CAPÍTULO LII

Las noticias publicadas en Amanecer que en aquellas semanas merecieron el honor del subrayado en rojo de Jaime, y que provocaron en el ánimo de Matías reacciones de muy diversa índole, fueron las siguientes:

"Los jugadores del Club de Fútbol Barcelona depositaron una corona de laurel en la tumba de José Antonio, en El Escorial. La ofrenda fue hecha por el capitán del equipo, Escola. Un padre de la Comunidad de Agustinos rezó un responso y finalmente, en el Patio de los Reyes, el entrenador azulgrana dio los gritos de rigor".

"El presidente de la República Argentina, Oswaldo Ortiz, ha regalado al Caudillo una montura típica de los gauchos de las pampas, los cuales son considerados como descendientes del Caballero Hispánico".

"Ante el problema que plantea la proliferación de la mendicidad en Madrid se están construyendo, en los pabellones próximos al Puente de la Princesa, albergues para cuatrocientos mendigos".

"El escritor español Pío Baroja pronunciará el 5 de abril una conferencia en el local social del Real Club de Tenis, de Barcelona. Será obligatorio el traje de etiqueta".

"El ex rey Carol, de Rumania, que se refugió en España a raíz de la anexión alemana de su país, se ha fugado a Portugal, cruzando a pie la frontera por Badajoz. El ex rey ha abandonado en su hotel de Sevilla ejemplares valiosos, para cuya adquisición se han recibido ofertas importantes".

"En Madrid ha pronunciado una conferencia el embajador inglés, Sir Samuel Hoare, titulada: "Entre dos guerras". Al final de la misma el embajador afirmó que, pasada la actual crisis, las costumbres inglesas continuarán basándose en el respeto a la Corona, a la Biblia y a la Marina".

"Una nueva Sociedad, la Fefasa, elaborará fibras artificiales sustitutivas del algodón, de la lana y de la seda, empleando para ello paja de cereales españoles".

"En Sevilla ha hecho explosión un polvorín. Más de tres mil personas han quedado sin hogar. El Ayuntamiento, en señal de duelo, ha suspendido las próximas Ferias".

Sin embargo, la noticia más importante dada a conocer por aquellas fechas fue la del fallecimiento de Alfonso XIII, ocurrido en Roma el día 28 de febrero, a consecuencia de un ataque cardíaco.

El comunicado oficial del Gobierno daba cuenta de que el Rey había sido asistido en sus últimos momentos por el padre López, jesuíta, y que sería enterrado provisionalmente en la capital italiana, en la iglesia española de Montserrat, en la capilla que guardaba los restos de los Papas españoles Alejandro VI y Calixto III.

El Caudillo decretó un día de luto nacional, que durante tres días ondearan a media asta todas las banderas y comunicó que los restos del Rey serían trasladados, llegado el momento, a El Escorial.

Matías comentó largamente con don Emilio Santos la muerte del Rey. Matías había votado por la República, pero la figura de Alfonso XIII le merecía respeto, por cuanto si se marchó de España en 1931 lo hizo, según su propia declaración, "porque la patria había dejado de amarle, porque no quería dominar por el terror y porque creía que con ello evitaría derramamiento de sangre". Con lo cual, según Matías, demostró ser un perfecto demócrata.

Además, Alfonso XIII, hombre, le había caído siempre simpático a Matías.

– ¿Cuál era su debilidad, don Emilio? Las mujeres… ¿Hay algo malo en ello? Prefiero eso a que lo llamaran el Impotente, como aquel otro rey que no recuerdo cómo se llamaba…

– Enrique IV.

– Eso es.

No, a Matías no le parecía mal que Alfonso XIII hubiera sido galanteador.

– ¡Tuvo una infancia tan triste! Natural que luego quisiera divertirse un poco, ¿no le parece?

Don Emilio Santos contestó:

– En realidad, tuvo mala suerte toda su vida. Tan raquítico al nacer; la pronta muerte de sus hermanas; el atentado cuando la boda; los hijos lisiados, y, desde mil novecientos treinta y uno, el destierro. ¿No será por el número trece que le correspondió?

