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Cuando llegué al edificio federal de Westwood eran las cuatro y cuarto. Mientras atravesaba el aparcamiento hacia la entrada de seguridad, sonó mi móvil. Era Keisha Russell.

– Eh, Harry Bosch -dijo-. Quería decirte que he imprimido todo y ha salido en el correo. Pero estaba equivocada en una cosa.

– ¿En qué?

– Hubo una puesta al día del caso. Se publicó hace un par de meses. Yo estaba de vacaciones. Si te quedas aquí el suficiente tiempo te dan cuatro semanas de vacaciones pagadas. Las tomé todas juntas y me fui a Londres. Mientras estuve fuera fue el tercer aniversario de la desaparición de Martha Gessler. Todos quieren meterse en mi terreno. David Ferrell se ocupó de poner la noticia al día, aunque no tenía nada nuevo. Sigue ilocalizable.

– ¿Ilocalizable? Eso supone que vosotros (o el FBI) pensáis que sigue viva. Antes, dijiste que se la daba por muerta.

– Era sólo una expresión, mon. No creo que nadie tenga esperanzas de encontrarla viva.

– Ya. ¿Has puesto este último artículo en los recortes que me mandas?

– Está todo ahí. Y acuérdate de quién te lo manda. Ferrell es un buen tipo, pero no quiero que lo llames a él si de lo que estás haciendo sale algo gordo.

– Tranquila, Keisha.

– Sé que estás metido en algo. He hecho mis deberes contigo.

Eso me dio que pensar cuando caminaba hacia la fachada del edificio. Si llamaba al FBI y hablaba con Núñez, al agente no le iba a hacer ninguna gracia que involucrara en el caso a una periodista entrometida.

– ¿A qué te refieres? -pregunté con calma-. ¿Qué has hecho?

– He hecho algo más que juntar los recortes. Llamé a Sacramento. A la oficina estatal de licencias. He descubierto que tienes una licencia de investigador privado.

– ¿Ah sí? Todos los polis que se retiran lo hacen. Forma parte del proceso de dejar la placa. Piensas, ah, bueno, sacaré una licencia de detective privado y seguiré deteniendo a los chicos malos. Mi licencia está en un cajón, Keisha. No estoy trabajando para nadie.

– Vale, Harry, de acuerdo.

– Gracias por los recortes. He de colgar.

– Adiós, Harry.

Cerré el teléfono y sonreí. Me gustaba hacer guantes con Keisha Russell. Llevaba diez años tratando con los polis y no parecía más cínica que el primer día que hablé con ella. Era sorprendente en una periodista y más todavía en una periodista negra.

Miré al edificio. Desde aquella posición lo vi como un monolito de hormigón que eclipsaba el sol. Estaba a diez metros de la entrada, pero caminé hasta una fila de bancos que había a la derecha y me senté. Miré el reloj y vi que llegaba tarde a mi reunión con Núñez. El problema era que no sabía en qué iba a meterme y eso hacía que me sintiera reticente. Los federales siempre tenían una forma de desequilibrarte, de dejarte claro que era su mundo y que tú sólo eras un visitante invitado. Supuse que sin placa me tratarían más bien como un visitante al que nadie había invitado.

Abrí el teléfono y llamé al número general del Parker Center, uno de los pocos que todavía recordaba. Pregunté por Kiz Rider de la oficina del jefe y me pasaron. Contestó de inmediato.

– Kiz, soy yo, Harry.

– Hola, Harry.

Traté de interpretar su tono de voz, pero ella había dado una respuesta neutra. No sabía qué parte de la rabia y animosidad de la mañana conservaba.

– ¿Cómo estás? ¿Te sientes un poco…, eh, mejor?

– ¿Recibiste el mensaje, Harry?

– ¿Mensaje? No, ¿qué decía?

– Te he llamado a tu casa hace un rato. Me disculpé. No tendría que haber dejado que los sentimientos personales se mezclaran con la razón de mi visita. Lo siento.

– Eh, no pasa nada, Kiz. Yo también te pido disculpas.

– De verdad, ¿por qué?

– No lo sé. Supongo que por la forma en que me fui. Tú y Edgar no os merecíais eso. Especialmente tú. Tendría que haberlo hablado con vosotros. Eso es lo que hacen los compañeros. Supongo que no fui muy buen compañero en aquel momento.

– No te preocupes por eso. Es lo que te decía en el mensaje. Es agua pasada. Recuperemos la amistad.

– Me gustaría, pero…

Esperé a que ella recogiera el guante.

