16

De camino a Woodland Hills hice una breve parada en Vendóme Liquors y después me dirigí a la casa de Melba Avenue. No llamé para avisar. Con Lawton Cross sabía que las posibilidades de que estuviera en casa eran muy altas.

Danielle Cross abrió la puerta después de que llamara tres veces y su cara tensa adoptó una expresión aún más severa al ver que era yo.

– Está durmiendo -dijo, entreabriendo la puerta-. Todavía se está recuperando de lo de ayer.

– Pues despiértalo, Danny; necesito hablar con él.

– Mira, no puedes presentarte sin avisar. Ya no eres un poli. No tienes ningún derecho.

– ¿Tú tienes el derecho de decidir a quién ve y a quién no ve?

Eso pareció calmarla un momento. Miró a la caja de herramientas que llevaba en una mano y al paquete que llevaba bajo el brazo.

– ¿Qué es todo eso?

– Le he traído un regalo. Mira, Danny, necesito hablar con él. Va a venir gente a verle. Tengo que avisarle para que esté preparado.

Ella transigió. Sin decir una palabra más, retrocedió levemente y abrió la puerta. Extendió el brazo para invitarme a pasar y yo traspuse el umbral. Fui solo hasta el dormitorio.

Lawton Cross estaba dormido en su silla, con la boca abierta. Una baba medicamentosa le resbalaba por la mejilla. No quería mirarlo. Era un recordatorio demasiado claro de lo que podía ocurrir. Puse la caja de herramientas y el paquete que contenía el reloj en la cama. Volví a la puerta y la cerré, asegurándome de que sonaba contra el marco con la suficiente fuerza como para que, con un poco de suerte, Cross se despertara sin que tuviera que tocarlo.

Cuando volví a la silla me fijé en que pestañeaba, pero después sus párpados se detuvieron a media asta.

– Eh, Law. Soy yo, Harry Bosch. Advertí la luz verde en el monitor de la cómoda y rodeé la silla para apagarlo.

– ¿Harry? -dijo-. ¿Dónde?

Volví a rodear la silla y lo miré con una sonrisa congelada en el rostro.

– Aquí, tío. ¿Ahora estás despierto?

– Sí, eh…, estoy despierto.

– Bien. Tengo que contarte unas cosas. Y te he traído algo.

Fui a la cama y empecé a sacar el reloj del paquete que Andre Biggar me había preparado.

– ¿Black Bush?

Su voz ya estaba alerta. Una vez más lamenté la elección de mis palabras. Volví a colocarme en su campo de visión con el reloj en la mano.

– Te he traído este reloj para la pared. Así podrás saber la hora siempre que te haga falta.

Dejó escapar el aire a través de sus labios.

– Ella lo quitará.

– Le pediré que no lo haga. No te preocupes.

Abrí la caja de herramientas y saqué el martillo y un clavo para manipostería de un paquete de plástico que contenía diversos clavos para diferentes superficies. Examiné la pared que estaba a la izquierda de la televisión y elegí un punto en el centro. Había un enchufe justo debajo. Sostuve el clavo en alto y lo clavé hasta la mitad con el martillo. Estaba colgando el reloj cuando se abrió la puerta y se asomó Danny.

– ¿Qué estás haciendo? Él no quiere ningún reloj aquí.

Terminé de colgar el reloj, bajé los brazos y la miré.

– Me dijo que quería uno.

Ambos miramos a Law en busca de apoyo. Los ojos del hombre pasearon de los de su esposa a los míos.

– Probemos un tiempo -dijo-. Me gusta saber qué hora es para no perderme los programas.

– Muy bien -dijo ella con tono cortante-. Lo que tú quieras.

Danny salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí. Me incliné y enchufé el reloj a la corriente. Después miré mi reloj y me estiré para poner la hora y conectar la cámara. Cuando hube terminado volví a guardar el martillo en la caja de herramientas.

– ¿Harry?

– ¿Qué? -pregunté, aunque ya sabía lo que quería.

– ¿Me has traído un poco?

– Un poco.

Abrí otra vez la caja de herramientas y saqué de ella la petaca que había llenado en el aparcamiento del Vendóme.

– Danny me ha dicho que estás de resaca. ¿Seguro que quieres?

– Claro que estoy seguro. Déjamelo probar, Harry, lo necesito.

Volví a repetir la misma rutina del día anterior y esperé a ver si era capaz de darse cuenta de que había aguado el whisky.

– Ah, esto sí que es bueno, Harry. Dame un poco más, ¿quieres?

Lo hice y después cerré la petaca, sintiéndome en cierto modo culpable de darle a ese hombre roto el único consuelo que parecía tener en la vida.

– Escucha, Law, he venido para avisarte. Creo que he levantado la liebre con esta historia.

– ¿Qué ha pasado?

