CAPÍTULO XLIV

A lo largo del mes de noviembre ocurrieron también otras cosas. Primero, los preparativos de dos bodas, que tendrían lugar en la primera decena de diciembre. Una de ellas, con ritmo acelerado, la de 'La Voz de Alerta' y Carlota, condesa de Rubí; la otra, prevista desde hacía tiempo, la de Mateo y Pilar. Antes empero, germinó en el cerebro del director de la Emisora una idea similar a la de los "seriales", o novelas adaptadas, idea que produjo también un gran impacto en la ciudad y comarca.

Tratábase del disco dedicado. Cualquier abonado a la Radio podía solicitar, para la fecha y hora que indicase, la emisión de un disco y dedicarlo a una persona determinada. El éxito de la idea fue fulminante. La emisión era escuchada por todo el mundo, dado que cualquier nombre podía sonar en el aire en el momento más impensado. "A mi novia Teresa, con todo mi cariño, Juan". "Para Pili, de parte de quien ella sabe…" "Para nuestro abuelito Ramón, en el día de su cumpleaños. Toda la familia reunida".

Los comentarios fueron favorabilísimos, entusiastas. "Esto es magnífico. Cosas así son las que hay que hacer". El profesor Civil se vio obligado a admitir por una vez que "los chismes técnicos" podían también ser utilizados en forma poética. Los no abonados debían pagar una peseta por cada solicitud. Por descontado, Eloy se gastó una peseta y le dedicó a Carmen Elgazu un tango de Carlos Gardel, que era la música que a ella más le gustaba. También Pablito gastó "su" peseta, dedicándole a Gracia Andújar el Ave María, de Schubert. Pero Gracia Andújar estaba tan ocupada que no escuchaba nunca la radio, y ni siquiera se enteró.

En cuanto a las bodas, ocurrió que 'La Voz de Alerta' no quiso perder tiempo. Las cartas que recibió de Carlota demostraron que ésta poseía una rara penetración intelectual, y además su grafía era "de colegio de pago". Sin contar con la calidad del papel, agradable a la vista y al tacto. Fuera de eso. 'La Voz de Alerta', de cara al invierno, le temía más que nunca al vacío de su piso.

Total: hizo un par de viajes a Barcelona. Carlota aceptó la propuesta, efectuóse en regla la petición de mano y los condes de Rubí dieron su beneplácito.

Fue una boda -Amanecer la llamó "ceremonia de enlace"- por todo lo alto, aunque sin banquete, en homenaje póstumo a Laura.

Se celebró en la Catedral, y ofició y bendijo a los contrayentes el obispo en persona, doctor Gregorio Lascasas, quien en la plática de rigor hizo un canto a la familia numerosa, canto que su amigo 'La Voz de Alerta', que pronto cumpliría los cincuenta años, estimó un tanto optimista. Lo mismo Carlota que su familia impresionaron vivamente a los asistentes al acto y a los mirones que se congregaron en la puerta del templo. Se veía a la legua que los condes de Rubí pertenecían a la aristocracia catalana. Una distinción basada en la sobriedad. Pocas joyas, pero de gran valor. Las modistillas, que esperaban a la salida, y también algunos empleados del Ayuntamiento, se quedaron un tanto decepcionados. Esperaban más boato, más collares y brillantes más gordos. Los concejales le regalaron al alcalde una radiogramola último modelo.

El viaje de novios fue ideal. Carlota, que tenía "espíritu de casta" y que amaba a Cataluña con toda su alma, sugirió un primer itinerario que fue aceptado por 'La Voz de Alerta' sin rechistar: visitar Montserrat, Poblet y Santas Creus. Los tres monasterios despertaron en la pareja sentimientos a la vez religiosos y telúricos. En Poblet se encontraron con que precisamente se había hecho cargo oficialmente del monasterio, muy abandonado, la Orden del Cister, después de ciento cinco años de ausencia. La geología de Montserrat les pareció a ambos una vez más un milagro de la naturaleza y obsequiaron a la Moreneta, Patrona de Cataluña, con una lámpara votiva. En Santas Creus, Carlota, que físicamente era muy raquítica, pero cuya natural viveza proporcionaba frecuentes sorpresas, se emocionó del tal suerte que se puso a recitar por lo bajo unos versos de Antonio Machado, de quien dijo que merecería ser poeta catalán.

La segunda parte del itinerario del viaje nupcial fue sugerido por 'La Voz de Alerta'. 'La Voz de Alerta' hubiera querido ir a Italia, en recuerdo de su huida de la zona roja, para visitar Roma y Florencia y convencerse a sí mismo de que en efecto debería haber nacido en la época del Renacimiento; pero las circunstancias bélicas le hicieron desistir. Decidió, pues, ir a Dacharinea, por donde en 1936 entró en la España Nacional, y luego a San Sebastián y Pamplona, en cuyas ciudades, durante la guerra, había exhibido con ostentación su boina roja.

Carlota se enamoró de San Sebastián. Pillaron un par de días de mar embravecido, y el espectáculo la fascinó. 'La Voz de Alerta' no cesó de bromear sobre "las damas enfermeras" con que había alternado durante su estancia allí, y Carlota se mostró celosa… y enamorada. Sí, 'La Voz de Alerta' pudo gozar del placer que significaba haber despertado un gran amor. Por lo visto, en el enclenque cuerpo de Carlota cabía mucha pasión. Carecía de experiencia, pero ello añadía encanto a la circunstancia. "El obispo tiene razón, querido. Hemos de tener muchos hijos…" 'La Voz de Alerta', en los momentos de exaltación, en los momentos en que se parecía al Cantánbrico indómito que la pareja oía bramar desde la habitación del hotel, le daba la razón; una vez calmado, pensaba para sí que con tener un solo hijo le bastaría.

