La comisaría de North Hollywood era la más nueva de la ciudad. Se había construido después del terremoto y de los disturbios del caso Rodney King. En el exterior, era una fortaleza concebida para resistir los levantamientos, tanto tectónicos como sociales. En el interior, dominaba la electrónica más moderna y el confort. Yo estaba en el asiento central de una mesa, en una amplia sala de interrogatorios. No veía los micrófonos ni la cámara, pero sabía que estaban. También sabía que tenía que andarme con pies de plomo. Había hecho un mal trato. Si algo había aprendido en un cuarto de siglo en la policía era que no había que hablar con agentes sin la presencia de un abogado. En cambio, allí estaba yo dispuesto a hacerlo. Estaba a punto de sincerarme con dos personas predispuestas a creerme y ayudarme, pero eso no importaría. Lo que importaría sería la cinta. Tenía que proceder con cuidado y asegurarme de no decir nada que pudiera volverse contra mí cuando la cinta fuera visionada por aquellos que no eran amigos míos.
Kizmin Rider empezó diciendo los nombres de las tres personas presentes, mencionando la fecha, la hora y el lugar en el que nos hallábamos y a continuación leyéndome mis derechos constitucionales de tener un abogado y de mantener la boca cerrada si lo deseaba. Después me pidió que reconociera tanto oralmente como por escrito que entendía esos derechos y que renunciaba a ellos voluntariamente. Lo hice. Le había enseñado bien.
A continuación, Kiz fue directa al grano.
– Vamos a ver, en su casa hay cuatro personas muertas, incluido un agente federal, por no mencionar a un quinto hombre en coma. ¿Quiere hablarnos de ello?
– Yo maté a dos de ellos, en defensa propia. Y también herí al hombre que está en coma.
– De acuerdo, díganos qué ocurrió.
Empecé mi relato en la velada del Baked Potato. Mencioné a Sugar Ray, al cuarteto, al portero, a las camareras y a sus tatuajes. Incluso describí a la cajera a la que le había comprado café en Ralph's. Fui detallista al máximo porque sabía que los detalles les convencerían cuando los comprobaran. Sabía por experiencia que toda conversación era un testimonio oral, un testimonio del que no podía demostrarse ni su veracidad ni su falsedad. Así que si te disponías a contar una historia acerca de lo que la gente decía y cómo lo decía -especialmente gente que ya no estaba viva- era mejor salpimentarla con hechos que podían ser comprobados y verificados. Los detalles. La seguridad y la salvación estaban en los detalles.
Así que relaté para la cinta todo lo que pude recordar, incluido el tatuaje de Marilyn Monroe. Eso le hizo reír a Roy Lindell, pero Rider no le encontró la gracia.
Repasé la noche, describiendo todo tal y como había sucedido. No ofrecí ninguna explicación del porqué de mis acciones, puesto que sabía que eso surgiría en el cuestionario posterior. Quería ofrecerles un relato momento a momento y detalle a detalle de cuanto había ocurrido.
o mentí en lo que les dije, pero no les dije todo. Todavía no estaba seguro de cómo enfocar la cuestión de Mil-ton. Esperaría una señal de Lindell al respecto. Estaba convencido de que le habían dado órdenes mucho antes de entrar en la comisaría.
Oculté los detalles de Milton por Lindell. Tampoco expliqué lo que había visto cuando cerré los ojos antes de apretar el gatillo de la escopeta. Me guardé para mí la imagen de las manos de Angella Benton.
– Y eso es todo -dije al terminar-. Entonces aparecieron los agentes y aquí estamos.
Rider había estado tomando notas ocasionalmente en una libreta. Dejó ésta y me miró. Parecía conmocionada por la historia. Seguramente pensaba que era muy afortunado de haber sobrevivido.
– Gracias, Harry. Ciertamente te ha ido de poco.
– Me ha ido de poco cinco veces.
– Um, creo que vamos a tomarnos unos minutos de descanso. El agente Lindell y yo vamos a salir y hablar de esto y después probablemente volveremos con algunas preguntas.
Sonreí.
– No me cabe duda.
– ¿Podemos traerte algo?
– Un café estaría bien. He estado despierto toda la noche y en casa no me han dado ninguno de mi propia cafetera.
– Te subimos un café.
Ella y Lindell se levantaron y dejaron la sala. Al cabo de unos minutos un detective de North Hollywood al que no conocía entró con una taza de café. Me pidió que esperara allí y se fue.
Cuando Rider y Lindell volvieron me fijé en que había más notas en la libreta de mi ex compañera. Ella siguió llevando la voz cantante.
