La biblioteca del centro estaba en Flower y Figueroa. Era uno de los edificios más antiguos de la ciudad y quedaba empequeñecida por las modernas estructuras de cristal y acero que la rodeaban. La extraordinaria belleza interior se centraba en torno a una rotonda en cuya cúpula de mosaicos se representaba la fundación de la ciudad por los padres. El lugar había sido quemado en dos ocasiones por pirómanos y había permanecido cerrado durante años, pero una vez restaurado había recuperado su belleza original. Yo había ido por primera vez desde que era niño una vez concluida la restauración. Y continuaba yendo. La biblioteca me acercaba al Los Ángeles que yo recordaba, a la ciudad donde me sentía a gusto. Comía en las salas de lectura de los patios de la planta superior mientras leía los archivos de los casos y tomaba notas. Había llegado a conocer a los vigilantes de seguridad y a unos pocos bibliotecarios. Tenía un carnet de biblioteca, aunque rara vez sacaba un libro.
Fui a la biblioteca después de salir de la casa de Law-ton Cross porque no quería volver a recurrir a Keisha Russell para que me ayudara con las búsquedas de artículos. Su llamada a Sacramento para investigarme cuando simplemente le había pedido que buscara artículos de Martha Gessler había sido advertencia suficiente. Su curiosidad periodística la llevaría más lejos que mis preguntas, a lugares a los que yo no quería que se acercara.
La hemeroteca estaba en la segunda planta. Reconocí a la mujer que había detrás del mostrador, aunque nunca había hablado con ella antes. Supe que me reconoció cuando me acerqué a ella. Utilicé una tarjeta de biblioteca donde normalmente bastaba con una placa policial. Ella la leyó y reconoció el nombre.
– ¿Sabe que se llama igual que un pintor famoso? -preguntó.
– Sí, lo sé.
Se ruborizó. Estaba en mitad de la treintena y lucía un corte de pelo poco atractivo. La tarjeta la identificaba como la señora Molloy.
– Claro que lo sabe -dijo-. Tenía que saberlo. ¿En qué puedo ayudarle?
– Necesito buscar artículos del Times de hace unos tres años.
– ¿Quiere hacer una búsqueda por palabra clave?
– Supongo. ¿Qué es eso? La bibliotecaria sonrió.
– Tenemos el Los Ángeles Times en ordenador desde mil novecientos ochenta y siete. Si lo que está buscando se publicó después de esa fecha, lo único que tiene que hacer es conectarse desde uno de nuestros equipos y escribir la palabra o frase clave, como por ejemplo un nombre que cree que saldrá en el artículo que busca. La cuota por hora para acceder a los archivos del periódico es de cinco dólares.
– Perfecto, eso es lo que quiero.
La mujer sonrió y buscó debajo del mostrador. Me tendió un dispositivo de plástico blanco que medía aproximadamente treinta centímetros. No se parecía a ningún ordenador que hubiera visto antes.
– ¿Cómo lo uso?
Casi se le escapó la risa.
– Es un busca. Ahora todos nuestros ordenadores están utilizándose. Le avisaré por el busca en cuanto haya uno disponible.
– Ah.
– El busca no funciona fuera del edificio. Además no emite un sonido, sino que vibra. Así que no se separe de él.
– No lo haré. ¿Tiene idea de si hay para rato?
– Ponemos límites de una hora. Según eso no habría ninguno disponible hasta dentro de media hora, pero muchas veces la gente no necesita la hora completa.
– Muy bien, gracias. Me quedaré por aquí.
Encontré una mesa vacía en una de las salas de lectura y decidí trabajar en la cronología del caso. Saqué mi bloc de notas y en una página en blanco escribí las tres fechas clave y los acontecimientos que conocía.
Angella Benton. Asesinada. 16-5-1999
Golpe del rodaje. 19-5-1999
Martha Gessler. Desaparecida. 19-3-2000
A continuación empecé a añadir la información que me faltaba.
Gessler-Dorsey. Llamada telefónica.¿?
Y al cabo de un momento pensé en algo más que ayudaría a explicar una cuestión que me inquietaba.
Dorsey y Cross. Asesinato/tiroteo. ¿?
Miré en torno a mí para ver si había alguien utilizando un teléfono móvil. Quería hacer una llamada, pero no estaba seguro de que estuviera permitido en una biblioteca. Cuando me volví, vi a un hombre de pie junto a un expositor de revistas, del que rápidamente cogió una sin aparentemente mirar cuál era. Iba vestido con téjanos azules y camisa de franela. Nada en él indicaba que fuera del FBI, pero aun así me pareció que había estado mirándome directamente hasta que yo me fijé en él. Su reacción había sido demasiado rápida, casi furtiva. No se había establecido contacto visual, nada que sugiriera ningún tipo de insinuación. Estaba claro que el hombre no quería que supiera que me estaba observando.
