Kate Mantilini's, en Wilshire Boulevard, tenía una fila de reservados que permitían a sus ocupantes más intimidad que las cabinas privadas de los numerosos clubes de estriptis de la ciudad. Por eso había elegido el restaurante para la cita. Ofrecía mucha intimidad y al mismo tiempo era un lugar muy público. Llegué allí quince minutos antes de la hora convenida, elegí un reservado con ventana que daba a Wilshire y esperé. El agente especial Peoples también llegó antes de la hora. Tuvo que recorrer todo el pasillo y mirar en cada uno de los reservados antes de encontrarme y deslizarse en silencio y con aire taciturno en el asiento que quedaba enfrente del mío.
– Agente Peoples, me alegro de que haya podido venir.
– No me parece que tuviera elección.
– Supongo que no.
Abrió uno de los menús que había en la mesa.
– Nunca había estado aquí antes. ¿Se come bien?
– No está mal. Los jueves hay un buen pastel de pollo.
– Hoy no es jueves.
– Y usted no ha venido a comer.
Levantó la mirada del menú y me dedicó su mejor mirada asesina, pero esta vez él no controlaba la situación. Los dos sabíamos que en esta ocasión yo llevaba la mejor mano. Miré por la ventana y observé a ambos lados de Wilshire.
– ¿Ha desplegado a su gente en la calle, agente Peoples? ¿Me están esperando?
– He venido solo, como me instruyó su abogada.
– Muy bien. Si su gente vuelve a cogerme o hace algún movimiento contra mi abogada, la consecuencia será que esa grabación de vigilancia que le envié por correo electrónico llegará a los medios a través de Internet. Hay gente que lo sabrá si desaparezco. La harán pública sin pensárselo dos veces.
Peoples negó con la cabeza.
– No para de decir esa palabra, «desaparecer». Esto no es Suramérica, Bosch. Y nosotros no somos nazis. Asentí con la cabeza.
– Sentados en este bonito restaurante está claro que no lo parece. Pero cuando estuve en aquella celda de la novena planta y nadie sabía dónde estaba, eso ya era otra historia. Mouse Aziz y esos otros tipos que están allí probablemente no ven ahora mismo ninguna diferencia entre California y Chile.
– ¿Y ahora los está defendiendo? A los hombres que quieren ver a este país arrasado.
– Yo no estoy defen…
Me detuve cuando la camarera entró en el reservado. Dijo que se llamaba Kathy y preguntó si ya sabíamos qué queríamos. Peoples pidió café y yo también pedí café y un helado con fruta sin nata montada. Después de que Kathy se hubo marchado, Peoples me miró divertido.
– Estoy retirado, puedo comerme un helado.
– Menudo retiro.
– Aquí hacen buenos helados, y cierran tarde. Es una buena combinación. -Lo recordaré.
– ¿Ha visto la película Heat? Éste es el sitio donde el poli Pacino se reúne con el ladrón De Niro. Es donde los dos se dicen que no dudarán en acabar con el otro si se da el caso.
Peoples asintió y ambos nos sostuvimos la mirada un momento. Mensaje comunicado. Decidí ir al grano.
– ¿Qué le parece mi cámara de vigilancia?
La fachada cayó y Peoples de repente pareció herido. Tenía aspecto de que lo hubieran arrojado a los leones. Sabía lo que le deparaba el futuro si esa cinta se hacía pública. Milton trabajaba para él; así que lo arrastraría en su caída. La grabación de Rodney King arrasó el Departamento de Policía de Los Ángeles hasta llegar a la cúpula. Peoples era lo bastante listo para saber que caería si no contenía el problema.
– Sentí repulsión por lo que vi. En primer lugar le pido disculpas y tengo intención de ir a ver a ese hombre, Lawton Cross, y pedirle disculpas también.
– Es un detalle.
– No crea ni por un momento que es así como trabajamos. Que ése es el statu quo ni que lo apruebo. El agente Milton es historia. Está en la calle. Lo supe en el mismo momento en que vi la grabación. No le prometo que vaya a ser acusado ante un fiscal, pero no volverá a llevar placa en mucho tiempo. No una placa del FBI. De eso me ocuparé.
Asentí.
– Sí, se ocupará de eso.
Lo dije con sarcasmo de alto voltaje y vi que eso le ponía cierto color en las mejillas. El rubor de la rabia.
