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En cuanto entré, vi una mesa cuadrada situada en el centro de la sala de interrogatorios. Sentado a la mesa, dándome la espalda, había un hombre vestido con camisa negra y vaqueros. Era rubio y llevaba el pelo muy corto. Miré por encima de su hombro muy musculado y vi que estaba leyendo el expediente de una investigación. Lo cerró y levantó la mirada mientras yo rodeaba la mesa para sentarme en la silla que había al otro lado.

Era Roy Lindell. Sonrió al ver mi reacción.

– Harry Bosch -dijo-. Cuánto tiempo sin verte, amigo.

Me quedé parado un momento, pero enseguida aparté la silla y me senté. Entretanto, Núñez cerró la puerta, dejándome a solas con Lindell.

Roy Lindell tenía ya en torno a los cuarenta, pero no había perdido su imponente físico. Los músculos que yo recordaba continuaban marcándose a través de la camisa. Todavía mantenía el bronceado de Las Vegas y los dientes nacarados. Lo había conocido en un caso que me llevó a la capital de Nevada y me metió en medio de una operación encubierta del FBI. Obligados a trabajar juntos, logramos, hasta cierto punto, dejar de lado las animosidades jurisdiccionales y departamentales y cerrar el caso. Por supuesto, las medallas se las puso el FBI. Eso había sido seis o siete años antes. Me encontré con él en Los Ángeles durante una investigación, pero no habíamos permanecido en contacto. No porque el FBI se hubiera llevado los méritos en el primer caso, sino simplemente porque los polis no se relacionan con los federales.

– Casi no te reconozco sin la coleta, Roy.

Extendió su manaza por encima de la mesa y yo lentamente me estiré para estrechársela. Tenía el aire de confianza que suelen tener los hombres corpulentos. Y también la sonrisa granuja que suele acompañarlo. Lo de la coleta había sido una pulla. Cuando lo conocí -y antes de conocer su condición de agente encubierto-, me tomé la libertad de cortarle la coleta con una navaja.

– ¿Qué tal estás? Le has dicho a Núñez que estás retirado, ¿eh? No me había enterado.

Asentí con la cabeza, pero no respondí nada más. Estábamos en su campo y quería dejar que él hiciera los primeros movimientos.

– ¿Y qué tal eso de estar retirado?

– No me quejo.

– Te hemos investigado un poco. Ahora eres detective privado, ¿eh?

Había sido un día de mucho trabajo en Sacramento.

– Sí, tengo una licencia.

Estuve a punto de repetir la historia que le había contado a Keisha Russell de que formaba parte del proceso de dejar el departamento, pero decidí no molestarme.

– Debe de estar bien, tener un pequeño negocio, hacerte tus horas y trabajar para quien quieras trabajar.

Para mí ya bastaba en cuanto a preliminares.

– Mira, Roy, no hablemos de mí. Vamos al grano. ¿Qué estoy haciendo aquí?

Lindell asintió con la cabeza para decir que le parecía bien.

– Bueno, lo que ha pasado es que llamaste y preguntaste por una agente que trabajaba aquí, y al hacerlo has disparado algunas alarmas.

– Martha Gessler.

– Eso es. Marty Gessler. ¿Así que sabías de quién estabas hablando cuando le dijiste a Núñez que no sabías de quién estabas hablando?

Negué con la cabeza.

– No. Lo deduje de su reacción. Recordé a una agente que desapareció sin dejar rastro. Tardé un poco hasta que recordé el nombre. ¿Qué es lo último que se sabe de ella? Ha desaparecido, pero supongo que no se la ha olvidado.

Lindell se inclinó hacia adelante y puso sus voluminosos brazos juntos encima del expediente cerrado. Sus muñecas eran tan gruesas como las patas de la mesa. Recordé cuánto me había costado esposarle en Las Vegas, cuando él trabajaba infiltrado y yo todavía no lo sabía.

– Harry, te considero un viejo amigo. No hemos hablado en bastante tiempo, pero digamos que hemos compartido un par de batallas, así que no quiero putearte mucho aquí. Pero la forma en que esto va a funcionar es que yo voy a hacer las preguntas. ¿Está bien?

– Hasta cierto punto.

– Estamos hablando de una agente desaparecida.

– Y tú no te andas con bromas.

Parafraseé la advertencia de Kiz Rider, pero Lindell no dio muestras de apreciarlo.

– Empecemos por la razón de tu llamada -dijo-. ¿Qué pretendes?

Esperé unos segundos, tratando de resolver cómo iba a manejar el asunto. No trabajaba para nadie que no fuera yo mismo. No había ningún acuerdo de confidencialidad, pero siempre me había resistido a plegarme a los deseos imperialistas del FBI. Era una resistencia que formaba parte de la cultura endogámica del Departamento de Policía de Los Ángeles. No iba a cambiarlo ahora. Respetaba a Lindell, como él había dicho habíamos estado juntos en la misma trinchera y sabía que en última instancia me trataría bien. Pero a la agencia para la que él trabajaba le gustaba jugar con cartas marcadas. Tenía que andarme con ojo. Eso no podía olvidarlo.