Aparté mi bloc, me levanté y fui hacia el expositor de revistas. Pasé junto al hombre y me di cuenta de que había cogido un número de Parenting Today. Era otro punto contra él. No me parecía un padre primerizo. Estaba convencido de que me estaban vigilando.
Me acerqué de nuevo al mostrador y le susurré a la señora Molloy:
– ¿Me permite una pregunta? ¿Se puede usar un teléfono móvil en la biblioteca?
– No, no se puede. ¿Alguien le está molestando usando un móvil?
– No, sólo quería saber cuál era la norma. Gracias.
Antes de que pudiera volverme me dijo que estaba a punto de llamarme al busca porque había quedado libre un ordenador. Le devolví el busca y ella me condujo a un cubículo donde me aguardaba el brillo de una pantalla de ordenador.
– Buena suerte -dijo mientras se dirigía de nuevo a su sitio.
– Disculpe -dije, haciéndole señas para que regresara-. Eh, no sé cómo conseguir el material del Times con esto.
– Hay un icono en el escritorio.
Me volví y miré la superficie de la mesa. No había nada en ella salvo el ordenador, el teclado y el ratón. La bibliotecaria empezó a reír detrás de mí, pero se tapó la boca.
– Lo siento -dijo-. Es que… No tiene ni idea de cómo hacer esto, ¿verdad?
– Ni la más remota. ¿Puede ayudarme a empezar?
– Un momento. Deje que vaya a la mesa para asegurarme de que no me está esperando nadie.
– Bien. Gracias.
Ella se alejó durante treinta segundos y después volvió y se inclinó sobre mí para trabajar con el ratón e ir cambiando de pantallas hasta que estuvo en los archivos del Times y en lo que llamó el formulario de búsqueda.
– Ahora escriba la palabra clave del artículo que está buscando.
Escribí el nombre «Alejandro Penjeda». La señora Molloy se inclinó y pulsó el botón RETORNO. Al cabo de cinco segundos había otros tantos resultados en la pantalla. Los dos primeros eran de 1991 y 1994 y los tres últimos eran de artículos publicados en 2000. Descarté los dos primeros porque no estaban relacionados con el Penjeda que a mime interesaba. Los otros tres eran de marzo de 2000. Coloqué el ratón sobre el primero (1 de marzo de 2000) y pulsé en el botón LEER. El artículo ocupó la mitad superior de la pantalla. Era un breve acerca de la apertura del juicio a Alejandro Penjeda, quien había sido acusado del asesinato de un joyero coreano llamado Kyungwon Park.
El segundo artículo, también breve, era el que yo quería: el veredicto del caso Penjeda. Llevaba fecha del 14 de marzo y se refería a los hechos del día anterior. Cogí el bloc de mi bolsillo y completé esa parte de la cronología, colocando la nueva información en el lugar adecuado.
Angella Benton. Asesinada. 16-5-1999
Golpe del rodaje. 19-5-1999
Gessler-Dorsey. Llamada telefónica. 13-3-2000
Martha Gessler. Desaparecida. 19-3-2000
Miré lo que tenía. Martha Gessler había desaparecido, y presumiblemente había sido asesinada, seis días después de hablar con Jack Dorsey acerca de la anomalía en la lista de números de serie.
– Si no quiere nada más, voy a volver a mi sitio.
Había olvidado que la señora Molloy continuaba detrás de mí. Me levanté y le señalé su sitio.
– En realidad sería más rápido si usted pudiera hacerlo -dije-. Necesito hacer un par de búsquedas más.
– Se supone que no estamos aquí para hacer búsquedas. Usted debería tener la suficiente experiencia con el ordenador si va a usarlo.
– Entiendo. Voy a aprender, pero ahora mismo no soy lo bastante capaz y estas búsquedas son muy importantes.
Ella pareció dudar. Lamenté no tener la licencia de investigador privado que había obtenido del estado de California. Tal vez eso la habría impresionado. Se inclinó hacia atrás para ver los cubículos del escritorio de entrada y verificar si alguien precisaba su ayuda. Parenting Today rondaba por ahí, tratando de actuar como si estuviera esperando a alguien o esperando ayuda.