Matías comentó:

– Eso leí yo en un libro de "El Caballero Audaz" que me encontré en un desván en Telégrafos antes de la guerra…

La noticia impresionó también al Gobernador, quien dio las órdenes oportunas para que se cumplieran en Gerona las disposiciones del Gobierno y presidió los funerales que se celebraron en la Catedral. Sin embargo, el Gobernador fue menos indulgente en sus comentarios. Hablando con Mateo dijo:

– Era un monarca débil… Y eso no puede perdonársele a un rey.

Los más afectados en la ciudad fueron 'La Voz de Alerta', ¡Carlota!, el notario Noguer, la viuda de Oriol… y los gitanos.

'La Voz de Alerta' publicó en "Ventana al mundo" una semblanza conmovida de Alfonso XIII, en la que lamentó no haber aprovechado su estancia en Italia, cuando huyó de la zona 'roja', para rendirle una visita de pleitesía. En dicha semblanza 'La Voz de Alerta' recordó también que fue Alfonso XIII quien consagró España al Sagrado Corazón de Jesús, entronizando su imagen en el Cerro de los Ángeles.

Carlota, monárquica hasta la médula, en los funerales lloriqueó y a la salida dijo:

– A ver si la profecía de don Anselmo Ichaso se cumple y pronto gobierna a España un verdadero rey y no un general.

En cuanto a los gitanos, asistieron en masa al funeral -y entre ellos figuraba 'El Niño de Jaén'-, colocándose con sus exóticos atuendos en los altares laterales del gran templo cuyos orígenes Ignacio detalló tan minuciosamente a Ana María…

Para muchos gerundenses aquel acto de adhesión de los gitanos constituyó una sorpresa. Pero el notario Noguer, que tantas cosas sabía, dio la necesaria explicación:

– Es cosa sabida… En España los gitanos son católicos… y monárquicos. Adoran al Papa, a la Virgen de Lourdes y al Rey. No hay que olvidar que ellos se consideran descendientes de los faraones…

La viuda Oriol comentó:

– No deja de ser curioso.

El padre Forteza vivía una temporada de muy intensa actividad, aunque a menudo, al leer noticias como la de la construcción en Madrid de albergues para mendigos, sentía ganas de abandonar los quehaceres apostólicos que lo absorbían en Gerona y dedicarse íntegramente a los pobres. Instalarse en el barrio de la Barca y entregar allí la vida por los necesitados. Le temía a la Iglesia triunfante… Les temía a las riquísimas casullas que exhibía el doctor Gregorio Lascasas. Temía que los fieles interpretaran con malicia el hecho de que quien atendió al Rey en su muerte fuera precisamente un miembro de la Compañía de Jesús…

Sin embargo, entretanto, y mientras meditaba al respecto, continuaba asistiendo a los reclusos en la cárcel, a la que había llegado un nuevo director que invitaba a la población penal a cantar los himnos con el brazo extendido, lo que creaba problemas. Continuaba ocupándose de la causa de beatificación de César, recogiendo, de acuerdo con lo que dijera a los Alvear, los testimonios directos de aquellas personas que se beneficiaron de la labor caritativa del seminarista, labor de un volumen verdaderamente insospechado. Asimismo, el jesuíta dedicaba como siempre muchas horas a la Congregación Mariana, con resultados que él estimaba positivos. Una serie de muchachos, presididos por Alfonso Estrada, llevaban una vida ejemplar, haciendo honor a la cinta azul que les colgaba del pecho en los actos litúrgicos. Eran muchachos dignos, serios… y castos. Tal vez Matías, consecuente con su tesis más o menos irónica, hubiera tildado a muchos de ellos de faltos de virilidad, por lo menos en su aspecto externo y en sus ademanes. "¿Por qué será que casi ningún congregante tiene necesidad de afeitarse?". Pero el padre Forteza estaba convencido de que la objeción carecía de valor, de que él insuflaba a aquellos chicos una formación que los convertía en hombres en el más recio sentido de la palabra. Admitía que la castidad juvenil, acompañada de un fervoroso amor a la Virgen, podía producir en determinados casos cierta inestabilidad emocional; pero entendía que tal peligro quedaba compensado con creces por el sistema directo de confesión que continuaba utilizando en su celda, en aquella celda de la ropa puesta a secar, del desbarajuste, del crucifijo austero y de la jaula con un pajarillo…