– Hemos de aclarar un par de cosas antes -dijo.
– Adelante.
– Ha dicho que el agente Milton ya estaba en su casa cuando usted llegó.
– Así es.
Miré a Lindell y después de nuevo a Rider.
– Ha dicho que estaba en el proceso de informarle de que creía que le habían seguido a casa cuando los intrusos derribaron la puerta.
– Correcto.
– El salió al pasillo a investigar y fue inmediatamente alcanzado por un cartucho de escopeta, presumiblemente disparada por Linus Simonson.
– Correcto de nuevo.
– ¿ Qué estaba haciendo el agente Milton en su casa si usted no estaba allí?
Antes de que pudiera responder, Lindell escupió una pregunta.
– Tenía permiso para estar allí, ¿verdad?
– Eh, ¿por qué no respondo a las preguntas de una en una?
Miré otra vez a Lindell y sus ojos bajaron a la mesa. No podía mirarme. A juzgar por su pregunta, que en realidad era una afirmación disfrazada de pregunta, Lindell estaba revelándome lo que quería que dijera. En ese punto interpreté que estaba ofreciéndome un trato. Con casi total seguridad tenía problemas con el FBI por ayudarme en mi investigación. Y ahora tenía sus órdenes: mantener limpia la imagen del FBI, o habría consecuencias para él y probablemente para mí. Así que lo que Lindell me estaba diciendo era que si contaba la historia de manera que le ayudara a cumplir ese objetivo -sin comprometerme legalmente yo mismo- tanto mejor para los dos.
Lo cierto era que no me importaba ahorrarle a Milton la controversia y la vergüenza póstumas. Por lo que a mí concernía ya se había llevado lo que se merecía y un poco más. Ir a por él en la sala de interrogatorios sería vengativo y no necesitaba ser vengativo con un difunto. Tenía otras cosas que hacer y quería preservar mi capacidad de hacerlas.
No olvidaba al agente especial Peoples y su brigada TV, pero había un trecho entre ellos y las acciones de Milton. Tenía a Milton en cinta, no a Peoples. Utilizar a uno para tratar de llegar al otro era un camino tortuoso. Decidí en ese momento que el difunto descansara en paz y regalarme otro día de vida.
– ¿ Qué estaba haciendo el agente Milton en su casa si usted no estaba? -repitió Rider.
La miré.
– Me estaba esperando.
– ¿Para hacer qué?
– Le pedí que nos reuniéramos allí, pero me retrasé porque paré a comprar café por el camino.
– ¿Por qué iba a reunirse con usted tan tarde?
– Porque tenía información que iba a aclararle algunas cosas.
– ¿Cuál era esa información?
– Era información acerca de cómo un terrorista implicado en un caso en el que él estaba trabajando terminó con un billete de cien dólares que supuestamente salió de un robo que yo estaba investigando. Me pidieron que abandonara el caso. Le dije que había comprendido la situación y que había descubierto que los dos casos no estaban relacionados. Lo invité a venir al despacho de mi abogada por la mañana, donde ustedes dos iban a venir y donde iba a explicarlo todo. Pero él no quería esperar, así que le dije que nos reuniéramos en casa. -¿Y qué? ¿le dio una llave?
– No, no lo hice. Pero debí de dejar la puerta mal cerrada porque estaba dentro cuando llegué a casa. Supongo que podría decirse que tenía permiso porque lo invité a la casa, pero no le dije exactamente que entrara.
– El agente Milton tenía diversos dispositivos de escucha en miniatura en el bolsillo de su abrigo. ¿Sabe algo de eso o por qué los tenía?
Suponía que los había sacado de mi casa, pero no lo dije.
– Ni idea -dije-. Supongo que habría tenido que preguntárselo a él.
– ¿Y el coche? Lo encontraron aparcado a un manzana de su casa. De hecho, estaba más lejos que el que usaron los cuatro asaltantes. ¿Tiene alguna idea de por qué Milton aparcó tan lejos de su casa si estaba invitado?
– No, ni idea. Como he dicho, supongo que él es el único que lo sabía.
– Exactamente.
Vi que Rider se caldeaba. Su mirada se hizo más penetrante y trató de interpretar las que yo intercambiaba con Lindell. Sabía que había algo en juego, pero era lo bastante lista para no mencionarlo ante la cámara. Le había enseñado bien.
– De acuerdo, señor Bosch. Nos ha contado hasta el último detalle de lo que ha pasado esta noche, pero no cómo encaja en nada. Antes de que todo se desatara, usted convocó una reunión para esta mañana para explicárnoslo a todos. Así que adelante. Díganos lo que tenía.