– Volveré en cuanto le pregunte a ese caballero si necesita ayuda -dijo la señora Molloy.
La mujer se fue sin aguardar respuesta. Observé mientras le preguntaba a Parenting Today si necesitaba algo. Éste negó con la cabeza y me miró antes de alejarse. La señora Molloy se acercó entonces por el pasillo y se sentó en la silla situada ante el ordenador.
– ¿Cuál es la siguiente búsqueda?
La bibliotecaria movió el ratón con suavidad y rápidamente volvió al formulario de búsqueda.
– Pruebe con «John Dorsey» -dije- y para reducir un poco ¿puede añadir «Nat's Bar»?
Ella tecleó la información e inició la búsqueda. Obtuvo trece resultados y le pedí que abriera el primero. Llevaba fecha del 7 de abril de 2000 y relataba los sucesos del día anterior.
UN POLICÍA MUERTO Y OTRO HERIDO
EN UN TIROTEO EN UN BAR DE HOLLYWOOD
por Keisha Russell
de la redacción del Times
Dos detectives de la policía de Los Ángeles que estaban comiendo en un bar de Hollywood y un camarero fueron abatidos por los disparos de un hombre que entró en el establecimiento para robar a punta de pistola.
En el tiroteo de la una de la tarde en el Nat's de Cherokee Avenue resultó muerto el detective John H. Dorsey, 49, víctima de múltiples heridas de bala, y su compañero Lawton Cross Jr., 38, quedó en estado crítico por heridas en la cabeza y el cuello. Donald Rice, 29, un camarero que trabajaba en el salón, recibió múltiples impactos de bala y también murió en la escena del crimen.
El sospechoso, que llevaba un pasamontañas negro, huyó llevándose de la caja registradora una cantidad indeterminada de dinero, según el teniente James Macy, de la unidad de agentes implicados en tiroteos.
«Parece que se trató de unos pocos cientos de dólares a lo sumo -declaró Macy en una conferencia de prensa concedida en el exterior del bar donde se produjeron los disparos-. No encontramos ninguna razón que explique por qué este hombre empezó a disparar.»
Macy continuó diciendo que no estaba claro que Dorsey y Cross hubieran intentado detener el atraco, ocasionando así el tiroteo. Aseguró que ambos detectives recibieron los disparos mientras estaban sentados en un reservado de la zona de bar escasamente iluminada. Ninguno de los dos había desenfundado el arma.
Los detectives habían llevado a cabo un interrogatorio en un establecimiento cercano a Nat's cuando decidieron hacer la pausa para comer en el bar, según declaró Macy. No había indicios de que ninguno de los dos hombres hubiera consumido alcohol en el local.
«Fueron allí por una cuestión de conveniencia -dijo Macy-. Fue la decisión más desafortunada que podían haber tomado.»
No había ningún otro cliente ni más empleados en el momento del incidente. Una persona que no se hallaba en el bar vio que el asesino huía después de disparar y logró proporcionar una descripción limitada del sospechoso. Como medida de precaución, el testigo no fue identificado por la policía.
Dejé de leer y le pregunté a la bibliotecaria si simplemente podía imprimirlo.
– Son cincuenta centavos por página -dijo-. Sólo en efectivo.
– Muy bien hágalo.
Ella pulsó el botón IMPRIMIR y se reclinó en su asiento para tratar de ver por el pasillo hasta el mostrador de la sección de hemeroteca. Yo que estaba de pie, lo veía mejor.
– Sigue libre. ¿Puede hacer una búsqueda más para mí?
– Si nos damos prisa. ¿Qué es?
Traté de pensar en algo que sirviera para lo que quería hacer a continuación.
– ¿Y la palabra «terrorismo»?
– ¿Está de broma? ¿Sabe cuántos artículos con esa palabra se han escrito en los últimos dos años?
– Claro, claro, ¿en qué estaba pensando? Recortémoslo. Las palabras de búsqueda han de estar relacionadas como en una frase, ¿no?
– No. Escuche, tengo que ir a mi…
– Vale, vale, ¿y si ponemos «FBI» y «presunto terrorista» y «al-Qaeda» y «célula». ¿Puede probar eso?
– Probablemente también sea demasiado.
Ella tecleó la información y esperamos hasta que el ordenador indicó que había 467 resultados, todos menos seis posteriores al 11 de septiembre de 2001. Debajo de la cifra de resultados había una lista con los títulos de cada uno de los artículos. La pantalla mostró la primera de las cuarenta y siete páginas de titulares.
– Va a tener que mirarlo usted solo -dijo la señora Molloy-. Tengo que volver a mi puesto.
