Soneto XXXIII

Amor, ahora nos vamos a la casa

donde la enredadera sube por las escalas:

antes que llegues tú llegó a tu dormitorio

el verano desnudo con pies de madreselva.

Nuestros besos errantes recorrieron el mundo:

Armenia, espesa gota de miel desenterrada,

Ceylán, paloma verde, y el Yang Tsé separando

con antigua paciencia los días de las noches.

Y ahora, bienamada, por el mar crepitante

volvemos como dos aves ciegas al muro,

al nido de la lejana primavera,

porque el amor no puede volar sin detenerse:

al muro o a las piedras del mar van nuestras vidas,

a nuestro territorio regresaron los besos.

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