En Pamplona fue la apoteosis… porque en Pamplona estaba don Anselmo Ichaso, quien previamente les había enviado a Gerona, como regalo de boda, la cubertería de plata.

– ¡Don Anselmo!

– ¡Mi querido amigo!

Don Anselmo continuaba dirigiendo El Pensamiento Navarro y exhibiendo su barriga de siempre. No había cambiado apenas; por el contrario, su hijo Javier Ichaso, el de una sola pierna y los ojos obsesionados, excesivamente juntos, había envejecido, aunque se mostró más charlatán, más alegre.

Nada podía encantar tanto a don Anselmo como que 'La Voz de Alerta' se hubiera casado con una condesa aunque fuera catalana. Navarra entera se puso a los pies de los novios; Navarra… y sus trenes eléctricos, en miniatura, que arrancaron de Carlota chillidos de admiración.

Hablaron largamente… Don Anselmo Ichaso deseaba que se efectuase cuanto antes la restauración monárquica en España. "Es la salida natural… -dijo-. Un día u otro ha de llegar". Refiriéndose a Alfonso XIII, que continuaba en Roma, les aseguró que, según informes, pronto iba a abdicar a favor de su hijo don Juan. "Por cierto -explicó don Anselmo- que durante la guerra don Juan entró en España bajo el nombre de Juan López, encasquetóse una boina de requeté y quiso salir para el frente. Y yo sin enterarme… Pero ocurrió que en Aranda de Duero fue reconocido y el general Mola, que no quería líos políticos, lo mandó detener y lo devolvió a la frontera".

¿Cree usted de verdad que es presumible la restauración monárquica? -le preguntó Carlos a don Anselmo.

– Depende de dos circunstancias -contestó éste, con su característica seguridad-. De la marcha de la guerra actual… y y de si conseguimos el apoyo de unos cuantos generales…

A continuación don Anselmo le contó a 'La Voz de Alerta' que los negocios de construcción en que andaba metido -"ya sabe usted, mi querido amigo, que lo mío es eso: construir"- estaban cobrando gran auge. Acababa de fundar una Sociedad, Duarte y Compañía, a la que habían sido confiados los grandes proyectos de ampliación urbana de Pamplona. Aunque su objetivo principal era optar a la subasta para la adjudicación de la gigantesca obra iniciada por el Caudillo: el Valle de los Caídos… "Ya saben ustedes a qué me refiero, ¿verdad? Ahí, en el Guadarrama… Eso sería, para Duarte y Compañía, un golpe muy fuerte. Y personalmente me sentiría muy orgulloso de contribuir a una empresa patriótica de tanto alcance".

– Por lo demás -don Anselmo cambió el tono de la voz-, los huesos de mi hijo Germán, muerto en el frente, podrían reposar allí…

Javier Ichaso, el hijo que le quedaba a don Anselmo, acompañó en coche a la pareja hasta Javier, para visitar el Castillo.

– Cuando me case -les dijo-, les prometo devolverles la visita: iré a Gerona a verlos…

– Contamos con ello -respondió Carlota-. Recorreremos los monumentos románicos que tenemos allí.

Todo perfecto. 'La Voz de Alerta' y Carlota, a su vuelta a Gerona, se encontraron con el piso hecho un primor. Montse, la criada, había trabajado lo suyo. Durante la ausencia de los "señores" se había recibido un último obsequio, que emocionó a 'La Voz de Alerta': un bastón de madera de boj, con las iniciales de los contrayentes, bastón tallado y pulido, a lo largo de muchas horas, por los ancianos del Asilo, que seguían siendo los grandes protegidos del alcalde.

Carlota, al penetrar en la alcoba, abrazó inesperadamente a su marido y apoyó la cabeza en su hombro.

– Soy feliz… -dijo-. Completamente feliz…

'La Voz de Alerta' le acarició el cabello.

– No sabes cuánto me alegra oírte decir eso…

Al día siguiente, y en honor de su mujer, 'La Voz de Alerta', pretextando la conmemoración del segundo aniversario del rompimiento del frente de Cataluña por las fuerzas 'nacionales', previo el permiso del Gobernador ofreció a los gerundenses la audición de sardanas en la Rambla prevista para la Feria y que tuvo que suspenderse a causa de la inundación.

La reacción popular fue masiva. El entusiasmo se desbordó. Se formaron por lo menos diez corros, que llegaban hasta el Bar Montaña, donde se reunían los futbolistas. Los músicos de la Cobla Gerona, empezando por el maestro Quintana, soplaron de lo lindo, como si llevaran siglos esperando aquel momento. Y al terminar cada sardana la empezaban de nuevo. El comisario Diéguez entendió que aquello era excesivo, una tácita provocación; pero sabía que la Cobla Gerona contaba con el permiso gubernativo, y no pudo intervenir.

– Pues sí que estamos buenos -barbotó, apostado en el interior del Café Nacional.

