CAPÍTULO XIV

Confirmóse que el conde Galeazzo Ciano, Ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno fascista italiano y yerno de Mussolini, llegaría a Barcelona el día 10 de julio. La consigna de Madrid fue: "El recibimiento ha de ser apoteósico".

Mateo puso manos a la obra y desencadenó un alud de propaganda como no se recordaba otro igual. "¡Todo el mundo a Barcelona! ¡Gerona ha de dar ejemplo! ¡Hay que llenar dos trenes especiales y todos los autocares que hagan falta!".

Pronto se vio que la provincia respondería, como siempre, a la llamada. Continuamente llegaban a Falange inscripciones de los pueblos. Al propio tiempo, en la Sección Femenina se confeccionaban escudos e insignias con los retratos de Franco, de Mussolini y de Hitler y se preparaban ramos de flores, uno de los cuales sería entregado personalmente por Marta al conde Ciano. Los chicos de las Organizaciones Juveniles se calaron la boina roja y ensayaron varias veces los himnos de rigor, sobre todo 'Cara al Sol' y 'Giovinezza'. En cuanto al Gobernador Civil, camarada Dávila, publicó un mensaje en Amanecer que terminaba diciendo: "Será una jornada histórica".

Llegó la jornada histórica. Las altas jerarquías emprendieron temprano el viaje, en dos coches oficiales -el del Gobernador y el de Mateo-, con temblorosas banderitas en el radiador. La enfervorizada masa salió más temprano aún, acomodada en varios autocares y, por supuesto, en dos trenes especiales, la mayor parte de cuyos vagones, por obvios motivos de escasez de material, eran de ganado. Marta, dando ejemplo, quiso ir con sus subordinadas en uno de esos vagones, acompañada por Pilar, por Asunción, por las delegadas locales de algunos pueblos y por las hermanas Rosselló. Vagón asfixiante, que olía a cordero, pero en el que todo serían canciones y buen humor.

En el coche del Gobernador, que conducía el camarada Rosselló, iban nada menos que el doctor Chaos, el profesor Civil y 'La Voz de Alerta'. En el coche de Mateo iban José Luis Martínez de Soria, Jorge de Batlle, el capitán Sánchez Bravo, ¡y mosén Falcó, en representación del señor obispo! Ignacio, por esa vez, no estaría presente en el patriótico acto… La víspera se había trasladado a Perpiñán, en compañía del coronel Triguero.

El Gobernador, cuyo potente coche se despegó en seguida -Mateo, a la salida de Gerona, al verlo salir zumbando, sacó la mano por la ventanilla y dijo "abur"- se sentó como solía hacerlo: echando el estómago para atrás, al objeto de reforzar sus músculos abdominales.

No era casual que los ocupantes del coche del Gobernador fueran precisamente los citados. Uno de los ejercicios favoritos del camarada Dávila era éste: reunir, en lo posible, a unas cuantas personas inteligentes, con las que poder dialogar sobre lo divino y lo humano.

En tal ocasión no cabía la menor duda de que se despacharía a gusto. ¡"'La Voz de Alerta'"! ¡El doctor Chaos! ¡El profesor Civil! En conjunto, representaban un importante sector de la intelectualidad gerundense, aunque cada cual a su modo. 'La Voz de Alerta' era el énfasis, no exento de precisión; el doctor Chaos, la agudeza, con un punto de crueldad; el profesor Civil, la voz de la experiencia.

El Gobernador se sentía tan a sus anchas, que empezó repartiendo suspiros de satisfacción y caramelos de eucalipto. "¿No vamos todos a Barcelona a aplaudir al conde Ciano? ¡El eucalipto, si no estoy mal informado, simboliza precisamente la gratitud!". Todos aceptaron con agrado, excepto Miguel Rosselló, que dijo: "Perdona, pero esos dichosos caramelos huelen a demonios".

Sí, tal vez el camarada Rosselló iba a constituir la nota violenta. Se le veía concentrado en el volante. Desde que su padre había sido juzgado, continuaba cumpliendo con sus obligaciones, pero no hablaba apenas y si lo hacía era con acritud. Por otra parte, la mañana se alzaba gloriosa en la carretera y en los campos, y resultaba difícil sustraerse al encantamiento. Algunos pueblos habían repuesto ya las campanas en la torre de la iglesia y los árboles del trayecto decían, una letra en cada árbol: "Gibraltar para España". El camarada Rosselló usaba guantes para conducir, pese al calor. Había comprobado que sin ellos las manos le resbalaban. Y por supuesto, estimaba que fumar conduciendo era también peligroso. De modo que avanzaba prietos los labios, sólo emitiendo de tarde en tarde algún que otro silbido.

Llegados a Fornells de la Selva, el Gobernador optó por empezar a hablar de lo humano. Se dirigió al profesor Civil y le preguntó por su esposa, a la que más de una docena de veces había prometido visitar.

– Profesor, si no es indiscreción, ¿cuál es exactamente la enfermedad que aqueja a su esposa?

El profesor Civil tosió, como si la pregunta lo hubiera azorado.

– ¡Bueno! Mi esposa… pasó mucha hambre. Es difícil explicar lo que le ocurre. Pero el doctor Chaos me ha dado esperanzas. Me ha dicho que se pondrá bien. El doctor Chaos asintió con la cabeza.

– ¡Claro que se pondrá bien! No es nada grave. El Gobernador le preguntó luego si era cierto que, durante su estancia en la cárcel, en período 'rojo', grababa con la uña "cruces" en la pared encalada.

– Pues sí… -aceptó el profesor-. Era un truco corriente… Grabar esas cruces nos servía de consuelo y contra ellas los milicianos no podían hacer nada.

El Gobernador observó que el profesor Civil llevaba todavía larga, sin recortar, la uña del pulgar, como algunos taponeros. Intervino 'La Voz de Alerta'.

– ¿Sabe usted, profesor, la suerte que han corrido esas cruces que usted marcó?

– No… ¿Qué ha pasado?

– Los detenidos del Seminario han rectificado sus extremidades y las han convertido en hoces y martillos… Naturalmente, utilizando también las uñas.

El profesor Civil se quedó estupefacto. El doctor Chaos contrajo la frente y, al hacerlo, su boca tomó la desagradable forma de un piñón.

El doctor Chaos aprovechó la ocasión para comentar, en tono más bien jocoso, que los españoles eran agresivos por naturaleza. "Durante la guerra se lanzaron más "mueras" que "vivas" y, según los observadores militares extranjeros, nuestros soldados demostraron ser mejores atacando que defendiendo".

El Gobernador, a quien se le había metido en la cabeza la desazonante idea de que su hijo Pablito hacía algunos gestos idénticos al doctor Chaos, dijo:

– Serían observadores ingleses o franceses, supongo… El doctor Chaos miró con aire divertido a su interlocutor. En ese preciso instante cruzó veloz, casi rozándolos, un camión, y el camarada Rosselló, asomando la cabeza por la ventanilla, gritó: "¡So bruto! ¡Carcamal!". El exabrupto del muchacho fue tan espontáneo que el doctor Chaos miró a todos como diciendo: "Huelgan comentarios".

