El expediente tenía escrito el nombre de Martha Gessler en la lengüeta. Saqué mi libreta y lo anoté en la parte superior de una hoja en blanco antes de abrir el archivo de un dedo de grosor y ver lo que Lindell me había dejado. Supuse que disponía de quince minutos a lo sumo para revisar el expediente.
En la parte superior de los documentos apilados en el fichero había una página suelta con un número de teléfono. Supuse que me lo había dejado específicamente para mí, así que doblé el papel y me lo guardé en el bolsillo. El resto del expediente era una recopilación de informes de investigación, la mayoría de los cuales tenían el nombre y la firma de Lindell, que se identificaba como agente de la ORP, la Oficina de Responsabilidad Profesional, es decir, el equivalente en el FBI de asuntos internos.
El archivo contenía los informes que detallaban la investigación de la desaparición de la agente especial Martha Gessler el 19 de marzo de 2000. Esta fecha fue inmediatamente significativa para mí, porque sabía que Angella Benton había sido asesinada el 16 de mayo de 1999. Eso situaba la desaparición de Gessler unos diez meses después, es decir, aproximadamente en la fecha en que
Cross dijo que la agente había llamado a Dorsey en relación con el número de serie del billete.
Según el informe de investigación, en el momento de su desaparición Gessler no estaba trabajando como agente operativa, sino como criminóloga analista de delitos. Hacía mucho que la habían trasladado de la unidad de robos de bancos, donde había conocido a mi esposa, a la unidad de delitos informáticos. Trabajaba en investigaciones de Internet y estaba desarrollando software para examinar los modelos de actuación delictivos. Supuse que el programa del que Cross me había hablado era algo que excedía las responsabilidades de su puesto.
En la tarde del 19 de marzo de 2000 Gessler salió de Westwood después de una larga jornada laboral. Sus compañeros recordaban que se había quedado en la oficina hasta las 20.30. Sin embargo, todo indicaba que nunca llegó a su casa de Sherman Oaks. Era soltera. Su desaparición no se descubrió hasta el día siguiente, cuando no se presentó a trabajar y no contestó a las llamadas al teléfono y al busca. Un agente fue a su domicilio y descubrió que no estaba. Su casa se hallaba patas arriba, pero después se determinó que los dos perros de Gessler, enloquecidos por el hambre y la falta de atención, habían pasado la noche destrozando la casa. Me fijé en que, según el informe del incidente, el compañero agente que hizo ese descubrimiento fue Roy Lindell. No sabía si eso significaba algo. Posiblemente como agente asignado a la ORP lo enviaron para comprobar si su compañera estaba bien. De todos modos, anoté su nombre debajo del de ella en mi libreta.
El vehículo personal de Gessler, un Ford Taurus de 1998, no estaba en la casa. Ocho días después se localizó en un aparcamiento de larga estancia del aeropuerto LAX. La llave estaba encima de uno de los neumáticos traseros. El parachoques trasero presentaba una rascada de cuarenta y cinco centímetros y había una luz de posición rota, daños que conocidos de la agente aseguraron que eran nuevos. De nuevo, Lindell figuraba en los informes como uno de esos conocidos.
El maletero del vehículo estaba vacío y en su interior no se hallaron pistas que de manera inmediata apuntaran a dónde podía estar Gessler o a qué le había ocurrido. El maletín que contenía su ordenador portátil y con el que había salido de la oficina también había desaparecido.
Los análisis forenses del vehículo no descubrieron indicio alguno de actos delictivos. Nunca se encontró ningún registro de que Gessler hubiera tomado un avión desde el LAX. Los agentes revisaron los vuelos de los aeropuertos de Burbank, Long Beach, Ontario y Orange County, pero tampoco hallaron ningún vuelo en cuya lista de pasajeros constara el nombre de Gessler.
Se sabía que Gessler llevaba una tarjeta de cajero automático, dos tarjetas de crédito para estaciones de servicio, así como una American Express y una Visa. En la noche de su desaparición, utilizó la tarjeta Chevron para pagar gasolina y una Coca-Cola Diet en la estación de servicio de Sepulveda Boulevard, cerca del museo Getty. El comprobante señalaba que había cargado 46,8 litros de gasolina sin plomo a las 20.53. La capacidad de su depósito era de 60 litros.