El general se enteró desde el cuartel de lo que ocurría en la Rambla y comentó:

– Esa condesita barcelonesa va a traernos complicaciones…

Los preparativos para la boda de Mateo y Pilar fueron un poco más laboriosos. Reunir todos los documentos necesarios, empezaron por la partida de nacimiento de Mateo, le llevó a la Torre de Babel, de la Agencia Gerunda, lo menos tres semanas. Por suerte, la Torre de Babel se mostró diligente. Mateo era jerarquía… y había que complacerle.

Las hermanas Campistol se las vieron y se las desearon para confeccionar el traje nupcial de Pilar a entera satisfacción de la muchacha. Ésta se mostró muy exigente, llevando a las modistas por la calle de la amargura. "Pero ¿qué te pasa, Pilar? ¡Si te sienta a maravilla!". Pilar se miraba al espejo, dando la vuelta con lentitud. "Cuelga un poco de aquí… ¿No se dan cuenta?". "¿Y ese velo? ¿Creen ustedes que puedo presentarme así?".

Pilar hubiera querido contar en aquellos días con la ayuda de Marta. Pero, después de lo ocurrido entre ésta e Ignacio, era imposible. Pilar consideró eso una contrariedad muy grande. "Marta conoce mis gustos… ¡Mira que no poder tenerla ahora a mi lado! Ni siquiera podré invitarla a la boda, claro…" Gracia Andújar y Asunción hicieron cuanto estuvo en su mano para suplir en lo posible la ausencia de Marta.

Pilar dejó de trabajar -Alfonso Estrada, en Salvoconductos y el señor Grote, en la Delegación de Abastecimientos, la echarían mucho de menos-, pues además debía ocuparse de convertir el piso de la plaza de la Estación en hogar. Hacían falta visillos, alfombras, los mil detalles indispensables para crear intimidad. La elección de los muebles de la alcoba, que eran los únicos que les faltaban, le ocasionó también mucho ajetreo. Pilar se empeñó en conseguir una cama antigua, recia, lo más alta posible. Mateo se encogía de hombros. "¿Por qué tan alta, vamos a ver?". "Me gustan así, Mateo. ¿Hay algo malo en ello?". "No, pero como no la cojamos del Servicio de Recuperación… o del Museo Diocesano…"

Llovían los regalos. Recibieron muchos más que 'La Voz de Alerta'. Entre ellos destacó el que les hicieron, mediante colecta, los jefes locales de Falange: una bandeja de oro de Toledo con el yugo y las flechas grabados. También les satisfizo mucho una Biblia, encuadernada en pergamino, que les envió Agustín Lago. "Ese yugo de la bandeja -bromeó Mateo con Pilar- parece una alusión… Y la Biblia será sin duda para que nos aprendamos de memoria el libro de Job".

Capítulo difícil… el del asesoramiento prematrimonial de Pilar. Carmen Elgazu no soltaba prenda. Matías habló del asunto con Carmen, pero ésta lo rehuyó, poniendo incluso mala cara. "¿Qué quieres, pues? -dijo Matías-. ¿Qué sea mosén Alberto quien aconseje a la chica?". Ignacio olfateó que a su madre el tema la violentaba -¿por qué sería así, si había tenido tres hijos?- y un buen día, precisamente el día en que se casó 'La Voz de Alerta', entró en el cuarto de Pilar y abordó sin remilgos la cuestión.

Pilar, al pronto, se puso nerviosísima. Su noviazgo con Mateo había sido, en unas cuantas ocasiones, más apasionado de lo que Ignacio podía imaginar. De todos modos, era obvio que la noche de la boda tendría que afrontar "lo desconocido". Desde este punto de vista, la intervención de Ignacio estaba justificadísima. Ahora bien, Pilar confiaba en que Mateo se comportaría como era menester y que, por tanto, las explicaciones holgaban.

– Comprendo que reacciones así, Pilar. Pero debes escucharme, pues no se trata de largarte un sermón. Lo único que quería decirte… es que este asunto tiene más importancia de la que a lo mejor le atribuyes. Y que al parecer a veces las cosas no resultan, para la mujer, tan fáciles… Me refiero al principio, claro… En fin, supongo, que me entiendes. Por suerte, Mateo es un chico sano. Pero te lo repito; a veces cuesta un poco adaptarse… ¡Por favor, alguien tenía que decirte eso, ¿no crees? -Ignacio elevó el tono de la voz-. En realidad, es absurdo que andemos todavía con tantos tapujos. ¡A estas alturas deberías haberte leído ya media docena de libros que trataran de todo esto! Pero vivimos rodeados de tabús. Bueno, te dejo… Anda, tranquilízate, y comprende que he venido a verte con la mejor intención…

Pilar luchó consigo misma. Comprendió perfectamente a su hermano. Pero le ocurría que no le perdonaba a éste lo de Marta y que a resultas de ello se colocaba siempre a la defensiva. De todos modos, antes que Ignacio cruzara el umbral de la puerta consiguió sobreponerse y le dijo, con toda sinceridad:

– De acuerdo, Ignacio… Te he comprendido. Muchas gracias.

¿Por qué le ocurría a Pilar que, al ver de espaldas a las personas que quería mucho, de pronto se emocionaba? En esa ocasión le sucedió lo mismo. Fue al ver a Ignacio de espaldas cuando le brotaron del fondo aquellas palabras.

