23

Después de cuatro horas ininterrumpidas de conducir a través del desierto estaba en el laboratorio técnico de Biggar & Biggar. Saqué la tarjeta de memoria del bolsillo y se la entregué a Andre. Éste la sostuvo y la observó y luego se me quedó mirando como si le hubiera puesto un chicle masticado en la mano.

– ¿Dónde está la caja?

– ¿ La caja? ¿Te refieres al reloj? Todavía está en la pared.

Todavía no se me había ocurrido una forma de decirle que el reloj estaba roto y que probablemente la cámara también lo estaría.

– No, la funda de plástico de la tarjeta. Puso la tarjeta extra que le di cuando se llevó ésta, ¿verdad?

– Sí.

– Bueno, tendría que haber puesto ésta en la caja vacía. Es un material delicado. Llevarla en el bolsillo con las monedas y las pelusas no es la mejor manera de…

– Andre -le interrumpió Burnett Biggar-, ¿por qué no miramos si funciona? Fue error mío no explicarle a Harry cómo había que cuidar y mantener el material. Olvidé que es antediluviano.

Andre sacudió la cabeza y se acercó a una mesa de trabajo en la que había un ordenador instalado. Miré a Burnett y con un gesto le di las gracias por venir a rescatarme. Él me hizo un guiño y seguimos a Andre.

El hijo se valió de una pistola de aire comprimido que parecía sacada de la consulta de un dentista para arrancar el polvo y la porquería de la tarjeta de memoria, y después la conectó a un receptáculo que a su vez estaba conectado al ordenador. Tecleó unos cuantos comandos y enseguida las imágenes de la habitación de Lawton Cross empezaron a reproducirse en la pantalla del ordenador.

– Recuerde -dijo Andre- que estábamos utilizando el sensor de movimiento, así que va a dar algunos saltos. Observe el reloj de la parte inferior para no despistarse.

La primera imagen de la pantalla era mi propio rostro. Estaba mirando a la cámara mientras ajustaba la hora del reloj. Después me aparté, dejando a la vista a Lawton Cross en su silla detrás de mí.

– Oh, Dios -dijo Burnett al ver el estado y la situación de su antiguo colega-. No sé si quiero ver esto.

– La cosa va a peor -dije, confiado en lo que pensaba que depararía el vídeo de vigilancia.

La voz de Cross se resquebrajó desde los altavoces del ordenador.

– ¿Harry?

– ¿Qué? -me escuché decir.

– ¿Me has traído un poco?

– Un poco.

En la pantalla abrí la caja de herramientas para sacar la petaca.

En el laboratorio dije:

– Puedes pasar esto a velocidad rápida.

Andre pulsó el botón de avance rápido. La pantalla se puso negra un momento, indicando que la cámara se había apagado por ausencia de movimiento. Después volvió a encenderse cuando Danny Cross entró en la habitación. Andre volvió a poner la reproducción a velocidad normal. Miré la hora y vi que apenas habían transcurrido unos pocos minutos desde mi salida la habitación. Danny se quedó con los brazos cruzados ante el pecho y miró a su marido inválido como si estuviera riñendo a un niño. Empezó a hablar y costaba entenderla a causa del sonido de la televisión.

– ¿A quién se le ocurre poner la cámara al lado de la tele? -dijo Andre.

Tenía razón. No lo había pensado. El micrófono de la cámara captaba mejor las voces de la televisión que las de la habitación.

– Andre -dijo Burnett, atemperando la queja de su hijo-. Veamos si puedes limpiarlo un poco.

Andre usó el ratón otra vez para manipular el sonido. Retrocedió la imagen y volvió a reproducirla. El sonido de la televisión todavía molestaba, pero al menos se entendía la conversación de la habitación.

Danny Cross le habló con un tono cortante.

– No quiero que vuelva -dijo-. No es bueno para ti.

– Sí, sí lo es. Se preocupa.

– Te está utilizando. Te da licor para que le des la información que necesita.

– ¿Y qué hay de malo en eso? Me parece un buen trato.

– Sí, hasta la mañana, cuando empieza el dolor.

– Danny, si uno de mis amigos viene a verme, déjalo pasar.

– ¿ Qué le has dicho esta vez? ¿ Que te hago pasar hambre? ¿Que te abandono por la noche? ¿Qué mentira le has contado esta vez?

– Ahora no quiero hablar.

– Bien. No hables.

– Quiero soñar.

– Adelante. Al menos uno de nosotros todavía puede hacerlo.

Ella se volvió y salió de la habitación y la imagen se centró en el cuerpo inmóvil de Lawton. Enseguida se le cerraron los ojos.

– Hay un lapso de sesenta segundos -explicó Andre-. La cámara permanece encendida un minuto después de que el movimiento cesa.

– Pásalo deprisa-dije.

Ocupamos los siguientes diez minutos viendo la grabación a velocidad rápida y luego deteniéndola para observar escenas mundanas aunque desgarradoras de Danny dando de comer y limpiando a Lawton. Al final de la primera noche, la mujer del policía se llevó a éste en la silla de ruedas y la cámara se apagó durante casi ocho horas antes de que Danny volviera a entrar a Lawton en la habitación. Empezó una nueva tanda de alimentaciones y limpiezas.