La compra era significativa porque situaba a Gessler en el paso de Sepulveda -en la ruta hacia su casa desde Westwood a Sherman Oaks- en un momento que cuadraba con su salida del FBI en las oficinas de Westwood. El cajero del turno de noche de Chevron también identificó a Gessler, de entre varias fotos, como una dienta habitual que había comprado gasolina la noche del 19 de marzo. Gessler era una mujer atractiva. Él la conocía y la recordaba. Le había dicho que no necesitaba beber Coca-Cola Diet y ella se mostró satisfecha con el cumplido.
Esta localización confirmada de la agente era importante por diversas razones. En primer lugar, si Gessler iba de Westwood al LAX, donde su coche fue posteriormente encontrado, era poco probable que hubiera viajado al norte por el paso de Sepúlveda para comprar combustible. El aeropuerto estaba al suroeste de la oficina del FBI, mientras que la estación de servicio quedaba directamente al norte.
El siguiente dato significativo era que la tarjeta de Gessler se utilizó una segunda vez esa noche en una estación de servicio Chevron de la autovía que conducía al condado de Kern, al norte. La tarjeta fue utilizada en un surtidor de autoservicio para comprar 110 litros de gasolina, más de lo que cabía en el vehículo de Gessler y en la mayoría de los coches. La autovía era la principal ruta a las zonas desérticas del condado de San Bernardino, al noreste. También era una importante ruta de camiones.
Lo último, pero no menos importante, era el hecho de que ninguna de las tarjetas de crédito de Gessler fue hallada o vuelta a utilizar jamás.
No había resumen ni conclusión en los informes que había revisado. Eso era algo que el investigador -Lindell- habría escrito y se habría reservado para él. No escribes un informe que concluya que tu compañera está muerta. Nunca dices lo obvio y siempre hablas en presente de la agente desaparecida.
Pero a partir de lo que había leído, para mí la conclusión era clara. Después de que Gessler pusiera gasolina en su coche en el paso de Sepúlveda, la obligaron a detenerse y la secuestraron, y no parecía que fuera a volver. Probablemente le golpearon el coche desde atrás. Ella se detuvo en el arcén para comprobar los daños e intercambiar la información de los seguros con el otro conductor.
Lo que ocurrió después se desconocía, pero probablemente fue secuestrada y su coche fue dejado en el aparcamiento del LAX, un movimiento que probablemente garantizaba que no sería hallado en varios días, permitiendo que la pista se enfriara y que los recuerdos de testigos potenciales se desvanecieran.
La segunda compra de gasolina era la curiosidad. ¿Se trataba de un error, una pista que apuntaba en la dirección de los secuestradores de la agente? ¿O era una pista falsa, un movimiento intencionado de los secuestradores para orientar la investigación en la dirección equivocada? Y la cantidad de gasolina planteaba otra cuestión. ¿Qué clase de vehículo estaban buscando? ¿Una grúa? ¿Una camioneta? ¿Un camión de mudanzas?
Los agentes del FBI se presentaron en la gasolinera, pero no había cámaras de vídeo ni testigos fiables del uso de la tarjeta de crédito porque había sido una compra de pago en el surtidor. Fue la última señal en la pantalla del radar, pero nada más.
No obstante, una agente continuaba desaparecida. No había elección. El archivo contenía los informes breves de tres días de búsquedas aéreas por el desierto del condado de San Bernardino. Era buscar una aguja en un pajar, pero la operación había que hacerla. No dio frutos.
Los agentes también pasaron varios días en las vías más probables que Gessler podía haber tomado a través del paso de Sepúlveda en su camino a casa. La ruta se abría paso por las montañas de Santa Mónica. Mientras que la ladera sur ofrecía pocas opciones además de la autovía 405 y Sepúlveda Boulevard, la ladera norte ofrecía una red de atajos descubiertos a lo largo de cincuenta años de batallar con las horas punta. Los agentes recorrieron todas estas carreteras en busca de testigos de un accidente en el que se hubiera visto implicado un Ford Taurus azul, una escena de accidente que podría haber parecido rutinaria pero que ocultaba el secuestro de una agente federal.
No sacaron nada.
