Como la artimaña de Las Vegas ya se había destapado, volví conduciendo hasta el aeropuerto de Burbank, devolví mi coche de alquiler y cogí el enlace hasta el aparcamiento de larga estancia para recoger mi Mercedes. Le había cogido prestado el transportín a Lawton Cross y lo había guardado en el maletero del Mercedes. Antes de salir lo saqué y lo deslicé debajo del coche. Desconecté el buscador por satélite y el sensor térmico y conecté todo el equipo de vigilancia en los bajos de la furgoneta que estaba aparcada al lado. Volví a subir al Mercedes y al dar marcha atrás vi que la furgoneta tenía matrícula de Arizona. Si Peoples no mandaba a alguien a recoger el material del FBI, tendrían que ir a buscarlo al estado vecino. Todavía no se me había borrado la sonrisa cuando me acerqué a la cabina del aparcamiento para pagar.
– Veo que ha tenido un viaje agradable -comentó la mujer que cogió mi tiquet.
– Sí, supongo que sí. He vuelto vivo.
Fui a casa y llamé a Janis Langwiser desde el móvil en cuanto entré por la puerta. Ella había modificado ligeramente mi plan. No quería que le dejara un mensaje en su despacho cada noche e insistió en que la llamara directa mente a su móvil.
– ¿Cómo ha ido?
– Bueno, ha ido. Ahora sólo tengo que esperar. Le di hasta mañana por la noche. Supongo que entonces lo sabremos.
– ¿Y cómo se lo ha tomado?
– Como esperaba. No bien. Pero creo que al final vio la luz. Creo que me llamará mañana.
– Eso espero.
– ¿Está todo listo en tu lado?
– Eso creo. La tarjeta de memoria está en la caja de seguridad y esperaré a tener noticias tuyas. Si no las recibo, entonces ya sabré qué hacer.
– Bueno, Janis. Gracias.
– Buenas noches, Harry.
Colgué y pensé en un par de cosas. Todo parecía en orden. Era Peoples quien debía hacer el siguiente movimiento. Volví a levantar el teléfono y llamé a Eleanor. Contestó de inmediato, sin rastro de sueño en su voz.
– Lo siento, soy Harry. ¿Estás jugando?
– Sí y no. Estoy jugando, pero no me está yendo bien, así que me he tomado un descanso. Estoy en la puerta del Bellagio, viendo las fuentes.
Podía imaginármela en la barandilla, con las fuentes danzantes encendidas delante de ella. Oía la música y el chapoteo del agua a través de la línea telefónica.
– ¿Qué tal fue en el Commander's Palace?
– ¿Cómo lo sabes?
– Anoche tuve una visita del FBI.
– Qué rápido.
– Sí, he oído que es un buen restaurante. Las gambas se te deshacen en la boca. ¿Te gusta?
– Está bien. Me gusta más el de Nueva Orleans. La comida es la misma, pero el original siempre es el original.
– Sí. Además seguramente no es tan bueno comiendo sola.
Casi blasfemé en voz alta por lo patético y transparente que había sido mi comentario.
– No estaba sola. Fui con una amiga con la que juego. No me dijiste que hubiera límite de gasto, Harry.
– No, ya lo sé. No lo había.
Necesitaba cambiar de rumbo. Los dos sabíamos lo que le había preguntado y la situación se estaba poniendo embarazosa, especialmente considerando que podría haber más gente escuchando.
– No te fijaste en que nadie te estuviera observando, ¿verdad?
Hubo una pausa.
– No, y espero que no me hayas metido en ningún lío, Harry.
– No, tranquila. Sólo te llamaba para decirte que la trampa se acabó. El FBI sabe que estoy aquí.
– Maldición, no he tenido ocasión de irme a comprar ese regalo que me prometiste.
Sonreí. Estaba bromeando y lo sabía.
– No pasa nada, todavía puedes hacerlo.
– ¿Va todo bien, Harry?
– Sí, bien.
– ¿Quieres hablar de eso?
«No en esta línea», pensé, pero no lo dije.
– Tal vez cuando vuelva a verte. Ahora mismo estoy demasiado cansado.
– Vale, entonces te dejo. ¿Qué quieres que haga con tus tarjetas? Y sabes que te dejaste la bolsa en el asiento de atrás de mi coche.
Lo soltó como si supiera que lo había hecho a propósito.
– Um, ¿por qué no me la guardas por ahora y cuando termine con este asunto vuelvo y me la das?
Pasaron unos segundos antes de que contestara.
– Pero avísame con un poco más de tiempo que hoy -dijo al fin-, para prepararme.
– Desde luego. Lo haré.
– Vale, Harry, he de volver a entrar. Tal vez haber hablado contigo me haya cambiado la suerte.
– Eso espero, Eleanor. Gracias por hacer esto por mí.
– De nada. Buenas noches.
– Buenas noches.
Ella colgó.
– Y buena suerte -dije a la línea desconectada.
Colgué el teléfono y traté de pensar en la conversación y en lo que ella quería decir. «Avísame con un poco más de tiempo que hoy, para prepararme.» Era como si quisiera que la avisara antes de ir. ¿Para que pudiera hacer qué? ¿Para qué tenía que prepararse?
Me di cuenta de que podría devanarme los sesos preocupándome con cada frase. Dejé a Eleanor y mis dudas a un lado y me llevé una cerveza de la nevera a la terraza de atrás. Era una noche fría y clara y las luces de la autovía parecían titilar como un collar de diamantes. El viento trajo la risa de una mujer colina arriba. Empecé a pensar en Danny Cross y en la canción que ella tan dulcemente le había cantado a su marido. En el amor y en la pérdida, la noche siempre es sagrada. El mundo es maravilloso sólo si puedes hacer que sea así. No hay carteles en las calles que señalen a Paradise Road.
Decidí que cuando todo lo que tenía entre manos hubiera concluido iría a Las Vegas y no volvería. Echaría los dados, iría a ver a Eleanor y jugaría mis cartas.