'La Voz de Alerta' se quitó las gafas de montura de oro y limpió los cristales con una gamuza que llevaba a propósito.

– Mi criada, Montse -explicó, imprimiendo al diálogo un viraje inesperado-, define muy bien eso de la agresividad. Cuando una persona le desagrada, dice: "Nada más verla, me entran dolores aquí". Y se toca el vientre.

El doctor Chaos soltó una carcajada. Miró a 'La Voz de Alerta'.

– Amigo mío, ¿puedo preguntarle si siente usted con frecuencia dolores en el vientre?

'La Voz de Alerta' se puso con calma las gafas y con calma devolvió la mirada al doctor.

– Pues sí… -aceptó. Y seguidamente, plagiándolo, repitió-: ¿Cómo lo ha adivinado usted?

El doctor Chaos volvió a encogerse de hombros.

– Uno de los deberes de todo médico es diagnosticar con rapidez.

Aquel peloteo hacía las delicias del Gobernador. ¡Oh, sí, el viaje iba siendo tal y como lo imaginó! Lástima que la anormalidad sexual del doctor Chaos le resultara ahora tan evidente. Sin embargo, ¿por qué tomárselo a la tremenda? Recordó las palabras de María del Mar, su esposa, al enterarse de ello. María del Mar lo encontró divertido. "Conque, ésas tenemos, ¿eh? Deberías organizarle un cursillo en la Sección Femenina".

– Doctor Chaos -intervino el Gobernador, sacando su tubo de inhalaciones-, puestos a diagnosticar con rapidez, ¿a qué atribuiría usted que el conde Ciano, en su último viaje a Berlín, se resistiera a cuadrarse ante la estatua del Hombre Alemán desnudo?

El doctor Chaos sonrió. Sonrió con naturalidad extrema.

– Muy sencillo -contestó-. Complejo de inferioridad…

– ¿De inferioridad? ¿Por qué?

– El conde Ciano, como buen meridional, es bajito…

Llegados al pueblo de Arenys de Mar, coincidieron con una concentración de autocares que se dirigían también a Barcelona a esperar al conde Ciano. Ello y el enorme lienzo que cruzaba de parte a parte la carretera y que decía: "¡Viva Franco! ¡Viva Mussolini! ¡Viva Ciano!" -los "muera" no aparecían por ninguna parte- hizo que los cinco viajeros se enfrascaran en un apasionado diálogo en torno al tema del día: los sistemas totalitarios. De hecho, cada uno hizo algo así como una declaración de principios.

Fue el Gobernador quien abrió el debate, mostrándose, por supuesto, enteramente identificado lo mismo con el mecanismo de la Italia fascista que con el de la Alemania nazi. "Algo tendrán, ¿verdad? Progresan a un ritmo históricamente desconocido hasta ahora".

En su opinión, una de las aportaciones más destacables de estos sistemas era lo que sus adversarios llamaban "politizar" la cultura, pero que él definía como "elevar las cosas que afectaban a la Patria al nivel que pudieran tener las Matemáticas, la Gimnasia o la Química".

– ¿Es que la cultura ha de ser neutra? Yo opino que no. Me parece muy bien que se enseñe a los chicos dónde está el Ganges y que amor se escribe sin hache; pero al propio tiempo hay que enseñarles lo que la Patria ha sido y, sobre todo, lo que ha de ser. Los pintores antiguos pintaban para la Corte, como muy bien sabe nuestro querido alcalde, ¡y no lo hacían del todo mal! De modo que me parece perfecto que se inculque al pueblo algo más que conocimientos. Por encima de éstos, hay que darle una fe. Aunque ello obligue a prescindir de algún que otro nombre como Voltaire…

– No se trata de instruir, sino de educar -remachó, inesperadamente, Miguel Rosselló.

El Gobernador le miró, sorprendido.

– Tú lo has dicho.

Sí, el camarada Rosselló acababa de romper su obsesivo silencio. ¿Qué le había ocurrido? Tal vez se estuviera cansando de pasarse los días meditando rencores. Tal vez el pensar que vería al conde Ciano le hizo olvidar el Penal. Como fuere, después de declarar, con rotundidad que asombró a todos, que Voltaire le caía gordo, ciñéndose a sus aficiones dedicó una parrafada a los coches de carrera que, a las órdenes de Mussolini, fabricaban los italianos.

– Son los más seguros, los de línea más estilizada y, desde luego, los más veloces -afirmó-. Me pregunto si ello no significa que Italia está dispuesta a llegar muy lejos.

El Gobernador miró de nuevo a su secretario, como se mira a un chaval ingenuo y travieso, y prosiguió diciendo que otra de las aportaciones totalitarias dignas de mención era el mantenimiento del orden público. El concepto no era nuevo -él mismo lo había repetido hasta la saciedad-, pero tenía una vigencia trascendental. Las democracias, con su falsa noción de la libertad, invitaban a la masa a transgredir la ley y a alborotar las calles; a alborotarlas frecuentemente con disparos. "Si creemos que todo el mundo tiene derecho a utilizar armas, estamos perdidos. Se empieza por cazar pájaros y se termina cazando a las madres que llevan sus hijos al parque". Mantener la disciplina, el sentido jerárquico, y someter los instintos del pueblo, a la larga creaba un sentimiento de solidaridad apto para cualquier empresa de alta temperatura. El pueblo abandonado a sí mismo desembocaba fatalmente, como quedó demostrado en España, en lo irracional. Aparecían pañuelos rojos, extraños casquetes y se entronizaba el amor libre. Mussolini, a base de policías, estaba a punto de acabar con los bandidos sicilianos y Hitler había conseguido que en Alemania transcurrieran días e incluso semanas sin apenas asesinatos y robos.

– Todo esto es primordial, ¿no les parece? Todos los pueblos necesitan un Moisés que baje del monte con las Tablas de la Ley.

La argumentación del Gobernador parecía convincente y se produjo en el coche un consenso general. ¡La experiencia "republicana" había sido tan catastrófica!

