La puerta del garaje de la casa de Lawton Cross estaba cerrada. La furgoneta continuaba aparcada en el sendero de entrada, pero todavía no había más vehículos allí. Kiz Rider aún no había llegado. Nadie lo había hecho. Aparqué detrás de la furgoneta, bajé y llamé a la puerta principal. Danny Cross no tardó en abrir.
– Harry -dijo-. Estábamos viéndolo en la tele. ¿Estás bien?
– Nunca he estado mejor.
– ¿Son ellos? ¿Los que le hicieron esto a Law?
Tenía una mirada suplicante. Asentí.
– Sí. El que estuvo en el bar ese día, el que disparó a Law, le arranqué la cara con su propia escopeta. ¿Te hace eso feliz, Danny?
Ella apretó los labios en un intento de contener las lágrimas.
– La venganza es dulce, ¿no? Como el jarabe de arce.
Estiré el brazo y le puse una mano en el hombro, pero no para calmarla. Suavemente la aparté a un lado del umbral y entré. En lugar de dirigirme a la izquierda hacia la habitación de Lawton Cross me fui a la derecha. Me metí en la cocina y encontré la puerta del garaje. Fui a los archivadores que había enfrente del Malibu y saqué el expediente del caso Antonio Markwell, el secuestro y asesinato que había valido un nombre a Cross y Dorsey en el departamento.
Volví a la casa y entré en la habitación de Cross. No sabía dónde se había metido Danny, pero su marido me estaba esperando.
– Harry, estás en todas las cadenas -dijo.
Miré la pantalla de la televisión y vi una panorámica de mi casa desde el helicóptero. Se veían todos los coches oficiales y las furgonetas de los medios de comunicación en la calle de enfrente. También vi las lonas negras que cubrían los cadáveres de la parte de atrás. Apagué la tele. Me volví hacia Cross y le tiré el expediente de Markwell en el regazo. Él no podía moverse. Lo único que podía hacer era bajar la mirada y leer la lengüeta.
– ¿Cómo se siente? ¿Te la pone dura ver lo que has hecho? En tu caso será una erección imaginaria.
– Harry, yo…
– ¿Dónde está ella, Law?
– ¿Dónde está quién? Harry, no sé qué…
– Claro que sí. Sabes exactamente de qué estoy hablando. Tú estás aquí sentado como una marioneta, pero todo el tiempo has estado moviendo los hilos. Mis hilos.
– Harry, por favor.
– No me vengas con Harry por favor. Querías vengarte de ellos y yo era tu oportunidad. Bueno, ya la tienes, socio. Me ocupé de todos ellos, como tú pensaste. Como tú esperabas. Me has manejado bien.
Cross no dijo nada. Tenía la mirada baja, rehuyendo la mía.
– Ahora yo quiero algo de ti. Quiero saber dónde escondisteis tú y Jack a Marty Gessler. Quiero llevarla a casa. Él permaneció en silencio, con sus ojos lejos de los míos. Me agaché para cogerle el expediente del regazo. Lo abrí en la cómoda y empecé a pasar los documentos.
– ¿Sabes?, no me di cuenta hasta que alguien a quien le enseñé este trabajo lo vio -dije mientras miraba en el archivo-. Ella fue la que dijo que tenía que ser un poli. Era la única forma de que raptaran a Gessler con tanta facilidad. Y tenía razón. Esos cuatro capullos no tenían lo que hay que tener. -Hice un gesto hacia la televisión apagada-. Mira lo que ha pasado cuando han venido a por mí.
Encontré lo que estaba buscando en el expediente. Un mapa de Griffith Park. Empecé a desdoblarlo. Sus pliegues crujieron y se rasgaron. Había estado plegado durante unos cinco años. Una cruz señalaba el punto del cañón de Bronson donde se había descubierto el cadáver de Antonio Markwell.
– En cuanto tomé esa dirección, empecé a verlo. La gasolina siempre había sido un problema. Alguien usó su tarjeta de crédito y compraron más gasolina de la que cabe en su coche. Eso fue un fallo, Law. Un fallo grande. No comprar la gasolina, eso formaba parte de la distracción. El fallo fue comprar tanta. El FBI pensó que tal vez era un camión, que tal vez estaban buscando a un camionero. Pero ahora pienso en un Crown Vic. El modelo que fabrican para los departamentos de policía. Los coches con depósitos de capacidad extra para que nunca te quedes sin gasolina en una persecución.
Había desplegado con delicadeza el mapa que mostraba las muchas carreteras sinuosas y senderos del enorme parque de montaña. Mostraba la carretera que subía al cañón de Bronson y después la pista forestal que se extendía aún más arriba por el terreno rocoso. Mostraba también la zona de cuevas y túneles que quedaban de cuando el cañón había sido una cantera cuyas rocas se aplastaron y se usaron para construir el lecho del ferrocarril hacia el oeste. Extendí el mapa en el regazo de Cross y por encima de sus brazos muertos.
