Soneto LXXIV

El camino mojado por el agua de Agosto

brilla como si fuera cortado en plena luna,

en plena claridad de la manzana,

en mitad de la fruta del otoño.

Neblina, espacio o cielo, la vaga red del día

crece con fríos sueños, sonidos y pescados,

el vapor de las islas combate la comarca,

palpita el mar sobre la luz de Chile.

Todo se reconcentra como el metal, se esconden

las hojas, el invierno enmascara su estirpe

y sólo ciegos somos, sin cesar, solamente.

Solamente sujetos al cauce sigiloso

del movimiento, adiós, del viaje, del camino:

adiós, caen las lágrimas de la naturaleza.

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