'La Voz de Alerta' fue quien con mayor entusiasmo se adhirió a las manifestaciones del Gobernador. Por algo él luchaba en Gerona para desterrar de las calles "el imperio de las alpargatas". Pero había algo más: los Estados totalitarios creaban grandeza, y este hecho no podía menos de gustar a un hombre de su talante, admirador del Renacimiento. Hitler poseía el sentido de lo colosal, ello no podía negarse; y en cuanto a Mussolini, no le iba en zaga. El atildado alcalde pudo comprobar esa realidad al huir de la zona 'roja' y pasar por Italia. El fascismo estaba edificando en Roma un estadio enteramente de mármol; sustituía por autopistas los caminos de cario; saneaba las zonas palúdicas, ¡y repoblaba incluso de árboles los Apeninos, puesto que Mussolini se había propuesto enfriar un poco el clima del país, por estimar que el calor excesivo invitaba a la pereza! A eso podía llamarse atacar lo fundamental. Y era muy cierto que cinco años de reinado de la plebe no le habían dado a España ni un solo monumento digno de mención, porque las democracias se entretenían en pequeñeces. De acuerdo, pues, con el Gobernador. Se necesitaba un Moisés. Por eso él era monárquico y por eso en el fondo se identificaba mejor con el fascismo italiano que con el nacionalsocialismo alemán, habida cuenta de que aquél había sabido respetar la monarquía. Porque era preciso no olvidar un aspecto de la cuestión: ese Moisés, tan necesario, debía tener "casta"… Los Reyes Católicos la tenían, y descubrieron América. ¿Podía improvisarse la casta? Tal vez sí. A base de genialidad. No cabía duda de que el genio espontáneo existía; ejemplo, Napoleón, que surgió de la nada y que obligó a los arquitectos de París a ensanchar las avenidas confluyentes en L'Etoile hasta cien metros, lo que por entonces parecía una barbaridad.

– Doctor Chaos, ¿puedo hacerle una pregunta?

– Claro que sí…

– ¿Qué profesión tenía su padre?

– Pues… era cirujano.

– ¿Y su abuelo?

– También cirujano. 'La Voz de Alerta' sonrió.

– Ahí está. En usted hay casta. No necesita de la genialidad… La intervención era sutil. El doctor Chaos, al pronto, no supo que contestar. Pero en seguida se animó, pues no era cosa, en aquel viaje, de descender al terreno personal. De modo que olvidó el irónico inciso del alcalde y formuló también su declaración. El doctor Chaos iba sentado en la parte delantera del coche, junto al camarada Rosselló, pero podía dirigirse a sus acompañantes a través del espejo retrovisor.

Su declaración tuvo, naturalmente, un enfoque distinto al de sus predecesores. En primer lugar, su adhesión al totalitarismo arrancaba de su fe en la juventud. Las democracias estaban en manos de gente de edad avanzada; en cambio, los regímenes totalitarios se nutrían de sangre joven. Era un problema, por así decirlo, hormonal. Ahí estaba el conde Ciano, que no llegaba a los cuarenta años y tenía una influencia decisiva en el ámbito de la gran política. Por eso él iba camino de Barcelona, porque quería rendir homenaje a un hombre bajito de estatura, como antes dijo, pero lleno, era preciso reconocerlo, de poder y de ambición. Y en segundo lugar, los totalitarismos tenían fe en lo mismo que él la tenía: en la ciencia, en la técnica y en la especialización… No se cansaría de hacer hincapié en ello, aun a riesgo de escandalizar a muchos. La Alemania del III Reich -él pudo comprobarlo en la zona "nacional", en su contacto con médicos alemanes- era partidaria del trabajo de equipo. En el fondo se trataba de la lógica aceptación del hecho de que cuatro ojos veían más que dos. Confiar el progreso a la intuición de un Newton viendo caer una manzana era absurdo. Hacían falta enormes laboratorios, donde escuadras de hombres estudiosos investigaran en común. El trueque era sensacional y probablemente la mayor conquista de la nueva concepción de la política a que había aludido el Gobernador. El hombre aislado era un ser limitado. Un cirujano no podía efectuar toda suerte de operaciones. Gracias a la nueva orientación, podían preverse descubrimientos en cadena que asombrarían al mundo. Los microscopios eran más eficaces que las novenas a San Antonio. Por eso era él partidario de la selección racial. Sí, lo importante de Hitler no era que disminuyese en su territorio el índice de criminalidad; era que estuviera creando una raza sana, capaz de vivir muchos años. La moraleja de todo ello era clara: el día en que el alcalde de Gerona, amante del Renacimiento, se dedicase otra vez a arrancar muelas cariadas, sería más eficaz que si continuaba haciendo donativos al Asilo Municipal. Una ciudad necesitaba más un buen alcantarillado y un matadero moderno que curvas de emotividad. Los estados totalitarios pisaban firme porque no perdían el tiempo ni cantando salmos ni recitando el libro de Job. La vida era materia y era a la materia a la que había que arrancarle sus secretos. Todo lo demás era brujería, folletín… y esclavitud.

– Profesor Civil, ¿puede decirme cuál era la profesión de su padre?

El profesor, que no había perdido una sílaba, contestó con voz firme, que contrastaba con su figura, sentada humildemente a la derecha del Gobernador:

– Era maestro de escuela.;

– ¿Y su abuelo?

– Campesino.

– Ya… -El doctor Chaos añadió, dirigiéndose a todos-: Señores, mi turno ha terminado.

La atmósfera en el coche era densa. En realidad, la intervención del cirujano había impresionado a todos. Sin embargo, ¡hablaba con tanta frialdad! ¿De verdad el cálculo podía sustituir al sentimiento? ¿Por qué, pues, el doctor le daba terrones ¿e azúcar a su perro, Goering?

Por un momento Miguel Rosselló pareció dispuesto a decir algo; pero se le anticipó el Gobernador. El Gobernador se dio cuenta de que faltaba escuchar allí una opinión: la del profesor Civil, hijo de maestro de escuela y nieto de campesino. Era de prever que sería el único disidente. ¿Por qué no darle una oportunidad, aprovechando que el comisario Diéguez no viajaba con ellos?

El camarada Dávila hizo la invitación en regla y el profesor Civil, mirando por encima de sus gafas como si buscara algo perdido -acaso el sentido moderador-, entró gustoso en el juego, no sin antes acariciarse la blanca cabellera; aquella cabellera que en la cárcel le valió ser tomado por sacerdote, hasta el extremo de tener que escuchar en confesión a muchos compañeros suyos detenidos…

El profesor Civil, de formación clásica, construyó metódicamente su breve disertación. Lamentaba no participar del entusiasmo de la concurrencia. Era persona chapada a la antigua -era más viejo que Ciano- y contra eso no podía luchar. "El doctor Chaos ha sido lapidario en este aspecto y supongo que a ello se debe que no me hayan nombrado embajador, sino simplemente delegado de Auxilio Social".

Desde la perspectiva de sus años, que habían visto y sufrido los pañuelos rojos, los extraños casquetes de los milicianos y los cantos al amor libre, no podía menos de aceptar el planteamiento de que había que imprimir un nuevo rumbo a la sociedad. Ahora bien, ¿qué rumbo? ¿Politizar la cultura, como propugnaba el Gobernador? ¿Levantar estadios de mármol como hacía Mussolini? ¿Lanzarse por las carreteras a ciento ochenta quilómetros a la hora, hazaña que encandilaba a Miguel Rosselló? ¿Deificar la ciencia y la técnica, aceptando la premisa de que la vida era exclusivamente materia?