– ¿Quiere decir desde el principio?
– Desde el principio.
Asentí.
– Muy bien, supongo que todo empezó cuando Ray Vaughn y Linus Simonson decidieron robar la entrega de dinero al rodaje. Había alguna conexión entre ellos. Una de sus antiguas colegas en el banco comentó que creía que Vaughn era gay y que Simonson le dijo que había intentado aproximarse a él. En cualquier caso, tanto si Simonson atrajo a Vaughn como si fue al revés, ambos decidieron llevarse el dinero. Ambos lo planearon y Simonson reclutó a sus cuatro amigos, para el trabajo sucio. Así empezó.
– ¿Qué ocurrió con Angella Benton? -preguntó Kizmin Rider.
– Estoy llegando a eso. Sin contárselo a los demás, Vaughn y Linus decidieron que necesitaban algo para que los polis pensaran que el golpe se gestó en el interior de la productora de cine, y no en el banco. La eligieron a ella. Ella había ido al banco en una ocasión con documentos relativos al préstamo. De manera que sabían que podía llegarse a la conclusión de que Angella Benton estaba al corriente del envío de dinero. Ellos la eligieron y probablemente la observaron durante un par de días y descubrieron cuándo era más vulnerable y cuándo actuar. La asesinaron y uno de ellos puso semen sobre el cadáver para que al principio pareciera un caso de índole sexual, de modo que no se relacionara inmediatamente con la productora de cine o con el plan de rodar escenas con dinero real. Eso vendría después. Después del golpe.
– Así que ella era sólo un elemento de distracción, es lo que está diciendo -recapituló Rider con desánimo-. La mataron simplemente porque encajaba en un plan.
Asentí sombríamente.
– Qué mundo maravilloso, ¿no?
– Muy bien, sigamos. ¿Lo hicieron los dos?
– No lo sé, quizá. Simonson tenía una coartada para esa noche, pero la investigó Jack Dorsey, y llegaremos a él en un minuto. Yo apuesto a que lo hicieron juntos. Harían falta dos personas para reducirla sin lucha.
– El semen -dijo Rider-. Veremos si coincide con alguno de ellos. Como a Vaughn lo mataron en el asalto e hirieron a Simonson nunca se pensó en contrastar su ADN con el semen recogido en la escena del crimen.
Negué con la cabeza.
– Me da la sensación de que no coincidirá con ninguno de los dos.
– ¿Entonces de quién era?
– Quizá no lo sepamos nunca. A partir de la forma de las manchas decidimos que llevaron el semen a la escena del crimen y que lo derramaron sobre el cadáver. A saber de dónde lo sacaron. Quizá de uno de ellos, pero ¿por qué iban a dejar una pista que los relacionara con el crimen?
– ¿Entonces, qué? ¿Fueron a un desconocido y le pidieron que se corriera en una taza para ellos? -preguntó Lindell con incredulidad.
– No sería tan difícil de conseguir -dijo Rider-. Si te metes en un callejón de Hollywood encontrarás un condón lleno. Y si Vaughn era gay, entonces podía ser de alguno de sus compañeros y el compañero ni siquiera se habría enterado.
Asentí. Había estado pensando en lo mismo.
– Exactamente. Y probablemente por eso lo mataron. Simonson lo traicionó. Les dijo a sus chicos que se aseguraran de matarlo durante el asalto. Eso suponía más dinero para ellos y un vínculo con el caso Benton eliminado.
– Joder, son unos cabrones desalmados -dijo Lindell.
Sabía que estaba pensando en Marty Gessler y en su desconocido destino.
– Simonson aseguró la operación y el futuro del dinero cambiando el informe de números de serie de los billetes que él elaboró junto con otra empleada de BankLA. Podríamos decir que desmarcó los billetes.
– ¿Cómo? -preguntó Rider.
– Al principio pensé que probablemente puso números de serie falsos en el registro que él y otra empleada del banco elaboraron en la cámara acorazada. Pero supongo que eso habría sido demasiado arriesgado, porque ella no estaba implicada y podría haber decidido verificar los números. Así que supongo que lo que hizo Simonson fue crear un segundo informe, falso, en su ordenador. Un informe con números de serie inventados. Después lo imprimió, falsificó la firma de su compañera de trabajo y se lo dio al vicepresidente del banco para que lo firmara. Desde allí el informe fue a la compañía de seguros y luego a la poli después del golpe y en última instancia al FBI.
– Me pediste que llevara el original a la reunión que íbamos a tener esta mañana -dijo Rider-. ¿Por qué?
