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La mañana siguiente a mi conversación con Alexander Taylor me senté en el comedor de mi casa de Woodrow Wilson Drive. Tenía una taza de café caliente en la cocina. Había llenado mi cargador con cinco cedes que hacían una crónica de algunos de los últimos trabajos de Art Pepper como sideman. Y tenía los documentos y fotografías de Angella Benton esparcidos ante mí.

El archivo era incompleto, porque robos y homicidios se había apoderado del caso justo cuando mi investigación estaba empezando a centrarse y antes de que se escribieran muchos informes. Era simplemente un punto de partida. En resumen, casi cuatro años después de haber sido excluido del caso era todo cuanto tenía. Eso y la lista de nombres que Alexander Taylor me había proporcionado el día anterior.

Mientras me preparaba para un día de investigar nombres y concertar entrevistas, mi atención se vio atraída por la pequeña pila de recortes de periódico que empezaban a amarillear por los costados. Los cogí y empecé a hojearlos.

Inicialmente, el asesinato de Angella Benton sólo mereció un breve en el Los Ángeles Times. Recuerdo hasta qué punto me frustró en su momento. Necesitábamos testigos. No sólo del crimen en sí, sino también, posiblemente, del coche del asesino o de su ruta de huida. Necesitábamos conocer los movimientos de la víctima antes de la agresión. Había sido el día de su cumpleaños. ¿Dónde y con quién había pasado la tarde anterior a su muerte? Una de las mejores formas de estimular las declaraciones de los ciudadanos era escribir artículos. Puesto que el Times se limitó a publicar un breve, éste quedó enterrado en la sección B y apenas recibimos ayuda de la ciudadanía. Cuando llamé a la periodista para expresar mi frustración, me dijeron que las encuestas mostraban que los lectores estaban cansados de muertes y tragedias. La periodista me explicó que el espacio para las noticias de crímenes se estaba reduciendo y que no se podía hacer nada al respecto. Como premio de consolación escribió una actualización para la edición del día siguiente que incluía una línea en la que se mencionaba que la policía buscaba ayuda ciudadana en el caso. Sin embargo, el artículo era incluso más corto que el primero y quedó enterrado en las páginas interiores. No recibimos ninguna llamada ciudadana ese día.

Todo eso cambió tres días después, cuando la historia ocupó la primera página y se convirtió en la noticia con la cual abrieron todas las cadenas de televisión de la ciudad. Cogí el primero de los dos artículos recortados de la primera página y volví a leerlos.


Tiroteo real durante el rodaje de una película


Un muerto y un herido cuando policías y ladrones interrumpieron a sus homólogos del celuloide