Algo en su interior se resistía a doblar la rodilla ante los Moisés que bajaban del monte con este tipo de Decálogo. La cultura dirigida entrañaba muchos peligros; entre otros, el de que, en un momento determinado, personas como Einstein emigraban al extranjero. La cultura dirigida acabaría poniéndose al servicio del Estado y no del hombre; y eso era grave, a su entender. El ejemplo más vivo era Rusia -nación también totalitaria-, cuyos dirigentes preferían fabricar ingenieros y no criaturas humanas con toda su complejidad. Claro que la masa era ignorante e incapaz por tanto de gobernarse a sí misma; pero tenía corazón, y el corazón era una realidad tan objetiva como el microscopio, como la Aritmética y como el lugar que ocupaba el Ganges. Por otro lado, extirpar de los cerebros, a base de laboratorios y de trabajo de equipo, los salmos y las curvas de la emoción, y llenarlos luego de máquinas y de fórmulas, era quimérico y arriesgado y, en definitiva, sustituir un dios débil, Pero consolador, por otro dios cuadriculado pero triste. Él era humanista, siempre lo fue. Creía en los goces pequeños y humildes. Se sentía más a gusto en el barrio antiguo de Gerona, sobre todo de noche, que rodeado de altas chimeneas, aunque el sol rebotara en ellas. En su casa no tenia siquiera teléfono Y no se decidió a comprarle a su mujer una plancha eléctrica hasta tanto no se convenció de que el artefacto no hacía el menor ruido. ¡Todo ello era risible! Aceptado. Ahora bien, ¿y la posibilidad de sentarse en una butaca y ver mecerse la hierba? ¿Tendrían tiempo los ingenieros que centraran su ilusión en el progreso de sentarse en una butaca y de ver mecerse la hierba? ¿Y el espíritu, no existía el espíritu? Cristo habló de la mansedumbre, lo que no le impidió realizar milagros más espectaculares que los de los médicos alemanes en la zona "nacional". Mantener el orden público… ¡De acuerdo! ¡Que el general Sánchez Bravo viviera muchos años! Pero colocar un policía al lado de cada alma era una agresión; una agresión, y un despilfarro para el Ministerio de Hacienda… Inculcarle una fe al pueblo… ¡Santa consigna! Pero una fe en algo que fuese perdurable; por ejemplo, en la Revelación y en la tranquilidad de conciencia. ¿Podría estar tranquilo de conciencia quien eliminara a los débiles, en nombre de una raza mejor? La tierra no sería nunca un paraíso. Mientras hubiera un hombre existiría el dolor. Por ello él se tenía por mucho más realista que el científico doctor Chaos, cuyo propósito, al parecer, era desterrar el amor y descubrir la anestesia universal. En su opinión, podía crearse una sociedad teóricamente perfecta pero cuyos individuos se sintieran terriblemente esclavizados. Y es que, por debajo de las planificaciones, existía la intimidad, es decir, lo insobornable. Por su parte, nunca había podido olvidar un proverbio árabe que leyó en la escuela, y que decía: "El gallo ha de cantar, pero la mañana es de Dios".

En el vehículo se produjo un gran silencio. Del profesor Civil emanaba un halo de nobleza al que resultaba imposible sustraerse; debía de ser también un problema hormonal. Su mirada había ido posándose en cada uno de los presentes y, a veces, en el vacío. Parecía dispuesto a no añadir nada más. Oyóse el runrunear del automóvil que Miguel Rosselló conducía ensimismado, pero con pericia. El Gobernador fue el primero en reaccionar. Respiró hondamente. Y convencido de que el profesor Civil se había guardado todavía alguna carta -tal vez la más importante-, lo invitó con insistencia a continuar.

– Siga, siga, profesor… ¡Le juro que le escuchamos con mucha atención! Por supuesto, es usted un hombre chapado a la antigua, pero…

El profesor Civil dudó unos segundos, pero por fin se decidió.

– Continuaré con mucho gusto -dijo-. Porque lo cierto es que no me quedaría tranquilo sin tocar un punto que me parece decisivo y al que ninguno de ustedes ha hecho mención.

– ¿A qué se refiere?

– A ese espíritu competitivo de Alemania e Italia… A ese ritmo con que, según ustedes, avanzan ambos países… A ese querer ser los primeros en todo, y producir más, y más… ¿No contiene en sí esta actitud, un peligro más grave, más concreto aún, que todos los que he apuntado?

– ¿Qué peligro? -preguntó el Gobernador.

– El de conducirnos a una guerra… europea o mundial.

Tal afirmación, que coincidía con la que en el Café Nacional había hecho Galindo, funcionario de Obras Públicas, provocó estupor unánime y disipó como por encanto la aureola que el profesor se había ganado a pulso. El único que semicerró los ojos en actitud reflexiva fue 'La Voz de Alerta'. Los demás acosaron al profesor.

– ¿Cómo? ¿Qué dice usted?

El profesor demostró, en este asunto, estar bien informado. El tono de su voz cambió. Ya no era un moralista; era un historiador. Apoyóse en datos. Pasó revista a las últimas anexiones efectuadas por los dos países -el Sarre, Austria, Checoslovaquia, etcétera- y acabó afirmando que era obvio que Hitler y Mussolini se habían fijado unos objetivos y que no retrocederían ante nada. Citó una frase de Hitler que figuraba en el libro de éste, Mi Lucha: "El arado se convertirá en espada". Y otra de Mussolini: "La violencia es útil, caballeresca y necesaria". Sí, algo fatal e irreversible parecía empujar a esos dos hombres a la guerra, lo cual, en el fondo, para quien creyera -como el doctor Chaos- en la psicología profunda, no era de extrañar. Mussolini, ya de niño, andaba a pedradas con sus condiscípulos y perseguía a los mochuelos. Y en cuanto a Hitler, no había más que verle los ojos en cualquier fotografía de las que publicaba la revista 'Signal'…

El camarada Rosselló había vuelto a su mutismo. En cambio, el Gobernador reaccionó con firmeza. Manifestó de nuevo su respeto por cuanto el profesor Civil habló con anterioridad; pero su última tesis le resultaba intolerable, probablemente porque no se trataba de una opinión personal sino de un slogan difundido por una organización ducha en estos menesteres: la BBC, de Londres. Slogan, por lo tanto, calumnioso y de mala fe.

No, no era cierto que Alemania e Italia quisieran la guerra. Decir eso era pegar un golpe bajo. Simplemente los dos países estaban cansados de la humillación que suponía el Tratado de Versalles, buscaban materias primas para su expansión y, sobre todo, producían y se armaban para defenderse del comunismo, puesto que las democracias coqueteaban con él. Eso era todo. De modo que Hitler con sus espadas y Mussolini con su odio a los mochuelos -la alusión había sido de campeonato- lo que pretendían era simplemente evitar que Stalin se sintiera el amo y en consecuencia se plantara, en el plazo de dos años, en Berlín, en Roma… y en el piso del propio profesor Civil. "¡Oh, sí, profesor, esto es lo que le sucedería a usted! Los rusos se meterían en su casa… sin advertirle de antemano, puesto que según dijo no tiene usted teléfono".