¡Ah, sí, el padre Forteza aborrecía cada día más la religión "merengue" y seguía resistiéndose a escuchar en confesión a las prolijas mujeres! "San Francisco Javier, San Francisco Javier es el modelo… -repetía una y otra vez, sobre todo cuando recibía carta de su hermano, misionero en Nagasaki, donde el santo predicó-. Rezaba… pero sabía enfrentarse con los maremotos. Y con el hambre. Y con los gobernantes japoneses".

El más difícil de los congregantes que tenía a su cargo era Pablito. Pablito, además de sus pinitos literarios, seguía soñando noche tras noche, día tras día, con redondeces de mujer, y le salían granos en la cara. El padre Forteza le obligaba a reventarse esos granos delante del espejo, al tiempo que le decía: "¡Fuera ese pus! ¡A dominarte! ¡Demuestra que eres hombre!". Pablito pensaba: "¿No lo demostré ya llorando en el lecho de mi madre?". Pero era el caso que esa otra hombría que le exigía el padre Forteza le costaba al muchacho un esfuerzo mucho mayor, de suerte que habitualmente se declaraba vencido, cayendo siempre en lo mismo. Cada semana el padre. Forteza le repetía: "De acuerdo. ¿Ves este cilicio? Mañana me lo apretaré un poco más… ¿A ver si durante esta semana consigues aguantarte!". Pablito entonces no sabía si besarle la mano al jesuíta, si indignarse con él y no verlo más, o si encerrarse en su cuarto a leer novelas de Salgari.

Últimamente al padre Forteza le había sido encargada otra misión. Se la encargó el señor obispo, en gracia a que el jesuíta dominaba varios idiomas: la asistencia religiosa de los refugiados extranjeros que, por motivos de salud, después de pasar, en Figueras, por las manos del coronel Triguero y de la Guardia Civil, eran internados en el Hospital gerundense y reclamaban un sacerdote.

Esta circunstancia, este contacto íntimo del padre Forteza con gente que llegaba directamente del teatro de la guerra, unido a su profundo conocimiento de la psicología alemana, lo convirtió imperativamente, por la misma inercia de los hechos, en el "comentarista internacional" más solicitado e incisivo de cuantos existían en la ciudad. Comentarista, desde luego, que sólo ejercía como tal en la intimidad: es decir, que no escribía en el periódico ni se acercaba nunca a la emisora de radio.

Lo cierto es que su celda empezó a ser llamada "el centro de información Forteza", puesto que acudían a ella, para escuchar su versión de los acontecimientos bélicos que se desarrollaban en Europa y en el mundo, un número de personas cada vez mayor, y cada una de ellas con un propósito definido. Así, por ejemplo, el profesor Civil, preocupado desde siempre por la cuestión judía, de la que tantas veces había hablado en clase con Ignacio y con Mateo, sabía que nadie como el padre Forteza podía informarle sobre las actividades nazis en este aspecto. El notario Noguer le exigía, en nombre de la amistad y de la Diputación, un comentario objetivo sobre la insólita evolución que el mariscal Pétain, presionado por los alemanes, imprimía a la demócrata Francia. Manolo y Esther le suplicaban que valorara con un sentido realista la flema de que daba muestras Mr. Edward Collins, el cónsul británico, flema comparable a la que, en su conferencia en Madrid, evidenció Sir Samuel Hoare. El propio Agustín Lago le había pedido su parecer con respecto a la actitud de Pío XII, a quien las radios anglosajonas acusaban de germanofilia. Etcétera.

