28

El agente especial Peoples estaba esperándome en el vestíbulo de la primera planta del edificio federal de Westwood. Estaba de pie cuando entré. Tal vez había estado allí de pie todo el tiempo desde que me llamó.

– Sígame -dijo-. Vamos a hacer esto rápido.

– Mientras funcione…

Después de hacer una señal con la cabeza a un guardia uniformado me condujo a través de una puerta de seguridad utilizando una tarjeta magnética que luego volvió a usar para acceder al ascensor que ya conocía.

– Tienen su propio ascensor y todo -dije-. ¡Qué bien!

Peoples no se inmutó. Giró el cuello para mirarme a los ojos.

– Hago esto porque no tengo elección. He decidido acceder a esta extorsión porque creo en el bien mayor de lo que intento conseguir aquí.

– ¿Por eso envió a Milton al despacho de mi abogada anoche? ¿Todo eso formaba parte del bien mayor del que está hablando?

No respondió.

– Mire, puede odiarme y me parece bien. Es su opción. Pero no nos vamos a engañar. No se oculte detrás de esa historia, porque los dos sabemos lo que está pasando aquí. Su hombre cruzó la línea y lo pillaron. Ahora es el momento de pagar el precio. De eso se trata, es así de simple.

– Y mientras tanto se compromete una investigación y se ponen en peligro vidas.

– Eso ya lo veremos, ¿no?

El ascensor se abrió en la novena planta y Peoples salió sin contestar. La tarjeta, siempre a mano, nos permitió abrir otra puerta y acceder a una sala de brigada donde había varios agentes trabajando. Mientras pasábamos, la mayoría dejaron lo que estaban haciendo para mirarme. Supuse que o bien les habían informado de quién era yo y de lo que estaba haciendo o simplemente la presencia de un extraño en aquel santuario era insólita.

Cuando estaba en medio de la sala, localicé a Milton sentado ante un escritorio del fondo. Estaba recostado en su silla, simulando que estaba relajado. Pero distinguí la rabia que se ocultaba tras aquella fachada. Le guiñé un ojo y desvié mi atención.

Peoples me invitó a entrar en una pequeña sala donde había un escritorio y dos sillas. Sobre el escritorio había una caja de cartón. Miré en su interior y reconocí mi propia libreta y mi expediente de Angella Benton. También estaba el expediente del garaje de Lawton Cross y una carpeta negra llena de documentos de cinco centímetros de grosor. Supuse que era la copia del expediente del caso del Departamento de Policía de Los Ángeles. Me puse nervioso de sólo mirarlo. Era el mazo completo de naipes que había estado buscando.

– ¿Dónde está el resto? -pregunté.

Peoples rodeó la mesa y abrió el cajón del medio. Sacó un archivo y lo dejó sobre la mesa.

– Ahí dentro encontrará los informes de localización del sujeto en las dos fechas que ha solicitado. No creo que le ayuden, pero es lo que quería. Puede mirarlos, pero no puede llevárselos. No saldrán de este despacho, ¿ está claro?

Asentí, decidiendo no tentar más la suerte.

– ¿Y Aziz?

– Cuando esté listo, le pondré en una sala con él. Pero no va a hablar con usted. Está perdiendo el tiempo.

– No se preocupe por mi tiempo.

– Cuando haya terminado, antes de que salga de aquí, llamará a su abogada y le pedirá que entregue el original y todas las copias de las grabaciones de vigilancia que tiene de anoche y de la noche anterior.

Negué con la cabeza.

– Lo siento, pero ése no es el trato.

– Sí que lo es.

– No, yo nunca dije que fuera a entregar las grabaciones. Lo que dije era que no iba a hacerlas públicas. Es distinto. No voy a entregar mi única arma. No soy estúpido, John.

– Hicimos un trato -dijo, con las mejillas empezando a enrojecer de rabia.

– Y voy a mantenerlo. Exactamente como lo ofrecí.

Busqué en mi bolsillo y saqué una cinta de cásete. Se la tendí.

– Si no lo cree, puede escucharlo usted mismo. Anoche en el restaurante llevaba un micrófono.

Vi en su expresión cómo registraba que incluso lo tenía a él directamente implicado.

– Quédesela, John. Considérelo un gesto de buena voluntad. Es el original. No hay copias.