por Keisha Russell de la redacción del Times


Una realidad funesta irrumpió el viernes en el mundo de fantasía de Hollywood cuando la policía de Los Ángeles y vigilantes de seguridad intercambiaron disparos con ladrones armados durante el robo de dos millones de dólares en efectivo que iban a utilizarse en la filmación de una película acerca de ¡un robo de dos millones de dólares en efectivo! Dos empleados de banco fueron alcanzados por las balas, uno de ellos mortalmente. Los asaltantes escaparon con el dinero después de abrir fuego sobre los vigilantes de seguridad y un detective de policía real que casualmente se hallaba en el lugar del rodaje. La policía informó de que la sangre encontrada más tarde en el vehículo abandonado tras la fuga indicaba que al menos uno de los asaltantes resultó herido de bala. La actriz protagonista, Brenda Barstow, estaba en el interior de una caravana cercana en el momento en que se produjo el tiroteo. No resultó herida ni fue testigo del intercambio de disparos de la vida real. El incidente ocurrió en el exterior de un búngalo de Selma Avenue poco antes de las diez de la mañana, según un portavoz de la policía. Un camión blindado llegó a la escena del rodaje para entregar dos millones de dólares que iban a utilizarse como atrezo en las escenas que debían ser rodadas en el interior de la casa. Al parecer, la localización contaba con importantes medidas de seguridad en ese momento, si bien no se ha hecho público el número exacto de vigilantes armados y policías disponibles. La víctima que resultó alcanzada fatalmente por un disparo fue identificada como Raymond Vaughn, 43, director de seguridad de BankLA, la entidad que iba a entregar el dinero en el lugar del rodaje. También fue alcanzado Linus Simonson, 27, otro empleado de BankLA. Sufrió una herida de bala en la parte inferior del torso y el viernes a última hora se encontraba estable según el parte médico del Cedars-Sinai. El detective del Departamento de Policía de Los Ángeles Jack Dorsey declaró que, cuando los dos vigilantes de seguridad estaban trasladando a la casa el dinero del camión blindado, tres hombres fuertemente armados saltaron desde una furgoneta que se encontraba aparcada cerca, mientras un cuarto miembro del grupo aguardaba al volante. Los pistoleros se enfrentaron a los vigilantes y se llevaron el dinero. Mientras los sospechosos se retiraban hacia la furgoneta con las cuatro sacas que contenían el dinero en efectivo, uno de ellos abrió fuego. «Fue entonces cuando se desató la tormenta -dijo Dorsey-. Se desencadenó un tiroteo.» El viernes no estaba claro por qué empezó el tiroteo. Los testigos explicaron a la policía que los vigilantes de seguridad no opusieron resistencia a los asaltantes. «Por lo que nosotros sabemos, ellos simplemente abrieron fuego», comentó el detective Lawton Cross. La policía afirmó que varios vigilantes de seguridad respondieron a los disparos, junto con al menos dos agentes de patrulla fuera de servicio que trabajaban para la productora de la película, así como un detective de policía, Harry Bosch, que se encontraba en el interior de una de las caravanas, trabajando en una investigación que al parecer no estaba relacionada. Ayer fuentes policiales estimaron en más de un centenar los disparos que se intercambiaron en el salvaje tiroteo de la huida. Aun así, el tiroteo no duró más de un minuto, según diversos testigos. Los atracadores lograron introducirse en la furgoneta y huir a toda velocidad. La furgoneta, cubierta de agujeros de bala, fue abandonada posteriormente cerca de la entrada a la autovía de Hollywood en Sunset Boulevard. El vehículo había sido robado la noche anterior de un almacén de equipamiento de un estudio de cine. «Todavía no hemos identificado a los sospechosos -dijo Dorsey-. Estamos examinando distintas pistas que creemos que serán útiles a la investigación.» El tiroteo proporcionó una aleccionadora dosis de realidad al campamento de los cineastas. «Al principio creí que eran los tíos de atrezo haciendo prácticas -explicó Sean O'Malley, ayudante de producción del rodaje-. Pensé que era una broma hasta que oí a gente que gritaba y se tiraba al suelo y que las balas de verdad empezaban a impactar en la casa. Comprendí que era real. Yo me tiré al suelo y me puse a rezar. Fue aterrador.» La película que todavía no tiene título trata de una ladrona que roba una maleta que contiene dos millones de dólares de la mafia de Las Vegas y huye a Los Ángeles. Según los expertos, es muy poco común que se utilice dinero real en las producciones cinematográficas, pero el director del filme, Wolfgang Haus, insistió en utilizar dinero real porque las escenas que iban a rodarse en la casa de Selma Avenue conllevaban diversos primeros planos del dinero y de la ladrona, interpretada por Barstow. Haus explicó que el guión requería que la ladrona se tirara en la cama con el dinero y lo lanzara al aire para mostrar su alborozo. En otra escena, la protagonista se metía en una bañera llena de billetes. Haus aseguró que el dinero falso se advertiría con facilidad en la versión acabada de la cinta. El realizador alemán también insistió en que el uso de dinero real contribuía a una mejor interpretación de los actores. «Si usas dinero de mentira, actúas mal -declaró Haus-. Necesitábamos superar eso. Quería que la actriz sintiera que había robado dos millones de dólares. Sería imposible hacerlo de ninguna otra manera. Mis películas se basan en la precisión y la verdad. Si usáramos dinero del Monopoly, la película sería una mentira y todo el mundo se daría cuenta.» La productora, Eidolon, solicitó un préstamo por un día que incluía todo un ejército de vigilantes de seguridad, según explicaron a la prensa los detectives de la policía. El vehículo blindado debía quedarse en la localización durante el rodaje y el dinero tenía que ser retornado inmediatamente una vez completada la filmación. La suma estaba formada exclusivamente por billetes de cien envueltos en paquetes de veinticinco mil dólares. Alexander Taylor, propietario de la productora, se negó a hacer comentarios acerca del asalto o de la decisión de utilizar dinero real durante el rodaje. No estaba claro si el dinero estaba asegurado contra un atraco. La policía también rechazó revelar por qué Harry Bosch se hallaba en el escenario del rodaje cuando se produjo el tiroteo, no obstante, fuentes del Times explicaron que el detective estaba investigando la muerte de Angella Benton, que apareció estrangulada en su apartamento de Hollywood cuatro días antes. Benton, 24, era empleada de Eidolon Productions, y la policía está investigando ahora la posibilidad de que exista una relación entre su asesinato y el atraco a mano armada. En una declaración hecha pública por su agente, Brenda Barstow dijo: «Estoy horrorizada por lo que ha sucedido y comparto el dolor de la familia del hombre que ha muerto.» Un portavoz de BankLA explicó que Raymond Vaughn llevaba siete años trabajando en el banco. Anteriormente, Vaughn había sido agente de policía en los departamentos de Nueva York y Pensilvania. Simonson, el empleado herido, es ayudante del vicepresidente del banco Gordon Scaggs y se ocupó del préstamo de un día. No pudo localizarse a Scaggs para que hiciera comentarios. La producción de la película se ha suspendido temporalmente. El viernes se desconocía cuando iba a reanudarse el rodaje ni si se utilizaría dinero real cuando éste se reiniciara.