El padre Forteza no veía razón alguna para callarse. De modo que, utilizando siempre su parabólico lenguaje, dejaba satisfecho, en lo que cabía, al interlocutor de turno; felicitándose él, en el fondo, de que tales personas no se limitaran a leer los partes de guerra, sino que tuvieran conciencia de lo que éstos podían significar en el terreno del espíritu.

– Profesor Civil, el asunto de los judíos, que tanto le interesa a usted, es muy serio. En Alemania la población judía se acerca a los cuatro millones, si no estoy equivocado; en toda Europa, a los diez millones. De sobra conoce usted el odio que los nazis sienten hacia esa raza. Si ha leído usted Mi lucha, de Hitler, me ahorrará explicaciones. Pues bien, las cosas van adquiriendo, según mis informes, un cariz lamentable. Mientras yo vivía en Heidelberg, se quemaban en Alemania, de vez en cuando, algunas sinagogas, se expropiaban empresas y tiendas judías, se trazaban planes de emigración -a Palestina, a Madagascar…-, todo ello bajo el pretexto de la salvaguarda de la casta nórdica, a la que por cierto Himmler bautizó con un bello nombre: la Orden de la Sangre Preciosa. Ahora, por lo visto, hay algo más y los relatos de la BBC en Londres parecen ajustarse a los hechos. Desde que estalló la guerra se ha pasado a una acción mucho más directa, y no sólo en Alemania, sino en todos los territorios ocupados, especialmente Polonia. Sí, parece ser que lo peor está ocurriendo en Varsovia, en cuyo ghetto han sido confinados quinientos mil judíos, previa matanza de los dementes, de los ancianos y de los inválidos. Me consta que usted, profesor Civil, no siente tampoco una simpatía especial por esa raza, que, por una jugarreta del azar, resulta ser la mía… No voy a discutírselo, aunque está bien claro que un cristiano no puede permitirse la menor discriminación. Ahora bien, mi opinión es que la cosa no ha hecho más que empezar. A medida que la guerra se complique -y se está complicando, como usted habrá podido observar-, los nazis llevarán su persecución a los últimos extremos. Hitler está convencido de que los judíos -junto con nosotros, los jesuítas- son la encarnación del Mal. Y por desgracia, no es hombre que consulte con Dios; consulta a los astros, los cuales bien sabe usted que lo mismo son capaces de hacer concebir sueños poéticos que sueños infernales.

El profesor Civil se quedaba asustado. Era cierto que él atribuyó siempre a la raza judía la responsabilidad de tres de los grandes males que en su opinión aquejaban a la humanidad: la deificación del dinero; la rotura psicológica, a través de la literatura y el arte, y la pérdida del sentido de la individualidad. Pero de eso a confinar en un ghetto a medio millón de hombres y mujeres, con el peligro del tifus exantemático… De eso a concebir una aniquilación masiva…

El profesor Civil salía de la celda del padre Forteza doblemente preocupado, por cuanto su hijo, Carlos, que acababa de llegar a Gerona para ponerse al frente de la Emer, sucursal de Sarró y Compañía, daba la impresión de estar tocado de todos los defectos mencionados: no hacía más que hablar del patrón oro, sonreía con displicencia al oír hablar del arte románico de las iglesias gerundenses y parecía feliz mezclándose con la multitud. "Me lo han cambiado -decía el profesor Civil-. Dándole ese cargo me lo han cambiado. No le falta sino colocar en la oficina -o en su casa, presidiendo las comidas de mis nietos- la estrella de David y el candelabro de siete brazos".

El notario Noguer salía también asustado del "centro de información Forteza". El jesuíta contestaba a sus preguntas diciéndole que, según los refugiados franceses con los que dialogaba en el Hospital, Pétain, ¡a sus ochenta y cinco años!, estaba convirtiendo a Francia en un estado gemelo del estado nazi…