Llegó el ocho de diciembre. Gran número de balcones aparecieron engalanados en la ciudad, en honor de la Inmaculada. La colgadura del balcón de los Alvear decía, como casi todas: Ave María Purísima. Marta, al despertar, pensó en Mateo y Pilar y se deshizo en un mar de lágrimas. Por suerte andaría todo el día muy ocupada con los festejos organizados por la Sección Femenina, pues la festividad había sido declarada "Día de la Madre".

La boda se celebró en la parroquia del Carmen. El celebrante fue, naturalmente, mosén Alberto, quien por fin logró protagonizar una misión agradable. Pilar entró en la iglesia del brazo de su padre, Matías Alvear -éste, sosteniendo en la mano izquierda el obligado par de guantes-, y en ese momento sonó la Marcha Nupcial, que emocionó a los concurrentes. Carmen Elgazu llevaba un sombrero de ancha ala que le sentaba muy bien, según opinión de Josefa y Mirentxu, sus dos hermanas, llegadas ex profeso de Bilbao para la ceremonia. Carmen Elgazu, al ver, por debajo del ala del sombrero, a Pilar vestida de blanco, sollozó para sí: "¡Dios mío, qué guapa está mi hija!". Los asistentes, que llenaban el templo, formaban un conjunto heterogéneo, que abarcaba desde el Gobernador y el doctor Chaos hasta el Jefe de Telégrafos y la guapetona Adela, sin olvidar a Claudia, la mujer de limpieza de los Alvear.

Paz, tía Conchi y Manuel habían sido especialmente invitados por Matías. Pilar deseaba que aquel día su prima pillara una gripe y tuviera que quedarse en casa. Pero no fue así. De modo que la "sensacional vocalista", que no recordaba haber entrado jamás en una iglesia, estuvo presente, si bien obligó a tía Conchi y a Manuel a colocarse en el último de los bancos reservados a la familia; lo contrario de Eloy, que se arrodilló en el primer banco y que lo que realmente hubiera deseado era hacer de monaguillo.

En la misa, en el momento de la Elevación, sonó el Himno Nacional. Y luego oyóse un coro de ángeles: Marta, pese a los festejos de la jornada, se las compuso para enviar el Coro de la Sección Femenina. Pilar reconoció las voces de sus amigas y los ojos se le humedecieron. También se humedecieron los de mosén Alberto cuando pronunció las palabras absolutas: "Yo os declaro marido y mujer".

En el banquete, que se celebró en el restaurante de la Barca, bajo el cual discurría el Ter, ya amansado, hubo brindis a granel y Matías y don Emilio Santos repartieron puros habanos a todos los varones, mientras se decían el uno al otro: "Dentro de un año, abuelos…" Adela, que apenas si conseguía quitarle a Ignacio la vista de encima, bebió más champaña de lo preciso y se fue de la lengua contándoles a sus vecinos de mesa, entre los que se contaba el doctor Chaos, su luna de miel con Marcos, que resultó un fiasco por cuanto el hombre Marcos se resfrió en el tren y se pasó los quince días tosiendo y tomándose la temperatura.

Mateo y Pilar se despidieron por fin. Desaparecieron a la chita callando… Un taxi los llevó al cementerio, donde depositaron en la tumba de César el ramo nupcial. Y luego, en tren, iniciaron el viaje de boda.

Fue el suyo un viaje mitad amoroso, mitad patriótico. Pilar se hubiera conformado con lo primero, pero… Pernoctaron en Barcelona -lo "desconocido" resultó doloroso para Pilar, quien se acordó de las advertencias de Ignacio- y al día siguiente, a Madrid.

En Madrid se encontraron con una copiosa nevada. En realidad nevaba en toda Castilla, y la metáfora de la tierra vistiendo también el traje nupcial acudió fácilmente a su pensamiento. Por suerte, en el hotel la calefacción funcionaba a partir de la puesta del sol y encontraron en él un buen cobijo.

– Mateo…, ¡cuántos años esperando estos momentos!

– Es cierto, Pilar. Pero ahora ya está. Y para siempre.

– ¿Me querrás mucho? Ya oíste a mosén Alberto: en lo bueno y en lo malo…

– Claro que te querré, pequeña.

– Me gusta oírtelo decir.

– Pues te lo diré otra vez: para siempre… y en lo bueno y en lo malo.

Lo bueno fue, por el momento, eso: la efusión, la fusión de los dos en uno solo, en un solo ser, que pronto habría de resultar perfecta. Lo malo fue el frío. Mateo quiso visitar Toledo, las ruinas del Alcázar. A Pilar le costó un poco emocionarse, pues el termómetro señalaba siete bajo cero y la nieve confería a las venerables piedras formas caprichosas, estrafalarias.

– Vámonos de aquí, Mateo. Te lo ruego. No puedo más…

– Fíjate. Ahí estalló la mina comunista…

– Sí, ya lo veo. Pero vámonos, por favor…

– Ahí era donde Moscardó imprimía el periódico…

– ¿Y con qué se calentaban? ¿Podían encender fuego…?

Al regreso a Madrid, otra vez la vertiente amorosa.

– Te quiero, Mateo.

– Yo también a ti.

– Cuidaré de tu padre como si fuera el mío.

– Eso espero. Se merece todo cuanto hagamos por él.

