Soneto LXXXVII

Las tres aves del mar, tres rayos, tres tijeras

cruzaron por el cielo frío hacia Antofagasta,

por eso quedó el aire tembloroso,

todo tembló como bandera herida.

Soledad, dame el signo de tu incesante origen,

el apenas camino de los pájaros crueles,

y la palpitación que sin duda precede

a la miel, a la música, al mar, al nacimiento.

(Soledad sostenida por un constante rostro

como una grave flor sin cesar extendida

hasta abarcar la pura muchedumbre del cielo.)

Volaban alas frías del mar, del Archipiélago,

hacia la arena del Noroeste de Chile.

Y la noche cerró su celeste cerrojo.

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