– Pero ¿qué, Harry?

– Bueno, no sé si querrás estar muy amistosa después de esto, porque voy a hacerte una pregunta y seguramente no te va a gustar.

Refunfuñó en el teléfono, tan alto que tuve que apartarme el auricular de la oreja.

– Harry, me vas a matar. ¿De qué se trata?

– Estoy sentado delante del edificio federal de Westwood. Se supone que tengo que entrar y ver a un tipo llamado Núñez. Un tío del FBI. Y hay algo que no me gusta. Así que me preguntaba si son éstos los tipos de los que me advertiste que estaban trabajando el caso de Angella Benton. ¿Un tipo llamado Núñez? ¿Está relacionado con Martha Gessler, la agente que desapareció hace unos años?

Hubo un largo silencio en la línea. Demasiado largo.

– ¿Kiz?

– Estoy aquí. Mira, Harry, te repito lo que te he dicho en tu casa. No puedo hablar del caso contigo. Lo único que puedo decirte es lo que ya te he dicho. Está abierto y activo y deberías apartarte de él.

Esta vez era mi turno de no responder. Kiz me resultaba una completa desconocida. Hacía menos de un año habría entrado en combate con ella y habría confiado en que ella me cubriría la espalda mientras yo cubría la suya. De repente, no estaba seguro de si podía fiarme de Kiz para decirme si había salido el sol antes de que lo consultara con la sexta planta.

– Harry, ¿estás ahí?

– Sí, estoy aquí. Me he quedado sin habla, Kiz. Pensaba que si había alguien en el departamento que siempre sería franco conmigo ésa ibas a ser tú. Nada más.

– Mira, Harry, ¿has hecho algo ilegal en esta operación por libre tuya?

– No, pero gracias por preguntarlo.

– Entonces no tienes que preocuparte por Núñez. Entra y ve a ver qué quieren. No sé nada de Martha Gessler. Y es todo lo que puedo decirte.

– Vale, Kiz, gracias -dije sin el menor entusiasmo-. Cuídate en la sexta planta. Te llamaré luego.

Antes de que ella pudiera decir la última palabra, cerré el móvil. Me levanté y me dirigí a la entrada del edificio. Ya en el interior, tuve que pasar por un detector de metales, quitarme los zapatos y separar los brazos para que me registraran con un lector óptico de mano. Apenas entendí al tipo del lector óptico cuando me pidió que levantara los brazos. Tenía más pinta de terrorista que yo, pero no protesté. Uno tiene que saber elegir las batallas. Al final, me acerqué al ascensor y subí a la planta doce. Entré en una zona de espera en la que había una gran ventana de vidrio, presumiblemente blindado, que separaba la zona pública del sanctasanctórum del FBI. Dije mi nombre y a quién quería ver en un micrófono y la mujer que había al otro lado del vidrio me invitó a tomar asiento.

En lugar de sentarme, caminé hasta la ventana y miré al cementerio de veteranos que se extendía al otro lado de Wilshire Boulevard. Recordé que había estado exactamente en la misma posición más de doce años antes, cuando conocí a la mujer que después sería mi esposa, mi ex esposa y mi eterno amor.

Me aparté de la ventana y me senté en el sofá de plástico. Había una revista con la foto de Brenda Barstow en la portada sobre una mesita de café desvencijada. Debajo de la foto, el titular decía: «Brenda, la novia de América.»

Estaba a punto de coger la revista cuando se abrió la puerta de la oficina interior y salió un hombre vestido con camisa blanca y corbata. -¿Señor Bosch?

Me levanté y asentí con la cabeza. El hombre me tendió la mano derecha mientras con la izquierda sostenía la puerta de seguridad para impedir que se cerrara.

– Ken Núñez, gracias por venir.

El apretón fue rápido y Núñez se volvió y se encaminó hacia el interior. No dijo nada mientras caminaba. No era como lo había imaginado. Por teléfono parecía un veterano cansado que ya estaba de vuelta de todo. Pero era joven, treinta y pocos. Y en realidad no caminaba por el pasillo, sino que trotaba. Era un joven con aspiraciones, que todavía tenía que probarse algo a sí mismo y a los demás. No estaba seguro de qué prefería, si un agente mayor o un novato.

Abrió la puerta de la izquierda y se apartó para dejarme pasar. Cuando vi que la puerta se abría hacia afuera y que había una mirilla supe que estaba a punto de entrar en una sala de interrogatorios. No iba a asistir una reunión educada, sino que más bien iban a darme una paliza en el culo al estilo federal.

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