Mateo le enseñó a Pilar la zona de la Ciudad Universitaria, teatro de tantas luchas, donde se hicieron fuertes las Brigadas Internacionales y donde murió Durruti. "Aquí cayeron centenares de hombres. Fue algo espantoso. Pero ahora esto se reconstruirá. Afluyen donativos de toda España. Una Ciudad Universitaria modélica, en la que quién sabe si nuestros hijos estudiarán un día…"

– ¿Tan lejos querrás mandarlos?

– Bueno, es un decir…

¡Dirigiéronse al Alto del León! Pero la nieve les impidió llegar a la cumbre. Mateo se mordió los puños. Había soñado con aquella visita. Con lo mucho que allí, bajo las chabolas, había gozado y sufrido.

– Allí tenías que verme. Me dejé crecer la barba…

– ¡Qué horror! Las barbas pinchan. Te prefiero así.

– ¿Cómo lo sabes si no lo has probado?

Otra vez a Madrid y visitas obligadas a Núñez Maza, en Propaganda; a Salazar, en Sindicatos; a María Victoria, en la Sección Femenina.

– ¡Enhorabuena, tortolitos!

– ¡Que sea por muchos años!

– ¿Qué preferís, niño o niña?

Mateo habló con sus camaradas de los temas que le interesaban. De la muerte de Azaña, ocurrida el 2 de noviembre en Francia, en Montauban. Salazar le aseguró que Azaña se confesó antes de morir, que pidió la asistencia de un sacerdote. "Una confesión que duró cinco horas. Para que veas. A la hora de la verdad…"

Núñez Maza estaba satisfecho porque acababa de crearse el Consejo de la Hispanidad, con vistas a la proyección a Hispanoamérica. "Sin embargo -dijo-, los exilados ejercen allí una tremenda influencia. Muchos intelectuales han ido al copo en puestos importantes, y no sólo en Méjico; también en el Perú y en Uruguay, y en la propia Argentina. Los comunistas han formado varias células en La Habana, disfrazadas con nombres de entidades culturales, y lo mismo cabe decir de Santo Domingo. También en los Estados Unidos se meten por todas partes. Las Universidades les abren las puertas. ¡Ese Roosevelt! Mal rayo lo parta. Es masón y nos dará mucho que hacer. Los anarquistas han anclado sobre todo en Venezuela y Colombia. En fin, que el Consejo de la Hispanidad tendrá que roer un hueso duro. Sobre todo porque los españoles, cuando están fuera trabajan. Y se han llevado allí la experiencia de nuestra guerra civil…"

Pilar intervenía:

– ¿Y tú cuándo te casas, Núñez Maza? Ya va siendo hora ¿no te parece?

– No sé, chica. ¡Tengo tanto que hacer! -Razón de más. Tu mujer te ayudaría.

– ¡Psé! Nunca se sabe… Si te sale aficionada a los trapitos…

Mateo cogió del talle a Pilar.

– Búscatela como yo. Femenina por los cuatro costados… y además estudiando a Carlos Marx.

Pilar hizo un mohín.

– ¿A Carlos Marx? Ése fue peor que Roosevelt.

María Victoria estuvo un poco desagradable. Después de las consabidas felicitaciones, se puso a hablar mal de los catalanes.

– Ya se lo dije a José Luis. Yo, en Gerona, ni hablar. Me moriría. Si quiere casarse conmigo, viviremos aquí, en Madrid.

Pilar la contradijo.

– Pues a mí Gerona me gusta. Se está bien allí. Ahora hemos estrenado campana en la Catedral…

Mateo añadió:

– Y vuelven a tocar sardanas. ¡Por cierto que José Luis bailaba una, en la Rambla!

– ¡Anda, vamos! -cortó María Victoria-. Hasta ahí podíamos llegar.

Mateo hubiera querido visitar otros muchos lugares: Brunete, Belchite, el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza. E ir a Valladolid. Y a Salamanca y Burgos. Pero continuaba nevando y todo estaba intransitable. Pilar le susurraba al oído: "Tanto mejor. Con lo bien que estamos en el hotel…"

Mateo renunció a muchos sitios. Pero, naturalmente, había uno de ellos que era sagrado: El Escorial. Lo reservaba para la última visita, y así lo hizo. El colofón. Salieron en el coche de Núñez Maza, conduciéndolo éste con extrema pericia, y se postraron ante la tumba de José Antonio con mucho más recogimiento que el que embargó en aquel mismo lugar a Heinrich Himmler, Jefe Superior de la Policía alemana, que lo había visitado unas semanas antes. Mateo lloró a los pies de la losa fría de José Antonio. Y también Pilar. "José Antonio, ayúdanos… Ayúdanos a ser fíeles a tu mandato.!

A la salida de El Escorial, Mateo le preguntó a Núñez Maza si no sería posible visitar las obras iniciadas en el Valle de los Caídos, que estaba allí mismo, a pocos kilómetros, cerca del pueblo de Guadarrama.

– No creo que haya inconveniente… -dijo Núñez Maza-. Aunque no veremos nada. Están trabajando simplemente en la carretera de acceso al lugar donde se levantará la Basílica. El terreno es rocoso y los barrenos explotan que da gusto.

– De todos modos, me gustaría verlo.

El coche, con cadenas, se dirigió al lugar. Los guardias, al ver la banderita, y previa inspección de la documentación de Núñez Maza, saludaron y los dejaron pasar. Pronto oyeron una explosión. Y luego otra.