Lentamente estiró el brazo para alcanzar la cinta. Yo me situé detrás del escritorio.

– ¿Por qué no echo un vistazo a lo que hay en el archivo mientras usted hace lo que tenga que hacer para preparar a Aziz?

Peoples se guardó la cinta en el bolsillo y asintió. -Volveré dentro de diez minutos -dijo-. Si alguien entra y le pregunta qué está haciendo, cierre el archivo y dígale que venga a verme.

– Una última cosa. ¿Y el dinero?

– ¿Qué?

– ¿Cuánto dinero del golpe del rodaje tenía Aziz debajo del asiento del coche?

Pensé que había visto una leve sonrisa asomando al rostro de Peoples, pero enseguida desapareció.

– Tenía cien pavos. Un billete relacionado con el golpe.

Se quedó el tiempo suficiente para ver la decepción en mi rostro antes de cerrar la puerta.

Después de que Peoples abandonara la sala, yo me senté al escritorio y abrí el archivo. Este contenía dos páginas con sellos de seguridad y tenía palabras en medio de los párrafos y párrafos enteros tachados con tinta negra. Estaba claro que Peoples no iba a dejarme ver nada que no me hubiera ganado, o por lo que no le hubiera extorsionado, según sus términos.

Las páginas estaban sacadas de lo que suponía que era un archivo mayor. Había un código en letra pequeña en la esquina superior izquierda. Me estiré hasta la caja de cartón y abrí mi archivo. Saqué una de las hojas sueltas de papel de notas y escribí los códigos de cada una de las páginas. Después leí lo que Peoples me estaba permitiendo leer.

La primera página tenía dos párrafos con fechas.


11 -5-99. SUJETO confirmado en Hamburgo a las en compañía de y. SUJETO visto en restaurante por aproximadamente entre las 20.00 y las 23.30 horas. No hay más detalles.

1-7-99. Pasaporte del SUJETO revisado en Heathrow a las 14.40 horas. Se determina su llegada en el vuelo Lufthansa 698 de Frankfurt. No hay más detalles.


Los párrafos anteriores y posteriores a estos dos estaban tachados por completo. Lo que estaba viendo era el archivo de un seguimiento de años de Aziz por parte de los federales. Estaba en la lista de vigilados. Eso era todo. Avistamientos por parte de informantes o agentes y controles de pasaporte en aeropuertos.

Las dos fechas de la página se situaban a ambos márgenes del asesinato de Angella Benton y del golpe del rodaje. De ningún modo exoneraban a Aziz de una participación activa ni de una implicación en la planificación de los crímenes. Aun así, si creía el documento que tenía ante mí, Aziz había estado en Europa tanto antes como después de que se produjeran los crímenes que estaba investigando. Pero no era una coartada. Según el artículo del Times, Aziz era conocido por viajar con identidad falsa. Cabía la posibilidad de que se hubiera colado en Estados Unidos para cometer los crímenes y después se hubiera escurrido a Europa.

Continué con la siguiente página. Esta sólo contenía un párrafo sin tachar. Pero la fecha era una coincidencia directa.


19-3-00. Revisión del pasaporte del SUJETO en LAX-CA. Llegada en vuelo Qantas 88 desde Manila

a las 18.11 horas. Comprobación y registro de seguridad. Interrogado por, de la oficina de campo de Los Ángeles. Véase transcripción #00-44969. Puesto en libertad a las 21.15 horas.


Aziz contaba con lo que parecía una coartada perfecta para la noche en que la agente Martha Gessler había desaparecido. Fue interrogado por un agente del FBI en el aeropuerto internacional de Los Ángeles hasta las 21.15, lo cual lo situaba en custodia federal en el mismo momento en que Gessler desapareció en el trayecto del trabajo a casa.

Volví a poner las dos hojas en el archivo y puse éste en el cajón. Me guardé en la carpeta la hoja sin escribir ninguna nota -no había nada que escribir- y saqué el expediente del caso. Estaba a punto de empezar con él cuando se abrió la puerta de la sala y vi a Milton. No dije nada. Esperé a que él hiciera el primer movimiento. Entró y miró por la sala como si fuera del tamaño de una nave industrial. Al final habló sin mirarme.

– Tienes cojones, Bosch. Hacer lo que haces y creer que voy a dejar que te salgas con la tuya.