Era horrible mirarlo, más todavía porque la cámara estaba situada justo a la izquierda de la televisión. Lawton Cross se pasaba el tiempo viendo la tele, pero por la posición de la cámara daba la sensación de que nos estaba mirando a nosotros.

– Esto es lamentable -dijo al final Andre-. Y ahí no hay nada. Ella lo trata bien, mejor de como lo haría yo.

– ¿Quieres verlo todo, Harry? -preguntó Burnett.

Asentí.

– Creo que tienes razón, ella está limpia. Pero va a venir algo. Esa noche tuvo visita. Quiero ver eso. Puedes pasarlo deprisa si quieres. Fue cerca de la medianoche.

Andre trabajó con los controles y, efectivamente, cuando eran las 0.10 horas en el reloj de la cámara de vigilancia, dos hombres entraron en la habitación. Reconocí a Parenting Today y a su compañero. Lo primero que hizo Parenting Today fue colocarse detrás de Lawton para apagar el monitor de bebé que había en la cómoda. Después le indicó a su compañero que cerrara la puerta. Los ojos de Lawton estaban abiertos y alerta, sin duda estaba despierto antes de que ellos entraran en la habitación y la cámara se activara. Sus ojos vagaron en sus cuencas hundidas mientras trataba de seguir al agente que se movía detrás de él.

– Señor Cross, necesitamos hablar un poquito -dijo Parenting Today.

Avanzó por delante de la silla de Cross y estiró el brazo para apagar la televisión.

– Gracias a Dios -dijo Andre.

– ¿Quiénes son ustedes? -preguntó Cross con voz rasposa desde la pantalla.

Parenting Today se volvió y lo miró.

– Somos del FBI, señor Cross. ¿Quién cono eres tú?

– ¿Qué quiere decir? Yo no…

– Quiero decir qué quién cono te crees que eres para comprometer nuestra investigación.

– Yo no… ¿Qué es esto?

– ¿Qué le has dicho a Bosch que le ha puesto el petardo en el culo?

– No sé de qué está hablando. Vino él, yo no fui a buscarlo.

– No parece que puedas ir a ninguna parte, ¿no?

Hubo un breve silencio y vi que los ojos de Lawton trabajaban. El hombre no podía mover ni un solo miembro, pero sus ojos mostraban todo el lenguaje corporal necesario.

– No son del FBI -dijo con gallardía-. Déjenme ver las placas y las identificaciones.

Parenting Today dio dos pasos hacia Cross, bloqueando con su espalda nuestra visión del hombre que estaba en la silla.

– ¿Placas? -dijo con desprecio-. No necesitamos ninguna placa.

– Salgan de aquí-dijo Cross, con la voz más clara y firme que le había escuchado desde la primera vez que fui a visitarlo-. Cuando le cuente esto a Harry Bosch, será mejor que empiecen a rezar.

Parenting Today se puso de perfil para sonreír a su compañero.

– ¿Harry Bosch? No te preocupes por Harry Bosch. Ya nos estamos ocupando de él. Preocúpate por ti, señor Cross.

Se inclinó hacia adelante, poniendo la cara cerca de la de Cross. Podíamos ver los ojos de Lawton cuando miraban a los del agente.

– Porque no estás a salvo. Estás entrometiéndote en un caso federal. Es un caso federal con efe mayúscula. ¿Lo entiendes?

– Que le follen. Y es follen con efe mayúscula. ¿Lo entiende?

No pude reprimir la sonrisa. Lawton se estaba esforzando para enfrentarse a él. La bala le había dejado sin movilidad, pero aún tenía pelotas.

En la pantalla, Parenting Today se alejó hacia la izquierda de la silla. La cámara captó su rostro y vi la rabia en sus ojos. Se inclinó hacia la cómoda, justo fuera del campo visual de Cross.

– Tu héroe, Harry Bosch, se ha ido y puede que no vuelva -dijo-. La cuestión es si quieres ir al sitio al que ha ido él. Un tipo como tú, en tu estado. No sé. ¿Sabes lo que hacen con tipos como tú en prisión? Ponen su silla en una esquina y los tienen haciendo mamadas todo el día. No pueden hacer otra cosa que sentarse allí y tragar. ¿Te va eso, Cross? ¿Es lo que quieres?

Cross cerró los ojos un momento, pero volvió a abrirlos con fuerza.

– ¿Cree que puede detenerme? Adelante, inténtelo, gran hombre.

– ¿Sí?

Parenting Today se apartó de la cómoda y se colocó delante de Cross. Se inclinó por encima de su hombro derecho como si fuera a susurrarle algo al oído. Pero no lo hizo.

– ¿Y si lo intento aquí? ¿Eh? ¿Qué te parece?

El agente levantó las manos a ambos lados del rostro de Cross. Agarró los tubos de plástico que entraban por las fosas nasales del policía. Con los dedos apretó los tubos para cortar la afluencia de aire.

– Eh, Milton… -dijo el otro agente.

