que brotaba de las paredes, de los waters… ¿Cómo era posible que aquello hediera tanto si las rejas dejaban pasar el aire? Las celdas de los condenados a muerte olían a paja y a blasfemia. ¡Cuánto trabajo costaría acondicionar aquello, convertirlo en un edificio digno de las nuevas hornadas de seminaristas que allí deberían estudiar y santificarse!

El otoño devolvió también a la sensacional Paz Alvear al mostrador de Perfumería Diana, puesto que la Gerona Jazz terminó con sus compromisos. Como se dijo, la campaña de la orquesta había sido gloriosa, y además en el piso de Paz, recién estrenado, había ya los muebles indispensables; pero la muchacha vivía unos días de una violencia interior que la retrotraía a la época de Burgos.

Pachín se había ido… Había fichado, como estaba previsto, por el Barcelona Club de Fútbol. El muchacho asturiano se desplazó a Gerona para discutir el asunto con Paz; pero desde el primer momento ésta se dio cuenta de que la decisión era firme en la mente de Pachín. Por otro lado, las razones que él aducía eran sólidas. Barcelona era su oportunidad… Podía llegar a vestir la camiseta de internacional… Y en tres o cuatro años podía amasar una buena cantidad de dinero que les permitiera casarse con holgura. "¿Te das cuenta? Tengo veintidós años… ¡Me parece estar soñando!".

¡Tres o cuatro años! Paz se enfureció.

– ¡Me voy contigo a Barcelona! También allí encontraré una orquesta y una perfumería…

Entonces Pachín se colocó a la defensiva. Apenas si se tomó la molestia de dulcificar el tono.

– Sé razonable, mujer. Aquí tienes a tu tío Matías y a Ignacio. Y yo allí me deberé a mi Club… Ten un poco de paciencia. Y cuando llegue la hora, haremos las cosas como es debido.

Paz comprendió. Y se mordió los labios hasta casi hacerlos sangrar. Pachín ensayó entonces una sonrisa e intentó abrazar a la muchacha, pero ésta se le resistió. "Me das el esquinazo, ¿eh? Como si fuera una palurda de pueblo. ¡Te juro que no va a serte tan fácil!".

Fue una escena violenta, que terminó en llanto por parte de Paz. Llanto que Pachín contempló colocado en jarras, como un jugador en el momento de aguardar el comienzo del partido.

Pero al día siguiente Pachín se marchó… y Paz se quedó sola, con una gran sensación de desconcierto. Y de nada le sirvió que Dámaso, en la Perfumería Diana, le dijera: "Pero ¡mujer! ¡Si con tu tipejo puedes aspirar a lo que quieras!". El amor propio de la muchacha seguía susurrándole al oído planes de venganza.

La Torre de Babel, al enterarse de que Pachín se había ido "así por las buenas", le dijo a Padrosa:

– Ahora quien se lanzará al ataque seré yo…

Padrosa, mientras mordía su clip de turno, comentó:

– Te deseo mejor suerte que la que yo he tenido con Silvia. ¡Y eso que he llegado a prometerle un acorazado!

La Torre de Babel señaló el letrero de Agencia Gerunda y contestó:

– Agencia Gerunda lo resuelve todo…

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