– Traté de localizar a esa agente que dijiste que llamó a Jack Dorsey por el problema con un número de serie, ¿recuerdas?

– Sí, recuerdo. ¿La encontraste?

– No, Law, no la encontré. La agente era Martha Gessler. ¿Te suena de algo?

Su mirada se movió por el techo como si fuera allí donde guardaba su base de datos.

– No. ¿Debería?

– No lo sé. Ha desaparecido. Hace tres años que desapareció, desde que llamó a Jack. -Joder, Harry.

– Sí. Así que me metí en eso cuando telefoneé para seguir la pista de esa llamada.

– ¿Van a venir a hablar conmigo?

– No lo sé. Pero quería avisarte. Creo que podrían venir. No sé cómo, pero lo han relacionado con un asunto de terrorismo. Ahora lo lleva uno de esos equipos que crearon después del Once de Septiembre. Y he oído que les gusta primero pegarte la patada en el culo y después leerte tus derechos.

– No quiero que vengan aquí, Harry. ¿Qué has destapado?

– Lo siento, Law. Si vienen, déjales que hagan preguntas y tú contéstalas lo mejor que puedas. Consigue sus nombres y dile a Danny que me llame después de que se vayan.

– Lo intentaré. Sólo quiero que me dejen en paz. -Ya lo sé, Law.

Me acerqué a su silla y puse la petaca en su campo de visión.

– ¿Quieres más?

– ¿Estás de broma?

Le eché un buen chorro en la boca, y después otro. Esperé que lo tragara y a que el alcohol asomara en su mirada. Se le pusieron los ojos vidriosos.

– ¿Estás bien?

– Ya lo creo.

– Tengo que hacerte unas cuantas preguntas más. Se me ocurrió después de hablar con el FBI. -¿Qué preguntas?

– Es sobre la llamada que recibió Jack. El FBI dice que no hay constancia de que Gessler llamara por el asunto de los números de serie.

– Eso es sencillo. Tal vez no fue ella. Como te he dicho, Jack no me dijo el nombre. O si me lo dijo lo he olvidado.

– Estoy convencido de que era ella. Todo lo demás que describiste coincide. Tenía un programa como el que describiste en su portátil. Desapareció con ella.

– Ahí lo tienes. Probablemente había un registro de su llamada, pero desapareció con ella.

– Supongo. ¿Y la fecha de la llamada? ¿Puedes recordar algo más acerca de cuándo llamó?

– Ah, joder, no lo sé, Harry. Era sólo un detalle más. Estoy seguro de que Jack lo puso en el registro.

Se refería al registro cronológico de la investigación. Todo se hacía constar en el registro. Al menos en teoría.

– Sí, ya lo sé -dije-, pero no tengo acceso a eso. Yo estoy fuera, ¿recuerdas?

– Sí.

– Me dijiste que creías que fue cuando llevabais diez o doce meses en el caso, ¿recuerdas? Dijiste que estabais trabajando en otros casos y que Jack se ocupó de la pista sobre Angella Benton. Su asesinato fue el dieciséis de mayo del noventa y nueve. Martha Gessler desapareció el siguiente diecinueve de marzo. Eso es casi exactamente diez meses.

– Entonces lo recordaba bien. ¿Qué más quieres de mí?

– Es sólo que…

No terminé. Estaba tratando de pensar qué preguntar y cómo decirlo. Algo fallaba en la cronología. -¿Es sólo qué?

– No lo sé. Me parece que si Jack había hablado recientemente con esa agente habría comentado algo cuando desapareció. Fue una noticia importante, ¿sabes? Salía todas las noches en los periódicos y en la tele. ¿Hay alguna posibilidad de que la llamada la recibiera antes? ¿Más cerca del inicio del caso? De esa forma Jack podría haberse olvidado de ella cuando saltó a las noticias.

Cross no dijo nada durante un rato, reflexionando. Yo consideré también otras posibilidades, pero siempre me topaba con una pared.

– Dame otro trago, ¿quieres, Harry?

Bebió demasiado y el whisky le volvió y le quemó en la garganta. Cuando habló de nuevo su voz sonó más ronca de lo habitual.

– No lo creo. Creo que fueron diez meses.

– Cierra los ojos un segundo, Law.

– ¿De qué estás hablando?

– Sólo cierra los ojos y concéntrate en ese recuerdo. Sea lo que sea que tengas grabado, concéntrate en eso.

– ¿Estás intentando hipnotizarme, Harry?

– Sólo intento centrar tus pensamientos, ayudarte a recordar lo que dijo Jack.

– No funcionará.

– Si tú no te dejas, seguro que no. Relájate, Law. Relájate e intenta olvidarlo todo. Como si tu mente fuera una pizarra. Tú la estás borrando. Piensa en lo que Jack dijo de la llamada.