Y de pronto, vieron a los hombres que allí trabajaban, vistiendo las más extrañas prendas para protegerse del frío. ¿Cuántos habría? Pasarían del millar… La temperatura debía de ser inferior a los doce grados bajo cero. Había barracones de madera de los cuales salía humo, el humo de las estufas.

Núñez Maza les explicó:

– La mitad de estos hombres pertenecen a una Empresa Constructora; los demás, son presos que redimen penas.

Mateo preguntó:

– Podrían escapar fácilmente, ¿no?

– ¿Escapar…? ¡Oh, sin duda! Pero ¿adonde irían?

Mateo miró la nieve en torno.

– Sí, claro. No llegarían muy lejos…

Se apearon del coche. Parejas de la Guardia Civil patrullaban por entre los trabajadores de pico y pala. Era duro aquello. Muy duro.

– ¿Cuántos metros tendrá la cruz?

– No lo sé exactamente. Creo que unos ciento veinte. Y habrá hospedería y unos cuarteles.

El panorama era desolador. Era el desierto helado. Las rocas parecían enemigas del hombre, aunque la nieve las acariciase. Haría falta mucha dinamita.

Pilar estaba un poco asustada. El lugar le parecía demasiado tétrico. Ella hubiera preferido algo así como el Valle de San Daniel, verde y jugoso.

– No seas boba. La grandeza reside precisamente en esto, en que el paisaje es lunar. España no es Versalles. ¡Apañados estaríamos! España es, en parte, esto que aquí ves…

Pilar movió la cabeza.

– Claro…

Mateo se acercó a los prisioneros. Los miraba a la cara. Todos tenían una gota helada en la nariz. Recordó la batalla de Teruel y a Teo.

Núñez Maza le preguntó si buscaba a alguien y Mateo le dijo:

– Pues sí… A un tal Reyes, de Gerona… Debe de estar aquí. Estaba en Alcalá de Henares pero, según noticias, pidió el traslado, quizá para abreviar más la condena.

– ¿Querrías hablar con él?

– No, no. Sólo verlo.

Núñez Maza se dirigió a un capataz y éste consultó una lista.

– ¿Alfonso Reyes? Sí, trabaja allí… Yo los acompañaré.

Anduvieron cosa de doscientos metros. Hasta que, a una distancia de un tiro de piedra, Mateo y Pilar reconocieron al ex cajero del Banco Arús. Tenía un pico en la mano y no parecía cansado en absoluto. Un pitillo le colgaba de los labios, apagado al parecer.

Pilar se emocionó increíblemente. Recordó que aquel hombre había ayudado a Ignacio en la zona 'roja', cuando en el Banco los demás empleados se metían con él. Y recordó a Félix, su hijo, que el profesor Civil acogió en Auxilio Social y que ahora no hacía más que dibujar.

Todos guardaron silencio. Y entonces se oyó la canción de los picos, como en las canteras de Gerona propiedad de los hermanos Costa, situadas sobre el cementerio. Llegaban camiones con víveres. Los guardias civiles, bajo sus capotes, estaban tranquilos, mirando de vez en cuando el humo que salía de los improvisados barracones de madera.

"Muchas gracias, capataz". Regresaron al coche. Y emprendieron el regreso a Madrid.

Mateo y Pilar no tenían ganas de hablar, pero Núñez Maza sí.

– ¡Será un monumento grandioso! El nuevo Escorial. El Caudillo en persona dirigirá las obras.

Siguió contando cosas. España había restablecido sus relaciones diplomáticas con Chile, y la Argentina Había enviado un barco de trigo. "Una buena ayuda, que hay que agradecer". Estaban ya muy lejos y a Pilar le parecía oír todavía, intermitentemente, la explosión de los barrenos.

Esa visita al Valle de los Caldos impresionó mucho a la chica.

– Tengo miedo -le dijo a Mateo- de que trasladen aquí los restos de César…

– ¡Qué cosas tienes! César está bien donde está.

– Eso creo yo.

Permanecieron todavía dos días en Madrid. Fueron al teatro ¡y a un cabaret! Pilar se divirtió horrores y las luces violeta la excitaron de tal modo que para bailar con Mateo se le colgó del cuello.

– Si tu madre te ve, le da un ataque.

– ¿Por qué? Soy una mujer casada, ¿no?

– ¡Huy! Es verdad…

La orquesta que tocaba se llamaba Columbio. Jazz. Y la vocalista también sensacional, también con larga cabellera rubia, Dorita.

Por fin enviaron un telegrama a Gerona. "Llegamos mañana".

Así fue. Llegaron a Gerona a media tarde, fatigados -en el tren todas las mujeres llevaban cestas y bultos- y en la estación, y pese al retraso, se encontraron con toda la familia esperándolos.

Carmen Elgazu, al ver a Pilar, tuvo la impresión de que su hija había cambiado horrores en aquellos doce días. Le pareció mucho mayor, más mujer.

Hubo abrazos y risas.

– Sólo una postal ¿eh? ¿Tan ocupados estabais?

Mateo bromeó.

– La culpa es de Pilar. No me soltaba un momento.

Los novios se dirigieron a su hogar, al piso de la plaza de la Estación. Todo estaba en orden. Reinaba en él una gran paz. La cama era alta, altísima… Pilar había ganado la partida.

Don Emilio Santos dijo:

– Bien, hasta luego. Salgo a dar una vuelta.

– ¿A estas horas? ¿Por qué?