El profesor Civil abrió los brazos como diciendo helas! Y se limitó a responder que lo único que deseaba era equivocarse en su propósito.

Probablemente, la tensión que efectivamente reinaba en el coche se hubiera prolongado ya hasta Barcelona, a no ser porque el doctor Chaos, repentinamente cansado de tanta polémica, Propuso abandonar el tema y contemplar, ya que no la hierba, por lo menos el mar…

Costó cierto esfuerzo aceptar la propuesta, adecuar el ánimo; pero al fin se consiguió. Y es que, en verdad, el mar que se extendía a la izquierda del coche era hermoso. Todos se dieron cuenta de ello al prestarle la atención debida. Era un mar ancho y azul, por el que surcaban bergantines invisibles y palabras de concordia. No muy lejos había algunas barcas, barcas tranquilas, de línea latina, ajenas a la deificación de los Estados y al bloqueo de los pensamientos del pueblo. Algunos nidos de ametralladoras emplazados en las playas recordaban la contienda pasada; sin duda su interior estaba lleno de excrementos, con algún que otro corazón grabado en la pared y algún qué otro ¡Muera!…

¡GIBRALTAR PARA ESPAÑA! ¡VIVA EL CONDE CIANO! ¡Campanas repuestas en la torre de la iglesia de Mongat, en las iglesias de Badalona!

'La Voz de Alerta' intervino de pronto y sus palabras resonaron como un disparo, sobre todo, ¡otra vez!, en el cerebro del doctor Chaos.

– Doctor Chaos… -dijo-. Al margen de las teorías del profesor Civil, ¿no le parece excesivo el culto que, sobre todo los alemanes, rinden a la Virilidad, a lo masculino?

El doctor Chaos, ¡por fin!, hizo sonar sus dedos: crac-crac. Miró a 'La Voz de Alerta'. Pero éste le sostuvo la mirada sin quitarse como otras veces las gafas para limpiar con la gamuza los cristales.

Paralelamente a la carretera, avanzaban hacia Barcelona los dos trenes especiales que se habían formado en Gerona para trasladar a la "enfervorizada masa" que quería presenciar la llegada del conde Ciano. El viaje era agotador. Las locomotoras debían de tener también sus ideas y parecían resistirse a cumplir con su cometido. Por otra parte, las traviesas de la vía no ofrecían ninguna seguridad y los maquinistas daban bruscos frenazos. ¡Y a cada estación subía más gente con insignias patrióticas en la solapa!

Pese a todo, y de acuerdo con lo previsto, el denominador común eran las canciones y las bromas de toda índole, especialmente en el furgón de cola del primer tren, el destinado a ganado, que ocupaban Marta, Pilar y el resto de las camaradas dirigentes de la Sección Femenina.

En ese coche la algazara era general. El apelotonamiento de las muchachas era tal que, para respirar un poco de aire puro, se veían obligadas a acercarse por turnos al ventanuco enrejado que comunicaba con el exterior. Así lo hacían, regresando luego a sus puestos y sentándose en el suelo.

Ahora bien, el viaje fue haciéndose tan largo que hubo tiempo para todo, incluso para las confidencias. Sí, a diferencia de lo que ocurrió en el coche del Gobernador, allí no se habló sólo de política. Los diálogos se deslizaron también por otras vertientes. Al fin y al cabo, la política era invención moderna, en tanto que las muchachas tenían un corazón que llevaba siglos latiendo por amor.

Marta, jefa provincial de la Sección Femenina, hubiera debido sentir vergüenza. Olvidó por completo el motivo del viaje y la camisa azul, y se desahogó con Pilar, largamente, sobre un tema único: Ignacio. Imaginar a éste en Perpiñán la turbaba de una manera extraña. ¿Qué estaría haciendo allí? ¡Si pudiera verle! Seguro que pasaba menos calor, tal vez en un café con aire acondicionado. ¿Y si se chiflaba por alguna francesa?

– Pilar, estoy contenta. Temí que Ignacio no quisiera ingresar en Falange; pues ya está. Ya tiene el carnet. Mi madre estaba segura de que un día u otro se decidiría, pero yo no. ¡Le gusta tanto llevar la contraria! Pero se porta bien, muy bien… Cuando llegó a Esquiadores pretendió asustarme. Me llevó cerca de la Plaza de Toros y me dijo algo así como que la guerra mata por dentro a los hombres que la hacen. ¡Pamplinas!, puesto que luego añadió que él no sería feliz si no hacía en la vida algo que beneficiara a los demás. Y es que Ignacio es bueno, buenísimo… Conmigo, un sol. Y el trabajo en Fronteras le gusta. ¿Os dijo lo de recuperar barcos? ¡Ah, claro…! Hermosa tarea, ¿verdad? Estas cosas lo entusiasman. Y tiene muchos planes. Me ha encargado que pase por la Universidad, pues al parecer en septiembre habrá unos exámenes "muy complacientes" para los que hicieron la guerra, y quiere saber la fecha exacta. ¡Tercer curso de abogado! Oye… ¿Es cierto que estudia como un loco? Ayer me dijo que tuvo la luz encendida hasta las tres. ¿Es cierto, sí? ¡Cuánto me alegro! Le quiero, Pilar. Han pasado muchas cosas entre los dos y durante un tiempo dudé de él y de mí; pero ahora le quiero de veras. ¡Si pudiera verlo en estos momentos, a través de esas rejas! Seguro que estará fumándose un 'gauloise'… ¡Otra cosa me preocupa! Tengo la impresión de que no acaba de simpatizar con mi hermano, con José Luis… Sería una pena ¿no crees? ¡Me gustaría tanto que llegáramos a formar todos una gran familia! ¿Y sabes dónde me gustaría vivir cuando me case? Pasada la vía del tren, cerca de la Dehesa. Claro que aquello pilla un poco lejos; pero es alegre, sobre todo en este tiempo. Además, le he prometido cuidar del piso como si se tratase de mi piel… Por cierto, ¿sabes lo que dice de mi flequillo? Que me tapa la frente, pero que por lo mismo evita que las ideas brillantes se me escapen. Es un guasón… Sí, ha venido de Esquiadores mucho más guasón que antes… ¡Bueno, perdona! Voy a ver si respiro un poquitín de aire del campo.

