Soneto XXXVII

Oh amor, oh rayo loco y amenaza purpúrea,

me visitas y subes por tu fresca escalera

el castillo que el tiempo coronó de neblinas,

las pálidas paredes del corazón cerrado.

Nadie sabrá que sólo fue la delicadeza

construyendo cristales duros como ciudades

y que la sangre abría túneles desdichados

sin que su monarquía derribara el invierno.

Por eso, amor, tu boca, tu piel, tu luz, tus penas,

fueron el patrimonio de la vida, los dones

sagrados de la lluvia, de la naturaleza

que recibe y levanta la gravidez del grano,

la tempestad secreta del vino en las bodegas,

la llamarada del cereal en el suelo.

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