Soneto XLII

Radiantes días balanceados por el agua marina,

concentrados como el interior de una piedra amarilla

cuyo esplendor de miel no derribó el desorden:

preservó su pureza de rectángulo.

Crepita, sí, la hora como fuego o abejas

y es verde la tarea de sumergirse en hojas,

hasta que hacia la altura es el follaje

un mundo centelleante que se apaga y susurra.

Sed del fuego, abrasadora multitud del estío

que construye un Edén con unas cuantas hojas,

porque la tierra de rostro oscuro no quiere sufrimientos

sino frescura o fuego, agua o pan para todos,

y nada debería dividir a los hombres

sino el sol o la noche, la luna o las espigas.

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