Recordé la escena surrealista de aquel día. Los gritos, la nube de humo que quedó después del tiroteo. La gente estaba en el suelo y yo no sabía si les habían alcanzado o simplemente se habían tumbado para protegerse. Nadie se levantó ni siquiera cuando ya hacía mucho que la furgoneta había huido.

Leí por encima un artículo adjunto que se centraba en lo inusual que resultaba la utilización de dinero real -y una suma tan significativa- en un escenario de rodaje, al margen de las precauciones que se tomaran. El artículo explicaba que el efectivo ocupaba cuatro sacas y apuntaba correctamente que era poco probable que un encuadre de cámara pudiera contener alguna vez dos millones de dólares. Aun así, los productores accedieron a la exigencia del director de disponer de dos millones en aras de la verosimilitud. Fuentes de Hollywood que prefirieron mantenerse en el anonimato dieron a entender que no se trataba del dinero, ni de la verosimilitud, ni siquiera del arte. Era simplemente una prueba de fuerza. Wolfgang Haus lo hizo porque podía. El director acababa de rodar dos filmes que habían recaudado más de doscientos millones de dólares cada uno. En sólo cuatro años había pasado de dirigir películas independientes de bajo presupuesto a ser uno de los realizadores más poderosos de Hollywood. Al exigir la disponibilidad de esos dos millones de dólares en efectivo para el rodaje de escenas bastante rutinarias estaba ejercitando su nueva musculatura. Tenía el poder de pedir y obtener los dos millones. Era una historia más del ego en Hollywood, sólo que esta vez con asesinatos de por medio.

Pasé a una crónica publicada dos días después del atraco. Era un refrito de los artículos del primer día con la escasa nueva información de la investigación. No había detenciones ni sospechosos. La información nueva más notable era que la Warner Bros., el estudio que respaldaba la película, había retirado su financiación tras siete días de producción después de que la protagonista, Brenda Barstow, abandonara alegando motivos de seguridad. El artículo citaba fuentes anónimas de la producción que insinuaban que Barstow renunciaba al papel por otras razones, pero que utilizaba una cláusula de seguridad personal de su contrato para rescindirlo. Las otras razones que se apuntaban eran que se había dado cuenta de que la producción había quedado empañada y que la taquilla podría resentirse, así como su disconformidad con el guión final, que se había concluido después de que ella firmara contrato con la productora.

Al final, la crónica retomaba la cuestión de la investigación e informaba de que ésta se había ampliado para abarcar el asesinato de Angella Benton y que la División de Robos y Homicidios se había hecho cargo del caso que inicialmente llevaba la División de Hollywood. Me fijé en un párrafo marcado con un círculo cerca de la parte inferior del recorte. Seguramente lo había marcado yo cuatro años antes:


Las fuentes confirman al Times que el envío del dinero robado en el atraco estaba asegurado y contenía billetes marcados. Los investigadores confían en que el seguimiento de los números de serie de los billetes podría proporcionar la mejor oportunidad de identificar y capturar a los sospechosos.


No recordaba haber señalado el párrafo cuatro años antes y me preguntaba por qué lo había hecho si cuando se publicó el artículo yo estaba apartado del caso. Supuse que en ese momento permanecía interesado, estuviera en el caso o no, y sentía curiosidad por saber si la fuente de la periodista le había dado información precisa o simplemente pretendía que los atracadores leyeran el artículo y se dejaran llevar por el pánico ante la posibilidad de que pudiera seguirse la pista del dinero. Tal vez eso haría que lo conservaran más tiempo e incrementaría las posibilidades de recuperarlo por completo.

Divagaciones. Ya no importaba. Doblé los recortes y los aparté. Pensé en la caravana en la que estaba cuando empezó todo. Los artículos de diario eran sólo un borrador, tan distante como una vista aérea, como tratar de imaginar Vietnam en 1967 viendo las noticias de Walter Cronkite en la CBS. Los reportajes no transmitían la confusión, el olor de la sangre y el miedo, la abrasadora inyección de adrenalina vertiéndose en las venas como los paracaidistas que se deslizaban por las rampas de un C-130 sobre territorio hostil: «¡Vamos, vamos, vamos!»