– ¿Sabes lo que es el temblor del falsificador? Es algo que puede apreciarse en una firma que ha sido falsificada. El trazó la firma de su compañera de trabajo del original del informe de los números de serie. En la fotocopia vi marcas de vacilación. La firma de ella debería haber sido suave, un garabato ininterrumpido. Sin embargo, parece que quien firmó esa página nunca levantó el boli, pero se detuvo y volvió a empezar después de casi cada letra. Es la prueba y creo que el original lo mostrará sin lugar a dudas.
– ¿Cómo se pasó eso por alto?
Me encogí de hombros.
– Tal vez no se pasó por alto.
– Dorsey y Cross.
– Creo que fue Dorsey. Cross no lo sé. Cross me ayudó en esto. De hecho fue él quien me llamó y me puso en marcha.
Lindell se inclinó hacia delante. Estábamos llegando a la parte de Marty Gessler y no quería perder detalle.
– Así que Simonson entregó un informe con números inventados y después sus colegas robaron la entrega y mataron a Vaughn intencionadamente.
– Eso es.
– ¿Y Simonson? A él también le dieron. ¿También querían eliminarlo?
– No, se suponía que eso no tenía que ocurrir. Al menos según Fazio. Al menos eso era lo me estaba diciendo antes de que le mataran anoche. Parece que el hecho de que hirieran a Simonson fue mala suerte, una bala rebotada. Si Banks se despierta del coma con el cerebro intacto tal vez pueda confirmarlo. Tengo la sensación de que querrá hablar. Querrá esparcir la culpa.
– No se preocupe, si sale del coma, allí estaremos. Pero las primeras noticias del hospital son que eso es mucho suponer.
– La cuestión es que esa bala rebotada de hecho les ayudó. Le dio a Simonson una ocasión para salir del banco sin levantar sospechas. Después ocultó la adquisición y renovación de los bares tras un acuerdo con el banco. Lo cierto es que del acuerdo no sacó ni para una nevera de cervezas nueva.
– ¿Cómo lo sabe?
– Lo sé.
– Muy bien, volvamos un momento al golpe -dijo Lindell-. Así que al margen del tiro en el culo de Simonson el golpe funcionó según lo planeado. Todos los polis…
– No exactamente -dijo Rider-. Harry estaba allí. Le dio a uno de los asaltantes.
Asentí.
– Y aparentemente murió en la furgoneta durante la fuga. Simonson me dijo que los otros se lo llevaron en un barco y lo enterraron en el mar. Se llamaba Cozy. A uno de los bares lo llamaron así por él.
– Vale -dijo Lindell-, pero cuando el polvo de todo eso se asienta, lo único que tienen los polis es a Angella Benton muerta y una lista de números de serie falsa que nadie sabe que es falsa. Al cabo de nueve meses, y por casualidad, uno de esos números salta cuando Marty Gessler lo mete en su ordenador.
Asentí. Lindell sabía adónde iba a ir a parar.
– Espera un momento -dijo Rider-. Me he perdido.
Lindell y yo tardamos cinco minutos en ponerle al día del programa de Marty Gessler que permitió investigar la pista de los números de serie y el significado de su descubrimiento.
– Entendido -dijo Rider-. Ella fue la primera en sacar la conclusión de que algo fallaba. Encontró un número que no cuadraba, porque el billete de cien dólares ya estaba bajo custodia y por tanto no podían haberlo robado durante el golpe.
– Exactamente -dije-. Uno de los números que Simonson se inventó correspondía a un billete del que se tenía noticia. Lo mismo ocurrió después cuando detuvieron a Mousouwa Aziz en la frontera. Uno de los billetes de cien que llevaba coincidía con la lista falsa de Simonson. Eso llevó a que Milton y los pesos pesados de la seguridad nacional cayeran sobre él, y era todo mentira. La verdad era que los dos casos no estaban relacionados.
Lo que significaba que había pasado la noche en una celda federal por nada y que Milton había muerto cuando perseguía una pista que no llevaba a ninguna parte. Traté de no pensar en eso y continué con el relato.
– Cuando Marty Gessler descubrió el problema llamó a Jack Dorsey porque su nombre estaba en la lista que se pasó a otras agencias de seguridad. Ahí empezó.
– Estás diciendo que Dorsey sumó dos y dos y descubrió a Simonson -dijo Lindell-. Tal vez sabía lo de la falsificación o tal vez sabía algo más. El caso es que sabía lo suficiente para descubrirlo. Acudió a Simonson y le pidió una parte del pastel.
Me di cuenta de que los tres estábamos asintiendo. La historia funcionaba.
