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La entrevista con Gordon Scaggs transcurrió de manera rápida y agradable. Se reunió conmigo a la hora convenida en el rascacielos de BankLA del centro de la ciudad. Su despacho del piso veintidós estaba orientado al este y gozaba de una de las mejores vistas de la nube de contaminación de la ciudad. El relato de su implicación en el malhadado préstamo de dos millones de dólares a Eidolon Productions no se desviaba de manera perceptible de la declaración que constaba en el expediente del caso. Negoció una tarifa de cincuenta mil dólares para el banco, incluidos los costes de seguridad. El dinero tenía que entregarse la mañana del día del rodaje y volver al banco antes de las seis de la tarde, la hora de cierre.

– Sabía que había un riesgo -me explicó Scaggs-, pero también veía un beneficio rápido para el banco. Supongo que podría decirse que eso me nubló la visión.

Scaggs delegó las cuestiones del transporte del dinero a Ray Vaughn, jefe de seguridad de la entidad, mientras centraba su atención en las tareas de asegurar la operación de un día por medio de Global Underwriters y después recoger los dos millones en efectivo. Habría sido altamente inusual que una sola sucursal -aun tratándose de la central- dispusiera de tanto dinero en efectivo en un día. De modo que en las jornadas previas al préstamo Scaggs encargó envíos de efectivo desde distintas sucursales de BankLA. El día del préstamo, el dinero fue cargado en un vehículo blindado y conducido desde el centro de Los Ángeles hasta la localización de Hollywood. Ray Vaughn iba en un coche que encabezaba la comitiva. Se mantuvo en contacto permanente con el conductor del vehículo blindado y lo guió hasta Hollywood por un trayecto tortuoso, en un esfuerzo por determinar si los estaban siguiendo.

Cuando llegaron al lugar del rodaje, los recibieron más vigilantes de seguridad armados y Linus Simonson, uno de los ayudantes que habían colaborado con Scaggs en reunir el efectivo y que había elaborado la lista de números de serie que la compañía aseguradora exigía.

Y, por supuesto, el séquito del banco fue recibido también por los atracadores encapuchados y fuertemente armados.

Un dato nuevo que me proporcionó Scaggs durante la parte inicial de la entrevista fue que la política del banco había cambiado desde el golpe. BankLA ya no participaba en lo que llamó préstamos de boutique para la industria del cine.

– ¿Cómo es el dicho? -preguntó-. Quemarse una vez es educación, quemarse dos veces es simple estupidez. Bueno, aquí no somos estúpidos, señor Bosch. No nos vamos a quemar por esa gente otra vez.

– ¿Entonces cree que el origen fue «esa gente»? ¿El golpe se originó allí y no aquí en el banco?

Scaggs puso expresión de indignación de sólo pensarlo.

– Eso diría. Fíjese en la pobre chica que asesinaron. Trabajaba para ellos, no para mí.

– Cierto. Pero su muerte podría haber formado parte del plan. Para arrojar sospechas sobre la productora y no sobre el banco.

– Imposible. La policía estuvo en este sitio con un peine fino. Y lo mismo hizo en la compañía de seguros. No encontraron ni una liendre.

Asentí de nuevo.

– Entonces supongo que no le importará que hable yo también con sus empleados. Me gustaría hablar con Linus Simonson y Jocelyn Jones.

Scaggs se dio cuenta de que lo había acorralado. ¿Cómo no iba a dejarme hablar con los empleados después de su grandilocuente defensa de la honradez e inocencia en nombre del banco?

– La respuesta es sí y no -dijo-. Jocelyn sigue con nosotros. Ahora es subdirectora de una sucursal en West Hollywood. No creo que haya problema en hablar con ella.

– ¿Y Linus Simonson?

– Linus no volvió a trabajar con nosotros después de aquel trágico día. Supongo que sabe usted que esos mal-nacidos lo hirieron. A él y a Ray. Ray no sobrevivió, pero Linus sí. Estuvo hospitalizado y luego de baja, y por último no quiso reintegrarse. Lo único que puedo decirle es que no le culpo.

– ¿Se fue?

– Eso es.

No había visto mención de ello en el expediente del caso ni tampoco en los registros de Szatmari. Sabía que la investigación fue más intensa en los días y semanas posteriores al golpe. Probablemente entonces Simonson todavía se estaba recuperando y técnicamente continuaba siendo un empleado.

– ¿Sabe adonde fue al dejar el banco?

– No lo recuerdo. Pero para ponérselo fácil, Linus fue y se buscó un abogado que empezó a poner demandas de responsabilidad. Que si el banco lo había colocado en una posición arriesgada y ese tipo de tonterías. Ninguna de las demandas mencionaba que se presentó voluntario para estar allí ese día.

– ¿Quería estar allí?

– Claro. Era un hombre joven. Había crecido en la ciudad y probablemente tuvo aspiraciones en Hollywood en un momento u otro. Todo el mundo las tiene. Pensaba que estaría bien ser el encargado del dinero y pasar el día viendo el rodaje. Se presentó voluntario y yo le dije: «Bueno, ve.» De todos modos quería que hubiera allí alguien de mi oficina. Además de Ray Vaughn, me refiero.

– ¿Entonces Simonson llegó a demandar al banco o sólo amenazó con su abogado?

– Amenazó, pero lo suficiente para llegar a un acuerdo legal. Le dieron un buen pellizco y se largó. Oí que se compró un club nocturno.

– ¿Cuánto le dieron?

– No lo sé. Una vez se lo pregunté a nuestro abogado, Jim Foreman, y no me lo dijo. Me explicó que los términos del acuerdo eran confidenciales. Pero por lo que sé, el club que se compró era bonito. Uno de esos sitios de moda de Hollywood.

Pensé en el retrato que había visto en la biblioteca legal mientras esperaba a Janis Langwiser.

– ¿Su abogado es James Foreman?

– No es mi abogado. Es el abogado del banco. Consejero externo. Decidieron no llevarlo desde dentro por el posible conflicto.

Asentí.

– ¿Conoce el nombre del club que compró?

– No.

Estaba allí sentado mirando la contaminación que había más allá de la ventana. Estaba mirando pero no veía. Me había vuelto hacia el interior al sentir los primeros tirones del instinto y la excitación, del estado de gracia propio de mi religión.

– ¿Señor Bosch? -dijo Scaggs-. Baje de las nubes. Tengo una reunión dentro de cinco minutos.

Salí de mi ensueño y lo miré.

– Disculpe, señor. He terminado. Por el momento. Pero antes de su reunión, ¿podría llamar a Jocelyn Jones y decirle que voy a ir a verla? También necesito saber dónde está la sucursal.

– No hay problema.

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