Había empezado la última búsqueda casi como una broma. Suponía que Parenting Today interrogaría a la señora Molloy después de que yo me fuera o bien enviaría a otro agente mientras él continuaba mi persecución. Quería añadir un sesgo terrorista a mi búsqueda para darles un quebradero de cabeza. De pronto me di cuenta de que podría descubrir lo que estaba haciendo el FBI.
– De acuerdo -dije-. Gracias por su ayuda.
– Recuerde que esta tarde cerramos la biblioteca a las nueve. Dentro de veinticinco minutos.
– Vale, gracias. ¿Dónde salen los documentos impresos, por cierto?
– La impresora está en el escritorio de la entrada. Todo lo que imprima saldrá por allí. Venga a pagarme y yo se lo daré.
– Una maquinaria bien engrasada.
La bibliotecaria no respondió. Se alejó y me dejó solo con el ordenador. Eché un vistazo pero no vi a Parenting Today. Después volví a meterme en el cubículo y empecé a hojear la lista de artículos. Abrí algunos y comencé a leerlos, pero me detenía en cuanto averiguaba que la historia no tenía ni siquiera una relación remota con Los Ángeles. Me di cuenta de que debería haber incluido «Los Ángeles» en las palabras clave. Me levanté para ver si la señora Molloy estaba en el escritorio de la entrada, pero allí no había nadie.
Volví al ordenador y en la tercera página de la lista de artículos vi un titular que captó mi atención.
UN CORREO TERRORISTA CAPTURADO
EN LA FRONTERA
Hice clic en el botón LEER y el artículo completo ocupó la pantalla. El recuadro que había encima del texto informaba de que se había publicado un mes antes en la página A13 del periódico. La noticia iba acompañada de la foto de un hombre con la piel muy bronceada y el pelo rubio y rizado.
por Josh Meyer
de la redacción del Times
Un presunto correo de dinero de los defensores del terrorismo global fue detenido ayer cuando intentaba cruzar la frontera mexicana en Calexico con una cartera llena de billetes, según informó el Departamento de Justicia.
Mousouwa Aziz, 39, que llevaba cuatro años en la lista de terroristas buscados, fue aprehendido por agentes de la patrulla fronteriza cuando intentaba cruzar de Estados Unidos a México.
Aziz, de quien el FBI cree que tiene vínculos con una célula filipina de terroristas de al-Qaeda, llevaba una gran cantidad de dinero estadounidense en una cartera oculta bajo el asiento del coche en el que pretendía cruzar la frontera. Aziz, que viajaba solo, fue detenido sin que ofreciera resistencia. Se halla retenido en un lugar desconocido según las normas federales aplicadas a los combatientes enemigos.
Los agentes aseguraron que Aziz trató de camuflarse tiñéndose el pelo de rubio y afeitándose la barba.
«Es una detención significativa -dijo Abraham Klein, ayudante del fiscal general en la unidad de antiterrorismo de Los Ángeles-. Nuestros esfuerzos en todo el mundo se han dirigido a cortar los fondos a los terroristas. Se cree que este presunto terrorista está implicado en actividades para financiar el terrorismo en nuestro país y en el extranjero.»
Klein y otras fuentes aseguraron que la de Aziz podría ser una detención clave en los esfuerzos de interrumpir la entrega de dinero -el fluido vital de la actividad terrorista de larga duración- a aquellos que tienen por objetivo intereses americanos.
«No sólo les arrebatamos una buena cantidad de dólares con este arresto, sino, lo que quizá es más importante, detuvimos a una de las personas que estaba metida en el negocio de entregar dinero a terroristas en reserva», aseguró una fuente del Departamento de Justicia que habló a condición de no ser identificada.
Aziz es un ciudadano jordano que asistió a la universidad en Cleveland, Ohio, y habla un inglés fluido, dijo la fuente de Justicia. Portaba un pasaporte y un permiso de conducir de Alabama que lo identificaban como Frank Aiello.
El nombre de Aziz fue puesto en una lista de vigilancia del FBI hace cuatro años, después de que se lo relacionara con entregas de dinero a terroristas implicados en los atentados contra las embajadas de Estados Unidos en África. Los agentes federales se referían a Aziz como Mouse por su pequeña estatura, su capacidad para ocultarse de las autoridades en los meses recientes y por la dificultad que tenían los agentes en pronunciar su nombre.
Después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, se elevó el nivel de alerta en relación con Aziz, pese a que otras fuentes informaron de que no había pruebas de una relación directa entre Aziz y los 19 terroristas que llevaron a cabo los atentados suicidas.