– Tengo trabajo en la Tabacalera. La gente quiere fumar ¿comprendéis? Cuando hace frío, la gente quiere fumar…

Al quedarse solos, Pilar se dirigió al despacho de Mateo. ¡Un pájaro disecado sobre un pedestal! Y las paredes llenas de libros.

– Parece un templo, ¿verdad?

Mateo se acercó por la espalda a Pilar y la rodeó con el brazo.

– Un templo, eso es… Y tú serás el monaguillo.

La boda de Pilar dejó un gran hueco en el piso de la Rambla. Pilar tenía sus defectillos, como todo el mundo, pero llenaba la casa. Sobre todo cuando estaba alegre y le daba por reír. Todos recordaban salidas suyas de cuando era más pequeñita, como aquella que tuvo un día a mitad del almuerzo: "Papá, ¿es cierto que los rusos persiguen a las monjas y las tocan?".

Resultaba un tanto difícil acostumbrarse a su ausencia. Carmen Elgazu pensaba: "Si por lo menos tuviéramos teléfono…" Matías, a veces, al llegar a casa, daba vueltas como si le faltara algo, como si no supiera qué hacer. En uno de esos ratos se sentó a la mesa del comedor y escribió una larga carta a Julio García, al Hotel Lincoln, de Nueva York, contándole pormenores de la boda. Julio García, al recibirla, le dijo a doña Amparo Campo: "Tenemos que mandarles algo… Por ejemplo, una pequeña figura que represente la estatua de la Libertad".

Ignacio, en cierto aspecto salió ganando, pues por fin podría disponer de una habitación para él solo. En efecto, Eloy se trasladó al cuarto de Pilar, en cuyas paredes, sin encomendarse a nadie, claveteó con chinchetas fotografías de los grandes ases del fútbol, aunque en este terreno el muchacho andaba un poco tristón pues el Gerona Club de Fútbol, pese a Pachín y al apellido del Presidente, perdía todos los partidos que jugaba en campo contrario, por lo que su clasificación era medianeja.

Sí, Ignacio, ¡por fin!, tendría en casa un rincón independiente. Quedóse con la cama de César y la sobrante se la dieron al pequeño Manuel, que hasta entonces había dormido en un camastro.

En un comercio de compra-venta de muebles Ignacio adquirió un sillón y cambió la pequeña biblioteca por otra mucho mayor, aunque le faltaban libros para llenarla. Esther le dijo que existían libros simulados, de cartón, con el título impreso en el lomo. Pero ¿dónde encontrarlos? Hizo una visita a Jaime, el librero de ocasión, cuyo pequeño negocio prosperaba. Ignacio hubiera comprado allí un arsenal. Pero se conformó con las obras completas de Freud, una edición barata en cinco volúmenes. ¡Con el tiempo que hacía que andaba tras ellas!

– Si me las vendes a plazos, me quedo con ellas- le dijo a Jaime.

– ¡Qué cosas tienes! Llévatelas… y paga cuando quieras.

– De acuerdo. Mira. Ahí van cincuenta pesetas. El primer plazo.

– Haces una buena compra. Freud es muy interesante.

Ignacio llegó a casa contento como unas Pascuas. Enseñando los libros a su padre levantó el índice…; y Matías contestó con su clásico slogan: Caldo Potax.

– ¿Qué libros son ésos? -preguntó Carmen Elgazu.

– Hablan de la libido, madre. No creo que te interesen.

– ¿De la libido? ¿Y qué es eso?

Carmen Elgazu supuso que tenían relación con el trabajo de Ignacio en la abogacía.

– Así me gusta, hijo, que estudies. Por cierto: ¿no te aumenta el sueldo tu jefe? La boda de Pilar ha sido la ruina… ¿Te dije lo que me costó el sombrero?

Ignacio sonrió.

– No te preocupes, mamá. Creo que a primeros de año ganaré doscientas pesetas más.

– ¡Ah, eso sería una bendición! Porque ahora, sin Pilar, necesitaré que Claudia me ayude lo menos cuatro horas diarias…

Ignacio colocó los libros de Freud, los cinco volúmenes, en su recién adquirida biblioteca, a la que Matías previamente había pasado una capa de nogalina que la dejó como nueva. Ignacio tomó al azar uno de los volúmenes y lo hojeó. Y encontró estas frases: "Cuando la relación amorosa con un objeto determinado queda rota, no es extraño ver surgir el odio en su lugar". "El odio es, en relación con el objeto, más antiguo que el amor". Ignacio, pensando en esas dos frases, no pudo menos de evocar a Adela, quien el día de la boda de Pilar, cuando el banquete, se le hizo tan odiosa como al doctor Chaos. También leyó: "La multitud no reacciona sino a estímulos muy intensos. Para influir sobre ella es inútil argumentar lógicamente. En cambio, será preciso presentar ante ella imágenes de vivos colores y repetir una y otra vez las mismas cosas". ¡Le pareció estar oyendo al Gobernador… y a Mateo!

Ahora bien, lo que él quería estudiar preferentemente en Freud era aquello que citó al hablar con su madre: la influencia de la libido y todo lo referente al alma colectiva y a la sugestión. Ignacio había tenido últimamente varias conversaciones con el doctor Chaos, cuya personalidad le interesaba cada día más, y deseaba capacitarse para tratar con él de estas cuestiones.