– Cállate, Carney. Este tío se cree muy listo. Se cree que no tiene que cooperar con el gobierno federal.

Los ojos de Cross se abrieron como platos y abrió la boca para buscar aire. Estaba sin oxígeno.

– Hijo de puta -dijo Burnett Biggar-. ¿Quién es este tío?

No dije nada. Observé en silencio, con la rabia creciendo en mi interior. Biggar tenía razón. En el vocabulario de los polis, «hijo de puta» era el insulto definitivo, el que se reservaba al peor criminal, a tu peor enemigo. Sentí ganas de decirlo, pero no me salió la voz. Estaba demasiado consumido por lo que había visto en pantalla. Lo que me habían hecho a mí no era nada comparado con la humillación de Lawton Cross.

En la pantalla, Cross estaba tratando de hablar, pero sin aire en los pulmones no podía articular palabra. El rostro del agente, que ahora sabía que se llamaba Milton, mostraba una mueca despectiva.

– ¿Qué? -preguntó-. ¿Qué es eso? ¿Qué me quieres decir?

Cross lo intentó otra vez, pero no pudo.

– Di que sí con la cabeza si quieres decirme algo. Ah, es verdad, no puedes mover la cabeza.

Al final el federal soltó los tubos y Cross empezó a inspirar aire como un hombre que acaba de salir a la superficie después de una inmersión a quince metros de profundidad. Su pecho se hinchaba y las ventanillas de la nariz se le ensanchaban mientras trataba de recuperarse.

Milton se colocó delante de la silla, miró a su víctima y sonrió.

– ¿Lo ves? ¿Ves qué fácil es? ¿Ahora quieres cooperar?

– ¿Qué quiere?

– ¿Qué le dijiste a Harry Bosch?

Los ojos de Cross se dirigieron a la cámara por un instante antes de volver a Milton. En ese momento no creo que estuviera mirando la hora. De pronto pensé que quizá Lawton conocía la existencia de la cámara. Había sido un buen poli. Tal vez había sabido en todo momento lo que yo había estado haciendo.

– Le hablé del caso. Nada más. Vino y yo le dije lo que sabía. No lo recuerdo todo. Me hirieron, ¿sabe? Me hirieron y mi memoria no es tan buena. Las cosas empiezan a volverme. Yo…

– ¿Por qué vino aquí esta noche?

– Porque olvidé que tenía algunos archivos. Mi mujer lo llamó y le dejó un mensaje. Vino a buscar los archivos.

– ¿Qué más?

– Nada más. ¿Qué quieren?

– ¿Qué sabes del dinero que se llevaron?

– Nada. Nunca llegamos tan lejos.

Milton se adelantó y puso los dedos en torno a los tubos de oxígeno. Esta vez no los apretó. Bastó con la amenaza.

– Le estoy diciendo la verdad -protestó Cross.

– Será mejor que lo hagas.

El agente soltó los tubos.

– Has terminado de hablar con Bosch, ¿entendido?

– Sí.

– Sí, ¿qué?

– Sí, he terminado de hablar con Bosch.

– Gracias por tu cooperación.

Cuando Milton se apartó de la silla, vi que Cross tenía la mirada baja. Al salir los agentes, uno de ellos -probablemente Milton- apretó el interruptor y la habitación quedó a oscuras.

Nos quedamos allí mirando la pantalla y en el minuto que transcurrió antes de que la cámara se apagara pudimos oír -pero no ver- a Lawton Cross llorando. Eran los sollozos profundos de un animal herido y desamparado. No miré a los dos hombres que estaban conmigo y ellos no me miraron a mí. Nos limitamos a clavar la vista en la pantalla negra y escuchar.

La cámara por fin -afortunadamente- se apagó al final del minuto, pero entonces la pantalla cobró vida de nuevo cuando se encendió la luz de la habitación y entró Danny. Me fijé en la hora sobreimpresa y vi que sólo habían transcurrido tres minutos desde que los agentes federales habían abandonado la habitación. El rostro del ex policía estaba arrasado en lágrimas. Y no podía hacer nada para ocultarlas.

Danny Cross cruzó la habitación y sin decir una palabra se subió en la silla y se colocó a horcajadas sobre los delgados muslos de su marido. Se abrió la bata y atrajo la cara de Lawton a sus pechos. Lo sostuvo ahí, y él lloró otra vez. Al principio ninguno de los dos pronunció una sola palabra. Ella en voz baja y con ternura le pidió que se callara, y entonces empezó a cantarle.

Yo conocía el tema y Danny lo cantaba bien. La suya era una voz suave como la brisa, mientras que la del vocalista original tenía la aspereza de toda la angustia del mundo. Nunca pensé que alguien pudiera interpretar bien a Louis Armstrong, pero Danny Cross, sin duda lo hizo.

Vi cielos azules

y nubes blancas.

El día bendito, brillante,

la noche sagrada, oscura,

y pensé para mí

qué mundo maravilloso.

Y ésa fue la parte más dura de observar del vídeo de vigilancia. Era la parte que más me hizo sentirme como un intruso, como si hubiera cruzado una línea de decencia en mi interior.

– Apágalo -dije por fin.

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