«Este hombre es un correo -dijo la fuente de Justicia-. Su trabajo es mover dinero desde el punto A hasta el punto B. Después, el dinero se utiliza para comprar materiales para la fabricación de bombas y armas, para financiar el estilo de vida de los terroristas mientras planean y llevan a cabo sus operaciones.»
No estaba claro por qué Aziz aparentemente trataba de llevarse dinero estadounidense del país.
«El dólar de Estados Unidos sirve en todas partes -declaró Klein-. De hecho, es más fuerte que la divisa nacional en la mayoría de los países en los que existen células terroristas. El dólar estadounidense llega muy lejos. Puede ser que este sospechoso estuviera llevando el dinero a las Filipinas simplemente para ayudar a financiar una operación.»
El ayudante del fiscal también apuntó que el dinero podría haberse dirigido a terroristas que planeaban infiltrarse en Estados Unidos.
Klein se negó a revelar cuánto dinero estaba transportando Aziz o de dónde salió éste. En meses recientes, los investigadores federales han señalado que buena parte de la financiación terrorista ha surgido de actividades ilegales cometidas en el interior de Estados Unidos. Por ejemplo, el FBI vinculó una operación de drogas del último año con una red de financiación de los terroristas.
Fuentes federales también comentaron al Times que se creía que áreas despobladas de México podrían albergar campos de entrenamiento de terroristas relacionados con al-Qaeda. Klein rechazó hacer comentarios ayer acerca de la posibilidad de que Aziz se dirigiera a un campo de esas características.
Me quedé allí sentado un buen rato mirando la pantalla, preguntándome si acababa de tropezar con algo más significativo que una manera de burlarme de los federales. Me preguntaba si lo que acababa de leer podría de algún modo estar relacionado con mi propia investigación. ¿Acaso los agentes de la novena planta de Westwood habían conectado el dinero de la película con ese terrorista?
Mi reflexión se interrumpió cuando el altavoz anunció que la biblioteca iba a cerrar al cabo de quince minutos. Pulsé el botón IMPRIMIR y volví a la lista de artículos. Revisé los titulares, buscando más información acerca de la detención de Aziz. Sólo encontré uno, que se publicó dos días después del primer artículo. Decía que la comparecencia de Aziz ante el juez se había pospuesto indefinidamente mientras éste continuaba siendo interrogado por los agentes federales. El tono del artículo indicaba que Aziz estaba cooperando con los investigadores, aunque no lo especificaba ni lo decía claramente. Según la noticia, los cambios en las leyes federales aprobadas después de los atentados del 11 de Septiembre conferían a las autoridades federales un gran margen para retener a los presuntos terroristas en calidad de combatientes enemigos. El resto era información complementaria que ya se incluía en el primer artículo.
Volví a la lista y continué desplazándome por los titulares. Pasé casi diez minutos, pero no volví a leer otro artículo sobre Mousouwa Aziz.
El altavoz anunció que la biblioteca estaba cerrando. Miré en torno a mí y vi que la señora Molloy había vuelto al escritorio de entrada. Estaba guardando sus cosas en los cajones y preparándose para irse a casa. Decidí que no quería que Parenting Today supiera lo que había estado mirando en el ordenador. Al menos no enseguida. Así que me quedé en el cubículo hasta escuchar el siguiente anuncio de que la biblioteca estaba cerrando. Permanecí allí hasta que la señora Molloy se acercó a mi cubículo y me dijo que tenía que irme. Me dio los documentos impresos. Le pagué, doblé los artículos y me los guardé en el bolsillo de mi cazadora junto con mi libreta. Le di las gracias y me fui de la sección de hemeroteca.
En mi camino a la calle simulé que estaba contemplando los mosaicos y la arquitectura del edificio y di varias vueltas por la rotonda mientras buscaba a mi perseguidor. No lo vi y empecé a preguntarme si me estaba poniendo excesivamente paranoico.
Al parecer fui la última persona en salir por la puerta para el público. Tuve la idea de ir a la salida de empleados y esperar a la señora Molloy para averiguar si le habían hecho preguntas acerca de mis búsquedas, pero pensé que terminaría asustándola y lo dejé estar.
A solas, mientras caminaba por la tercera planta del garaje hacia mi coche, sentí un escalofrío de miedo en la columna. Tanto si me estaban siguiendo como si no, me había asustado a mí mismo. Aceleré el ritmo y casi estaba corriendo cuando llegué a la puerta del Mercedes.