El paso de Sepúlveda había sido escenario de crímenes similares en el pasado. Al hijo del popular actor cómico Bill Cosby lo atracaron y lo asesinaron una noche en la carretera no hacía muchos años. Y en la última década un puñado de mujeres habían sido secuestradas y violadas, una de ellas apuñalada hasta la muerte, después de detenerse en la carretera cuando sus vehículos eran alcanzados por detrás o quedaban averiados. No se creía que estos incidentes fueran obra de una sola persona. Pero el paso, con las colinas, las carreteras oscuras y serpenteantes y el anonimato, era un lugar que atraía a los depredadores. Como los leones que vigilaban un manantial, los depredadores humanos no necesitaban esperar demasiado en el paso de Sepúlveda. El paso montañoso era uno de los corredores con más densidad de tráfico del mundo.
Cabía la posibilidad de que Gessler hubiera sido víctima azarosa de un asesinato, como aquellos que ella trataba de categorizar y entender en su trabajo. Podía haber atraído a un depredador en la estación de servicio, o tal vez al abrir demasiado el bolso para sacar la tarjeta de crédito. Tal vez la habían seguido por otra razón. Era una mujer atractiva. Si un empleado de la estación de servicio se había fijado en su atractivo de manera sutil, un depredador podría haberla visto como lo que necesitaba.
Aun así, el equipo de agentes asignado inicialmente al caso tenía dudas de que Gessler entrara en el perfil de otras víctimas anteriores del paso de Sepúlveda. El coche de Gessler no era ostentoso. Y habría sido una oponente formidable. Al fin y al cabo, era una agente federal que contaba con una elevada preparación. También era alta, medía casi uno ochenta y pesaba sesenta y tres kilos. Se entrenaba regularmente en el L.A. Fitness Club de Sepúlveda Boulevard y había tomado clases de boxeo tailandés durante varios años. Los estudios que le habían hecho en el club mostraban que tenía un cuatro por ciento de grasa corporal. Era básicamente músculos y sabía usarlos.
Gessler también llevaba su pistola cuando estaba fuera de servicio. En la noche en que desapareció vestía unos elásticos y un blazer negros con una blusa blanca. Su pistola, una Smith & Wesson de 9 milímetros, estaba en una cartuchera de cintura. El dependiente de la gasolinera recordaba haber visto el arma porque Gessler no llevaba puesto el blazer cuando echó gasolina en el surtidor de autoservicio. El blazer se encontró después en una percha colgada de una ventanilla del Ford Taurus.
Todo ello significaba que cuando aquella noche el coche de Gessler fue golpeado por detrás en el paso, ella salió del vehículo con un arma claramente visible en la cadera. Quien bajó del Ford era una mujer bien preparada y que confiaba en sus aptitudes físicas. Esta combinación podría haber sido un importante elemento disuasorio para la agresión, que aparentemente debería haber convencido a cualquier depredador de encontrar a otra víctima.
De manera que a pesar de que el FBI no descartó la posibilidad de que Gessler hubiera sido la víctima elegida al azar de un delito, Lindell había dirigido una investigación paralela sobre la hipótesis de que Gessler había sido el objetivo por su trabajo como agente.
Los informes relacionados con esta rama de la investigación constituían más de la mitad de los documentos del expediente que tenía ante mí. Aunque sabía que no disponía del expediente completo, estaba claro que los agentes del caso no dejaron piedra sin remover en la búsqueda de un posible vínculo con la desaparición de Gessler. Se examinaron casos que se remontaban a los primeros años de la agente en la oficina de campo de Los Ángeles para hallar un posible nexo con la investigación. Se interrogó a todos los compañeros y colegas que había tenido a lo largo de sus años en el cuerpo en busca de posibles enemigos y amenazas que hubiera recibido. Entre estos informes había un resumen de una entrevista con la ex agente Eleanor Wish, mi ex mujer, llevada a cabo en Las Vegas. Ella no había hablado con Gessler en casi diez años antes de su desaparición. No recordaba ninguna amenaza ni nada que pudiera ayudar en la investigación.
Todos los delincuentes que Gessler puso entre rejas o contra los que testificó fueron localizados y entrevistados. La mayoría tenían coartadas y ninguno emergió como un sospechoso sólido.