La caravana estaba aparcada en Selma. Yo estaba hablando con Haus, el director, acerca de Angella Benton. Buscaba algo a lo que agarrarme. Estaba obsesionado con sus manos y de repente en aquella caravana pensé que tal vez las manos habían formado parte de la representación de la escena del crimen. La representación de un director. Estaba presionando a Haus, arrinconándolo, tratando de averiguar qué había hecho la noche en cuestión. Y entonces alguien llamó a la puerta y todo cambió.

– Wolfgang -dijo un hombre tocado con una gorra de béisbol-, el furgón blindado está aquí con el dinero.

Miré a Haus.

– ¿Qué dinero?

Y entonces, instintivamente, supe lo que iba a suceder.

Contemplo el recuerdo y lo veo todo a cámara lenta. Veo todos los movimientos, todos los detalles. Salí de la caravana del director y vi el furgón blindado rojo en medio de la calle, dos casas más allá. La puerta de atrás estaba abierta y un hombre de uniforme situado en el interior del vehículo les iba pasando las sacas a dos hombres que había en el suelo. Dos hombres de traje, uno mucho mayor que el otro, observaban desde cerca.

Cuando los portadores del dinero se volvieron hacia la casa, la puerta lateral de una furgoneta aparcada al otro lado de la calle se abrió y surgieron tres individuos con las caras cubiertas con pasamontañas. A través de la puerta abierta de la furgoneta vi a un cuarto hombre al volante. Mi mano buscó la pistola en la cartuchera de cintura que llevaba en el interior del abrigo, pero la dejé allí. La situación era demasiado arriesgada. Había demasiada gente alrededor en medio de un posible fuego cruzado. Dejé que las cosas sucedieran.

Los atracadores sorprendieron por detrás a los portadores del dinero y les arrebataron las sacas sin disparar un solo tiro. Entonces, cuando retrocedían por la calle hacia la furgoneta, sucedió lo inexplicable. El atracador que cubría el asalto, el que no llevaba saca, se detuvo, separó las piernas y levantó el arma que sostenía con las dos manos. No lo entendí. ¿Qué había visto? ¿Dónde estaba la amenaza? ¿Quién había hecho un movimiento? El tipo disparó y el más viejo de los dos hombres de traje, cuyas manos estaban levantadas y no representaban ninguna amenaza, cayó de espaldas en la calle.

En menos de un segundo se desató el tiroteo. El vigilante del furgón, los hombres de seguridad y los policías fuera de servicio situados en el césped de la entrada abrieron fuego. Yo saqué mi pistola y corrí por el césped hacia la furgoneta.

– ¡Al suelo! ¡Todo el mundo al suelo!

Mientras los miembros del equipo y los técnicos se arrojaban al asfalto en busca de protección, yo me acerqué más. Oí que alguien empezaba a gritar y el motor de la furgoneta que se ponía en marcha. El olor a pólvora quemada me irritó las fosas nasales. Cuando por fin dispuse de una posición desde donde disparar con seguridad, los atracadores ya estaban llegando a la furgoneta. Uno lanzó sus sacas a través de la puerta abierta y después se volvió sacando dos pistolas del cinturón.

No llegó a disparar. Yo abrí fuego y lo vi caer de espaldas en la furgoneta. Los otros se metieron en el interior tras él y la furgoneta arrancó, haciendo chirriar los neumáticos y todavía con la puerta lateral abierta por la que sobresalían los pies del herido. Observé cómo el vehículo doblaba la esquina y se dirigía hacia Sunset y la autovía. No tenía oportunidad de perseguirlos. Mi Crown Vic estaba aparcado a más de una manzana.

Abrí mi teléfono móvil y llamé para que enviaran una ambulancia y el máximo de efectivos posibles. Les di la dirección por la que huía la furgoneta y les dije que fueran a la autovía.

Todo eso sucedió mientras el griterío de fondo no cesaba. Cerré el móvil y me acerqué al hombre que gritaba. Era el más joven de los dos hombres de traje. Estaba de costado, sujetándose la cadera izquierda con la mano. La sangre se filtraba entre sus dedos. Su día y su traje se habían arruinado, pero supe que se salvaría.

– ¡Me han dado! -gritaba mientras se retorcía-. ¡Joder, me han dado!

Salí de mi ensoñación y volví a la mesa del comedor justo cuando Art Pepper empezaba a tocar: You'd Be So Nice to Come Home To, con Jack Sheldon a la trompeta. Tenía al menos dos o tres grabaciones de Pepper del standard de Colé Porter. En todas ellas atacaba el tema con tanta fuerza que parecía que iba a arrancarse las tripas. No sabía tocar de otra manera y esa implacabilidad era lo que más me gustaba de él. Me halagaba pensar que compartía esa cualidad con Pepper.

Abrí mi libreta por una página en blanco y estaba a punto de escribir una nota sobre algo que había visto en mi rememoración del tiroteo cuando alguien llamó a la puerta.

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