– Supongo que podría decir lo mismo de ti.

– Yo no me habría tragado esta bola.

– Pues te habrías equivocado.

Se inclinó hacia adelante, puso ambas manos en la mesa y me miró a los ojos.

– Eres historia, Bosch. El mundo te ha pasado por encima, pero aquí estás, agarrándote a un clavo ardiendo, jodiendo a la gente que quiere proteger el futuro.

No me impresionó, y creo que así se lo mostré. Me recosté y lo miré.

– ¿Por qué no te calmas, tío? Por lo que yo sé no tienes por qué preocuparte. Tienes un jefe que está más preocupado en taparlo todo que en hacer limpieza. No te pasará nada, Milton. Creo que está cabreado porque te han pillado, no por lo que has hecho.

Me señaló con el dedo.

– No se te ocurra meterte por ese camino. El día que quiera que me des un consejo profesional, entregaré la placa.

– Bien. Entonces ¿qué quieres?

– Quiero avisarte. Ten cuidado, Bosch. Porque no he terminado contigo.

– Estaré preparado.

Se volvió y salió, dejando la puerta abierta. Al cabo de unos segundos volvió Peoples.

– ¿ Está preparado?

– Sí.

– ¿Dónde está el archivo que le di?

– Lo he vuelto a dejar en el cajón.

Se inclinó por encima del escritorio y abrió el cajón para asegurarse. Incluso abrió la carpeta para cerciorarse de que no le había engañado.

– Muy bien, vamos. Traiga su caja.

Lo seguí a través de un par de puertas de seguridad y volví a hallarme en el pasillo de los calabozos, pero antes de acercarnos a las celdas con las ventanas de espejo Peoples abrió una puerta con su tarjeta magnética y me hizo entrar en una sala de interrogatorios. Había una mesa y dos sillas. Mousouwa Aziz ya estaba sentado en una de ellas. Un agente al que no había visto antes estaba apoyado en un rincón, a la izquierda de la puerta. Peoples se colocó en la otra esquina.

– Siéntese -dijo-. Tiene quince minutos.

Dejé la caja en el suelo, aparté de la mesa la silla libre y me senté enfrente de Aziz. Parecía débil y delgado. Una línea de pelo negro le había crecido bajo el rubio teñido. Sus ojos de párpados caídos estaban inyectados en sangre y me pregunté si alguna vez apagaban la luz de su celda. Sin duda las cosas habían cambiado en su mundo. Dos años antes su llegada e identificación en LAX habían supuesto una custodia de unas pocas horas mientras un agente trataba de interrogarlo. Ahora un simple registro en la frontera le estaba costando una interminable reclusión en el sanctasanctórum del FBI.

No esperaba mucho del interrogatorio, pero me sentía obligado a enfrentarme con Aziz cara a cara antes de proceder a descartarlo como sospechoso. Después de ver los informes de inteligencia unos minutos antes, me sentía inclinado a esto último. Lo único que relacionaba al diminuto terrorista en ciernes con Angella Benton era el dinero. En el momento de su detención en la frontera, estaba en posesión de uno de los billetes de cien dólares que habían salido del golpe del rodaje. Sólo uno. Probablemente había infinidad de explicaciones para eso y estaba empezando a pensar que su implicación en el asesinato y el robo no era una de ellas.

Me agaché para coger mi archivo de Angella Benton y lo abrí en mi regazo, donde Aziz no podía verlo. Saqué la foto de Angella que me había dado su familia. La mostraba en un retrato de estudio tomado en el momento de su licenciatura en la Universidad Estatal de Ohio, menos de dos años antes de su muerte. Miré a Aziz.

– Me llamo Harry Bosch. Estoy investigando la muerte de Angella Benton hace cuatro años. ¿ Le suena familiar?

Deslicé la foto por la superficie de la mesa y examiné sus ojos en busca de algo que lo delatara. Sus ojos miraron la fotografía, pero no observé ninguna reacción. No dijo nada.

– ¿La conocía? No respondió.

– Trabajaba en una productora de cine que asaltaron. Usted terminó con parte de ese dinero. ¿Cómo? Nada.

– ¿De dónde salió el dinero?

Alzó los ojos de la foto para mirarme. No dijo nada.

– ¿Estos agentes le han dicho que no hable conmigo?

