La puerta del garaje de la casa de Lawton Cross estaba abierta y parecía como si la hubiesen dejado así toda la noche. Le había pedido al taxi que me dejara al lado de mi Mercedes. El coche estaba donde lo había aparcado, aunque tenía que asumir que lo habían registrado. Lo había dejado sin cerrar y así continuaba. Puse la pequeña mochila que había preparado en el asiento de atrás. Después me situé al volante, arranqué y metí el coche en el lugar libre del garaje.
Después de salir fui a la puerta de la casa y pulsé un botón que o bien haría sonar un timbre en el interior de la vivienda o cerraría la puerta del garaje. Cerró la puerta. Me acerqué al Chevy, deslicé las manos por debajo del capó y busqué a tientas la palanca que lo desbloqueaba. Los muelles de acero protestaron sonoramente cuando levanté el capó. El motor estaba cubierto por una capa de polvo, pero limpio. Tenía un filtro de aire de cromo y un ventilador pintado de rojo. Lawton Cross obviamente había mimado el coche y había apreciado su belleza interior tanto como la exterior.
Los documentos del archivo de la investigación que yo había deslizado debajo del capó la noche anterior habían sobrevivido al registro del FBI. Habían caído y habían quedado enganchados en la maraña de cables del encendido que ocupaban el lado izquierdo del motor. Al recogerlos, me fijé en que habían desconectado la batería del motor y me pregunté cuándo lo habrían hecho. Era una decisión inteligente para un coche que no iba a utilizarse en mucho tiempo. Lawton probablemente habría pensado en hacerlo, pero no había podido llevarlo a cabo. Tal vez le había explicado a Danny el procedimiento.
– ¿Qué pasa? ¿Qué estás haciendo aquí, Harry?
Me volví. Danny Cross estaba en el umbral que daba a la casa.
– Hola, Danny. Sólo he venido a buscar unas cosas que olvidé. También necesito las herramientas de Lawton. Creo que hay un problema con mi coche.
Hice un ademán hacia el banco de trabajo y el tablero para colgar las herramientas fijado en la pared de al lado del Malibu. Había en exposición diversas herramientas y equipamiento. Ella negó con la cabeza como si yo hubiera olvidado explicar lo obvio.
– ¿Qué pasó anoche? Se te llevaron. Vi las esposas. Los agentes que se quedaron dijeron que no ibas a volver.
– Tácticas de intimidación, Danny. Eso es todo. Como ves, he vuelto.
Bajé el capó con una mano, dejándolo parcialmente abierto, del modo en que lo había encontrado. Me acerqué al Mercedes y metí los documentos en su interior a través de la ventanilla abierta de la derecha. Después me lo pensé mejor y abrí la puerta, levanté la alfombrilla y los puse debajo. No era un gran escondite, pero serviría por el momento. Cerré la puerta y miré a Danny.
– ¿Cómo está Law?
– No está bien.
– ¿Qué pasa?
– Ayer por la noche estuvieron con él. No me dejaron entrar y apagaron el monitor, así que no pude escucharlo todo. Pero lo han asustado. Y a mí también. Quiero que te vayas, Harry. Quiero que te vayas y no vuelvas.
– ¿Cómo te asustaron? ¿Qué te dijeron?
Ella dudó y supe que su vacilación respondía a la amenaza.
– Te dijeron que no hablaras de ello, ¿verdad? ¿Que no me lo contaras?
– Eso es.
– Vale, Danny, no quiero meterte en problemas. ¿Y Law? ¿Puedo hablar con él?
– Dice que no quiere volver a verte. Que le ha causado demasiados problemas.
Asentí y miré hacia el banco de trabajo.
– Entonces déjame coger mi coche y me iré.
– ¿Te han hecho daño, Harry?
La miré. Creí que de verdad le importaba la respuesta.
– No, estoy bien.
– De acuerdo.
– Eh, Danny, necesito algo de la habitación de Law. ¿Puedo ir a buscarlo o prefieres traérmelo? -¿Qué es?
– El reloj.
– ¿El reloj? ¿Por qué? Tú se lo regalaste.
– Lo sé, pero ahora lo necesito.
Una expresión de enfado se instaló en su rostro. Pensé que tal vez el reloj que quería llevarme había sido objeto de discusión entre ellos.
– Te lo traeré, pero le diré que has sido tú quien lo ha sacado de la pared.
Asentí con la cabeza. Ella entró en la casa y yo rodeé el Malibu y encontré una plataforma rodante apoyada en el banco de trabajo. Cogí unas tenazas y un destornillador del tablero para herramientas y me acerqué al Mercedes.
Después de echar la cazadora en el interior del coche, me tumbé en la plataforma rodante y me deslicé debajo del coche. Tardé menos de un minuto en encontrar la caja negra: un localizador por satélite del tamaño de un libro adherido al depósito de gasolina mediante dos potentes imanes. Había un ingenio en el dispositivo que no había visto antes. Un cable se extendía desde la caja hasta el tubo de escape, donde se conectaba a un sensor térmico. Cuando el tubo se calentaba, el sensor conectaba el localizador, manteniendo de esta forma la batería de la unidad cuando el vehículo no estaba en movimiento. Los chicos de la novena planta no reparaban en gastos.
Decidí dejar la caja en su sitio y salí de debajo del coche. Danny estaba allí de pie, con el reloj en la mano. Había retirado la tapa, dejando al descubierto la cámara.
– Pensé que era demasiado pesado para ser un simple reloj de pared -dijo.
Empecé a levantarme.
– Oye, Danny…
– Nos estabas espiando. No me creíste, ¿verdad?
– Danny, no era para eso que la quería. Esos tipos que estuvieron allí anoche…
– Pero sí era para eso por lo que la pusiste en la pared. ¿Dónde está la cinta?
– ¿Qué?
– La cinta. ¿Dónde miras esto?
– No lo miro. Es digital. Está todo ahí, en el reloj. Eso fue un error. Cuando fui a coger el reloj, ella lo levantó por encima de su cabeza y lo arrojó contra el suelo de hormigón. El cristal se hizo añicos y la cámara se desprendió de la carcasa del reloj y resbaló hasta quedar debajo del Mercedes.
– Maldita sea, Danny. No es mía.
– No me importa de quién sea. No tenías ningún derecho a hacer esto.
– Oye, Law me dijo que no lo tratabas bien. ¿Qué se supone que tenía que hacer? ¿Limitarme a confiar en tu palabra?
Me agaché y miré debajo del coche. La cámara estaba al alcance de mi mano y la cogí. La caja estaba completamente rascada, pero no sabía cómo estaría el mecanismo interior. Saqué la tarjeta de memoria siguiendo las instrucciones que me había dado Andre Biggar y parecía en buen estado. Me levanté y se la mostré a Danny.
– Esto podría ser lo único que impida que esos hombres vuelvan. Reza para que esté bien.
– No me importa. Y espero que disfrutes lo que vas a ver. Supongo que estarás orgulloso cuando lo veas.
No tenía respuesta.
– No se te ocurra volver nunca más.
Danny Cross me dio la espalda y, tras pulsar el botón de la pared y abrir de ésta forma la puerta del garaje, entró en la vivienda. Cerró la puerta de la casa sin volverse a mirarme. Yo esperé un momento por si reaparecía y me lanzaba otra andanada verbal. Pero no lo hizo. Me guardé la tarjeta de memoria en el bolsillo y después me agaché para recoger los fragmentos del reloj roto.