– Tal y como yo me lo figuro, vosotros la seguisteis desde Westwood. Después, en el paso, la obligasteis a parar en un lugar poco transitado. Usasteis la luz azul de vuestro Crown Vic y ella pensó: «No hay problema, son polis.» Pero entonces la metisteis en el maletero de ese coche grande con el depósito grande. Uno de vosotros se fue en el coche de Gessler hasta el aeropuerto y el otro lo siguió y lo recogió. Probablemente disteis marcha atrás con su coche contra otro coche o contra un pilar. Buena idea sembrar una pista falsa. Después condujisteis hacia el desierto y usasteis la tarjeta de crédito. Otra pista falsa. Y después disteis la vuelta y la llevasteis al verdadero sitio donde ibais a esconderla. ¿ Quién lo hizo, Law? ¿ Quién le quitó todo lo que tenía?
No esperaba respuesta y no la obtuve. Señalé el mapa.
– Te lo diré yo. Fuisteis a un lugar familiar, a un lugar donde nadie buscaría a Marty Gessler porque todos la buscarían en el desierto. La queríais escondida, pero queríais tener acceso a ella, ¿no? Queríais saber exactamente dónde estaba. Era vuestro as en la manga. La usaríais para controlarlos a ellos. Marty y su ordenador. La conexión estaba en ese ordenador. Si la descubrían a ella y al ordenador alguien llamaría a la puerta de Linus Simonson.
Hice una pausa para darle la oportunidad de protestar, de decirme que me fuera al infierno o llamarme mentiroso, pero no hizo nada de eso. No dijo ni una palabra.
– Aparentemente funcionó -dije-. Y entonces ese día en Nat's se suponía que ibais a cerrar el trato, ¿no? Daros la mano y compartir el botín. Sólo que Linus Simonson tenía otra idea. Resultó que no quería compartir nada y asumió sus riesgos con el ordenador de Gessler. Eso os pilló por sorpresa. Vosotros dos estabais allí esperando, probablemente contando ya vuestro dinero. Y él entró y abrió fuego… Creo que tendrías que haberlo esperado, Law. -Me incliné y toqué el mapa con un dedo-. El cañón de Bronson, con todos esos túneles y cuevas, donde encontrasteis al chico.
Mis ojos se levantaron del mapa.
– Yo creo que está allí. Las carreteras que llevaban allí arriba estaban cerradas. Pero vosotros dos teníais una llave, ¿no? Del caso del chico. Guardabais esa llave y os vino de primera. ¿Dónde está?
Cross finalmente alzó la cabeza y me habló.
– Mira lo que me hicieron -dijo-. Se merecían lo que les ha pasado.
Yo asentí.
– Y tú te merecías lo que tienes. ¿Dónde está?
Movió los ojos y miró a la televisión apagada. No dijo nada. La rabia floreció en mi interior. Pensé en Milton apretando los tubos de oxígeno. Pensé en convertirme en un monstruo, en convertirme en aquello que perseguía. Di un paso hacia su silla y lo miré con los ojos oscurecidos por la ira. Lentamente levanté las manos hacia su cara.
– Díselo.
Me volví y vi a Danny Cross en el umbral. No sabía cuánto tiempo llevaba allí ni lo que había escuchado. No sabía si para ella se trataba de información nueva o no. Lo único que supe era que me hizo apartarme del borde del abismo. Me volví y miré de nuevo a Lawton Cross. Estaba mirando a su mujer y su cara congelada de algún modo todavía adoptó una expresión de tristeza y sufrimiento.
– Díselo, Lawton -dijo Danny Cross-. O no me quedaré a tu lado.
Una expresión de miedo asomó en su rostro. Y un instante después vi la súplica en sus ojos.
– ¿Prometes quedarte conmigo?
– Lo prometo.
Cross miró al mapa que estaba extendido sobre la silla.
– No lo necesitas -dijo-. Sube allí, métete en la cueva grande y después coge el túnel de la derecha. Llega a una abertura. Alguien nos dijo que la llaman el Hoyo del Diablo. Es igual, allí es donde encontramos al chico. Ahora está ella.
No pudo seguir sosteniendo mi mirada y volvió a fijarla en el mapa.
– ¿Dónde la he de buscar, Lawton?
– Donde estaba el chico. La familia marcó el lugar. Lo sabrás cuando estés allí.
Entendido. Lentamente cogí el mapa y volví a doblarlo. Observé a Cross mientras lo hacía. Parecía más calmado, pero su rostro había perdido toda expresión. Había visto la expresión mil veces antes en los ojos y los rostros de aquellos que han confesado. Era la expresión de quien finalmente se ha sacado un peso de encima.
No había nada más que decir. Volví a guardar el mapa en la carpeta y salí con ella. Danny Cross permanecía justo al otro lado de la puerta, mirando a su marido. Me detuve al pasar junto a ella.
– Es un agujero negro -dije-. Te chupará y te arrastrará con él. Sálvate, Danny.
– ¿Cómo?
– Ya sabes cómo.
La dejé allí y salí. Me metí en el coche y empecé a conducir hacia el sur en dirección a Hollywood y al secreto oculto en las colinas durante tanto tiempo.