– Le dije a Núñez lo que estaba haciendo cuando llamé. Estoy revisando un caso en el que trabajé hace unos años y que siempre he tenido clavado. ¿Hay algún problema con eso?

– ¿Quién es tu cliente?

– No tengo ningún cliente. Me saqué la licencia de privado cuando me retiré para no cerrarme puertas, pero empecé a revisar este asunto por mí mismo.

No me creyó. Lo vi en sus ojos.

– Pero este robo de la peli ni siquiera era tu caso.

– Lo fue durante cuatro días. Después me lo quitaron. Pero todavía recuerdo a la chica. La víctima. No creo que le importara a nadie más, así que empecé a investigar.

– Entonces, ¿quién te dijo que llamaras al FBI?

– Nadie.

– Se te ocurrió a ti.

– No exactamente, pero tú me has preguntado que quién me dijo que llamara. Y nadie me lo dijo. Lo hice todo por mi cuenta, Roy. Me enteré de la llamada que Gessler hizo a uno de los detectives del caso. Eso era información nueva para mí y no estaba seguro de que se hubiera investigado. Puede que se les pasara. Así que hice una llamada para averiguarlo. Entonces no tenía ningún nombre. Hablé con Núñez y aquí estoy.

– ¿Cómo sabes que Gessler llamó a uno de los detectives del caso?

Me parecía que la respuesta sería obvia. Tampoco supondría nada para Lawton Cross que le dijera a Lindell algo que él me había contado por propia voluntad y que probablemente formaba parte del expediente oficial de la investigación.

– Lawton Cross me habló de la llamada de vuestra agente. El era uno de los tipos de robos y homicidios que asumieron el caso cuando se convirtió en un bombazo. Me dijo que su compañero, Jack Dorsey, fue quien recibió la llamada de la agente.

Lindell estaba escribiendo nombres en un trozo de papel que había sacado del expediente. Yo continué.

– Fue bien entrada la investigación cuando llamó Gessler. Pasaron meses. Cross y Dorsey ni siquiera estaban trabajándolo a jornada completa en ese punto. Y no parece que lo que les dijo Gessler les impresionara en exceso.

– ¿Hablaste con Dorsey de esto?

– No, Roy. Dorsey está muerto. Lo mataron en el atraco a un bar de Hollywood. A Cross lo hirieron. Está en una silla de ruedas, con tubos en los brazos y en la nariz.

– ¿Cuándo fue eso?

– Hace unos tres años. Fue una gran noticia.

Los ojos de Lindell delataron que su mente estaba trabajando. Estaba haciendo cálculos, comprobando fechas. Eso me recordó que tenía que elaborar un cronograma del caso. La investigación empezaba a resultar pesada de manejar.

– ¿Cuál es la teoría que prevalece sobre Gessler? ¿Muerta o viva?

Lindell miró al expediente que tenía en la mesa y sacudió la cabeza.

– No puedo contestar a eso, Harry. Tú no eres poli, no tienes ningún respaldo. Simplemente eres un tipo incapaz de dejar su placa y su pistola que va por ahí como un elemento peligroso. No puedo meterte en esto.

– Bien, entonces respóndeme a una pregunta. Y no te preocupes. No es nada confidencial.

Se encogió de hombros. Su respuesta dependería de cuál fuera la pregunta.

– ¿Mi llamada de hoy ha sido la primera relación que teníais entre el dinero de la película y Gessler?

Lindell volvió a encogerse de hombros y pareció sorprendido por la pregunta. Era como si hubiera estado esperando algo un poco más duro.

– Ni siquiera estoy afirmando que haya una relación -dijo-. Pero sí, es la primera vez que surge. Y es precisamente por eso por lo que quiero que te apartes y nos dejes investigarla. Déjanoslo a nosotros, Harry.

– Sí, eso ya lo había oído antes. De hecho, creo que fue el FBI quien me lo dijo.

Lindell asintió.

– No vayas al choque o te arrepentirás.

Antes de que pudiera pensar en una respuesta, se levantó. Buscó en uno de los bolsillos y sacó un paquete de cigarrillos y un encendedor amarillo.

– Voy a bajar a fumar un pitillo -dijo-. Eso te dará unos minutos para pensar y recordar cualquier otra cosa que hayas olvidado decirme.

Iba a lanzarle otra pulla cuando me di cuenta de que se estaba marchando sin el expediente. Lo dejó sobre la mesa y yo instintivamente supe que lo estaba haciendo a propósito. Quería que yo lo viera.

Entonces me di cuenta de que nos habían estado grabando. Lo que me había dicho era para algún tipo de registro o tal vez para que lo oyera su superior. Lo que me estaba permitiendo hacer era algo distinto.

– Tómate tu tiempo -dije-. Hay mucho en que pensar.

– Puto edificio federal. Tengo que bajar hasta abajo del todo.

Al abrir la puerta, volvió a mirarme y me guiñó el ojo. En cuanto cerró la puerta, yo deslicé el expediente sobre la mesa y lo abrí.

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