Marta se levantó y se acercó al ventanuco. Pilar había asentido a todo. No hubiera desalentado a Marta por nada del mundo. "Claro que sí, mujer", le había dicho a su amiga una y otra vez. Por nada del mundo Pilar hubiera delatado a Ignacio, diciéndole a Marta que todo aquello era mentira y que el chico no había abierto todavía un libro y que se pasaba las horas tumbado, pensando en las musarañas. ¿Para qué? Pilar se daba cuenta de que su hermano atravesaba una honda crisis, como otros muchos chicos llegados del frente. Ella se lo notaba en mil detalles; a menudo volvía de Figueras llevando el billete del tren entre los dientes… Tiraba la servilleta, sin plegar, a un lado de la mesa… Y, sobre todo, cerraba la puerta de su cuarto dando un portazo. Eso era lo más peculiar. Era señal de que, una vez dentro, se tumbaría en la cama en cualquier postura y que pronto se le oiría resoplar. Por si fuera poco, por lo menos había recibido dos postales de Ana María… Pilar no había podido leerlas, pero estaba segura de que él las había contestado. ¡Oh, sí, Ignacio era perfectamente capaz de vivir varias vidas a un tiempo! De ser holgazán en casa, eficaz en la Jefatura de Fronteras y un ser completamente aparte cuando estaba al lado de Marta. Probablemente en cada caso era sincero y sólo se engañaba a sí mismo. Pilar pensó que, de todas las ilusiones de Marta, tal vez sólo una se apareaba con la realidad: Ignacio era bueno, buenísimo… Y por supuesto, apto, algún día, para hacer feliz a la mujer que eligiera definitivamente, llevara o no llevara flequillo, viviera o no viviera cerca de la Dehesa, pasada la vía del tren.

Marta regresó. Y entonces le tocó el turno a Pilar.

– Pues yo, cuando me case, si puedo viviré en el centro. ¡Qué quieres! Estoy acostumbrada a ello. De poder elegir, viviría en la misma Rambla… Me gusta la Rambla. Toda Gerona pasa por allí al cabo del día, ¡y en la Rambla fue donde volví a ver a Mateo el día de la entrada de las tropas! A Mateo y a ti, claro… ¿Te acuerdas, Marta? Ibas con María Victoria repartiendo latas de conserva… Y felicidad. ¿Quieres que te confiese una cosa…? Me pareciste muy mayor. Es natural, llegabas cansadísima. Ahora te has recuperado. ¡Lo mismo que yo! Sí. También yo soy feliz, Marta, completamente feliz. Mateo vale mucho más de lo que yo me merezco. A veces me pregunto qué habrá visto en mí. Soy tan ignorante… Tiene que explicármelo todo: que si el abrazo de Vergara, que si el socialismo marxista… Menos mal que me presta revistas y que de vez en cuando yo lo interrumpo con un beso. Contra eso no acierta a defenderse. Lo llama el arma secreta. Deja de ser de Falange y es mío, es sólo para mí. Y a mí me gusta besarlo. Nunca hubiera creído que me gustara tanto. ¡Jesús, qué tonta soy! ¿Te imaginas si mi madre me oyera? Me encerraba en el convento de San Daniel… Pero ya somos mayorcitas, ¿no te parece? Luego una se confiesa y en paz. Paz relativa, claro… ¡Ay, y otra cosa! Mateo tiene también sus planes, ¿sabes? No sé si se examinará en septiembre, porque está tan ocupado que no le da tiempo a abrir un libro. Pero, en fin, quiere organizar la provincia como no lo sueña ni el Gobernador, quien por cierto el día de mi cumpleaños me mandó un precioso ramo de flores… ¡Oh, Marta, tienes razón! ¡Amar es bonito, es lo más bonito del mundo! ¿Querrás creer que a veces me asusta tanta felicidad? Cuando veo a Mateo dedicarse con tanta fe a los críos, a las Organizaciones Juveniles… Buen aprendizaje para luego, para cuando tengamos hijos, ¿no crees? Claro que, acostumbrado a formar centurias, no se conformará ni con dos ni con tres… Querrá tener un batallón. ¡Los que Dios quiera! ¡Qué más da! Uno se llamará César, por supuesto… Y la primera niña, Marta… ¡Jesús, ni que eso fuera a ocurrir ahora mismo! ¡Oh, no, por Dios, en este vagón no…! Ah, también yo daría cualquier cosa por ver ahora a Mateo… Seguro que andará en el coche de tu hermano, hablando de política… Que si Ciano, que si Roosevelt, que si el Chamberlain ese del paraguas… ¿Crees que hablarán un poco de nosotras, Marta? ¿Sí…? ¡Ay, no sé, eres muy optimista! Esos hombres… ¡Por la Virgen, qué sed tengo! Me muero de sed. ¿Queda algo en esa cantimplora? Y qué bien se está sentada aquí en el suelo, qué bien se está…

A veces, las sacudidas del coche, los frenazos del maquinista, las obligaban a abrazarse fuerte… Y se reían. En una de esas sacudidas la convulsión fue tal que se encontraron sepultadas por las hermanas Rosselló, por Chelo y por Antonia. "¡Que nos ahogamos!", gritaron Marta y Pilar. Pronto consiguieron liberarse y entonces brotaron de nuevo las risas.

En la estación de Granollers, en la que permanecieron paradas largo rato, Chelo, que había oído a retazos las confesiones de Marta y de Pilar, les habló también de su amor, Jorge de Batlle. "La gente mira a Jorge de una manera rara… Y es que ¡es tan retraído! Pero ¿cómo puede ser de otro modo con lo que ha sufrido? Pero se van a llevar una sorpresa… Yo conseguiré cambiarlo, llenarle la cabeza de recuerdos agradables. Y entonces todo el mundo lo querrá también… ¡No faltaría más!".

Por su parte, Antonia, de repente, puso también sus cartas boca arriba y les comunicó que había decidido profesar. La guerra, la horrible muerte de Laura, la condena de su padre, todo ello la había impresionado tanto que llegó a la conclusión de que lo mejor que podía hacer era irse a misiones. Ahora ya estaba segura de que tenía vocación. Mosén Alberto la había ayudado mucho en aquellos meses. De modo que en las próximas semanas elegiría noviciado. Y, desde luego, lo mismo le daba que la mandaran a un sitio que a otro. Así eran las cosas, así era el mundo. Trocaría la camisa azul por el hábito; las cinco flechas por el crucifijo; y la boina roja por las alas almidonadas. Posiblemente fuera aquél su último viaje libre. La Sección Femenina perdería una militante, pero ella podría rezar para que la labor de sus camaradas siguiera siendo fructífera.

Marta y Pilar se conmovieron oyéndola. Antonia estaba pálida y sudaba, como si no se sintiera bien. ¡Aquel vagón!

– ¿Quieres beber un poco de agua?

– No, gracias, no necesito nada. Esas sacudidas me han mareado un poco, pero ya estoy bien.

Penetraron en el túnel y las muchachas guardaron súbitamente silencio. Pero al salir de nuevo a la luz se impuso otra vez el alboroto. Unas chicas de Figueras se pusieron a cantar y el coche entero las coreó. ¡De la garganta de Antonia, la futura misionera, brotó una voz dulcísima…!

Las canciones salieron como Dios quiso… Las muchachas desafinaban lo suyo y de las letras sólo conocían el estribillo. Pero no importaba. Cantaron el "Yo tenía un camarada", el "Himno de la Legión…" Y, sobre todo, el "Yo te daré":

Yo te daré, te daré, niña hermosa, te daré una cosa, una cosa que yo sólo sé: ¡CAFÉ!