Nada.

– ¿Lo han hecho? Mire, si no la conoce, entonces dígamelo.

Aziz volvió a posar sus ojos tristes en la mesa. Parecía estar mirando otra vez la foto, pero sabía que no era así. Estaba viendo algo que se hallaba mucho más lejos. Sabía que era inútil, algo que probablemente ya sabía antes de sentarme.

Me levanté y me volví hacia Peoples.

– Puede quedarse con el resto de los quince minutos.

Peoples se separó de la pared y miró a una cámara instalada en el techo. Hizo el pequeño giro con un dedo y la puerta se abrió electrónicamente. Sin pensarlo me acerqué a la puerta y la empujé. Casi inmediatamente oí un grito como el de un alma en pena detrás de mí. Aziz, que ya se había subido a la mesa, me golpeó en la parte superior de la espalda con todo su peso -sesenta kilos a lo sumo- y yo traspuse el umbral y quedé en el pasillo.

Aziz seguía encima de mí y cuando empezaba a caerme sentí que sus brazos y piernas pugnaban por aferrarse. Después saltó y echó a correr por el pasillo. Peoples y el otro agente corrieron rápidamente tras él. Cuando me levanté vi que lo arrinconaban en una esquina. Peoples se quedó atrás mientras el otro agente avanzaba y derribaba al pequeño prisionero sin contemplaciones.

Con Aziz controlado, Peoples se volvió y se me acercó.

– Bosch, ¿está bien?

– Estoy bien.

Me levanté e hice una actuación de plancharme la ropa. Me sentía avergonzado. Aziz me había pillado por sorpresa y sabía que probablemente eso sería la comidilla de la sala de brigada que estaba al otro extremo del pasillo.

– No estaba preparado. Supongo que me he oxidado después de tanto tiempo retirado.

– Sí, nunca puede uno darles la espalda.

– Mi caja. La olvidaba.

Volví a la sala de interrogatorios y cogí la foto que estaba sobre la mesa y la caja. Cuando salí de nuevo al pasillo estaban conduciendo a Aziz, con las manos esposadas a la espalda.

Observé cómo pasaba y después Peoples y yo los seguimos a una distancia prudencial.

– Y entonces -dijo Peoples-, todo esto ha sido para nada.

– Probablemente.

– Y todo podría haberse evitado si…

No terminó, así que lo hice yo por él.

– Si su agente no hubiera cometido esos crímenes en pantalla. Sí.

Peoples se detuvo en el pasillo y yo hice lo mismo. Esperó a que el otro agente y Aziz pasaran por la puerta.

– No estoy cómodo con este acuerdo -dijo-. No tengo garantías. Puede atropellarle un camión al salir de aquí. ¿Significa eso que las cintas acabarán en las noticias?

Lo pensé un instante y asentí.

– Sí. Será mejor que ese camión no me atropelle.

– No quiero vivir y trabajar con esa espada de Damocles.

– No le culpo. ¿Qué va a hacer con Milton?

– Lo que le dije. Está fuera. Sólo que él todavía no lo sabe.

– Bueno, avíseme cuando eso ocurra. Entonces podremos volver a hablar de esa espada de Damocles.

Parecía que iba a decir algo más, pero se lo pensó mejor y empezó a caminar otra vez. Me acompañó al ascensor a través de las puertas de seguridad. Usó la tarjeta magnética para llamarlo y después para pulsar el botón del vestíbulo. Mantuvo la mano en el sensor de la puerta.

– No voy a bajar con usted -dijo-. Creo que ya hemos dicho suficiente.

Asentí y él se apartó, pero se quedó observando, tal vez para asegurarse de que no me escabullía del ascensor y trataba de liberar a los terroristas encarcelados.

Justo cuando la puerta empezaba a cerrarse, golpeé el sensor con el dorso de la mano y ésta volvió a abrirse lentamente.

– Recuerde, agente Peoples, mi abogada ha tomado medidas para asegurarse a sí misma y a la grabación. Si le ocurre algo a ella, es lo mismo que si me ocurriera a mí.

– No se preocupe, señor Bosch. No haré ningún movimiento contra ella ni contra usted.

– No es usted el que me preocupa.

La puerta se cerró cuando ambos nos sosteníamos la mirada.

– Entiendo -le oí decir a través de la puerta.

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