– Naturalmente, mi querido notario Noguer, puede existir ahí una alteración de lo que el señor obispo llamaría "el principio de causalidad". Cierto que Pétain firma decretos sorprendentes desde el punto de vista francés, como el de la pérdida de la nacionalidad francesa del general De Gaulle; la obligatoriedad de la enseñanza religiosa en los centros docentes oficiales; la prohibición del divorcio durante los tres primeros años de matrimonio; las severas amonestaciones a quienes hagan circular folletos antialemanes, etcétera. Pero, en mi opinión, todo ello no es más que una prueba de astucia por parte del veterano héroe de Verdún. Intenta tener contentos a los alemanes, calmarlos, evitar males peores. ¿Qué otra cosa puede hacer? El papel de Pétain es triste, desde luego. Él mismo lo ha dicho: "Me temo que los franceses no comprenderán nunca mi sacrificio, que no me perdonarán". Pero lo cierto es que en la Francia ocupada empieza a marcarse el paso de la oca…, que se expurgan las bibliotecas y que la chérie liberté que usted conoció allí ha pasado a ser un recuerdo.

El notario Noguer se asustaba al oír esta versión porque se preguntaba a sí mismo si él, en caso de ser francés, comprendería o no comprendería al mariscal Pétain… El asunto era complejo. ¡Claro que podía tratarse de una astucia salvadora! Pero hacerle el caldo gordo al invasor… ¿Qué límites se trazaría el mariscal? ¿Hasta dónde llegaría? ¿No era preferible hacerse quemar en una hoguera?

El padre Forteza no podía evitar el pasarlo bien cuando sus interlocutores de turno eran Manolo y Esther… La joven pareja le exigía con la mirada que les diera una seguridad: la seguridad de que, contra todas las apariencias, Inglaterra acabaría venciendo. Parecían decirle: "Usted, que es hombre de Dios, que sabe que en Polonia los nazis han matado a sacerdotes católicos y que Himmler ha hecho grabar en todas las dependencias de las SS la frase de Nietzsche: Bendito sea lo que endurece, profetice que estamos en lo cierto, que esta pesadilla pasará y que esas muchachas de la Sección Femenina Alemana que van a llegar a Gerona de un momento a otro, invitadas por el Gobernador, regresarán pronto a su país, dejándonos tranquilos".

Ocurría que el jesuíta no podía profetizar absolutamente nada. Vivía tan en el aire como los propios Manolo y Esther.

– En primer lugar, y pese a que la Compañía de Jesús usa léxico militar, yo no soy militar, como sabéis muy bien… En segundo lugar, supongo que la inclinación definitiva de la balanza dependerá de lo que en lo futuro decidan los Estados Unidos y Rusia, lo cual, a los ojos de un simple jesuíta mallorquín como yo, resulta tan imprevisible como saber lo que se obtendrá de la paja como sustitutivo de la seda natural.

Manolo y Esther se miraban entre si desolados… Desolados y convencidos de que el padre Forteza hablaba como debía hacerlo, que decía lo único que cabía decir. Porque ¿a santo de qué basar en la sonrisita de Mr. Edward Collins una confianza ciega en "la victoria final"? Mr. Edward Collins podía muy bien ser el clásico funcionario inglés educado en el sentido reverencial de la impasibilidad.

Todo imprevisible… ¡Cuan cierto era! Los acontecimientos lo demostraban a diario y podían cambiar radicalmente en cualquier momento. Desde primeros de año habían ocurrido unas cuantas cosas que invitaban a Manolo y Esther a cierto optimismo: los éxitos ingleses en Grecia y en África del Norte, que habían traído consigo la dimisión del mariscal Graziani y habían llevado a Churchill a citar en una alocución el séptimo capítulo del Evangelio de San Mateo: Pedid y os será dado; buscad, y encontraréis; llamad y se os abrirá; la existencia en Londres de lo que el general De Gaulle llamaba "una Europa en miniatura", compuesta por un núcleo de gobiernos exiliados -el de la propia Francia, el de Polonia, el de Noruega, el de Bélgica, el de Holanda, el de Luxemburgo, el de Checoslovaquia…-, que se habían juramentado para proseguir la lucha hasta la liberación de sus patrias respectivas; el hecho de que el asalto a la capital británica no se producía ¡y la afirmación de Roosevelt según la cual los Estados Unidos ayudarían a su hermana Inglaterra en forma completa y sin condiciones, a cuyo fin iniciaba la construcción de veinte mil aviones!