– Usted ha convocado la reunión, Bosch. ¿ Qué quiere?
La pregunta que estaba esperando.
– Ya sabe lo que quiero. Quiero que me dejen en paz. Quiero que me devuelvan mis archivos y mis notas. Quiero que me devuelvan el archivo de Lawton Cross. Quiero una copia del expediente del caso de asesinato del departamento de policía (que sé que lo tienen) y quiero disponer de acceso a Aziz y a la información que tienen de él.
– Lo que tenemos de él es clasificado. Es un asunto de seguridad nacional. No podemos…
– Desclasifíquelo. Quiero saber si la conexión con el golpe del rodaje es sólida. Quiero saber lo que tienen de sus coartadas en dos noches. Toda esa inteligencia federal tiene que servir para algo y lo quiero. Y después quiero hablar con él.
– ¿Con quién? ¿Con Aziz? Eso no va a suceder.
Me incliné sobre la mesa.
– Ya lo creo que sí. Porque la alternativa es que todo el mundo que tenga tele o acceso a Internet va a ver lo que su chico Milton le hizo a un hombre indefenso en silla de ruedas. Si añadimos que es un ex policía condecorado que perdió el uso de sus miembros cuando estaba en acto de servicio… ¿Cree que la cinta de Rodney King le hizo daño a la policía de Los Ángeles? Espere y verá lo que pasará con ésta. Le garantizo que Milton y usted y todo ese montaje TV de la novena planta se irá a la mierda por acción del FBI y del fiscal general y todo lo demás más deprisa de lo que puede decir acusación por derechos civiles. ¿Lo ha entendido, agente especial Peoples?
Le di un momento para responder, pero no lo hizo. Tenía la vista fija en la ventana que daba a Wilshire.
– Y si cree por un momento que no apretaré el gatillo en esto, es que no me ha investigado bien.
Esta vez esperé y al final sus ojos regresaron de la ventana y se fijaron en mí. La camarera llegó y sirvió nuestros cafés y me dijo que enseguida venía mi helado. Ni Peoples ni yo le dimos las gracias.
– Créame -dijo Peoples-. Sé que apretaría el gatillo. Usted es de esa clase de gente, Bosch. Conozco a los de su condición. Se pondría a usted y a sus intereses por delante de un bien mayor.
– No me venga con ese cuento del bien mayor. No se trata de eso. Me da lo que le he pedido y se deshace de Milton, entonces podrá seguir como si nada hubiera pasado. Nadie verá la grabación. ¿Qué le parece eso como bien mayor?
Peoples se inclinó para dar un sorbo a su café. Como había hecho en la celda de la novena planta, se quemó la lengua e hizo un gesto de dolor. Apartó la taza y el platillo y después se deslizó hasta el borde del reservado antes de volver a mirarme.
– Estaremos en contacto.
– Veinticuatro horas. Si no tengo noticias suyas antes de mañana a esta hora se acabó el trato. Lo haré público.
Se levantó y se quedó junto al reservado, mirándome y todavía con la servilleta en la mano.
– Deje que le pregunte una cosa-dijo-. Si está aquí, ¿quién usó su tarjeta de crédito anoche para pagar una cena en el Commander's Palace de Las Vegas?
Sonreí. Me habían investigado.
– Una amiga. ¿Es un buen sitio ese Commander's Palace?
– Uno de los mejores. He estado allí. Las gambas se te deshacen en la boca.
– Supongo que eso es fantástico.
– Sí, y también es caro. Su amiga cargó más de cien pavos en su American Express. Cena para dos, diría. -Dejó caer la servilleta en la mesa-. Estaremos en contacto.
Un momento después de que Peoples se marchara, la camarera me trajo el helado. Le pedí la cuenta y me dijo que la traería enseguida.
Metí la cucharilla en el fudge y en el helado, pero no lo probé. Me quedé sentado pensando en lo que Peoples acababa de decir. No sabía si había una amenaza implícita en lo que me había dicho de que alguien había usado mi tarjeta de crédito. Tal vez incluso sabía quién había sido. Pero en lo que más pensaba era en lo que había dicho de la cena para dos en el Commander's Palace. Otra vez ese plural. Me pasaba como con Eleanor, no podía olvidarlo.