Otra novedad aportó Ignacio a lo que empezó a llamar "mi" habitación: claveteó en la pared varias reproducciones de cuadros de Picasso, que recortó de una revista. Figuras retorcidas, como vistas simultáneamente desde ángulos distintos. No era un placer para la vista ni se sentía preparado para ahondar en aquellas composiciones, que por cierto eran la antítesis del concepto de que en cierta ocasión le habló mosén Francisco. Pero Picasso le interesaba. Sin duda era un rebelde… y dudaba de todo. ¿Podía pedirse más?

Carmen Elgazu, que ya se había horrorizado con los futbolistas de Eloy, se horrorizó mucho más al ver aquellos "mamarrachos" traídos por Ignacio, sobre todo porque parecían rodear, acosar, por todos lados, la imagen de San Ignacio, que su hijo conservaba en la mesilla de noche.

– Pero ¿qué significa esto si puede saberse?

– Nada, mamá. Es pintura moderna. No lo entenderías.

– ¿Moderna? ¿A qué llamas tú moderno?

– No sé… El mundo avanza.

Carmen Elgazu se colocó sus lentes, que según y cómo le daban aire de marisabidilla, y se plantó frente a una de las reproducciones de Picasso: el rostro de un muchacho con un solo ojo.

– ¿Quieres decir que un día llegaremos a tener esa facha?

Ignacio se rió.

– En cierto sentido, a veces la tenemos ya…

– ¡Anda, hijo! Confío en que mis nietos saldrán de otra manera, como Dios manda.

– ¡Oh, eso sin duda! Sobre todo si se parecen a Pilar… Y a ti.

Ignacio dio un beso a su madre y se quedó solo. Sentóse a la mesa, encendió un pitillo -¿por qué echaba también de menos, tan intensamente, a Pilar?- y cogió papel y pluma.

Querida Ana María: Lamenté mucho que no pudieras asistir ni siquiera de incógnito… a la boda de Pilar. Estaba preciosa de veras. Y todavía no me hago a la idea de que mi hermana se haya casado. Espero que la política no le estropeará la luna de miel… y la vida futura. Lo digo porque, según Freud, el odio es más antiguo que el amor…

Pienso comunicar pronto "lo nuestro" a mis padres. El día de Navidad quizá. Por supuesto, ya lo saben. Pero no de una manera oficial.

Me siento bien aquí, en mi mesa, pensando en ti. Mándame pronto una -fotografía tuya grande, pues no dispongo de lupa para mirar las que te sacó Ezequiel. Una fotografía en la que se vean tus dos ojos… No uno solo como en esos intelectualísimos retratos de Picasso.

Cada día ocurren cosas. Ayer fue un día ajetreado. No sólo en el despacho, sino en casa. Primero dediqué un disco a mi padre. Lo dieron a la hora del almuerzo y en la mesa se armó la gran juerga. Y luego, a la noche, llamaron a la puerta y resultó que vino a verme un compañero mío de la guerra. No sé si te hablé de él alguna vez. Lo llamábamos Cacerola y era nuestro cocinero. Vn chico romántico, ¡más romántico que yo! Ingresó de inspector en la Fiscalía de Tasas y solicitó la plaza de Gerona. La verdad es que no me lo imagino haciendo denuncias por ahí… Luego saldré con él a tomar café-café y hablaremos de nuestros tiempos en Esquiadores.

Te quiero, Ana María… La boda de Pilar me ha provocado una reacción lógica (si soy capaz de reacciones lógicas, ello significa que no pertenezco a la multitud, sino a mi Yo). Me ha hecho soñar en el día en que la novia seas tú y yo haga las veces de Mateo.

¿Cuándo será? No lo sé… He de trabajar mucho. He de aprender mucho. Cada día que pasa me convenzo más de que Manolo tiene razón: nada puede compararse al placer de las asociaciones mentales. Extraer del dato mínimo conclusiones mágicas. Y viceversa. ¿Recuerdas lo de Eugenio d'Ors?: hay que elevar la Anécdota a Categoría…

¿Les has dicho algo a tus padres…? ¿Sobre todo a tu padre, "don Rosendo Sarró"? Te lo pregunto porque hablé con Gaspar Ley y el hombre me lanzó tres o cuatro indirectas…

¿Sigues estudiando inglés? Cuéntame todo lo que haces, todo lo que piensas… Necesito verte, Ana María. Necesito verte muy pronto. Por Navidad lo más tardar. O te vienes tú aquí, o yo hago una escapada a Barcelona… Ya está bien de carlitas ¿no te parece? Claro que escribir tiene también su encanto… Ahora mismo lo estoy pasando bárbaro y hasta me he quemado los dedos con la colilla… Y más encanto tiene aún recibir el sobre del otro (el "otro" eres tú. ¿No te suena raro?) Pero preferiría tenerte a mi lado en carne y hueso.

Etcétera.

Repercusiones de la boda de Pilar. Y de la boda de 'La Voz de Alerta'. Ignacio estaba celoso… Se hubiera casado también en seguida. Aunque, en cuanto él se casara, ¿qué harían sus padres en el piso? Les quedaría Eloy… Ley de vida, claro.

¿Y Marta? Amanecer hablaba de ella, de sus actividades.

Había recibido en la Sección Femenina a una serie de "juveniles", ceremonia de traspaso que resultó muy emotiva, y organizaba para la cabalgata de Reyes un concurso de farolillos. Ojalá esos Reyes Magos le trajeran a Marta el remedio adecuado para curarse… la soledad.

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