– ¡CAFÉ! -rubricó Marta, al terminar-. ¡Antes de la guerra era la consigna! ¡Significaba Camaradas, Arriba Falange Española! En el trayecto entre Granollers y Barcelona, último tramo del viaje, Marta tuvo que responder a una serie de extrañas preguntas. Una chica de Olot le preguntó si era cierto que, de vivir en aquel año de 1939, Cervantes hubiera sido falangista.

Marta se rió de buena gana y mordiéndose el índice acabó contestando:

– Pues, probablemente, sí… -Luego añadió-: ¡Oh, sí, seguro!

La última pregunta se refirió al conde Ciano. Una camarada de Palamós creía saber -gracias a un legionario italiano que conoció y con el que mantenía correspondencia- que el conde Ciano era un mujeriego de armas tomar, que al grito de "¡Viva el Fascio!", les hacía la corte a todas las mujeres que se le acercaban.

– ¿Crees que eso puede ser cierto?

Marta se acordó inevitablemente de Salvatore y respondió:

– ¿Por qué no? Italia será siempre Italia.

Poco después llegaron a Barcelona. En la estación, varias locomotoras parecían a punto de reventar. Era difícil abrirse paso. Los andenes estaban abarrotados de gente tiznada, que se restregaba los ojos y se ponía las manos en la frente a modo de visera.

Sin embargo, Pilar, que estaba alerta, consiguió localizar a Mateo y a José Luis, quienes habían quedado en ir a esperarlas.

– ¡Mateo…! ¡Mateo…!

Se reunieron con ellos. Mateo dijo:

– Barcelona está que hierve. Algo inolvidable.

Sin embargo, había surgido una dificultad: tendrían que separarse. Ellos debían reunirse con el Gobernador en la Tribuna Presidencial; en cambio, ellas debían apostarse -ésa era la orden- en el paseo de Gracia, esquina Diagonal, hasta que Ciano pasara por allí y Marta pudiera entregarle el ramo de flores.

Pilar le dijo a Mateo:

– ¿Así, pues, cuándo te veré?

Y Mateo, que ya se había subido al coche que conducía José Luis, gritó:

– ¡El día de la boda!

Jornada histórica. El conde Ciano y su séquito llegaron al puerto de Barcelona a bordo del crucero Eugenio de Savoia. Los recibieron Ministros, jerarquías nacionales -entre ellas, los camaradas Salazar y Núñez Maza- y una multitud que sin lugar a dudas rebasaba el medio millón. Las Ramblas, la plaza de Cataluña, el paseo de Gracia, todas las calles céntricas eran un mar de boinas rojas, de camisas azules y banderas. Ezequiel, que había salido con su hijo a husmear, calculó que "lo menos, lo menos, dos veces el entierro de Durruti…"

El conde Ciano avanzaba en un coche negro, descapotado, saludando a la romana. A su paso la multitud no cesaba de gritar: "¡Viva España! ¡Viva Italia! ¡Arriba España!". "¡Viva el Duce!". Y de vez en cuando, como caballería a galope que se acercaba: "¡Franco-Ciano! ¡Franco-Ciano!".

El entusiasmo era tan grande que los comentarios holgaban. Ni siquiera Julio García hubiera tenido nada que objetar. Gente muy enferma -tal vez, del "mal de la rosa"- salía al balcón. Arcos de triunfo. Llovían flores sobre el conde Ciano. Resultaba difícil sustraerse al contagio. Ciano representaba al país -así lo proclamaban los altavoces- que "ayudó desde el primer momento al Ejército Nacional y que generosamente había entregado para la salvación de España cuatro mil vidas jóvenes". De hecho, pues, hubieran debido llover sobre el conde Ciano cuatro mil ramos de flores…

El prohombre fascista, desde su coche, miraba a uno y a otro lado y sonreía. Sin duda estaba acostumbrado al frenesí popular, pero parecía emocionado de veras. Ezequiel pensó que tenía facha de general sudamericano sublevado. En todo caso, tratábase de un general vencedor… Se lo veía seguro de sí, ¡sobre todo cuando quienes lo aclamaban -y asaltaban su coche- eran mujeres! Bien, confirmábanse las sospechas de la camarada de Palamós. Ciano dirigía a las mujeres miradas de fuego… Pero era el caso que lo asaltaban también ancianos y niños. Por lo que él, cada vez más eufórico, no cesaba de repetir: 'Grazie tante!'.

Cuando la Sección Femenina gerundense, al cabo de dos horas de espera, de pie bajo el sol de julio -Antonia Rosselló acabó desmayándose- vio el coche de Ciano llegar al extremo del paseo de Gracia, gritó también: "¡Arriba España!". "¡Arriba Italia!"; y cuando Ciano pasó delante del grupo y Marta se le acercó, puso el pie en el estribo del coche y le ofreció su ramo de flores, que había salvado milagrosamente de las vicisitudes del viaje, Pilar y todas las "gargantas azules" -frase de Mateo-de la provincia se convirtieron en clamor.

"¡Franco-Ciano! ¡Franco-Ciano! ¡Franco-Ciano!".

Ciano sonrió una vez más. Era, en efecto, moreno y sus negros ojos centelleaban. Marta pensó que debía de ser, también, vanidoso. Pero sabía extender el brazo con marcialidad. ¡A la legua se le notaba que pertenecía a una raza que fue Imperio!

"¡Viva Franco! ¡Viva Mussolini! ¡Viva Ciano!".

La Sección Femenina de Gerona, de pronto, se calló. ¡Claro, Ciano, prosiguiendo su recorrido por el paseo de Gracia, se había ya alejado demasiado! Fue un desencanto. En el fondo, todas las chicas hubieran querido que Ciano se detuviese allí, que se apeara y que permaneciera con ellas largo rato. ¡Debía de estar en el secreto de tantos problemas que iban a influir sobre la futura marcha del mundo!

Pero con los personajes de primera fila ocurría eso: aparecían un momento y, luego, mutis. De todos modos, era también muy hermoso ver el espectáculo de la multitud agolpándose en torno a él. Y por otra parte, ya nadie les borraría de la memoria el recuerdo de su rostro juvenil -treinta y seis años- y de su ademán firme y mundano. Una de las chicas dijo: "Su mujer, la hija de Mussolini, se llama Edda. Bonito nombre, ¿verdad?". Otra comentó: "Yo creía que sería más alto". Otra dijo: "No sé si es fanfarrón o si es que los italianos son así". Marta le susurró a Pilar: "He llorado, ¿sabes? ¡Qué emocionante! He llorado…"

Ah, ¿de qué le servirían sus especulaciones al profesor Civil? España estaba con Italia y Alemania. El paseo de Gracia, vía señorial, era una prueba ardiente de ello, pues entre la multitud había millonarios, pero también barrenderos. La gente no entendía de teorías. "¿Un mundo de ingenieros sería un mundo triste?". ¡Ciano estaba a punto de soltar carcajadas! "¿Colosalismo retórico, autarquía suicida, el Sarre, Austria, Checoslovaquia…?". ¡Al diablo con las palabras! Allí estaba Ciano, ahora llevando colgada del cuello una corona de laurel, como si se hubiera ido a Haití… Y preparándose para presidir el gigantesco festival que tendría lugar por la tarde en el Estadio, en su honor.

