Soneto LXVIII

(Mascarón de Proa)

La niña de madera no llegó caminando:

allí de pronto estuvo sentada en los ladrillos,

viejas flores del mar cubrían su cabeza,

su mirada tenía tristeza de raíces.

Allí quedó mirando nuestras vidas abiertas,

el ir y ser y andar y volver por la tierra,

el día destiñendo sus pétalos graduales.

Vigilaba sin vernos la niña de madera.

La niña coronada por las antiguas olas,

allí miraba con sus ojos derrotados:

sabía que vivimos en una red remota

de tiempo y agua y olas y sonidos y lluvia,

sin saber si existimos o si somos su sueño.

Ésta es la historia de la muchacha de madera.

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