– Dorsey tenía problemas económicos -añadí-. El investigador del seguro hizo exámenes de rutina de todos los polis implicados. Dorsey estaba hasta el cuello de deudas, tenía dos hijos en la universidad y otros dos que tendrían que ir.
– Todo el mundo tiene problemas económicos -dijo Rider enfadada-. Eso no es excusa.
Eso nos dejó a todos en silencio durante unos segundos y luego retomé el relato.
– En ese momento sólo había un problema.
– La agente Gessler-dijo Rider-. Sabía demasiado. Tenía que desaparecer.
Rider no sabía nada de la relación de Lindell con Gessler, y Lindell hizo poco para revelarlo. Se limitó a quedarse sentado con la mirada baja. Yo proseguí.
– Mi intuición es que Simonson y sus chicos utilizaron a Dorsey mientras se ocupaban del problema de Gessler. Dorsey sabía lo que hicieron, pero no podía hacer ni decir nada porque estaba demasiado implicado. Entonces Simonson se ocupó de él en Nat's. Cross y la camarera eran parte del decorado.
Rider entrecerró los ojos y negó con la cabeza.
– ¿Qué? -preguntó Lindell.
– No me cuadra -dijo ella-. Aquí hay una desconexión. Gessler desapareció sin dejar el menor rastro. Tres años después, ¿quién sabe dónde está el cadáver?
Yo estaba poniéndome en la piel de Lindell, pero traté de no mostrarlo.
– Pero con Dorsey es un tiroteo del Oeste. Dorsey, Cross, la camarera. Son dos estilos completamente diferentes. Uno suave como la seda y el otro un baño de sangre.
– Bueno -dije-, con Dorsey querían que pareciera un atraco que fue mal. Si simplemente desaparecía, entonces lo obvio habría sido revisar sus viejos casos. A Simonson no le interesaba eso. De modo que orquestó el gran desparrame para que los investigadores pensaran en un atraco.
– Sigo sin tragármelo. Creo que lo hicieron personas diferentes. Mira, yo no recuerdo todos los detalles, pero ¿no desapareció Marty Gessler cuando conducía por el paso de Sepúlveda?
– Alguien chocó con su coche por detrás y ella aparcó a un lado.
– De acuerdo, entonces tenemos allí a una agente armada y preparada. ¿Vas a decirme que Simonson y esos chicos consiguieron que aparcara y acabaron ella? Vamos tíos. Ni hablar. No sin luchar. No sin que alguien viera algo. Creo que se detuvo porque se sentía segura. Se detuvo por un poli.
Ella me señaló e hizo una señal de asentimiento con la cabeza cuando dijo la última frase. Lindell descargó un puñetazo en la mesa. Rider le había convencido. Yo había defendido mi teoría, pero de repente veía sus fisuras. Empecé a pensar que Rider podría tener razón.
Me fijé en que Rider miraba a Lindell. Al fin estaba captando la vibración.
– Tú la conocías bien, ¿verdad? -preguntó.
Lindell se limitó a asentir. Entonces levantó la mirada para mirarme con furia.
– Y tú lo jodiste, Bosch -dijo.
– ¿Yo lo jodí? ¿De qué estás hablando?
– Con tu numerito de esta noche. Entrando como un puto Steve McQueen. ¿Qué creías? ¿Que se iban a asustar tanto que iban a ir a entregarse al Parker Center?
– Roy -dijo Rider-. Creo que…
– Querías provocarlos, ¿ no? Querías que fueran por ti.
– Eso es una locura-dije con calma-. ¿Cuatro contra uno? La única razón de que esté vivo y hablando con vosotros es que vi que me seguían y porque Milton los entretuvo lo suficiente para que pudiera escapar de la casa.
– Sí, exacto. Viste que te seguían. Y lo viste porque lo estabas esperando, y lo estabas esperando porque era lo que querías. La has cagado, Bosch. Si ese chico del hospital no se despierta con un cerebro que le funcione, nunca sabremos lo que le pasó a Marty ni dónde…
Se detuvo antes de que su voz se perdiera. Dejó de hablar, pero no dejó de mirarme.
– Chicos -dijo Rider-, hagamos una pausa. Dejemos de cuestionar motivos y de acusarnos. Aquí todos queremos lo mismo.
Lindell sacudió la cabeza despacio y enfáticamente.
– No, Harry Bosch, no -dijo con calma, sin apartar su mirada de la mía-. Siempre se trata de lo que quiere él. Siempre ha sido un detective privado, hasta cuando llevaba placa.
Miré de Lindell a Rider. Ella no dijo nada, pero sus ojos eludieron los míos, y ese movimiento era la clave. Vi su confirmación.