Ezequiel le dijo a su hijo:

– Vámonos, que aquí moriríamos aplastados…

A la hora de almorzar, los militantes falangistas se concentraron en el parque de la Ciudadela, donde les fueron servidos bocadillos. Bucólico espectáculo. Algunos hombres maduros se repartieron por los restaurantes -"'La Voz de Alerta'" se encontró al lado del capitán Sánchez Bravo, algo perdonavidas, pero que tenía don de gentes- y antes de ir al Estadio fueron muchos los que se apresuraron a llevar a cabo alguna gestión personal.

El doctor Chaos hizo una visita a la Jefatura de Sanidad para reclamar una vez más que enviasen a Gerona un neurólogo que se encargara del Manicomio. "Pero ¿es que nadie acepta la plaza? ¡Yo no puedo con aquello!". El camarada Rosselló se encontró en un bar con una chica de cabaret y, presa de una fiebre repentina, le tomó una mano, se la besó y le prometió buscarle un empleo. "No seas tontaina -le objetó la chica-. Con el empleo que tú me darías no tendría ni para perfumarme los sobacos". El profesor Civil se había ido a comer con su hijo Carlos, la nuera y los nietos. Los nietos eran una bendición. "¡Viva el abuelito!", gritaron, sentándose amontonados en sus rodillas. También la nuera lo trató con extrema cordialidad. En cambio, Carlos se esforzó en ser amable, pero el profesor lo vio retraído, esquinado. "¿Te ocurre algo? ¿No te van bien las cosas en la Inmobiliaria?". La nuera contestó: "Demasiado…" Y el profesor no supo cómo interpretar aquellas palabras.

Pilar acompañó a Marta a la Universidad. Por nada del mundo Marta hubiera dejado de cumplir con el encargo que le hiciera Ignacio. Un bedel la informó de que los exámenes empezarían a fines de septiembre. Y además, la chica tuvo la suerte de encontrarse con un muchacho de complexión atlética, pero falto de una pierna -mutilado de guerra-, el cual le confirmó que dichos exámenes serían "complacientes" para quienes hubieran luchado en la España Nacional.

– Exámenes "patrióticos", ¿comprendes, guapa? ¡Pues no faltaría más!

– Pero mi novio no es mutilado, como tú…

– ¡Psé! ¿Cuántos meses estuvo en el frente?

– No sé… Quizás… un año.

– Aprobado. ¡Te lo digo yo! -Y el mutilado se alejó, haciendo sonar su pata de palo.

En el Estadio, el festival fue apoteósico. En la tribuna, ocupada por militares, de alta graduación y por gobernadores civiles, sentóse el camarada Dávila. El resto de las jerarquías gerundenses se repartió por los palcos. Mateo se las arregló para coincidir con sus antiguos camaradas Salazar y Núñez Maza, ahora mandos nacionales, ¡los cuales acompañaban precisamente a Aleramo Berti, el que fue Delegado del Fascio en Burgos!

Salazar, con su cachimba, y Núñez Maza, corriendo de acá para allá con su micrófono portátil, trataron a Mateo con la efusión de siempre y le felicitaron por su labor en Gerona, "provincia siempre difícil, por lo del separatismo y tal". En cuanto a Aleramo Berti, que había llegado a Barcelona con el séquito de Ciano, en calidad de intérprete, mientras sobre el verde césped del Estadio tenían lugar exhibiciones gimnásticas y tocaban las bandas de música, les dijo a todos que Ciano era, dentro del Gobierno romano, pacifista a ultranza y partidario de que la colaboración de Italia con Alemania no llegara hasta el extremo de unirse incondicionalmente a su suerte. Mateo se quedó estupefacto. Núñez Maza lo miró y le dijo: "Que nada de esto salga de aquí. En Gerona, ni un comentario". Mateo asintió: "Descuida".

'La Voz de Alerta', que no se había separado del capitán Sánchez Bravo, se sintió a gusto en su compañía. En cambio, sin saber por qué, le desagradó la actitud del joven consiliario de Falange, mosén Falcó. Mosén Falcó, nervioso, excitado y con la cara llena de granos, mostraba un entusiasmo delirante. Vociferaba y miraba a Ciano como si fuera la encarnación de la Verdad. Por lo demás, sudaba a mares y se abanicaba con un ejemplar de la revista 'Aspa', en cuya portada se veía al mariscal Goering arengando a la multitud. 'La Voz de Alerta' se preguntó si debía o no debía dar cuenta a su amigo el obispo de las exageraciones en que incurría mosén Falcó.

El Gobernador saludó también a Salazar y a Núñez Maza, y cambió impresiones con Aleramo Berti, quien había adoptado un aire un poco distante. Pero dedicó el mayor tiempo a observar lo mejor que pudo a Ciano, sin llegar a ninguna conclusión… ¿Qué pensaría éste, en su intimidad, de aquel homenaje, de aquel fervor? Tal vez que España, cansada de sufrir, tenía ahora hambre de expansiones rutilantes. Tal vez que el pueblo español se parecía sustancialmente al italiano, por la sencilla razón de que ambos se habían forjado a orillas del mismo mar, de aquel mar que tanto respeto inspiraba al profesor Civil. Sin embargo, ¿existía alguna similitud entre los jefes que gobernaban a uno y a otro pueblo? ¿Consideraba Ciano a Franco un gran general? ¿O creería -como Aleramo Berti había dado a entender- que la guerra de España la había ganado el Duce?

Las banderas ondeaban allá arriba, en el cielo mediterráneo.

El regreso a Gerona, ya entrada la noche, fue penoso debido al cansancio. Las chicas, en los trenes especiales, encontraron mucho más inhóspitos los vagones de ganado. Marta, que en el Estadio no cesó de vitorear y aplaudir, se quedó profundamente dormida en el hombro de Antonia Rosselló. Pilar, por su parte, alternó las cabezadas con el recuerdo de la frase que Mateo le dedicó en la estación: "¡Te veré el día de la boda!".

En la carretera, en el coche del Gobernador, éste y 'La Voz de Alerta' dormían también a pierna suelta. En cambio, el doctor Chaos y el profesor Civil permanecían despiertos. Lo que aquél aprovechó para decirle a éste, resumiendo las impresiones de la jornada: "¿Se ha convencido usted? Formamos un rebaño…"

El mar, de noche, era negro. De una oscuridad majestuosa. Sólo allá lejos titilaban las luces de las barcas de pesca, que invitaban a soñar.

El profesor Civil lamentaba, ¡ahora sí!, que el coche no fuera italiano, de carreras, uno de los que Miguel Rosselló admiraba tanto. El profesor Civil llevaba ya dieciséis horas sin ver a su esposa y ansiaba llegar a Gerona para saber qué tal seguía y para servirle en la cama el consabido tazón de leche.

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