Pero la otra cara de la medalla estaba ahí…, como en la procesión del Viernes Santo estaban la Andaluza y sus pupilas contemplando el paso de Jesús yacente… Alemania había firmado otro tratado con Rusia, vigente hasta agosto de 1942. Yugoslavia y Bulgaria se habían adherido al Pacto Tripartito. El ministro japonés Matsuoka había anunciado su visita a Europa. Y, sobre todo, Hitler, el sempiterno Hitler, había pronunciado otro discurso de rotundidades épicas, prometiendo a sus súbditos "próximos acontecimientos de importancia trascendental". "Cuando miro a mis adversarios de otros países -había dicho el Führer-, no temo dar mi opinión. ¿Qué son esos pobres egoístas? Grandes especuladores que no viven más que de los beneficios que sacan de esta guerra. En esas circunstancias no puede haber bendición para ellos. Alemania, en un plazo cortísimo de tiempo, les dará una lección que no olvidarán jamás". Claro que esas amenazas eran el pan nuestro de cada día. Pero esta vez la cosa parecía ir tan en serio como con ocasión de la campaña de 1939. Efectivamente, todo indicaba que, ante el fracaso italiano, Alemania se disponía a invadir los Balcanes y tomar el mando de las operaciones en el desierto africano. Un nombre empezaba a sonar: el del general Rommel… ¿Qué ocurriría si Hitler se salía con la suya y ocupaba Grecia, Egipto… y el Canal de Suez? ¿Por dónde Inglaterra -por dónde Mr. Edward Collins- podría evitar la catástrofe que se cerniría, sin que el adversario tuviera ya enemigos a la espalda, sobre su territorio?

– Mis queridos Manolo y Esther -concluyó el padre Forteza-, no queda más remedio que continuar a la espera. Y ahora, si queréis, por esta escalera interior saldréis a la capilla del Santísimo, que es el Ünico que todo lo puede…

En cuanto a Agustín Lago, quien desde su choque con el profesor Civil visitaba al padre con frecuencia, era tal vez la persona que más tranquila salía de sus consultas con el jesuíta. Y es que la preocupación del militante del Opus Dei no se refería a aspectos raciales, ni nacionalistas, ni militares, sino religiosos. Y ahí las respuestas podían ser contundentes.

– Calumnias, amigo Lago… Meras calumnias. Pío XII hace honor a su pontificado, nada más. Es cierto que siente por Alemania una simpatía basada en su larga estancia en aquel país: trece años de nuncio apostólico… Nunca lo ha negado y es lo único que ha dejado traslucir en sus declaraciones. Pero nadie puede probar que ello haya condicionado en ningún momento su actividad diplomática con respecto a la guerra. Primero procuró evitarla; luego ha enviado mensajes de consolación a todos los países que se han visto envueltos en ella; y ahora dedica sus esfuerzos a impedir su extensión y a ayudar a las familias de los prisioneros y de los desaparecidos. ¿Por qué no ha condenado oficialmente las invasiones territoriales de los nazis? No soy quién para juzgarlo… Sin embargo, imagino la razón: en Alemania hay unos cuarenta millones de católicos… Si el Papa rompiera los lazos de convivencia entre la Iglesia y el III Reich, ¿cuál sería la réplica de Hitler? Podría ser catastrófica. ¿No lo crees, hijo? El Papa le daría al Führer el pretexto para obrar con la Iglesia alemana como ha obrado con esos sacerdotes polacos…

La argumentación era convincente para Agustín Lago. Lo cual no significaba que fuera consoladora. Agustín Lago hubiera deseado que el Vaticano estuviese en condiciones de condenar abiertamente las ocupaciones de los nazis, pues la Nueva Europa de que éstos hablaban no le producía a él la menor ilusión, habida cuenta de que no creía, como lo creía Himmler, que la "casta nórdica" fuera la Orden de la Sangre Preciosa. Con permiso de Amanecer, más bien creía lo contrario. En eso estaba de acuerdo con el profesor Civil: tenía fe en los hombres nacidos en el Mediterráneo. Prefería el idioma latino a los idiomas alemán e inglés. Prefería el Derecho Romano a la filosofía de Schopenhauer y a las ironías de Bernard Shaw. Y le producía un temor inmenso -tanto como a Manolo y a Esther, y como al notario Noguer- la posibilidad de que los alemanes ocupasen Atenas y se hicieran retratar frente a la Acrópolis.