Según los informes, Gessler se había convertido en la agente de Los Ángeles a la que acudir cuando se necesitaba una búsqueda o una investigación informática. No resultaba extraño en una gigantesca burocracia como la del FBI. La mayoría de las solicitudes de los agentes de Los Ángeles se remitían a las oficinas del FBI en Washington y Quantico, y en ocasiones pasaban días antes de que se diera la autorización y después semanas antes de que se recibieran resultados. Pero Gessler formaba parte de una creciente casta de agentes con elevadas aptitudes con los ordenadores a los que les gustaba hacer las cosas por su cuenta. El agente especial al mando de la oficina de Los Ángeles tuvo noticia de ello y, por consiguiente, Gessler fue apartada de la unidad de robos de bancos, donde había trabajado varios años, y destinada a una unidad de investigación informática de reciente creación, donde se ocupaba de las solicitudes de agentes de campo mientras desarrollaba sus propios programas de ordenador.
Ello significaba que Gessler estaba metida en infinidad de investigaciones en el momento en que desapareció. Miré el reloj y revisé rápidamente decenas de informes que detallaban el trabajo que ella había desarrollado en diferentes casos sólo en el mes de su desaparición. Lindell y otros agentes a sus órdenes revisaron esos trabajos en pos de alguna pista. Al parecer lo más cerca que habían estado de descubrir algo fue cuando revisaron el trabajo de Gessler en una investigación de un servicio de acompañantes que se anunciaba en una web. El trabajo de Gessler formaba parte de una investigación de la unidad de crimen organizado para desvelar los vínculos de la mafia oriental con la prostitución en Los Ángeles.
Según lo que leí, Gessler había descubierto relaciones entre sitios web que anunciaban a mujeres en más de una docena de ciudades. Las jóvenes eran enviadas de ciudad en ciudad y de cliente en cliente. El dinero que generaban los servicios de acompañantes fluía a Florida y después a Nueva York. Siete semanas antes de la desaparición de Gessler, un jurado de acusación aprobó el procesamiento de nueve hombres bajo la ley federal contra la extorsión y el crimen organizado. Justo una semana antes de desaparecer, Gessler testificó acerca de su papel en la investigación durante una vista previa. Su testimonio fue descrito como eficaz y se suponía que declararía cuando el caso llegara a juicio. No obstante, la agente no era una testigo clave. Su testimonio sólo iba en el sentido de la vinculación entre los sitios web y los acusados. El testigo clave era uno de los miembros de la red que había accedido a colaborar con los fiscales a cambio de una rebaja en la condena.
La posibilidad de que Gessler desapareciera por su condición de testigo era remota, pero era lo mejor que tenían. Lindell trabajó a fondo esta hipótesis, a juzgar por el número de informes y el detalle que éstos contenían. Pero aparentemente no obtuvo nada. El último informe del archivo perteneciente al caso del crimen organizado describía esta rama de la investigación como «abierta y activa, pero sin pistas sustanciales en este momento». Reconocí que ése era el eufemismo del FBI para decir que esta rama de la investigación estaba en vía muerta.
Cerré el expediente y volví a mirar el reloj. Hacía diecisiete minutos que Lindell se había ido. No había nada en el expediente acerca de que Gessler hubiera presentado un informe o notificado a un colega o superior que había llevado a cabo una referencia cruzada acerca de los números de serie contenidos en el listado de Cross y Dorsey; nada que dijera que había llamado al Departamento de Policía de Los Ángeles para informar de que existía un problema con uno de los números de serie del informe.
Después de guardarme mi libreta me levanté, estiré la musculatura de la espalda y paseé un poco por la minúscula sala. Comprobé que la puerta no estaba cerrada con llave. Buena señal. No me estaban reteniendo como sospechoso. Al menos de momento. Después de unos minutos más, me cansé de esperar y salí al pasillo. Miré en ambos sentidos y no vi a nadie, ni siquiera a Núñez. Volví a la sala, cogí el expediente y me fui por donde había entrado. Recorrí todo el camino hasta la sala de espera de la entrada sin que nadie me detuviera o me preguntara adónde iba. Saludé con la cabeza al hombre que estaba al otro lado del vidrio y bajé en el ascensor.