Sus ojos se movieron bajo los finos y pálidos párpados, pero al cabo de un momento los movimientos se hicieron más lentos y se detuvieron. Observé su rostro y esperé. Hacía años que no utilizaba técnicas de hipnosis y había recurrido a ellas para obtener descripciones visuales de hechos y sospechosos. Lo que quería de Cross era un recuerdo de un tiempo y un lugar y del diálogo que lo acompañaron.

– ¿Ves la pizarra, Law?

– Sí, la veo.

– Vale, acércate a ella y escribe el nombre de Jack. Escríbelo arriba del todo para que te quede espacio debajo.

– Harry, esto es estúpido, yo…

– Hazlo por mí, Law. Escribe el nombre de Jack en la parte superior de la pizarra.

– Vale.

– Muy bien, Law. Ahora mira la pizarra y debajo del nombre de Jack escribe «llamada de teléfono». ¿Vale?

– Vale, ya está.

– Bien. Ahora mira esas cuatro palabras y concéntrate en ellas. Jack. Llamada de teléfono. Jack. Llamada de teléfono.

El silencio que siguió a mis palabras estuvo puntuado por el tic tac apenas perceptible del reloj nuevo.

– Ahora, Law, quiero que te concentres en el negro que rodea esas palabras. Alrededor de esas letras. Mira a través de las letras, Law, mira el negro. Mira a través de las letras.

Esperé y observé sus párpados. Vi que el movimiento de la retina empezaba de nuevo.

– Jack te está hablando, Law. Te está hablando de la agente. Dice que tiene nueva información sobre el golpe del rodaje.

Esperé un momento, preguntándome si debería haber mencionado el nombre de Gessler, pero decidí que era preferible no haberlo hecho.

– ¿Qué te está diciendo, Law?

– Hay algún problema con los números. No concuerdan.

– ¿Fue ella quien llamó?

– Sí, llamó ella.

– ¿Dónde estáis cuando te está diciendo esto, Law?

– Estamos en el coche. Vamos al tribunal.

– ¿Es un juicio?

– Sí.

– ¿Qué juicio es?

– Es ese chico mexicano. El chaval de la banda que mató al joyero coreano en Western. Alejandro Penjeda. Es el veredicto.

– ¿Penjeda es el acusado?

– Sí.

– ¿Y Jack recibe la llamada de la agente antes de que vosotros vayáis al tribunal a escuchar el veredicto?

– Eso es.

– Muy bien, Law.

Había conseguido lo que quería. Traté de pensar en qué más preguntarle.

– ¿Law? ¿Dijo Jack cuál era el nombre de la agente?

– No, no lo dijo.

– ¿Dijo que iba a comprobar la información que le había dado?

– Dijo que iba a hacer algunas comprobaciones, pero que le parecía que era una llamada de mierda. Dijo que no creía que significara nada.

– ¿Tú le crees?

– Sí.

– Vale, Law, voy a pedirte que abras los ojos dentro de un momento. Y cuando los abras, quiero que te sientas como si acabaras de despertarte, pero quiero que recuerdes lo que acabamos de hablar, ¿de acuerdo?

– Sí.

– Muy bien, Law, ahora abre los ojos.

Los párpados aletearon una vez y luego se abrieron. Sus pupilas se clavaron en el techo y vinieron hacia mí. Parecían más brillantes que antes.

– Harry…

– ¿Cómo te sientes, Law?

– Bien.

– ¿Recuerdas de qué hemos estado hablando?

– Sí, de ese chaval mexicano, Penjeda. No aceptó el trato que le ofreció el fiscal, perpetua con condicional. Se arriesgó con el jurado y perdió. Perpetua sin condicional.

– Todos los días se aprende algo.

Desde el fondo de su garganta sonó lo que quizá pretendía ser una risa.

– Sí, ése fue bueno -dijo-. Recuerdo que Jack me habló de la llamada de Westwood cuando íbamos al tribunal ese día.

– Perfecto. ¿Recuerdas cuándo fue el veredicto de Penjeda?

– Finales de febrero, principios de marzo. Fue mi último juicio, Harry. Un mes después me comí la bala en ese bar de mierda y ya fui historia. Recuerdo la cara de aquel Penjeda cuando oyó el veredicto y supo que le había caído perpetua sin condicional. El hijoputa tuvo lo que se merecía.

La risa surgió otra vez, pero vi que su mirada se apagaba.

– ¿Qué pasa, Law?

– Está allí en Corcoran, jugando a balonmano en el patio o alquilándole el culo por horas a la mafia mexicana. Y yo estoy aquí. Supongo que a mí también me ha caído perpetua sin condicional.

Me miró a los ojos. Asentí con la cabeza, porque era la única cosa que se me ocurrió.

– No es justo, Harry. La vida no es justa.

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