El padre Forteza, con frecuencia, al quedarse solo, especialmente después de celebrar misa, se preguntaba a sí mismo: "Bueno… ¿y a santo de qué me consultan todo esto? ¿No estaré pecando de autosuficiencia, de vanidad? ¿Qué valor tiene que haya dialogado en el Hospital con dos docenas de refugiados, que haya viajado un poco y que me haya leído el credo de Rosenberg? Puedo equivocarme. Corro muy bien el peligro de interpretar erróneamente los hechos…"

Entonces volvía a sentir la tentación de dedicarse a los pobres, de irse a un suburbio y de dar de comer a la gente y enseñarla a leer y a multiplicar… como hacía César. Ahora bien, ¿no eran, en cierto sentido, igualmente pobres cuantos acudían a consultarle? ¿No necesitaban resolver sus dudas tanto como los estómagos necesitaban comer?

– Bien, bien… Vamos a proceder por orden. Primero, lavarme estos calcetines. Luego, cumplir lo que le prometí a Pablito: apretarme un poco más el cilicio…

El mes de abril dio la razón al padre Forteza… y a Hitler: la situación dio un viraje de noventa grados.

En poco más de tres semanas las tropas del Führer obligaron a los ingleses a retirarse del sudeste europeo. Un nuevo Dunkerque… Soldados alemanes, entre los que figuraba el comandante Plabb, forzaron el paso de las Termópilas, se derramaron por la llanura de Tesalia, ocuparon Atenas y clavaron la cruz gamada en la cumbre del monte Olimpo. Mientras, en el mar, el acorazado Bismark hundía al crucero inglés Hood, el buque de guerra más grande del mundo…

Entonces dejó de opinar el padre Forteza y opinó el general Sánchez Bravo. El general Sánchez Bravo dijo simplemente: "El ejército alemán ha demostrado una cosa: que es invencible".

Se lo dijo al coronel Romero, a los capitanes Arias y Sandoval, a doña Cecilia, a Nebulosa y por último a su propio hijo, el capitán Sánchez Bravo, de quien el general no tenía de un tiempo a esta parte la menor queja.

El capitán Sánchez Bravo asintió con la cabeza:

– Es cierto, papá…

Y advirtiendo que éste ofrecía un aspecto eufórico, el capitán se preguntó si no sería el momento de soltar algo que le quemaba la lengua desde hacía unas semanas. Miró al general y le dijo:

– Hablando de otra cosa… ¿Por qué demoras tanto la construcción de los nuevos cuarteles? ¿No crees que esa nueva Sociedad, Emer, podría encargarse de ello? Su director-gerente es el hijo del profesor Civil…

El general Sánchez Bravo contestó:

– Lo estoy pensando, desde luego. Emer se ha presentado a la subasta. Construye un poco más caro que esos diputados izquierdistas con los que andabas liado, pero parece que trabajan con honestidad.

– ¡Bueno! -comentó el capitán, alzando con estudiada displicencia los hombros-. No sé hasta qué punto hay alguien que trabaje hoy con honestidad…

– ¿Por qué no ha de haberlo? -protestó el general-. ¿O es que crees que toda España se ha contagiado de la corrupción de los banqueros de Wall Street?

– Toda España, no; pero ya sabes… De todos modos, el hijo del profesor Civil tiene un dato a su favor: en Barcelona, en su Academia de Idiomas, se negó rotundamente a enseñar inglés.

– ¿Hablas en serio?

– Me lo dijo su padre, el profesor.

El general bamboleó la cabeza.

– ¡Pues mira por dónde es un detalle que no está mal!

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